Rodríguez de Castro, José. ¿Madrid?, ¿1739? – Numancia de la Sagra (antes Azaña) (Toledo), 28.V.1789. Bibliógrafo y bibliotecario.
Aunque de ascendencia asturiana, con toda probabilidad nació en Madrid, donde su padre, Simón Rodríguez de Castro, era portero de damas en el Palacio Real. Estudió en el Colegio Imperial de la Compañía de Jesús de Madrid, gracias a los buenos oficios de su tío, Manuel Lanz de Casafonda, quien le inició en los estudios de las lenguas clásicas; el mismo Rodríguez de Castro confiesa: “la veneración con que acepto cualquiera insinuación de este docto ministro, por la obligación que le debo por mi enseñanza en las lenguas hebrea y griega, y por haber sido mi director en los demás estudios desde mi tierna edad, además de nuestro parentesco”. Para mostrar su adelanto en las Gramáticas Latina y Griega y en la Retórica y la Poética, presentó en los mencionados Reales Estudios, en certamen público celebrado en 1755, y bajo la dirección del padre Pedro Calzado, catedrático de Griego, unas “Conclusiones de buenas letras” en las que defendió que Virgilio era mejor poeta que Lucano y que Homero. Algunos años después, en 1760, y por recomendación de los jesuitas, estudió con gran aprovechamiento la Lengua Árabe con Miguel Casiri.
En 1759 compuso y publicó en la imprenta de Ibarra una de las obras que le dieron prestigio: un poema trilingüe, en griego, hebreo y latín, a la venida de Carlos III a España, que mereció el elogio no sólo de Manuel de Roda y de Sempere Guarinos, sino del políglota agustino Georgi en Roma, quienes admiraron el dominio de las lenguas clásicas en un joven de apenas veinte años. Sin duda, Rodríguez de Castro trató de aprovechar este éxito para, aconsejado por Lanz de Casafonda, solicitar del Rey la concesión de una plaza de escribiente en la Real Biblioteca, que le fue concedida, ingresando en la institución en diciembre de 1761. Allí permaneció hasta el año de su muerte, en el que obtuvo el grado de oficial y el de bibliotecario interino, tras veintiocho años de intensa actividad profesional no debidamente reconocida, quizá a consecuencia de las envidias y favoritismos de los bibliotecarios mayores y de sus colegas.
De su afición poética se conocen unas octavas reales que dedicó, con el ánimo de ganarse su favor, sin duda, al bibliotecario mayor, Juan de Santander.
También se conocen sus trabajos en la Biblioteca Real por el resumen que él mismo hizo: redacción de cédulas de libros prohibidos, inventarios de las bibliotecas del padre Burriel y de otros, copias de códices, el índice de la Biblioteca arábigo-hispana de Casiri, los sumarios de los cinco primeros tomos de la Historia de España de Ferreras, y sobre todo la colaboración en la composición y edición de la Biblioteca griega de Juan de Iriarte. Otros trabajos hechos aparte de su dedicación en la Biblioteca fueron su labor de examinador de opositores a las Cátedras de Griego, Hebreo y Árabe en los Reales Estudios de San Isidro, la elaboración de una gramática hebrea, las traducciones del árabe y del francés, varias oraciones gratulatorias al nacimiento de las infantas, y un tratado de matemáticas, en las que era versado, obras todas ellas inéditas.
Pero la obra principal de Rodríguez de Castro, que todavía hoy relaciona su nombre con la historia de la erudición y la bibliografía española, es la Biblioteca española, de la que aparecieron dos volúmenes entre 1781 y 1786, y dejó material para un tercero.
Siguiendo la línea de trabajos iniciada por Nicolás Antonio en la centuria anterior con su Bibliotheca Hispana, nova y vetus (reimpresas, por cierto, por la Biblioteca Real entre 1783 y 1788), y la representada por las obras de los bibliotecarios Miguel Casiri (Bibliotheca arabico-hispana Escurialensis, 1760-1770) y Juan de Iriarte (Regiae Bibliothecae Matritensis codices graeci mss., 1769), en las que el propio Castro había colaborado, trató, por un lado, en el volumen primero, de completar un aspecto que Nicolás Antonio apenas había esbozado, el de la literatura rabínica o de los judíos españoles que escribieron en varias lenguas “desde la época conocida de su literatura hasta el presente” (empeño que ya había sido iniciado, aunque enseguida abandonado, por su tío, Lanz de Casafonda); y en el segundo, de llevar a cabo un estudio bibliográfico de la literatura hispano-latina desde sus orígenes hasta el siglo XIII, que sería completado en los siguientes volúmenes que no llegó a realizar. El plan era bastante razonable, pues se trataba de llenar las lagunas dejadas por sus predecesores, y aunque las dificultades en su realización y publicación y el hecho de no haberse completado mermaron algo su utilidad, no acabaron con ella. En el volumen de la literatura hispano-rabínica, el más utilizado por los estudiosos, salido de la Imprenta Real de la Gaceta el año 1781 y dedicado al Rey, incluye en orden cronológico datos biográficos y bibliográficos de los autores, con los títulos en hebreo y latín, comprobados de primera mano siempre que tuvo oportunidad, aunque no se le dieron facilidades para consultar más que las bibliotecas más próximas, como la Regia Matritense, la Escurialense, y varias particulares que cita en la obra.
El volumen segundo, en la Imprenta Real y en 1786, resulta de menos utilidad, pues su materia había sido tratada en buena parte por Nicolás Antonio, aunque aquí trata de completar, corregir y ofrecer en orden cronológico los datos bibliográficos de aquél.
La Biblioteca rabínica de Rodríguez de Castro fue elogiada por el abate Rossi, que entonces estaba recogiendo en Parma las variantes del Antiguo Testamento, y a quien le fue remitida por José Nicolás de Azara. Sin embargo recibió bastantes críticas de sus colegas de la Biblioteca Real española, desde el bibliotecario mayor Juan de Santander hasta Tomás Antonio Sánchez y Juan Antonio Pellicer, a quienes les debió parecer que el trabajo de Castro interfería los suyos propios: “a la publicación de esta obra se opusieron muchas de las dificultades que son comunes a la ejecución de todos los grandes pensamientos”, al decir de Sempere y Guarinos, y sólo llegó a ver la luz gracias a la aprobación de Pérez Bayer (que le permitía incluir la dedicatoria al Rey), y especialmente a la protección del conde de Floridablanca, que consiguió que se imprimiese a las reales expensas.
Daniel G. Moldenhawer, director de la Biblioteca Real danesa, le describió como “hombre pequeño, afable y cortés, en cuyo aspecto exterior no hay ningún rasgo español, y muy diligente en sus estudios”.
Este carácter modesto fue, quizá, la causa de sus pocos ascensos y sus ingresos económicos escasos.
Falleció, dos meses después de haber alcanzado el puesto interino de bibliotecario, y tras dilatada enfermedad, en Azaña (hoy Numancia de la Sagra) el 28 de mayo de 1789. La viuda ofreció los materiales que tenía para el tomo tercero de su obra al conde de Floridablanca, pero, consultado el duque de Alcudia y tras un informe no muy favorable de Tomás Antonio Sánchez, bibliotecario mayor interino, finalmente no fueron adquiridos, y en cambio se concedió a la viuda una limosna diaria de 9 reales.
Obras de ~: Conclusiones de buenas letras que don Joseph Rodriguez de Castro, discipulo de los Reales Estudios del Colegio Imperial de la Compañia de Jesus de Madrid, defenderá el dia 28 de septiembre de este presente año de 1755 à la direccion del P. Pedro Calzado, de la misma compañía [...], Madrid, s. f.; Congratulatio Regi Praestantissimo Carolo, quod clavum Hispaniae teneat, Matriti, 1759 (título y texto en latín, griego y hebreo); Biblioteca española. Tomo primero, que contiene la noticia de los escritores rabinos españoles [...] [Tomo segundo, que contiene la noticia de los escritores gentiles españoles, y la de los christianos hasta fines del siglo XIII de la Iglesia], Madrid, Imprenta Real, 1781-1786, 2 vols.
Bibl.: J. Sempere y Guarinos, Ensayo de una biblioteca española de los mejores escritores del reynado de Carlos III, vol. II, Madrid, Imprenta Real, 1785, págs. 161-166; J. García Morales, “Los empleados de la Biblioteca Real (1712- 1836)”, en Revista de archivos, bibliotecas y museos, LXXIII (1966), págs. 66-67; J. Fernández Sánchez, “José Rodríguez de Castro, criado de S. M. en la Biblioteca Real”, en VV. AA., Homenaje a Justo García Morales: miscelánea de estudios con motivo de su jubilación, Madrid, Asociación Española de Archiveros, Bibliotecarios, Museólogos y Documentalistas, 1987, págs. 155-171; J. Fernández Sánchez, Historia de la bibliografía en España, Madrid, Compañía Literaria, 1994 (4.ª ed.), págs. 105-107; L. García Ejarque, La Real Biblioteca de S. M. y su personal (1712-1836), Madrid, Asociación de Amigos de la Biblioteca de Alejandría, 1997, págs. 548-549.
Manuel Sánchez Mariana