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Plácido Antonio Fernández Arosa

Biografía

Fernández Arosa, Plácido Antonio. Santiago de Compostela (La Coruña), 15.I.1760 – 3.XII.1838. Pintor, grabador y profesor.

Nace en el seno de una familia vinculada con el mundo artístico. Su padre y su abuelo habían sido escultores, aunque ambos de muy poca fortuna y dotados de menos habilidad, y su hermano Tomás logrará ser pensionado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sin embargo, su formación muy bien pudiera estar vinculada con la escuela de Juan Antonio García de Bouzas, muy probablemente a través de Manuel Antonio Arias Varela, el pintor que en aquellos momentos gozaba de mayor renombre en la ciudad.

Hasta 1794, fecha de su ingreso en la Real Academia de Bellas de San Fernando (27 de abril), en la que coincidirá con su paisano Gregorio Ferro Requeijo, que por aquel tiempo desempeñaba el cargo de teniente director de la misma, se desarrolla su primera etapa; un período que estará ocupado por pequeños y nimios encargos que a duras penas le permiten sobrevivir; así, la obra más significativa de este período será la policromía del Retablo de Nuestra Señora de los Dolores de Santa María la Real de Conxo (Santiago).

Un trabajo que tendría que haber dejado algún poso en su procedimiento, en su toque, en los detalles; eso que sólo se puede aprender por influencia directa.

Pero este algo es tan insignificante, queda tantas veces sumido en la mediocridad, que únicamente podrá ser fruto de la brevedad de su estancia y nunca serle achacado a la incapacidad del pintor para la práctica del arte.

La segunda etapa, que finalizó en 1816, es la de pleno y máximo apogeo, aquella en que ofrecerá unas composiciones caracterizadas por la presencia de un amplio número de personajes (La Gloria, capilla general de Ánimas, Santiago) y en las que dominan las figuras de gran tamaño, tratadas con cierta grandeza y soltura, y en las que se advierten claras reminiscencias de los grandes maestros del Renacimiento italiano (La Visitación, iglesia de San Benito del Campo de Santiago, sigue fielmente aquella que con igual título, y que hoy guarda el Museo del Prado, había realizado Rafael) y, sobre todo, del Barroco (La Asunción, en el mismo templo compostelano, evoca modelos murillescos, remitiendo a la de la Kunsthalle y, sobre todo, a la del Museo de l’Ermitage; o La penitencia de San Pedro de la capilla del Buen Jesús de la catedral de Lugo, óleo en el que Fernández Arosa tiene en cuenta el San Pedro de los Venerables de Murillo al tiempo que el San Jerónimo y el ángel de Ribera), movimiento que primará en sus composiciones basadas, por lo general, en la diagonal y en la dispersión de fuerzas. Otras veces el espacio está constituido a través de arquitecturas que se levantan sobre órdenes gigantescos, claro que en estos casos la visión que ofrece es estrictamente frontal, creándose así un espacio estático que entra en colisión con el dinamismo de las figuras, lo que motiva que éstas se muestren fosilizadas como consecuencia de la impericia técnica del artista.

A todo lo anterior hay que sumar la pervivencia de ese gusto por las actitudes teatrales y declamatorias junto a un color que estará aferrado, como sucedía con todos aquellos pintores sometidos a la normativa mengsiana, a la férrea armazón del dibujo, que en más ocasiones de las que sería deseable se mostrará desaliñado, lo que le acarreará un grave perjuicio a la obra, pues éste era el elemento nuclear, el esqueleto que tenía que sostener los tonos, y no es posible que fuera de otro modo en aquellos años en los que el Neoclasicismo le negaba cualquier papel dentro de la pintura que no fuese el de su dama de compañía.

Sus procedimientos detallísticos y el escorzo con que dota a sus figuras vuelven a recordar las normas de la pintura barroca que muy pocos años antes había estado en boga, aunque, al igual que sucederá con los de las manos y los de los pies, rara vez están plenamente conseguidos.

Su obra se desarrolla prácticamente en el ámbito local, inundando con sus pinturas buena parte de las iglesias de su ciudad natal, no en vano son precisamente los años en los que la Iglesia compostelana vive un cierto esplendor, lo que se manifiesta en las múltiples obras que ésta realiza. Y, merced a ellas, concretamente a dos templos de nueva construcción, al de San Benito del Campo y a la capilla general de Ánimas se pondrá de relieve la enorme irregularidad del pincel de Plácido Fernández, pues junto a obras de inefable categoría merecedoras de encomio por la gran corrección del dibujo y la entonación, habrá otras, por desgracia un buen número, en las que se ve a un artista débil, mediocre, amanerado, poco jugoso, y en las que sus figuras dicen nada o muy poco. Pero también serán unos años extremadamente difíciles, de enorme inquietud política y gran inestabilidad económica, que se verá además incrementada por las malas cosechas que, de manera cíclica, sumirán a toda Galicia en una espantosa hambre: son las crisis de subsistencia de los años 1802-1804 y 1812-1813.

Será también entonces cuando ingrese (1806) como profesor de la Escuela de Dibujo de la Sociedad Económica de Amigos del País de Santiago, que se reinauguraba por esas fechas gracias al interés mostrado por el prócer compostelano Pedro de Cisneros, conde de Gimonde, quien no sólo le dará una organización distinta a la que años antes le había proporcionado Gregorio Ferro Requeijo, sino que terminará por instalarla en una casa de su propiedad en la calle de la Rúa Nova. Allí permanecerá hasta 1809, año en el que la citada institución entrará en uno de sus peculiares letargos, ya sea, como señala Manuel Murguía, porque los esfuerzos de su fundador “[...] se estrellaron ante la indiferencia pública y los encubiertos ataques [...]”, o bien por “[...] la ausencia de entusiasmo del fundador y principal sostenedor de la misma [...]”, como manifiesta Pérez Costanti, o porque la Guerra de la Independencia, como parece más plausible, la llevó a un progresivo decaimiento hasta desembocar en esa extinción cuando, precisamente, la ciudad de Santiago es invadida por las tropas napoleónicas, y cuando muere su protector, el conde de Gimonde.

En 1817 se inicia la tercera etapa de Plácido Antonio, aquella que se caracterizará por el predominio del retrato sobre la pintura religiosa, con la disminución del tamaño de sus obras, así como por la utilización del lienzo y la tabla como soporte frente a la del mural que había caracterizado la etapa anterior y que tan sólo en una ocasión, en la sacristía de la iglesia compostelana de San Benito del Campo, volverá a emplear para la Imposición de casulla a San Ildefonso.

Son contadas las obras que de este período han llegado a la actualidad, lo que por la temática dominante puede ser debido bien a su pérdida o a que todavía permanezcan condenadas al olvido en los desvanes de los grandes caserones. Claro que no puede considerarse esta faceta como algo nuevo en el hacer de Fernández Arosa, pues en su producción pictórica de la segunda etapa se hacía ya perceptible su inclinación a la individualización y personalización de los personajes; fijémonos, así, en la cabeza del San Benito en oración, o en las cabezas, que son verdaderos retratos, de los personajes que acompañan a San Pedro de Mezonzo (ambas obras en la iglesia parroquial compostelana de San Benito del Campo), donde, precisamente, el hecho de tratar de reflejar el pintor a dos personajes concretos es lo que lleva a Murguía a decir que “las cabezas son tan vulgares, que apenas si se soportan”.

Las obras de este tercer período son de escaso valor artístico, retratos en los que se sigue fielmente la tipología del retrato de aparato barroco: el del Arzobispo Fonseca y el de Diego de Muros, de la Universidad de Santiago, personajes que volverán a ser efigiados para el entonces Hospital Real. A ellos han de sumárseles los de Fernando VII, fiel calco del que años antes había realizado Francisco de Goya y que hoy guarda el Museo del Prado, una obra carente de valía y que muestra una notable deficiencia en la captación de los rasgos fisonómicos y un colorido verdad, natural, de amplia gama, que se contradice con los predicamentos del Neoclasicismo, cosa explicable por el origen del cuadro y por el traje y los accesorios tan vistosos con los que al Monarca se le engalana; y, sobre todo, el de Rafael Múzquiz y Aldunate, de claras reminiscencias barroquizantes, carente de proporción, de deficiente dibujo y dotado de una luz estandarizada y fosilizada.

La precaria situación económica con la que se cerraba la segunda etapa se agravará todavía más con los terribles años de 1817-1818. Es la crisis que sobreviene al final de las guerras napoleónicas, lo que, lógicamente, se verá reflejado en la producción pictórica de Plácido Antonio, de ahí que disminuya no sólo el número de obras, sino que prácticamente desaparezcan aquellos grandes conjuntos murales que habían caracterizado el período anterior.

 

Obras de ~: La Asunción, San Pedro de Mezonzo, San Benito en oración, Ángeles tañendo instrumentos musicales, La Visitación, La Crucifixión, La Trinidad sobre el mundo, La Iglesia triunfante, La Resurrección, La imposición de la casulla a San Ildefonso, San Agustín, San Ambrosio y San Jerónimo, iglesia parroquial de San Benito, Santiago de Compostela, 1800-1825; Los evangelistas, San Pedro en oración y María Magdalena, catedral de Lugo, 1805; La Inmaculada, Museo Provincial de Pontevedra, c. 1812; La Gloria, La Santa Cena, El lavatorio de pies y La Dolorosa, capilla general de Ánimas, Santiago de Compostela, 1816; Retrato de Alonso III de Fonseca, Retrato de Fernando VI y Retrato de Manuel Chantre y Torre, Museo do Pobo Galego, Santiago de Compostela, 1816; Retrato de Diego de Muros y Retrato de Alonso III de Fonseca, Universidad de Santiago de Compostela, 1817; Retrato del arzobispo Múzquiz y Adunate, convento de la Compañía de María, Santiago de Compostela, 1823; Vía crucis, convento de los padres franciscanos (Herbón), Padrón (La Coruña), c. 1830; San Francisco orando ante el altar y reliquias del Apóstol Santiago y San Francisco entrega el canastillo de peces a San Martín, iglesia conventual de San Francisco, Santiago de Compostela, s. f.

 

Bibl.: E. Fernández Castiñeiras, “Pintura neoclásica y romántica”, en R. Otero Pedrayo (dir.), Gran Enciclopedia Gallega, vol. XXV, op. cit.; M. Murguía, El Arte en Santiago durante el siglo xviii y artistas que florecieron en dicha ciudad y centuria, Madrid, Est. Tipográfico de Ricardo Fe, 1884; P. Pérez Costanti, “Don Plácido Fernández. Pintor”, en El Eco de Santiago, 24 de julio de 1904; J. Couselo Bouzas, Galicia artística en el siglo xviii y primer tercio del xix, Santiago, Imprenta del Seminario Conciliar, 1932; J. Couselo Bouzas, La pintura gallega, Santiago, Porto y Cía., 1950; E. Fernández Castiñeiras, “Plácido Antonio Fernández Arosa”, en R. Otero Pedrayo (dir.), Gran Enciclopedia Gallega, vol. XII, Santiago de Compostela, Gran Enciclopedia Gallega, 1980; M. Chamoso Lamas, “Pintores compostelanos en los siglos xviii y xix”, y J. M. López Vázquez, “Pintores compostelanos”, en Catálogo homenaje a pintores compostelanos, La Coruña, Diputación Provincial, 1981; X. Costa Clavell, “La pintura gallega de los siglos xvii, xviii y xix”, en M. Colmeiro Guimarás et al. (coords.), Plástica Gallega, Vigo, Caja de Ahorros Municipal, 1981; M.ª L. Sobrino Manzanares, “La Edad Contemporánea”, en J. M. Vázquez Varela et al., Historia del arte gallego, Madrid, Alhambra, 1982; X. Fiolgueira Valverde, “La pintura gallega desde el barroco hasta la posguerra”, en Galicia Eterna, vol. V, Barcelona, Nauta, 1984; J. M. López Vázquez, “El Neoclasicismo y el siglo xix”, en Enciclopedia temática de Galicia, vol. V, Barcelona, Nauta, 1988; E. Fernández Castiñeiras, “Plástica Neoclásica”, en M. Á. González García et al., A Arte Galega, Estado da cuestión, A Coruña, Xunta de Galicia, 1990; Un siglo de pintura gallega: 1750-1850, Santiago de Compostela, Universidad, 1992; “La pintura neoclásica en Galicia”, en X. Fernández Fernández (coord.), Experiencia y presencia neoclásicas, La Coruña, Universidad, 1994; J. M. López Vázquez e Y. S eara Morales, “Arte Contemporáneo”, en Galicia-Arte, vol. XV, La Coruña, Hércules, 1995; E. Fernández Castiñeiras, “Plácido Antonio Fernández Arosa”, en C. del Pulgar Sabín (ed.) y A. Pulido Novoa (dir.), Artistas galegos pintores. Ata o romanticismo, Vigo, Nova Galicia, 1999; F. Pérez Rodríguez, “Noticias y precisiones sobre el pintor Plácido Fernández Arosa”, en Compostellanum, vol. XLVI (2001).

 

Enrique Fernández Castiñeiras

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