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Pablo de Laguna

Biografía

Laguna, Pablo de. El Espinar (Segovia), 1547 sup. – Valladolid, 30.VII.1606. Consejero de Felipe II y Felipe III.

Era hijo de Francisco de Laguna, quien, entre otros cargos de la administración hacendística, fue lugarteniente de la Contaduría Mayor de Hacienda, teniente de la Escribanía Mayor de Rentas y receptor de la Diputación de las Cortes. Pablo de Laguna no siguió, sin embargo, el camino de su padre, y prefirió estudiar en la Universidad de Salamanca, hasta alcanzar los grados de licenciado en Derecho Civil y en Teología. Completó su formación académica en el colegio mayor de San Salvador de Oviedo, en el que ingresó el 24 de mayo de 1567. En esta institución permaneció hasta 1573, cuando su nombre ya se incluía entre la relación de individuos que podrían ser promocionados a alguno de los puestos de las diversas instituciones de la administración real. Tras finalizar sus estudios y adquirir las órdenes eclesiásticas, se produjo su entrada en la Inquisición al ser nombrado consultor del Tribunal de Granada. Asimismo, sus conocimientos de letrado le sirvieron para ingresar en la administración judicial con su designación, en 1575, como oidor de la Chancillería Real granadina. Pudo allí demostrar su capacidad en ambas responsabilidades, dados los conflictos y la inestabilidad que se vivía en esta zona tras la revuelta morisca de las Alpujarras.

Su nombre pasó a sugerirse entonces para ocupar algún oficio en la Corte. En 1582 fue propuesto a Felipe II para que desempeñara una plaza vacante de oidor de la Contaduría Mayor de Hacienda. No se llegó a producir tal designación y Laguna permaneció en Granada. Años después, por intercesión de Francisco Zapata de Cisneros, conde de Barajas, que desde 1582 se situaba en la presidencia del organismo, Laguna fue nombrado miembro del Consejo Real de Castilla, en febrero de 1585.

En este Consejo destacó en las numerosas comisiones que recibió. Su nombre siempre se incluía en las resoluciones más importantes de pleitos realizados, pero, sin duda, las ocupaciones de más relevancia que llevó a cabo fueron las diversas visitas o inspecciones que tuvo que realizar a varios organismos de la Corte, como la visita del correo mayor, de los aposentadores del Rey y “casas a la malicia”, o la conclusión de la “visita del Consejo de Hacienda, Contadurías y Órdenes”. En efecto, a finales de 1586, Felipe II encomendó a Laguna que continuara con la labor que años antes había emprendido el licenciado Chumacero.

Laguna comenzó a interrogar a los numerosos personajes que habían tenido responsabilidades en el manejo de caudales reales. Los principales encausados fueron el veterano factor y consejero de Hacienda Fernán López del Campo, y el antiguo tesorero general Juan Fernández de Espinosa. Ordenó el apresamiento y embargo de bienes de ambos personajes, cuyas sanciones significaron una importante restitución pecuniaria para la Hacienda Real.

Su firme labor en este tema le acarreó, sin embargo, la pérdida de la amistad de Barajas, que comenzó a intentar desacreditarle ante el Rey. Aunque el nombre de Laguna fue reiteradamente propuesto para acceder al Consejo de Cámara, donde se discutían los nombramientos y la concesión de mercedes, no llegó a alcanzar esta precedencia. No obstante, en 1588 fue nombrado consejero de Hacienda y, en enero de 1590, miembro del Consejo de la General y Suprema Inquisición. Su actividad en la Suprema estuvo muy limitada, dada su participación simultánea en los Consejos de Castilla y Hacienda, y en cuantas juntas se reunían para acometer la resolución de los problemas de gobierno. Sin duda, Laguna se había convertido en uno de los letrados con más protagonismo en la Corte de Felipe II. Formó parte así de la Junta de Cortes, que se encargó de negociar la concesión del primer servicio de millones entre 1588 y 1590, y por entonces también disfrutaba de diversas prebendas como canónigo de Segovia, arcediano de Cuéllar y prior de Puerto Real.

Su disposición a la realización de las visitas y a los demás cargos que ocupaba sirvió para que Felipe II le encomendara, el 12 de mayo de 1592, una delicada responsabilidad. Al quedar vacante la presidencia del Consejo de Hacienda, el Rey decidió que fuera ocupada por Laguna. No consideró Felipe II, sin embargo, conveniente dotar a Laguna de título de presidente, sino de gobernador, con un salario de 500.000 maravedís anuales. De esta manera, Laguna siguió perteneciendo al Consejo de Castilla, por lo que también recibía unos emolumentos de 250.000 maravedís anuales. Permaneció al frente del Consejo de Hacienda hasta la primavera de 1595, demostrando una decidida voluntad de fortalecer su entidad institucional. En estos tres años Laguna destacó por dos actividades: culminó la labor de la visita formando parte de la comisión que redactó las nuevas ordenanzas del Consejo de Hacienda, y, a pesar de las dificultades financieras, adquirió un considerable prestigio en la negociación de los caudales reales.

Las ordenanzas de El Pardo fueron promulgadas en noviembre de 1593, y, sin duda, para su elaboración se aprovechó la experiencia que Laguna había adquirido durante los últimos años en la inspección de los oficiales del ramo. Se trataba de un cuerpo normativo que procuraba consolidar la entidad institucional del Consejo de Hacienda, dotándole de una composición y competencias definidas normativamente.

Al mismo tiempo que se promulgaron, Felipe II renovó la facultad a Laguna para “que como más antiguo del Consejo de Hacienda y sin título presida en él y en las Contaduría mayor de Hacienda y de Cuentas”. Mantuvo además una incesante actividad en la búsqueda y movilización de recursos financieros.

Por entonces, el gasto de las campañas de Francia y Flandes se hallaba en el momento más crítico y no menor preocupación era atender al mantenimiento de las guarniciones de fronteras y presidios y a la vigilancia naval. En su breve panegírico sobre Laguna, González Dávila llegó a referir su labor en el Consejo de Hacienda afirmando que “en tres años que le sirvió [...] auía proueydo de la Real Hazienda para dentro y fuera del Reyno, treinta y ocho millones y cien mil ducados, dexando el estado de la Hacienda en notable mejoría”.

En abril de 1595 Felipe II decidió, sin embargo, que dejara la presidencia de este Consejo. Unas semanas más tarde, quizás con la intención de que su pericia sirviera para estimular la consecución de recursos hacendísticos de los territorios americanos, el 4 de julio de dicho año fue promocionado a la presidencia del Consejo de Indias, después de que el cargo se hallase vacante durante tres años tras el fallecimiento de Moya de Contreras. A finales del mismo año se creaba la Junta de Hacienda de Indias. En ella, durante los años siguientes, Laguna procuró incentivar las actividades mercantiles y acometió la introducción de la alcabala en los territorios americanos. Por otra parte, al frente del Consejo se emprendieron diversas medidas para mejorar la defensa de las posesiones indianas de los ataques de corsarios y de flotas enemigas. Cabe reseñar finalmente el impulso que recibieron la Junta de la Armada del Océano y la Junta de Guerra de Indias.

Si bien ya existían con anterioridad, fueron en los años finales del siglo cuando renovaron y fortalecieron su perfil institucional.

Con el ascenso de Felipe III al trono los órganos de gobierno indianos experimentaron notables cambios, como la creación de la Cámara de Indias. La Corte era un hervidero de mudanzas en los puestos de los Consejos y las casas reales provocadas por el ascenso de Lerma al valimiento y Laguna no permaneció al margen de estas murmuraciones cortesanas. En la primavera de 1602 se especulaba con la posibilidad de que retornara a la presidencia del Consejo de Hacienda, y “para que acepte esto el licenciado Laguna se le hará mucha merced, por ser la persona más suficiente que se sabe para esto”. Aunque generalmente Cabrera de Córdoba estaba muy bien informado, en esta ocasión sus impresiones no se cumplieron. Tampoco las que, un año después, le situaban como obispo de Segovia.

Al fin, en la primavera de 1603, fue sustituido en la presidencia del Consejo de Indias por el conde de Lemos y de Andrade, yerno del duque de Lerma.

Nombrado obispo de Córdoba en abril de 1603, acudió a residir en su mitra en el mes de noviembre, e inició su labor pastoral llevando a cabo una visita de inspección a la diócesis al año siguiente. Destacó por su “gran misericordia”, al dar copiosas limosnas en años de malas cosechas. Sus amplios conocimientos en materia hacendística provocaron que en junio de 1606 fuese requerido de nuevo en la Corte para tomar parte en diversas juntas celebradas en Madrid, donde falleció semanas después, el 30 de julio, a decir de González Dávila, “con grande arrepentimiento de morir ausente de sus ovejas”. Había fundado en El Espinar un convento de franciscanas, y dos capellanías en la iglesia parroquial. En su testamento legó además 5.000 ducados para la fábrica de la catedral de Córdoba, en cuyo crucero fue sepultado en 1607.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Escribanía Mayor de Rentas, Quitaciones de Corte, leg. 35.

G. González Dávila, Teatro de las Grandezas de la Villa de Madrid, Madrid, Tomas Junti, 1623, págs. 481-482; J. Gómez Bravo, Catálogo de los obispos de Córdoba [...], vol. II, Córdoba, 1778, págs. 571-576; L. Cabrera de Córdoba, Relación de las cosas sucedidas en la corte de España desde 1599 hasta 1614, Madrid, 1857 (ed. facs., Valladolid, Consejería de Educación y Cultura, 1997); E. Schäfer, El Consejo Real y Supremo de las Indias, Sevilla, Universidad, 1935-1947, 2 vols.; A. M.ª Carabias Torres, “Catálogo de Colegiales del Colegio mayor de San Salvador de Oviedo”, en Studia Historica, III, 3 (1985), págs. 63-105; A. A. Ruiz Rodríguez, La Real Chancillería de Granada en el siglo xvi, Granada, Universidad, 1987; C. J. de Carlos Morales, El Consejo de Hacienda de Castilla. Patronazgo y clientelismo en el gobierno de las finanzas reales, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1996; J. Martínez Millán y C. J. de Carlos Morales (dirs.), Felipe II (1527-1598). La configuración de la Monarquía Hispana, Valladolid, Junta de Castilla y León, 1998, págs. 414-415; I. Ezquerra Revilla, El Consejo Real de Castilla bajo Felipe II. Grupos de poder y luchas faccionales, Madrid, Sociedad Estatal para la Conmemoración de los Centenarios de Felipe II y Carlos V, 2000.

 

Carlos Javier de Carlos Morales

 

 

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