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Teodomiro de Iria

Biografía

Teodomiro de Iria. ?, ú. t. s. VIII – 847. Obispo, descubridor de la tumba de Santiago.

Aunque se desconoce su lugar y fecha de nacimiento, se supone que su pontificado comenzaría hacia fines de 818 o inicios de 819 —puesto que en septiembre de 818 aparece el obispo Quendulfo firmando un documento—. En una fecha próxima a 825, el obispo Teodomiro encontró en el bosque Libredón un edificio funerario de la antigüedad, construido en un terreno en declive, en medio de un cementerio olvidado del que era su tumba principal. En su interior había tres sepulcros donde reposaban tres cuerpos, identificados como los del apóstol Santiago el Mayor y sus discípulos, Teodoro y Atanasio. Es posible una aproximación a la tipología de este mausoleo a partir de la documentación medieval y los datos obtenidos por investigación arqueológica. Los textos indican que se definía como una domuncula (una pequeña casa); modo significativo de nombrar al edículo que centraba la ordenación de una antigua necrópolis abandonada. El mausoleo tenía dos plantas superpuestas: una cripta donde estaban los tres cuerpos, y un piso superior que funcionaría como capilla funeraria, en cuyo interior había un altar en el que se podía oficiar misa y atender el culto sepulcral. El aspecto de este edículo se puede conocer a través de las descripciones de textos anteriores a la demolición de su planta alta, a principios del siglo XII.

Se tiene noticia del descubrimiento de la tumba de Santiago a través de varias fuentes de los siglos IX al XII, preocupadas por destacar los detalles maravillosos de la revelación. Estas fuentes indican que, en el curso de varias noches sucesivas, surgieron sobre el bosque Libredón unas luces misteriosas que llamaron la atención de un eremita de nombre Paio, Pelayo o Pelagio, único habitante del lugar de Solovio. El sobrecogedor fenómeno fue interpretado por el eremita como un milagro de efectos desconocidos.

Paio se dirigió a Iria Flavia, para someter el hecho de las apariciones al ponderado juicio de Teodomiro, quien no tardó en dirigirse al Libredón para asistir al deslumbrante acontecimiento. Tampoco dudó el prelado iriense del carácter sobrenatural de las apariciones; se preparó espiritualmente durante varios días, con abstinencia y oración, y se internó en la espesura, hallando un sepulcro de piedra donde reposaban tres cuerpos. El obispo identificó estos cuerpos como pertenecientes al apóstol Santiago el Mayor y sus discípulos Teodoro y Atanasio, enviando emisarios a la sede regia de Oviedo para hacer partícipe del hallazgo al rey Alfonso II. Lejos de resultar un asunto enojoso, el Soberano se personó en Libredón, constatando la milagrosa revelación que tuvo lugar, como presagiaban los textos de Beda, en los confines de Occidente, “en tierras cercanas al mar Británico”.

Hay que suponer cordiales las relaciones de Alfonso II y Galicia, dado que el Rey se había criado y formado en el Monasterio de Samos, pero la certificación del hallazgo de la gran reliquia jacobea por parte de la Corona forma parte de una línea de actuación, de un planteamiento político, que liga en buena medida el destino histórico de la Monarquía astur a la defensa de la fe católica y de la Iglesia hispana.

No cabe duda de que, para la mentalidad de la época, tan piadosos objetivos eran justamente premiados con el mirífico hallazgo del cuerpo del santo patrono del Reino, cuya mediación imploraban clérigos, monarcas y gentes del pueblo.

El primer texto conservado que alude al descubrimiento de la tumba de Santiago es el documento de 834 que inicia el Tumbo “A” del Archivo de la Catedral de Santiago de Compostela. En este documento del siglo IX se expresa, en esencia, el concepto fundamental de la revelatio: el rey Alfonso II tiene noticia de la revelación en su tiempo de la tumba de Santiago el Mayor, por lo que se persona para venerar la reliquia del Patronum et Dominum de totius Hispaniae (“patrono y señor de toda España”), manda construir una iglesia en el preciso lugar del sepulcro, vincula el santo lugar con la sede episcopal de Iria Flavia, encarga a una comunidad de doce monjes dirigida por el abad Ildefredo la organización del culto en el nuevo templo y le ofrece al apóstol y al obispo, como ofrenda regia, el territorio comprendido en tres millas alrededor del templo jacobeo. Otros detalles complementarios del descubrimiento aparecen en fuentes posteriores al año 1000, como la Concordia de Antealtares (1077), el Chronicón Iriense, la Historia Compostelana, I (1109-1110) y el Privilegio de Gelmírez al Monasterio de San Martín Pinario, de 16 de abril de 1115. No obstante estas fuentes, la esencia del mensaje de la revelatio descansa en el documento alfonsino de 834. Desde el primer momento al Rey Casto le interesó potenciar el culto del santo patrono y señor del Reino. Pero el apóstol ya no sólo era el defensor celeste del Asturorum Regnum, sino de toda Hispania. Una extensión del patronato jacobeo que era consecuente con las aspiraciones de Alfonso II de representar como soberano a toda la España cristiana, combativa y antimusulmana.

La Concordia de 1077 firmada por el obispo Diego Peláez y el abad Fagildo de Antealtares, con el objeto de cesión de terrenos para la edificación de la cabecera de la catedral románica, se revela como notable fuente histórica sobre la revelatio. El texto —carente de “contaminaciones” filofrancesas— se revela muy interesante, pues certifica como época del descubrimiento de la tumba la del episcopado de Teodomiro de Iria. Si hubiese ocurrido en época de Carlomagno, el obispo de Iria no sería Teodomiro, sino Quendulfo, por lo que habrá que fijar el descubrimiento entre 820-830.

Los hallazgos arqueológicos en el subsuelo de la Catedral de Santiago, en las campañas de investigación de 1946-1959, vinieron a apoyar la vinculación de Teodomiro con Alfonso II y de éste con los orígenes de la Iglesia compostelana, puesto que la propia lauda sepulcral del obispo Teodomiro, fallecido el 20 de octubre de 847, apareció en 1955 en el subsuelo del crucero meridional de la Catedral, lo que refuerza la veracidad de la más antigua fuente escrita, que afirmaba que había sido Teodomiro, y no otro obispo iriense, el descubridor de la tumba de Santiago.

Desde el punto de vista político, hay que decir que al rey Alfonso II le interesaba explotar el hecho de que los restos mortales del santo patrono de la Monarquía y del pueblo hispanocristiano se hubiesen encontrado en los límites de su Reino, pues reforzaba el papel de su figura y de Asturias en el marco de la cristiandad occidental. Desde 785, época de Mauregato (783-788), Santiago era señor y patrono de la cristiandad astur, título que el apóstol siguió teniendo con Bermudo I (788-791), ampliado a todo el ámbito hispano por Alfonso II (791-842). En 812 el Rey Casto instauró por fin la sede episcopal de Oviedo y, aprovechando políticamente la ocasión del descubrimiento del sepulcro jacobeo, extendió a partir de 834 el patronato de Santiago a toda España.

En esa época existían en el Reino de Asturias las antiguas sedes episcopales de Iria Flavia y Lucus Augusti (Lugo), esta última restaurada por el obispo Odoario a mediados del siglo VIII. Pero con Alfonso II la capital política, Oviedo, va a ser también capital religiosa, heredera de la tradición religiosa del Reino visigodo de Toledo. El Rey Casto soñaba con la restauración de un orden político fuerte para combatir el Islam, basado en el papel integrador del catolicismo y contando con Santiago como santo patrono de ese nuevo movimiento político-religioso. Cuando Teodomiro informó al Soberano del hallazgo de la tumba del apóstol, Alfonso II no dudó en personarse como primer peregrino en el locus sanctus, puesto que la reliquia fortalecía sus objetivos políticos, al tiempo que prestigiaba el papel de la Iglesia asturiana recién instaurada. La revelación del sepulcro jacobeo en la diócesis de Iria, la única del Reino que se había librado de los ataques islámicos, tuvo que ser para la elite político-eclesiástica astur un regalo del Cielo, pues reforzaba los planteamientos ideológicos de un Estado que se autoproclamaba heredero del visigodo, defensor de la fe y de la Iglesia, feliz por haber recuperado una reliquia cristiana antigua tan valiosa como el cuerpo del evangelizador.

 

Bibl.: A. López Ferreiro, Historia de la Santa A. M. Iglesia de Santiago, I, Santiago, Seminario Conciliar Central, 1898, págs. 303-305; J. Guerra Campos, Exploraciones arqueológicas en torno al Sepulcro del Apóstol Santiago, Santiago, Cabildo, 1982, págs. 198-205; F. López Alsina, “Le Concordat de Antealtares”, en Santiago de Compostela, 1000 ans de pèlerinage européen, Gante, Europalia 85, 1985, págs. 203-204, n.º 4; La ciudad de Santiago de Compostela en la Alta Edad Media, Santiago, Ayuntamiento, 1988, págs. 105-106, 109- 112 y 119-120; “La Iglesia de Santiago y los monarcas de los reinos hispánicos de los siglos IX-XIII”, en J. I. Cabano Vázquez (coord.), Los reyes y Santiago. Exposición de documentos reales de la catedral de Santiago de Compostela, Santiago, Subdirección Xeral do Libro e Patrimonio Documental, 1988, págs. 17-19; “Concordia de Antealtares”, en Santiago, Camino de Europa. Culto y Cultura en la Peregrinación a Compostela, catálogo de exposición, Santiago, Xunta de Galicia y Arzobispado de Santiago, 1993, págs. 250-251, n.º 4; J. J. Cebrián Franco, Obispos de Iria y Arzobispos de Santiago de Compostela, Santiago, Agencia Gráfica e ITC, 1997, págs. 48-50; J. Freire Camaniel, “Los primeros documentos relativos a las iglesias de Antealtares y Santiago. Una lectura más”, en Compostellanum, XLIV, 3-4 (1999), págs. 338-341; J. Suárez Otero, “Concordia de Antealtares. Compostela, 17 de agosto de 1077. Traslado notarial de 1435 por Fernán Eanes sobre el original perdido”, en Santiago. La Esperanza, catálogo de exposición, Santiago, Xunta de Galicia, 1999, págs. 294-295; C. Baliñas Pérez, “De Covadonga a Compostela: Galicia en el marco de la construcción del Reino de Asturias”, en La época de la Monarquía asturiana. Actas del simposio celebrado en Covadonga (8-10 de octubre de 2001), Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, Principado de Asturias, 2002, pág. 378; F. Márquez Villanueva, Santiago: trayectoria de un mito, Barcelona, Bellaterra, 2004, págs. 58-63 y 183-222; F. Singul, Il Cammino di Santiago. Cultura e pensiero, Roma, Carocci, 2007, págs. 47 y ss.

 

Francisco Singul Lorenzo

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