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Cristobal de Olea

Biografía

Olea, Cristóbal de. Medina del Campo (Valladolid), c. 1490 – Ciudad de México (antes Tlatelolco- Tenochtitlán) (México), VI-VII.1521. Conquistador.

Su paisano y compañero de armas Bernal Díaz del Castillo en su Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España le hace natural de la tierra de Medina del Campo, “de al lado de Medina del Campo”. También cuenta cómo Olea “sería de edad de veinte y seis años cuando acá pasó” en el capítulo que dedica a la edad de los soldados a su llegada a México. Carmen Martínez Martínez en su libro La emigración castellana y leonesa al Nuevo Mundo (1517-1700) no lo menciona, por lo que cabe pensar que pasó a Indias antes de 1517, quizá en 1514 en la armada de Pedrarias Dávila, donde se incluyó un grupo de medinenses, como Francisco de Lugo o el propio Bernal, que luego se engancharon en la empresa mexicana, aunque, de haber pertenecido a ese grupo, lo lógico sería que Díaz del Castillo lo hubiera consignado. En todo caso, en 1518 estaba en Cuba.

Jesús Varela Marcos, en su estudio sobre la hueste de Cortés, lo define como partidario político del extremeño, en una tropa dividida en dos bandos, ya que había muchos hombres de la parcialidad del gobernador de Cuba Diego Velázquez, a quien Hernán Cortés había traicionado yéndose a México sin su consentimiento y antes de que llegara la capitulación solicitada por Velázquez a la Corona, y que era el mecanismo de legitimación de cualquier iniciativa de descubrimiento y —a partir de ahora y hasta 1573— de conquista. Varela le sitúa, desde el punto de vista estamental y profesional, entre los soldados; es decir, ni era persona de “calidad” ni era “capitán”. Era hombre de armas, de origen social humilde, pero lleno de buenas cualidades.

Su fama de valiente, esforzado y diligente le hizo acreedor de las simpatías de sus compañeros de armas en la conquista de México. Era muy hábil en el manejo de la espada. El cronista paisano hizo una semblanza de Olea en su Crónica, al escribir que “era de buen cuerpo y membrudo, ni muy alto no bajo; tenía buen pecho e espalda, el rostro algo robusto, mas era apacible, e la barba e cabello tiraba algo como crespo, e a la voz clara; este soldado fue en todo lo que le venían hacer tan esforzado e presto en las armas, que le teníamos muy buena voluntad e le honrábamos”.

En dos ocasiones, según indica con precisión su paisano Bernal del Castillo, salvó la vida de Hernán Cortés. El primer suceso tuvo lugar cuando atacaban Xochimilco, en la zona de canales y chinampas de Tenochtitlán. Cortés fue derribado de su caballo Romo por un escuadrón de mexicanos, que le capturaron para ser sacrificado, pero fue liberado por “un soldado conocido por su valor que se llamaban Cristóbal de Olea […] haciendo reparo en el conflicto de su general convocó algunos tlascaltecas de los que peleaban a su lado y embistió por aquella parte con tanto denuedo y tan bien asistido de los que le seguían, que dando la muerte con sus manos a los que inmediatamente oprimían a Cortés, tuvo la fortuna de restituirle a su libertad: con que se volvió a seguir al alcance; y escapando los enemigos a la parte del agua, quedaron por los españoles todas las calles de la tierra. Salió Hernán Cortés de este combate con dos heridas leves, y Cristóbal de Olea con tres cuchilladas considerables, cuyas cicatrices decoraron después la memoria de su hazaña”. El cronista Antonio de Herrera atribuye este primer socorro de Cortés a un indio aliado tlaxcalteca, de quien ni antes se tenía conocimiento ni después se tuvo noticia, y deja el suceso en reputación de milagro; pero Bernal Díaz del Castillo, que llegó de los primeros al socorro —y, por tanto, fue testigo de los sucesos—, responsabiliza a Cristóbal de Olea.

La segunda vez fue en los enfrentamientos entre los españoles y sus aliados, en Tlatelolco, cuando Cortés volvía definitivamente sobre México, en la campaña armada, terrestre y naval en la que cayó el Imperio Azteca, desde abril hasta el 13 de agosto, día de San Hipólito, de 1521. Al sufrir el ataque de los guerreros mexica, cundió el desorden y el pánico entre las tropas españolas, que huían, y Hernán Cortés quiso contenerlas y fue capturado y casi conducido al sacrificio. La fuente más expresiva es de nuevo el relato bernaliano: “E asimismo le libró otra vez cuando en lo de la calzadilla de México lo tenían otra vez asido muchos mexicanos para lo llevar vivo a sacrificar, e le habían ya herido en una pierna al mismo Cortés, y le llevaron vivos setenta y dos soldados. Este esforzado soldado hizo cosas por su persona, que, aunque estaba muy mal herido, mató a cuchillo e dio estocadas a todos los indios que le llevaban a Cortés, que les hizo que lo dejasen; e así le salvó la vida, y el Cristóbal de Olea quedó muerto allí por lo salvar”.

Su amigo y paisano, el soldado cronista Bernal Díaz, guardó muy vivo el recuerdo de su valor y su muerte; cuando mucho tiempo después, siendo octogenario, escribía su relato aún decía que “ahora que lo estoy escribiendo se me enternece el corazón, y me parece que ahora le veo y se me representa su presencia y grande ánimo, cómo muchas veces nos ayudaba a pelear”, rindiendo así homenaje a este otro soldado medinense.

 

Bibl.: J. Varela Marcos, “Los castellano-leoneses en la conquista de Nueva España”, en Revista de Indias (Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas), vol. XLVIII, 184 (1988), págs. 715-732; B. Díaz del Castillo, Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, Madrid, Historia 16-Caja Madrid, 1991; E. Lorenzo Sanz, Cuatro mil vallisoletanos y cien poblaciones en América y Filipinas, Valladolid, Diputación Provincial, 1995, pág. 162; A. Mena Cruz y M. de J. Sánchez Vázquez, “El camino al tianguis prehispánico de Tlatelolco, en la isla de México”, en Arqueología, nº 26 (2001), págs. 139-143; H. Thomas, Quién es quién de los conquistadores, Barcelona, Salvat, 2001.

 

Adelaida Sagarra Gamazo

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