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Eduardo Navarro Ordóñez

Biografía

Navarro Ordóñez, Eduardo. Valladolid, 8.XI.1843 – 7.II.1910. Agustino (OSA), prior de El Escorial y bibliófilo.

Hijo de Juan Teodoro Navarro, subteniente de la Compañía de Cazadores del Batallón y Regimiento de Infantería de Bailén n.º 24, y de Blasa Ordóñez García. Criado en el seno de una familia de raigambre militar, fue creciendo en un ambiente en el que la tradición y la disciplina vertebraron su educación juvenil, haciendo de él un candidato virtuoso, humilde e irreprensible con una decidida vocación por el estado religioso.

Recibió el hábito agustiniano en el Colegio-Seminario de su ciudad natal el 15 de octubre de 1860 y al cabo de un año y seis días profesó de votos solemnes ante el rector fray Manuel Díaz. En Valladolid comenzó su carrera eclesiástica, que se vio interrumpida cuando el 11 de mayo de 1864 tuvo que trasladarse a Cádiz, en compañía de otros dieciocho hermanos, para embarcarse en la fragata Guadalupe con destino a Manila. De este viaje ha dejado una exhaustiva narración, incluyendo treinta y seis láminas dibujadas por su mano. En el archipiélago magallánico continuó con sus estudios teológicos, que culminaron con el presbiterado en las témporas de adviento, el 22 de diciembre de 1866, siendo consagrado por el metropolita de Manila monseñor Gregorio M. Martínez.

Con estrenado sacerdocio e ilusiones apostólicas fue destinado a la parroquia de Santa Cruz (Ilocos Sur) como coadjutor y, tras medio año de experiencia pastoral, en julio de 1868 se hizo cargo de la misión de Villavieja, hasta que el 30 de junio de 1870 fue propuesto para regentar los pueblos de Bantay y San Ildefonso. Cuatro años más tarde regresó a Santa Cruz como párroco, donde empleó esfuerzos en mejorar iglesia y convento, así como en extender el regadío a terrenos que no lo eran en el pueblo. En septiembre de 1877 fue designado rector de Bantay, donde “como aficionado que es a la música y dibujo, ha trabajado cuanto ha podido por extenderlas entre los feligreses a él confiados, desarrollando en todo tal constancia y actividad que no ha podido menos de llamar la atención de todos cuantos le han tratado” (Gato de la Fuente, 1910). En vísperas de su partida, al ser elegido prior del Monasterio de El Escorial el 9 de septiembre de 1885, los principales de Bantay escribieron una solicitud para que se quedase entre ellos.

Regresó a la Península y llevaba dos años presidiendo la comunidad agustiniana escurialense cuando tuvo que aceptar el oficio de comisario-procurador en Madrid. Del capítulo celebrado en 1889 recibió la comisión de pasar a diversas repúblicas hispanoamericanas para estudiar la posibilidad de abrir algunas casas y residencias de la provincia. Hizo este periplo con el padre José Lobo y redactó una Memoria, parte de la cual aprovechó el padre Bernardo Martínez para escribir sus Apuntes históricos de América.

Su labor informadora prosiguió tras su regreso a las islas, pues en 1890, ya como vicario de Benguet y La Unión, elaboró una Memoria para presentarla al gobierno general a fin de que el pueblo de Galiano se trasladase a la Cabecera por ser imposible poner misionero, pues no daría más resultado que disgustos y concluir por sepultura de muchos religiosos. En los comicios de 1893 fue elegido por segunda vez para el cargo de vicario provincial y comisario, oficio en el que permaneció hasta 1897.

El estudioso Roberto Blanco Andrés ha sintetizado magistralmente esta etapa de su vida: “El P. Navarro, de personalidad polifacética y conocido también por la cuenta en su currículo de meritorios quehaceres histórico-culturales, afronta en estos años de la última década del siglo XIX dos pruebas difíciles que a corto plazo acabaron trastocando el ser tradicional de su familia religiosa: la unión de los agustinos al tronco común de la Orden en 1893 y su consiguiente conflicto diplomático; y la insurrección tagala del Katipunan de 1896, que dio por resultado para España el eclipse de su dominio en el Pacífico, y para la Provincia filipina la exploración de nuevos campos de apostolado [...]. Fue hombre de tesón, intransigente en el cumplimiento de las leyes, purista de la disciplina monástica, férreo en la conservación de los prestigios de la autoridad legítimamente constituida”.

Mientras estuvo al frente de la Comisaría se batió contra los “unionistas escurialenses”, entre cuyas filas se contaban frailes como Tomás Cámara, obispo de Salamanca, y Francisco Valdés Noriega, por entonces director del Colegio de Estudios Superiores María Cristina y futuro obispo de Jaca. Perdió la batalla, pero aceptó las circunstancias con estoica ejemplaridad y profunda y humilde religiosidad. El decreto de 1893 tuvo una doble consecuencia: la unión a la Orden agustiniana por encima de lazos del Patronato y el nacimiento de la nueva Provincia del Sagrado Corazón de Jesús o Matritense del seno de la Provincia de Filipinas. Esta postura le acarreó juicios demasiado negativos hacia su persona en el tema de la importancia de los estudios en la Orden. Cierto que fue “amante de las grandezas y de la esencia de la institución filipina, era un acérrimo defensor de su ser tradicional, contrario a la paulatina desvirtualización de la secular vocación misionera y de la propensión de los jóvenes formados en los planes a convertir los estudios en un fin en sí mismo y no en un instrumento de formación [...]. Lo ideal para el padre Navarro habría sido la apertura de un colegio en Filipinas que hubiera producido una interacción por medio del cambio de personal entre el Archipiélago y España, lo que, a su juicio, habría destruido la honda división afincada en la Corporación, de paso aminorado el gasto de la misma, y conservado incólume el ser y armonía de la provincia al conciliarse los intereses de los colegios con los de Filipinas” (Blanco Andrés, 2001: 23).

Por lo que se refiere al tema de la revolución filipina, el padre Navarro desarrolló una activa relación con el Ministerio de Ultramar y sus ministros Becerra y Abárzuza, “y se erigió a menudo en representante y coordinador de los procuradores religiosos, los cuales a su vez actuaban en nombre de los superiores de Manila, en un momento en que peligraba no sólo la integridad de los institutos misioneros en aquellas abrasadoras latitudes, sino también el mantenimiento de las Islas en el seno del imperio hispánico” (Blanco Andrés, 2001: 33). Su influencia pesó en preparar el relevo del gobernador de las islas, Ramón Blanco y Erenas, por el general Polavieja.

Para aquellos tiempos “katipunescos” y de revolución escribió su obra Filipinas: Estudio de algunos asuntos de actualidad (1897), en la que ofrece una serie de iniciativas para afrontar la crisis. No fue un teórico. Argumentaba con hechos, noticias y documentos sobre los que avanzó su corpus de reformas, contando con el aval de las órdenes religiosas que trabajaban en Filipinas. Postulaba una vuelta al espíritu de las Leyes de Indias. Y la acogida en la prensa, en el Gobierno y en los ministerios fue buena en líneas generales. Hoy se juzga que su “ideario expuesto dejaba traslucir un esquema político y conservador que nacía de dos argumentos básicos, justificados en la consideración del escaso desarrollo del indígena y la proclamada superioridad del español. Por todo ello, se fundaba el asiento del gobierno, según la explicada preferencia por el espíritu de la legislación indiana, sobre patrones paternales y moralistas y la preponderancia y privilegios de la religión, o sea, de los párrocos en la vida social y municipal” (Blanco Andrés, 2001: 39). Cierto que sus propuestas revelan un retorno restauracionista, pero también es verdad que llevan implícita la denuncia ante el Gobierno español del “ostracismo y la indiferencia más absoluta para con Filipinas, sobrecargando con tremenda frecuencia los hombros de los misioneros y poniendo en Manila a veces ineficaces y acomodaticios gobernantes, rubricando, por todo ello, su final de modo trágico” (Blanco Andrés, 2001: 45).

El capítulo de 1897 lo recuperó de la vorágine de la corte para introducirlo en claustro vallisoletano como maestro de novicios, a lo que se añadió además los honores de ex provincial. Fueron años en los que brilló por su ejemplo de conducta intachable, costumbres morigeradas, observancia religiosa y servicio desinteresado. Su laboriosidad y su amor incondicional a la corporación le franquearon la puerta para ocupar el cargo de definidor provincial en 1905.

El último lustro de su vida lo dedicó principalmente a coleccionar toda clase de materiales que tuvieran relación con la presencia de los agustinos en Oriente: “Acudo a muchas partes buscando objetos para el monetario, la biblioteca y el museo”. Testimonio elocuente de su tesón son las raras y preciosas colecciones de tejidos, bastones, armas y otras piezas que se conservan en el Museo Oriental, o el riquísimo monetario. Pero en lo que más se volcó fue en crear un Fondo de Filipiniana en la Biblioteca de Valladolid. Su interés por la “Colección de Filipiniana” de Valladolid fue grande, traduciéndose en actividades diversas, misivas numerosas, compra de libros y adquisición de recursos pecuniarios hasta su muerte. Su desaparición significó una merma para la rica bibliografía hispano-filipina, pues el número de obras por él reunidas fue tan crecido “que quizás puede competir, y aun superar en alguna materia, a la que más volúmenes filipinos cuente entre las que en el mundo existen”, según el elogio del padre Antonio Blanco (1909: LXXXVI). En la actualidad dicho fondo sigue enriqueciéndose con nuevas adquisiciones y ha sido publicado el Catálogo en 1993 contabilizando unas once mil entradas. Entre ellas se encuentran numerosos libros con dedicatorias autógrafas de conocidos filipinólogos y bibliófilos como W. E. Retana, J. Montero Vidal, J. T. Medina, etc., con los que le unía una entrañable amistad. Además el padre Navarro, con el epígrafe general Prensa de Madrid reunió en 72 tomos cuantos artículos, sueltos y noticias aparecían en los tabloides desde 1893 hasta 1897. Y con el título Diario de la Guerra existe otra colección de tres volúmenes sobre la contienda bélica hispano-filipina (1896-1898) que ha quedado parcialmente recogida en cinco volúmenes aparecidos con el título La revolución hispano-filipina en la prensa: Diario de Manila y Heraldo de Madrid. Huelga decir que estas dos colecciones son de gran importancia para un conocimiento cabal del estado de Filipinas en el período expresado y la situación del archipiélago en relación con España, así como para el estudio de los orígenes de la revolución tagala, que no siempre han sido manejados con el oportuno conocimiento.

Fue, asimismo, asiduo colaborador de la revista agustiniana España y América, en la que publicó diversos artículos. También se conservan varios manuscritos sobre documentación interesante para la historia agustiniana. Tras una fructífera vida, falleció en el Real Colegio-Seminario de Valladolid el 7 de febrero de 1910.

 

Obras de ~: Filipinas. Estudio de algunos asuntos de actualidad, Madrid, Imprenta de la Viuda de M. Minuesa de los Ríos, 1897; Documentos indispensables para la verdadera historia de Filipinas, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos, 1908.

 

Bibl.: E. Jorde, Catálogo bio-bibliográfico de los religiosos agustinos de la Provincia del Santísimo Nombre de Jesús de las Islas Filipinas desde su fundación hasta nuestros días, Manila, Est. Tipográfico de Santo Tomás, 1901, págs. 532-533; A. Blanco, Biblioteca bibliográfico-agustina del Colegio de Valladolid, Valladolid, Tipografía J. M. Cuesta, 1909; B. Martínez Noval, Apuntes históricos de la Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas: América, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1909, págs. 10-12 (en Analecta Augustiniana, 3 [1909-1910], págs. 288-289); V. Gato de la Fuente, “El Muy R. P. Ex Provincial fray Eduardo Navarro (Agustino)”, en España y América, 8/I (1910), págs. 477-480; G. de Santiago Vela, Ensayo de una biblioteca Ibero-Americana de la Orden de San Agustín, vol. VI, Madrid, Imprenta del Asilo de Huérfanos del Sagrado Corazón de Jesús, 1922, págs. 11-18; M. Merino, Agustinos evangelizadores de Filipinas (1565-1965), Madrid, Archivo Agustiniano, 1965, págs. 58-59; I. Rodríguez, Historia de la Provincia Agustiniana del Smo. Nombre de Jesús de Filipinas: Bibliografía, vol. IV, Manila, Estudio Agustiniano, 1968, págs. 481-487; I. Rodríguez y J. Álvarez, Al servicio del evangelio. Provincia Agustiniana del Santísimo Nombre de Jesús de Filipinas, Valladolid, Estudio Agustiniano, 1996, pág. 233; R. Blanco Andrés, “Eduardo Navarro, procurador de la provincia de agustinos de Filipinas”, en Archivo Agustiniano, 85 (2001), págs. 3-45; “Eduardo Navarro y la creación de la Biblioteca Filipina del Real Colegio-Seminario de Agustinos de Valladolid”, en Investigaciones históricas: Época moderna y contemporánea, n.º 21 (2001), págs. 231-248.

 

Isacio Rodríguez Rodríguez, OSA