Anglesola, Gertrudis de. Valencia, 19.VI.1641 – La Zaydía (Valencia), 2.III.1727. Monja cisterciense (O Cist.), abadesa y mística.
El caso de la venerable Gertrudis de Anglesola se encuentra dentro del panorama habitual al realizar una biografía objetiva y exacta en nuestro tiempo, es decir, que lo que se sabe de ella proviene de la biografía escrita por un autor al uso en pleno siglo xvii, biografía escrita más para la edificación espiritual y plasmada en patrones comunes que en fundamentos realmente históricos y documentados.
El hecho de que el archivo del monasterio de la Zaydía (Valencia) fuera destruido y quemado en 1931 —cuando la famosa “quema de conventos”— impide hallar una documentación precisa.
Como muchas otras monjas de su siglo era de familia noble. Su padre, Miguel Jerónimo de Anglesola provenía de una distinguida familia que tenía su solar y origen en el ducado de Montblanch (Cataluña). La niña quedó huérfana y su abuelo la puso bajo la custodia de las monjas cistercienses del monasterio de Gratia Dei (conocido como La Zaydía). En esa casa la niña tenía una tía, Guiomar de Anglesola, quien fue para la niña de nueve años una madre y una gran maestra.
El monasterio de la Zaydía tiene su origen en una de las características de la época en que sucedió. Hallándose el rey Jaime I el Conquistador en la ciudad de Lérida el 1 de abril de 1260, hizo donación a Teresa Gil de Vidaure, su tercera esposa, con la cual vivía entonces en paz y armonía, de unas casas de campo y jardines de un moro principal llamado Zaidy, situados en la otra parte del río Turia, extramuros de la ciudad, lugar solitario y muy agradable.
Cinco años más tarde, habiéndose enturbiado las relaciones entre los regios consortes y viendo doña Teresa la obstinación de don Jaime en no volver a admitirla por esposa, resolvió fundar en aquel lugar un monasterio de monjas cistercienses para vivir allí el resto de sus días consagrada a la piedad y prepararse para la muerte. Trajo monjas del monasterio catalán de Vallbona.
Doña Teresa se proponía así abrir un monasterio apropiado para recibir en él a la juventud femenina de la nobleza valenciana. Y por eso dotó a la casa de pingües rentas y hermosos edificios.
Gertrudis parece ser que pidió ser vestida de monja, a los once años. Lo consiguió, y a los pocos meses enfermó y hubo de ser enviada de nuevo con su abuelo para reponerse. Casi al año se reincorporó de nuevo, y según su biógrafo empezó una vida de entrega y piedad. El mismo biógrafo pone en sus labios frases hermosas, elecciones heroicas, hechos maravillosos.
Como se dijo anteriormente, parece que más que a la realidad de los hechos corresponde todo esto al patrón preestablecido por autores y escritores de vidas ejemplares; cada uno, según su talla y valía, aplica mejor o peor este patrón. Todo lo que de ella se dice es muy semejante a lo que se conoce de otras místicas cistercienses de la época (Antonia Jacinta de Navarra, Ángela Francisca de la Cruz, etc.), y hasta se podría hablar de “vidas paralelas”. Un confesor, el padre José de San Juan de la Mata, trinitario, le mandó escribir sobre su vida interior. No lo consiguió. En otra ocasión el padre Vicente Tosca, del Oratorio, le mandó aceptase los cuidados médicos y se sometiera a una intervención quirúrgica. A partir de los veintiséis años se vio enferma, muy sola y llevaba la vida monástica con grandes padecimientos y, al parecer, también con grandes consuelos. No es éste el lugar adecuado para hablar de sus enfermedades, padecimientos y aspectos un tanto rocambolescos de su vida, según su biógrafo, quien, sin duda alguna, exagera.
El contraste realista es citar las actividades que esta monja desempeñó en su comunidad: fue procuradora de 1705 a 1709; portera de 1693 a 1697; sacristana de 1701 a 1709, y abadesa de 1709 a 1713 y de 1722 hasta 1726. Esto no pudiera haber sido posible para una persona sin grandes cualidades y aceptación por parte de la comunidad, y de dones reconocidos. Durante su gobierno dio grandes pruebas de prudencia y habilidad en la administración de los negocios y elección de las monjas que habrían de desempeñar cargos importantes.
Tras las biografías elaboradas, como anteriormente se ha dicho, muy probablemente hay otras verdades que quedan ocultas a los ojos mortales: la aventura espiritual de muchas mujeres que en los siglos xvi y xvii vivieron en los claustros monásticos en medio de grandes conflictos religiosos y emocionales, pero que salieron triunfantes y realizaron su ideal religioso a pesar de todo.
Bibl.: V. Ortiz y Mayor, Vida, virtudes y prodigios de la V. Señora Dña. Gertrudis de Anglesola, Madrid, Joseph Thomás Lucas, 1743; D. Yánez Neira, “La Venerable Gertrudis de Anglesola”, en Cistercium, VIII (1956), págs. 249-254.
Francisco Rafael de Pascual, OCist.