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Manuel Antonio de la Torre

Biografía

Torre, Manuel Antonio de la. Autillo de Campos (Palencia), 1.I.1705 – Charcas (Bolivia), 20.X.1776. Clérigo, obispo.

Hijo de Juan Manuel de la Torre Herán y Melchora Franche. De familia humilde, estudió en los dominicos de Valladolid y Palencia. Tras ordenarse, ejerció su ministerio en Palencia hasta que en 1754 fue nombrado obispo de Asunción del Paraguay, si bien no se trasladó a su sede hasta 1757. Llegó a Asunción el 14 de diciembre. En 1762 pidió —y obtuvo de Clemente VII— el traslado a la sede de Buenos Aires, siendo nombrado el 21 de septiembre; allí vivió hasta su muerte ocurrida en Charcas el 20 de octubre de 1776. Ese mismo año se creó el Virreinato del Río de la Plata.

En su primera diócesis americana, Asunción, se dedicó al ordenamiento de la administración eclesiástica. Realizó una visita de dos años recorriendo toda la diócesis de Paraguay y escribió un informe de 76 folios que envió a España: Razón que de su Visita General da el Dr. Don Manuel Antonio de la Torre, Obispo del Paraguay al Real y Supremo Consejo de Indias. Año de 1761. Esta “razón”, originariamente iba acompañada de doce “Informes Separados”, que en la actualidad se hallan dispersos en el Archivo General de Indias. Los informes tienen los siguientes títulos: 1º Sobre la Yerba del Paraguay, 2º Sobre Administradores de Pueblos de Indios, 3º Sobre el Seminario, 4º Sobre Diezmos de Pueblos de Indios, 5º Sobre Nulidad de Matrimonios, 6º Sobre entierros en los Conventos, 7º Sobre Abintestatos, 8º Sobre el Hospital, 9º Sobre Convento de la Villa de Curuguatí, 10º Sobre erección de Iglesias Parroquiales, 11º Sobre examen de Curatos y 12º Sobre observancia del Concilio Limense”.

Ante la situación en las misiones y en el proceso evangelizador, el obispo Torre estudió la posibilidad de sustituir a los jesuitas por clérigos seculares, pero la realidad le demostró que no era viable. En 1759 escribía al gobernador Cevallos “es mi dictamen: qué no obstante los Padres Jesuitas sólo devan ocuparse en misiones vivas y no obtener Curatos de Doctrinas y formados Pueblos, como en las Reales Órdenes se nos expresa, conviene al presente no removerles en todo ni en parte de las Doctrinas de mi diócesis, guardando en ellas las Leyes y forma del Real Patronato a que son obligados”.

Pero no limitó su acción a cuestiones eclesiásticas y morales. Al comprobar la situación de los indígenas el obispo Torre recriminó al gobernador Martínez Fontes y a los administradores seculares por los beneficios injustos que obtenían del trabajo indígena en régimen de cuasi esclavitud. Escribió en una de sus cartas al rey, el 10 de junio de 1761: “Los pueblos de indios van depopulados, todos son sus esclavos (se refiere al gobernador) y (éste) dueño por lo mismo de los bienes de su sudor y de sus personas, hallándose maltratados y peor que los esclavos más rebeldes”.

Denunció sin ambages la explotación que sufrían los peones yerbateros del Paraguay, los “mensús” del Alto Paraná, por parte de los comerciantes de Buenos Aires. Efectivamente, la yerba de palos y la caá-miní eran dos productos esenciales en la vida de las reducciones o misiones jesuíticas. La primera se componía de hojas y tronquitos y la segunda era yerba molida en pilones. Los pueblos de Santa María, San Ignacio Guazú, Santa Rosa e Itapúa producían yerba de palos. La yerba caá-miní, más apreciada, era producida por todos los pueblos, menos San Ignacio Guazú, Nuestra Señora de Fe, Santiago, Yapeyú y La Cruz. La yerba mate era la principal fuente de recursos para los indios. A la yerba que era llevada a Santafé, se incorporaban los posibles sobrantes de azúcar, tabaco, cueros trabajados, maderas y lienzos, los que eran cambiados por plata y otros productos. Las rutas yerbateras seguían los cursos del Paraná y el Uruguay. Se comerciaba con Buenos Aires, Santa Fe, Chile y Lima. En Buenos Aires y Santafé estaban los procuradores, cuya función era la de vender los productos de las reducciones y conseguir los requeridos por éstas, además de —a través de la Administración General— pagar el tributo al Rey y contribuir a los sueldos de los funcionarios. Aún en el marco de la crisis demográfica y de productividad que siguió a la expulsión de los jesuitas en misiones, la yerba mate no dejó de extraerse y elaborarse. Los pueblos del Paraná, en cambio, dejaron muy pronto de hacer remesas a la Administración General de Buenos Aires, pues canjeaban su yerba a comerciantes particulares o enajenaban directamente la explotación de sus yerbales a empresarios españoles. Estas prácticas se inscribían también en el marco del proceso de disolución del régimen de comunidad; los mismos naturales de los pueblos eran contratados para realizar los trabajos. El funcionamiento, o la propia estructura de la explotación-venta, creaba situaciones abusivas por parte de los comerciantes criollos porteños sobre los guaraníes mensús, situación que, una vez conocida, el obispo de la Torre denunció.

Una vez en Buenos Aires, se enfrentó violentamente con el gobernador Pedro de Cevallos. En sus apuntes biográficos, Cándido Guerrero destaca el carácter enérgico del obispo, que —en desacuerdo con la gestión política de Pedro— elevó un expediente al Rey en términos bastante duros. Manuel Antonio de la Torre no tenía inconveniente en calificar a quienes interfirieran en su labor pastoral, ejerciendo muy activamente su autoridad diocesana. Aires reformistas azotaban el Río de la Plata y muy especialmente su capital, que contaba por entonces con cincuenta mil habitantes entre la ciudad y la campiña. Ese impulso de revitalización de la realidad americana se percibe en la figura de Manuel Antonio de la Torre; si la Corona propugnaba el enriquecimiento económico y preparaba la estructuración del nuevo virreinato, el obispo consideró que era preciso dotar la catedral de los elementos que le correspondían como lugar de culto y signo visible de la vida cristiana. Así, en 1775, solicitó autorización para trasladar tres mil cueros desde La Coruña a Bilbao, para venderlos e invertir en hierro labrado, pinturas y mármoles para la catedral. El mismo fin tendría la recaudación de las multas impuestas a los canónigos que faltaran al coro durante el rezo del oficio divino.

Tras el decreto de expulsión de la Compañía de Jesús en 1767, prohibió a sus feligreses de Buenos Aires que ayudaran a los jesuitas que marchaban al exilio. El obispo De la Torre impulsó que las escuelas antes dirigidas por ellos fueran asumidas por otras órdenes religiosas e incluso por el clero secular. Los franciscanos abrieron algunas; en 1772 el cabildo catedralicio por iniciativa de Manuel Antonio de la Torre instaló dos escuelas particulares en Buenos Aires. Otro proyecto educativo y apostólico del obispo de la Torre fue la creación de un seminario diocesano; para dar prioridad a esta iniciativa se opuso con la firmeza que le caracterizaba al traslado de la Universidad de Córdoba a Buenos Aires, apoyado por el obispo de Tucumán, Mons. Manuel Abad Illana. La Corona asumió este mismo criterio; Carlos IV reabrió la Universidad en 1800. Respecto a Paraguay, su sucesor, el obispo Velasco, fundó el Real Colegio Seminario de San Carlos en Asunción en 1783, culminando así otro de los proyectos de D. Manuel Antonio de la Torre.

El crecimiento continuo de la población rioplatense generó la necesidad de reestructurar las parroquias. En 1769 el obispo erigió seis curatos en el campo —Luján, Monte Grande, Costa de San Isidro, Baradero, Areco, Arroyos y la Magdalena— y seis nuevas parroquias en Buenos Aires: La Catedral, la Purísima Concepción, San Nicolás, Nuestra Señora del Socorro, Nuestra Señora de la Piedad y Nuestra Señora de Montserrat. En 1774 Manuel Antonio de la Torre impulsó el nombramiento de capellanes castrenses en las plazas fuertes y presidios, llegando a un acuerdo con la Administración civil para la resolución de su sostenimiento. Otra de las preocupaciones constante de de la Torre fue controlar a los miembros del cabildo de la catedral y los párrocos para que cumplieran sus funciones sin extralimitarse, y percibieran tan solo las rentas que les correspondieran.

Otra de sus preocupaciones fue el saneamiento económico de la diócesis. El principal punto de discordia entre el obispo y los administradores seglares de las rentas eclesiásticas fue la distribución de los diezmos. Las leyes de Indias prescribían que se repartieran en tercias o cuartas según figurara en el documento de erección de las catedrales. El sistema de tercias beneficiaba al obispo y cabildo, mientras que en el de cuartas, el porcentaje para los curas y el Rey era mayor. En Buenos Aires, tradicionalmente, se había hecho por tercias, hasta que en 1766 el gobernador Cevallos, considerando que esto lesionaba los intereses de la Corona, ordenó que se hiciera por cuartas; el obispo reaccionó argumentando que en la Bula de erección de la catedral, en 1629, se prescribía que se hiciese por tercias. La Corona afirmó que la Bula era de dudosa legitimidad por cuestiones jurídicas; el obispo apeló a los ciento cincuenta años de antigüedad del reparto por tercia. Tras un largo proceso de discusión en que cada parte aportaba pruebas para atestiguar la invalidez de las razones de la otra, en 1771 Carlos III ordenó que los diezmos se distribuyeran por cuartas. Manuel Antonio no se conformó y siguió defendiendo lo que creía justo. Por fin, en 1800 —veinticuatro años después de la muerte del prelado palentino en Charcas— se impuso el reparto por cuartas partes.

 

Bibl.: C. P. Guerrero Soriano, “Cambios Fundamentales en la región rioplatense: la reforma de los diezmos (1762- 1776) Manuel Antonio de la Torre, un obispo castellano en Buenos Aires”, en VV. AA., Castilla y León y América, t. III, Valladolid, Caja España, 1991, págs. 33-58; F. C. Uzquiza, “Etiquetas y conflictos: El obispo, el virrey y el Cabildo en el Río de la Plata en la segunda mitad del siglo XVIII”, en Anuario de Estudios Americanos, vol. 50, 1 (1993), págs. 55-100; F. Aguerre Core, “La visita general de la diócesis del Paraguay realizada por el Ilmo. D. Manuel Antonio de la Torre (1758-1760)”, en Revista Complutense de Historia de América, 25 (1999), págs. 111-138; F. Aguerre Core, Una caída anunciada. El obispo Torre y los jesuitas del Río de la Plata (1757-1773), Montevideo, Linardi y Risso, 2007; C. A. Page, “El exilio de los novicios jesuitas de la provincia del Paraguay”, en Archivum, 28 (2010), págs. 69-85; F. Aguerre Core, “Ni explotación ni utopía: un proyecto ilustrado en el corazón de América del Sur”, en Hispania Sacra, vol. 63, 128 (2011), págs. 519-544; Mª. E. Barral, “La Iglesia y las formas de la religiosidad (1580-1820)”, en Historia de la Provincia de Buenos Aires, t. II, Buenos Aires, Edhasa, 2012; A. Fraschina, “Las monjas de Buenos Aires en tiempos de la monarquía católica, 1745-1810”, en Nuevo Mundo Mundos Nuevos (2012) (disponible en http://journals.openedition.org/nuevomundo/64592); E. Giménez López, “El Consejo Extraordinario y la reordenación de los estudios en el Río de la Plata tras la expulsión de los jesuitas, a través de la documentación del Archivo General de Simancas”, en Magallánica: revista de historia moderna, vol. 1, 2 (2015), págs. 180-199; F. A. Pozzaglio y P. M. Svriz Wucherer, “Los sacramentos de bautismo, matrimonio y de extremaunción en Corrientes colonial: cambios en sus prácticas, tras la visita del obispo Antonio de la Torre a la ciudad (1764)”, en Temas de Historia Argentina y Americana, 23 (2015), págs. 235-270; I. Telesca, “Mujer, honor y afrodescendientes en Paraguay a fines de la colonia”, en América sin nombre, 15 (2015), págs. 30-38; J. G. Durán, “Orígenes de la Facultad de Teología. Contexto histórico y breve fundacional”, en Revista Teología, t. LII, 116 (2015), págs. 73-99.

 

Adelaida Sagarra Gamazo