Soto de Langa, Francisco de. Langa (Soria), 1534 – Roma (Italia), 25.IX.1619. Cantor pontificio, editor y compositor Nace en la ciudad soriana de Langa en 1534, fecha que se obtiene de los años que tenía en el momento de su fallecimiento, acaecido en Roma en 1619. No se conoce con precisión los datos referentes a sus años de formación; es plausible que recibiera lecciones de música en la Catedral del Burgo de Osma en calidad de seise.
Su biógrafo Paolo Aringhi afirma que desde muy joven mostró sus cualidades para la música, en especial para el canto, pues estaba en posesión de una extraordinaria voz. Consciente de su habilidad vocal y con el objetivo de lograr un puesto en la capilla, se trasladó a Roma: con fecha 8 de junio de 1562 se presentó a concurso para cubrir una plaza de soprano en la capilla papal que había quedado vacante, tal escribe Paolo Aringhi: “Fu esso a concorso con gusto universale dichiarato et eletto pel meglior soprano di tutti, [...] per I’esquisitezza del cantare, et in particolare della voce [...]”.
En la capilla papal, donde continuará casi hasta el final de su vida, desempeñó por largo espacio de tiempo el cargo de deán, siendo elegido en 1590 maestro interino de dicha capilla por el resto de los cantores, “cuyas funciones, en opinión de Rafael Mitjana, llenó con satisfacción de todo el mundo”. Una vez jubilado, nos recuerda su biógrafo Aringhi, los cantores corrían alborozados a recibirlo y saludarlo siempre que les hacía alguna visita.
Pero el papel ejercido por Soto no se limitó a la capilla pontificia para la cual no compuso ninguna obra.
Si a ello se hubiera circunscrito su actividad musical, su figura no habría tenido ningún tipo de repercusión fuera del ámbito histórico de dicha capilla. Otra institución desempeñará un papel destacado en la vida de Soto de Langa: la congregación de clérigos seculares, llamada vulgarmente del “Oratorio”, fundada por Felipe Neri, y establecida definitivamente en la iglesia de Santa María in Vallicella, previa la aprobación de Gregorio XIII, con fecha del 15 de julio de 1575. En esta congregación, a la que pertenecía, entre otros, el compositor Giovanni Animuccia, a cuya sombra se refugiará unos cuantos años Tomás Luis de Victoria, se inscribe Soto de Langa de modo estable en torno a 1577 ó 1578, trasladándose a vivir con ellos desde entonces, lo cual no obsta para que pudiera haber entrado en contacto con la citada comunidad religiosa con anterioridad, todo ello sin abandono de sus obligaciones para con la capilla pontificia.
Felipe de Neri otorgó al culto que se celebraba en el Oratorio un carácter popular, al intentar que los asistentes a las celebraciones y festividades litúrgicas participaran activamente, para lo cual el canto se iba a convertir en uno de los medios más eficaces de expresión y de atracción al servir de lazo de unión fraternal entre los fieles, así como en un eficaz medio de difusión de la doctrina cristiana. Para lograr todos estos objetivos, no eran útiles ni la lengua latina ni la polifonía culta del estilo palestriniano, sino el empleo de la lengua vulgar en vez del latín y el uso de melodías populares, armonizadas de modo más sencillo mediante la declamación silábica. Tales cantos recibieron el nombre de Laudi spirituali, “primer germen del Oratorio”, y a su creación va unida a la personalidad del compositor soriano, quien se encargó de la faceta artística que tan preeminente lugar ocupó en la Congregación de Felipe Neri. Si en la capilla papal se limitó exclusivamente a la interpretación vocal, aquí su función será triple: cantor, compositor y editor.
De sus intervenciones como cantor solista rinde admirada cuenta Paolo Aringhi: por el placer de oírle cantar “qualche canzonetta spirituale” después de los sermones asistía cada día más gente a las sesiones religiosas de la Congregación; los días de fiesta, sobre todo, bajaba después de la comida a la iglesia “e, cominciando quivi dolcemente a cantare alcuna bella canzonetta spirituale, andava insino che venisse l’hora del Vespro e del Sermone trattenendo i Giovanni”. El anonimato que preside los cinco libros de las Laudi spirituali publicados por él, no permite fijar con certeza el número de las compuestas por Soto. Gracias a otras colecciones, como Tempio Armonico, de Giovanni Ancina (Roma, 1599), y Nuove laudi ariose, de G. Arascione (Roma, 1600), sabemos que unas 23 de aquéllas se deben a la inspiración de Soto de Langa. Sin embargo, no son suyas, como creyó Rafael Mitjana, sino de Francisco Guerrero, las publicadas por Soto con texto en español, entre las que figuran Si tus penas, O venturoso día, Esclarecida madre y No ves, mi Dios.
Como publicista, se atribuyen a Soto varias colecciones de Laudi spirituali, divididas en dos series: la primera, compuesta de tres libros, fue iniciada en 1563 por Giovanni Animuccia, maestro de la capilla papal y penitente de Felipe Neri; todas las piezas contenidas en los dos primeros se deben al citado polifonista; el segundo se publicó en 1570. A partir del tercero de esta serie, publicado en Roma en 1577, dependió su dirección de Francisco Soto de Langa. La segunda serie comenzó en 1583 y estuvo compuesta de cinco libros con un total de doscientas veinte piezas.
Todos siguen un orden correlativo que se especifica en el título: Il primo [secaundo, terzo, quarto, quinto] Libro delle Laudi spirituali a tre [a tre et a quatro] voci Stampate ad instanza delli Reverendi Padri della Congregationi dello Oratorio, Roma, 1583, primero y segundo; 1588, 1591 y 1598, los tres restantes, respectivamente.
Todas estas ediciones Lo cierto fueron bien recibidos y se agotaron rápidamente .
Rafael Mitjana expresó un juicio crítico sobre Soto: “No fue, en verdad, un compositor de altos vuelos; quizá un mayor saber técnico le hubiera impedido llevar a efecto su obra, pero hay que reconocer que ésta, a pesar de sus lunares, fue una verdadera novedad para su tiempo, y constituye un germen fecundo cuya influencia no pudo ser más beneficiosa para la evolución progresiva del arte. Francisco Soto de Langa logró realizar, en forma artística, los propósitos de San Felipe de Neri, y su nombre, unido íntimamente a la creación del Oratorio, título de gloria más que suficiente para inmortalizar a cualquier artista, merece también figurar, con puesto honroso, en el grupo formado por los precursores de la música moderna”.
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Paulino Capdepón Verdú