Santa Cruz, Raymundo. San Miguel de Ibarra (Ecuador), 1623 – Ecuador, 6.XI.1662. Jesuita (SI), misionero, explorador, lingüista y escritor.
Hijo legítimo del capitán Raimundo de Heredia y Santa Cruz, natural de Soria (España), vecino de Ibarra en 1611, su alguacil mayor y procurador general, intervino en la pacificación y conquista de Esmeraldas y en un alzamiento indígena escapó con dos heridas en la cabeza. Viudo, en 1622, de Leonor Vaca de Salazar, casó con Catalina González-Calderón y Granizo y falleció en 1642 ahogado en el río Mayo, al zozobrar su embarcación cuando llevaban a cabo una expedición punitiva contra los indígenas de la gobernación de Popayán. De ese segundo matrimonio tuvo cinco hijos, siendo el primero Raymundo Santa Cruz.
Educado en el Colegio de San Luis de Quito, entró en la Compañía de Jesús el 26 de noviembre de 1643 en el noviciado de la provincia de Quito, a los veinte años de edad, realizando los cuatro de Teología con singulares muestras de aprovechamiento hasta ser ordenado sacerdote, haciendo la profesión de cuatro votos en 1659. Después de enseñar Humanidades y Retórica en el Colegio de Quito fue enviado en 1651 a las misiones del río Marañón, donde convirtió a la fe a las naciones de los cocamas, muniches, chayabitas, ciagacuhuseas y pandabeques.
Hizo grandes descubrimientos por la parte de los ríos Napo y Pastaza, y cuando más celoso andaba de extender el Evangelio a nuevas regiones, murió ahogado en el río Bohono, el 6 de noviembre de 1662 (algunos autores dicen que el 20 de noviembre de 1663).
Es bastante desconocida la vida de este jesuita, misionero y aventurero, a pesar de que sus enormes empresas y viajes aparecen narrados detenidamente con el deseo de honrar su memoria en el libro tercero de la obra El Marañón y el Amazonas (Madrid, 1684) del procurador de la provincia jesuítica del Nuevo Reino de Granada entre 1678 y 1684, Manuel Rodríguez Villaseñor (Cali, 1628 – Cádiz, 1684). Lo cierto es que Santa Cruz sirvió en las misiones de Maynas desde 1751, año en que fue llevado a ellas por el padre Gaspar Cujía (Cagliari, Italia, 1601 – Cartagena de Indias, 1667), a la sazón párroco y superior de la misión de Borja, en su segunda expedición, hasta 1662, cuando pereció ahogado en el río (más bien torrente) Bohono. Hizo grandes descubrimientos por la parte de los ríos Napo y Pastaza.
En 1651 decidió consagrarse a las misiones en el río Marañón y bajo el mando del padre superior, Gaspar Cujía, y con los padres Pedro Alcocer y Alonso Ignacio Trujillo entró por Cuenca, Loja, Jaén y el río Marañón hasta el famoso pongo de Manseriche, donde sufrieron grandes peligros, escapando milagrosamente de ser absorbidos por un vórtice horrendo; después arribaron a la población de Borja donde hacía de párroco el padre Bartolomé Pérez, condiscípulo de Santa Cruz en el Colegio de San Luis, que conocía de su valía, por lo que le entregó la reducción de Santa María de Ucayale, fundada un año antes en la región del gran Cocama, siguiendo Pérez a otras empresas mientras los padres Alcocer y Trujillo quedaban en Borja al cuidado de dos seminarios.
Enseguida empezó Santa Cruz su misión en el Ucayale asistiendo a los indios de esa reducción, situada en las cercanías a un lago en zona baja y pantanosa y, por ende, malsana y llena de numerosas sabandijas e insectos, ganándose la voluntad de los cocamas por medio de intérpretes, ya que su idioma era complicado de entender y ningún sacerdote lo había podido aprender, pero fue tanta su aplicación que no solamente lo llegó a dominar en pocos meses, sino que también formó un Arte y Vocabulario de la Lengua Cocama, de la que se valieron después sus sucesores.
En tales trabajos llegó a perder todos sus cabellos y enfermó varias veces de diferentes dolencias, pero ganó el aprecio de sus indios por la dulzura y cariño que supo demostrar siempre, proveyéndoles de herramientas que no conocían, enseñándoles los modos de labrar la tierra y de hacer casas para la decente y cómoda habitación, eligiéndoles un sitio alto en la ribera del distante río Huallaga, donde fabricó con sus manos una de las mejores iglesias de las misiones, toda ella de adobes y labrando él mismo las maderas con mucho ahínco.
A principios de 1652 fundó un nuevo pueblo, llamado Santa María de Guallaga, pero, estando en medio de dos naciones feroces y enemigas que vivían haciéndose la guerra de continuo, los agúanos y los barbudos (Juan de Velasco en su Crónica de la Provincia de la Compañía de Jesús, aclara que los mayorunas o barbudos practicaban la antropofagia, comiéndose a sus enfermos), Santa Cruz creyó necesario conquistarlos, para lo que decidió penetrar en la zona de los primeros, ayudándose del teniente de Borja y de unos pocos hombres armados, pero solo pudo tomar trece prisioneros, por lo que, en 1653 y a través de los caciques cocamas, a quienes acompañó varias veces en misiones de paz, les llegó a convencer y hasta construyó dos nuevos pueblos llamados San Francisco Javier de los Aguanos y San Ignacio de los Barbudos. Poco después se topó con los pueblos muniches y chayabitas, que instruyó y catequizó reuniéndoles en el nuevo pueblo de Nuestra Señora de Loreto de Paranapura sobre el pequeño río Cachiyacu, cerca del sitio de los paranapuras y de los otanavi. Luego ganó otras dos naciones porque era hábil e incansable y tenía la facilidad de aprender los idiomas y lenguas indígenas: los indios pandabeques y los singacuchuscas, así llamados por la costumbre de cortarse a raíz las narices como distintivo señalizador. Para todos ellos fundó el pueblo de San Pablo de Pandabeques y Singacuchuscas.
En estas correrías atravesó grandes extensiones de bosques y selvas impenetrables, navegó por numerosos ríos, corrió peligros, sufrió varias enfermedades y, como se le terminaran sus vestidos y zapatos, anduvo descalzo y con andrajos, lleno de magulladuras en los pies y piernas y terminó por fabricarse unas sandalias toscas de esparto. Todo esto en tan solo dos años.
A fines de 1654 regresó al padre Santa Cruz con seis compañeros al Ucayale. Mientras tanto, el gobernador de Cajamarca, Martín de la Riva Agüero, había alcanzado del virrey Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste, poderes y facultades para gobernar los territorios de las misiones y, con tal fin, bajó en 1655 al río Guallaga para que los misioneros le diesen cien indios de guerra, encontrándose en la parte baja con el padre Santa Cruz, al que obligó a acompañarle como capellán de sus tropas, cometiendo abusos contra los indios a pesar de sus consejos. Con tal motivo, en 1656, el padre Lucas de la Cueva viajó a Lima y logró que el virrey le concediese a Mauricio Baca de Evan la Gobernación de Mainas y a los jesuitas el cuidado de las misiones. Mauricio gobernaría Mainas desde ese año hasta 1676, cuando falleció.
En 1660, el nuevo superior, Francisco de Figueroa, comisionó a Santa Cruz el descubrimiento de un nuevo camino, más corto que el anterior del Napo. Esta petición hizo que Santa Cruz repasara la ruta seguida por el padre Lucas de la Cueva en el río Pastaza. En compañía de dos hábiles y jóvenes mestizos de Borja, tardó doce días hasta llegar a la desembocadura en el Marañón; luego subió veinte días hasta la provincia de Roamainas con corriente en contra y tras otros veinte dividió a su gente y con varios indios continuó por tierra, hallando un dilatadísimo valle que supo que estaba regado por el Curaray, poco distante del conocido río Patate, cerca del poblado de Baños. Pero hallándose sin alimentos y solo con cogollos de palmas, tuvo que volver, enterándose de que el otro grupo había reconocido un puerto, que no podía ser más que el de la Canela. En esas andanzas gastó el año 1660.
Al año siguiente, una peste asoló las misiones provocando numerosas muertes y deserciones. Santa Cruz sufría de continuas fiebres e hinchazones en las piernas, pero no dudó en hacer un tercer intento por el río Pastaza y el Bobonaza, hasta llegar a la parte posterior de la Canela. Durante esta aventura Santa Cruz recibió un golpe en el pecho, cayó con los brazos levantados al cielo y se sumergió en la corriente para no aparecer. Era el 8 de noviembre de 1662 y tenía solamente 39 años, 19 de Jesuita y 11 de misionero.
En enero de 1663, el padre Figueroa salió a dar cuenta del descubrimiento del nuevo camino y llegó finalmente por el Abra al histórico sitio de Baños y al camino a Quito, abriendo en pocos días una cómoda y segura vía sin más tropiezos ni dificultades que la bárbara nación Gae, que pronto fue civilizada. Entonces las Misiones de los Jesuitas se componían de 7 provincias y 16 pueblos.
Santa Cruz catequizó varias naciones y fundó algunos pueblos alrededor del río Marañón. Fue evangelizador del río Huallaga, siendo el primero que presenta en Quito las primicias de los neófitos; y lo más granado de la ciudad se disputó el honor de apadrinar a los cuarenta indígenas en el sacramento de la confirmación. El camino desde las misiones hasta el Colegio de Quito, del cual dependían las primeras, se practicaba rodeando el Perú, en lo que se empleaba más de un año. El padre Santa Cruz, conociendo los inconvenientes que esto ofrecía, resolvió establecer un camino directo desde Quito hasta las misiones, lo cual consiguió después de no pocos trabajos, dirigiéndose por los ríos Napo y Pastaza hasta la cordillera cercana de Quito. El nuevo padre superior, Lucas de la Cueva, que había reemplazado a Gaspar Cujía en las misiones del río Marañón, comprendiendo que era necesario descubrir un paso fácil y rápido a Quito porque atravesar el famoso pongo de Manseriche era extremadamente peligroso y navegar contracorriente en el Marañón requería de enormes esfuerzos, dispuso la investigación de una vía más rápida. Por otro lado, el regreso a Quito a través de un gran rodeo por el Perú como lo había hecho el padre Cujía para asumir el rectorado del Seminario de Cuenca, llevaba casi un año de fragoso viaje.
Para averiguar el nuevo camino se ofreció Santa Cruz “a cuyo espíritu gigante nunca acobardaban, sino que estimulaban las arduas empresas” y en una armadilla de canoas con dos españoles y cincuenta indios escogidos y armados a la española con fusiles, emprendió el viaje de exploración. Todo su conocimiento estaba fundamentado en las noticias dadas por el jesuita Cristóbal de Acuña (Burgos, 1597 - Lima, 1675) en su Relación (Nuevo descubrimiento del gran río de las Amazonas el año de 1639, Madrid, 1641) y en el viaje del portugués Pedro Texeira a Quito en 1637, quienes indicaban que el regreso mejor era por el río Napo y su puerto, cuyas cabeceras son inmediatas a Quito.
Así pues, Santa Cruz tomó el rumbo del río Guallaga hacia el Marañón, saltando por las noches a tierra hasta dar con el puerto de Veto, de que tenía noticias. Luego subió contracorriente veinte días, inquiriendo en las riberas y tomando luz en las rancherías. En una de ellas fueron recibidos con una lluvia de flechas que mató a cuatro indios. Después se suscitó un tumulto entre los suyos y debió convencerlos para evitar la dispersión y el regreso, y tras otros veinte días de navegación, siempre dudosa y contracorriente, arribó a puerto Napo, entonando un Te Deum de acción de Gracias.
Allí dejó a un soldado español y a seis indios para que custodiaran las canoas y con otro español y cuarenta indios cruzó las montañas. En tres días llegó a Archidona en el gobierno de Quijos y en siete más a Baeza, a solo cuatro jornadas de Quito.
Con nuevos bastimentos, “unos honestos vestidos talares blancos, confecciones de algodón, con guirnaldas en las cabezas adornadas de plumas de diversos y vistosísimos colores, el arco en la mano, el carcaj y flechas sobre el hombro, esperó la comitiva cerca de la ciudad al presidente de la Audiencia, Diego Carrascal, al obispo, Alonso de la Peña Montenegro, al venerable coro de la catedral y a la comunidad jesuita, que llegó en procesión con una bellísima estatua de San Francisco Javier, precediendo las tres Congregaciones fundadas en la Iglesia de la Compañía con las advocaciones de Loreto, del Salvador y de la Anunciación con diversidad así en los adornos como en los músicos instrumentos”.
Las calles estaban adornadas con hermosas tapicerías, Santa Cruz entonaba las oraciones en idioma cocama en el mismo tenor que en las misiones, repitiendo todos sus indianos en su acostumbrada forma: “Los ecos del uno y de los otros movían los corazones del inmenso pueblo y concurso. Santa Cruz iba con el mismo traje que acostumbraba usar en el Marañón, saco de algodón pardo, hecho con las manos, que cuando nuevo le daba a la media pierna y reduciéndolo el tiempo con los abrojos del camino a mayor altura, apenas le colgaba de la cintura tal cual andrajo que le azotara las piernas desnudas como siempre, sin poder sufrir cosa que le sirviese de medias por tenerlas hechas pedazos con heridas y vivas llagas; los pies heridos apenas sufrían unas plantillas de esparto ligadas con hilos de lo mismo y llevaba en la mano una Cruz larga y la cabeza desnuda”.
Llegados a la catedral donde esperaba el Cabildo eclesiástico se entonó un Te Deum, la procesión avanzó al altar mayor y se cantaron oraciones. Luego pasaron al Colegio Máximo donde se repitió todo. Al deshacerse el concurso cada quien quería llevarse un indiano para celebrarlo y regalarlo en su casa, mas se le impidió por entonces, prometiéndoles que serían padrinos suyos en la solemne ceremonia de la confirmación que disponía hacerles el obispo, “tras lo cual, pasado un tiempo prudencial, regresaron los indios a su tierra con vestidos nuevos, regalos y donecillos, creciendo desde entonces la fama de los cristianos sobre las naciones bárbaras, pues la noticia fue esparcida por los bosques e hicieron agradable eco, siendo de grandísimo provecho para las misiones en general”.
Por lo tanto, Raimundo de Santa Cruz abrió el camino al Napo en 1653, a base de los datos tomados de una Relación escrita por Cristóbal de Acuña y finalmente el camino del Pastaza también lo abrió Santa Cruz, en 1662, y fue terminado en 1663 por el jesuita Francisco de Figueroa. En 1707, Samuel Fritz compuso su célebre mapa que ofreció al rey Felipe V, donde constan las principales vías de entrada y de salida al Marañón y al Amazonas. Se necesitaron poco más de cien años, desde 1541 hasta 1663, para descubrir los tres caminos o vías principales de Quito al Marañón; la del pongo de Manseriche, la del Napo y la del Pastaza.
Santa Cruz fue un misionero casto, patriota, estudioso y trabajador. A los pobres curaba en persona lavándoles sus heridas y las llagas supurantes. Tuvo carisma para aprender lenguas extrañas y predicaba en ellas para obtener gran provecho. En sus viajes fundó las misiones de San Francisco Javier de Jeveros, San Ignacio de los Barbudos, Nuestra Señora de Loreto de Paranapuras y San Pablo de Pandeveques. Es importante anotar que dejó unas Cartas, bastante toscas en lengua y estilo, pero de gran valor documental y que tuvo clara conciencia de la importancia del dominio de la hoya amazónica a través de las nuevas rutas que estaba descubriendo. Su causa de beatificación fue iniciada, pero se interrumpió con la expulsión de 1767.
Obras de ~: “Carta al P. Francisco de Figueroa, sobre las misiones de Barbados, etc.” y “Carta que el P. Raymundo de Santa Cruz escribió al P. Lucas de la Cueva, su superior, 2 de febrero de 1654”, en P. Maroni, Noticias auténticas del famoso río Marañón, y misión apostólica de la Compañía de Jesús en la provincia de Quito, Madrid, 1889 (Madrid, Iquitos, 1986), págs. 239-241 y 243-250, respect.; Arte y vocabulario de la lengua cocama con algunas notas para su inteligencia (ms.); Estado floreciente en que se hallan las misiones de cocamas, guallagas, aguanos, barbudos y xeberos (ms.); Relación de las misiones del pueblo de los Santos Ángeles de Roamaynas y san Salvador de los zapas, 26 de marzo de 1656 (ms.); Relación de su viaje desde Guallaga en busca del Puerto de Napo, por donde se facilite la entrada a las misiones (1654, ms.); Catecismo en lengua de los maynas con canciones piadosa en la misma (ms.); Relación de su viaje por los ríos de Pastaza y Bohono al Puerto de la Canela, 1660 (ms.).
Bibl.: M. Rodríguez Villaseñor, El Marañón y el Amazonas, Madrid, 1684 (El descubrimiento del Marañón, Madrid, Alianza, 1990); J. de Velasco Petroche, Historia del Reyno de Quito en la América Meridional, Quito, 1841-1844, 3 vols. (2.ª ed. 1977-1979); P. Maroni, Noticias auténticas del famoso río Marañón, y misión apostólica de la Compañía de Jesús en la provincia de Quito, op. cit.; 1889; F. de Figueroa, Relación de las misiones de la Compañía de Jesús en el país de los Maynas, Madrid, V. Suárez, 1904; J. de Velasco, Historia moderna del Reyno de Quito y crónica de la Provincia de la Compañía de Jesús del mismo Reyno, Quito, Imprenta de la Caja del Seguro, 1941;
F. de Figueroa, Informes de Jesuitas en el Amazonas, Madrid, Iquitos, 1986; F. Barrera Campos, Trazando fronteras, construyendo identidades: el discurso criollo en la Historia del Reino de Quito de Juan de Velasco S.J., tesis doctoral, Sevilla, Universidad, 2015.
Antonio Astorgano Abajo