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Juan de Ciriza y Balanza

Biografía

Ciriza y Balanza, Juan de. Marqués de Montejaso (I), en Nápoles. Pamplona (Navarra), c. 1569 – 21.IX.1638. Caballero de Santiago, secretario de Estado y consejero del Consejo de Guerra.

Procedía de una familia relativamente humilde, afincada en la capital del reino de Navarra, y de hidalguía sencilla. Su padre, Carlos de Ciriza, era procurador en la Curia Episcopal de Pamplona y ante los tribunales reales en el Reino (Corte Mayor y Consejo Real). La madre, María Juana de Caparroso, quedó muy pronto viuda (1571), con tres hijos pequeños: Tristán, Juan y María. Los Caparroso eran una familia de mercaderes que, a lo largo del siglo XVI, alcanzaron la nobleza merced a sus servicios letrados. Además, la abuela materna de Juan de Ciriza había estado casada con el bachiller Pedro de Balanza, oidor del Consejo Real de Navarra. Pero el contacto con el mundo de la burocracia de la Corte en Madrid, probablemente, vino a través de su pariente Juan Vicente Marcilla de Caparroso, que fue asesor del gobernador real, regente de la Audiencia de Aragón durante treinta y cinco años y, finalmente, consejero en el Consejo de Aragón (1584-1593).

Juan de Ciriza debió de emigrar muy joven de Pamplona, probablemente junto con su hermano Tristán, iniciándose ambos en los oficios de pluma, como secretarios y administradores señoriales. No se sabe que cursara ningún tipo de estudios, al menos universitarios.

En 1589, con apenas veinte años, aparece ya en el Consejo de Indias, como aprendiz sin sueldo del Rey. En 1597 era administrador de la villa y estado de Carpio, bajo el marqués Diego López de Haro.

Ambos hermanos debieron de moverse en el ámbito de la burocracia consiliar aragonesa más que en la de Castilla. En el testamento de 1637, Juan de Ciriza se encomendó a la protección del protonotario de Aragón, Jerónimo de Villanueva, quien, a su vez, se sentía obligado personal y políticamente con él (“me acuerdo de mis obligaciones a su servicio”, le escribe a Ciriza en 1633). Su padre, Agustín de Villanueva, había dirigido la Secretaría de Aragón desde 1571, y quizá allí sirvieron un tiempo los Ciriza. Y Tristán fue contino de la Casa de Aragón (1609-1614).

No es sorprendente que ambos hermanos entraran en contacto con el duque de Lerma y pasaran al servicio de quien había sido virrey de Valencia durante los últimos años de Felipe II. Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, quinto marqués de Denia, que era capitán general de la Caballería y valido del joven Felipe III, tomó a Juan como su secretario personal.

Juan de Ciriza inició entonces, junto con su hermano Tristán, un rápido ascenso burocrático. Fue nombrado secretario personal de Felipe III (1605) y secretario de la Caballería de España en el Consejo de Guerra en 1610. Por entonces, los principales “validos del valido”, Pedro Franqueza —también procedente de la burocracia aragonesa y secretario del Consejo de Estado— y Rodrigo Calderón —secretario de la Cámara—, empezaron a ser acusados por su rápido enriquecimiento y encumbramiento, en la Corte y por el pueblo. Juan de Ciriza vino a relevarles en el manejo de los papeles. Así lo recuerda Cabrera de Córdoba: “Ha comenzado a ocupar su lugar en los papeles y consultas el secretario Juan de Ciriza, que lo es del Consejo de Guerra, y tiene escritorio en el aposento del Duque, cuyo criado es de muchos años y muy benemérito de cualquier cosa; con lo cual don Rodrigo [Calderón] quedará sin esta ocupación”.

En 1612, Rodrigo Calderón abandonó la Corte para servir una embajada extraordinaria en París, de modo que se redujera la presión contra él. Ciriza, entonces, fue nombrado secretario de Estado de la negociación del Norte el 10 de septiembre de 1612, sucediendo en los papeles a Antonio de Aróstegui, a quien, a su vez, en esa misma fecha, se le confiaron los de la de Italia. Los asuntos de Guerra se entregaron a un hermano de éste, Martín de Aróstegui, que había sido veedor general de las armadas del Océano, por lo que no salían del grupo de “criados” de Lerma.

Ese mismo año, Tristán de Ciriza —también considerado como criado del duque— obtuvo el título de secretario del Rey y, en 1613, el de secretario de la Inquisición; pero murió al año siguiente y quedó su hermano Juan como heredero universal.

Los años 1612-1621 fueron los de mayor poder e influencia en la Corte, sirviendo tanto a Lerma como también a su hijo, el duque de Uceda, cuando la rivalidad entre padre e hijo acabó por alejar de la Corte al primero, desde 1618. Cuando Joan Francesc Rossell acudió a Madrid en 1616-1617 como diputado de Barcelona, visitó en repetidas ocasiones al poderoso Juan de Ciriza: “ell és lo que aporta les consultas als duchs y aprés al Rey”. Era habitual que más de cien personas, cada día, esperaran para entrevistarse con él. Por sus manos pasaron importantes cantidades de dinero, remitidas por los virreyes de Sicilia y de Nápoles, el conde de Lemos y el duque de Osuna. En 1617, Felipe III firmó una cédula para que no se le pidieran cuentas a Juan de Ciriza de los 100.000 ducados que había empleado “para cosas secretas de mi servicio”.

Con la entronización de Felipe IV llegó al poder un equipo nuevo, liderado por Baltasar de Zúñiga y el conde de Olivares. En ese mismo año de 1621, fray Juan de Santamaría, que desde el entorno de la Reina se había opuesto a la privanza de Lerma, aconsejó arrinconar de inmediato a quienes eran los principales responsables, con el duque de Uceda, de la “destrucción de esta Monarquía”. Junto con el inquisidor fray Luis de Aliaga, el patriarca de las Indias (Diego de Guzmán) y el presidente del Consejo de Castilla (Fernando de Acevedo), Santamaría insistió en la importancia de desplazar del poder al secretario real: “Juan de Ciriza ha sido un contagio común de todas las materias. Las provisiones ha gobernado totalmente a su modo, con extraordinario desconsuelo y violencia que han padecido cuantos pendían de ellas. Las mayores de Estado las ha torcido todas por insuficiencia y afectos, de manera que podría reducirse a infidelidad, mayormente considerando la repugnancia que ha tenido en querer ser advertido de ellas, y siendo esto por condición e incapacidad, terrible es el daño y escrúpulo que puede tenerse de verle con mano en cualquiera de estas cosas”.

Ciertamente, el protagonismo político de Juan de Ciriza empezó entonces a declinar, pero no fue encausado judicialmente, como otros colaboradores de Lerma, ni perdió de inmediato su posición en la Corte. De hecho, siguió siendo secretario de Estado para el Norte hasta 1624, en que, a la muerte de su compañero Antonio de Aróstegui, vino a sucederle en la Secretaría de Estado de Italia, mientras Andrés de Prada, a su vez, sucedía a Ciriza en los papeles de Flandes, Alemania y Francia. Probablemente la amistad de Ciriza con Jerónimo Villanueva, hombre de confianza de Olivares, tuviera que ver con esto. “Juan de Ciriza ha sido siempre mi amigo y le he hallado el más leal y confidente y seguro del mundo”, dice un informador anónimo que exclamó el conde-duque en cierto momento. Pero la muerte de Andrés de Prada propició que Juan de Ciriza cesara en el cargo el 12 de febrero de 1626, como ya había solicitado, y esta vez un hombre de plena confianza del valido, Juan de Villela, ejerció ambas secretarías.

Juan de Ciriza, ya maduro y de salud precaria, fue recompensado con un puesto de consejero de Guerra y en la Junta de Guerra de Indias, y con un título nobiliario.

En 1626 se le hizo merced de “un feudo en Italia, con título de marqués, de valor de cuatro mil ducados de principal”. Finalmente se le concedió el marquesado de Montejaso —en los Abruzzos, reino de Nápoles— en 1628, para sí y sus sucesores, pero nunca pudo cobrar las rentas que se prometían. En 1635, Diego Bernardo de Zufía, regente del Colateral de Nápoles, le informaba de que aquel casal de apenas cincuenta y un fuegos, donde sólo ejercía la jurisdicción, no valía más de 1.000 ducados, que nunca llegó a cobrar.

Los últimos años de su vida, entre 1627 y 1638, debieron de transcurrir principalmente en Pamplona, dedicado a supervisar la construcción de la iglesia y convento de la Inmaculada Concepción de agustinas recoletas. Las obras comenzaron en 1624, siguiendo trazas del arquitecto Juan Gómez de Mora, y se pudieron inaugurar diez años después. Como era habitual, se habían dispuesto unas habitaciones como residencia de los marqueses, y las sepulturas donde sería enterrado el matrimonio. Las escrituras de fundación (1632) estipulaban que, a su muerte, los derechos de patronato los ejerciera su hijo natural, Juan de Ciriza, arcediano de la Cámara de la Catedral de Pamplona, que también contribuyó generosamente a la dotación del templo y del convento.

Durante estos años de retiro en Navarra, Juan de Ciriza desempeñó también una labor de intermediación política entre la Corte y el reino. En 1629 recibió el encargo de Felipe IV de ponerse en contacto con todos los navarros caballeros de Órdenes Militares, para que contribuyeran con sus personas o con dinero a las necesidades del Rey. También medió en el conflicto entre la ciudad y las autoridades militares sobre la taberna del vino. Y en 1631 actuó como consejero informal del virrey interino, el obispo de Pamplona Pedro Fernández Zorrilla. El inventario de los bienes muebles que hizo su hijo, el arcediano de la Cámara, muestran una casa relativamente sobria donde, sorprendentemente, no había un solo libro.

La promoción social de Juan de Ciriza y de su familia, al igual que su enriquecimiento, progresaron al ritmo de sus ascensos políticos. Dos sentencias de la Corte Mayor (1601) y del Consejo Real de Navarra (1602) certificaron que su familia era hidalga y que procedía de los palacios de Ciriza, de Otazu y de Uztárroz, lo cual resulta muy poco claro. En 1613, obtuvo el hábito de caballero de Santiago, siendo investido solemnemente por el propio duque de Lerma, y actuando como padrino el de Uceda. Y en 1617 se le concedió el disfrute de las encomiendas de Ribera y Aceuchal, con su jurisdicción y rentas. Sin duda, llegó a reunir una notable fortuna y pudo construirse una gran casa en la parroquia de San Martín. Como era habitual, al sueldo de su oficio como secretario añadió otras ayudas de costa y diversas mercedes sobre rentas (correo mayor de Nueva España, “valançario” de la Casa de la Moneda de Madrid, diversas rentas sobre las aduanas de Navarra, etc.) y otros títulos menores, como el de merino de la Merindad de Tudela (1603). Además, heredó a su hermano Tristán, muerto en 1614 cuando preparaba su boda con Jerónima de Tovar.

El título de marqués de Montejaso (1628) le abrió las puertas de las Cortes de Navarra, a cuyo brazo militar fue convocado por iniciativa personal del virrey.

Ahora bien, no se le cita jamás en las actas de esos años y siempre se le escatimó, en las listas, el título de “don” que correspondía a los caballeros y a los titulados.

Juan de Ciriza intentó afirmar el honor de su estirpe adquiriendo, en 1630, la jurisdicción de dos pequeñas aldeas cerca de Pamplona: Ciriza y Echarri.

Para ello pagó 1.500 ducados, aprovechando el poder que Felipe IV concedió al conde de Castrillo para “beneficiar gracias” en el reino de Navarra. Como señor del lugar de su apellido, de donde procedía su padre, ejerció la jurisdicción civil y criminal por medio del alcalde, que nombraba entre una terna que le proponían los vecinos. En mayo de 1637, desengañado por la dificultad de cobrar las rentas prometidas de Montejaso (“queda este título con sólo el nombre”), pretendió renunciar a él a cambio de obtener el de vizconde de Ciriza, “para que con esta honra y estimación acabe los pocos días que le restan”. Pero Felipe IV, aun reconociendo sus méritos, no se lo concedió, y tampoco a su heredero, su sobrino-nieto Juan de Oco y Ciriza.

No tuvo hijos de su mujer, Catalina Alvarado y Velasco, de origen probablemente extremeño y hermana de un oidor de la Audiencia de Quito. Reconoció como hijo natural suyo y de Lorenza de Cevallos, a Juan de Ciriza, a quien destinó a la iglesia proporcionándole las rentas de la abadía de Barasoain, una de las pocas que eran de patronato real en Navarra. Le ayudó en sus estudios de Cánones en la Universidad de Huesca, donde se doctoró y, en 1621, se le otorgó a su hijo el arcedianato de la Cámara, una de las dignidades más ricas de la catedral de Pamplona, gracias al favor de la Corte. En buena medida, la dotación del convento de las agustinas recoletas fue obra tanto del padre como de este hijo, también enterrado en el convento tras su fallecimiento.

El ascenso político y económico de Juan de Ciriza sostuvo el engrandecimiento de las otras ramas de su familia, que, gracias a su protección, emparentaron con la primera nobleza del reino y desplegaron importantes carreras militares, más acordes con el estatuto de nobleza. No se explica de otro modo el rápido ascenso de su cuñado Juan Jiménez de Oco, casado en 1603 con María Ciriza, que de simple oidor de la Cámara de Comptos en Pamplona (1592) llegó a oidor del Consejo de Órdenes en Madrid (1616).

Dado que Juan de Ciriza no podía esperar descendencia, los sobrinos de este matrimonio fueron promovidos a carreras de letras (Francisco fue alcalde de la Audiencia de Sevilla), eclesiástica (Diego, tesorero de la catedral de Pamplona) y militar (Juan).

Heredó el mayorazgo, el título y el señorío este último sobrino, Juan de Oco y Ciriza, a quien su tío dotó espléndidamente (4.000 ducados) de modo que pudiera casarse (1624) con Eustaquia de Artieda, heredera de una familia de indudable nobleza, señora de los palacios de Orcoyen y Equisoain desde antes de la conquista del reino. Juan desplegó, bajo la protección de su tío y de su padre, una rápida carrera militar en Flandes y Milán. En 1630 se le nombró castellano de la ciudadela de Pamplona con el rango de maestre de campo general del Ejército de Navarra, algo inusitado dado su arraigo familiar en el reino, y que le llevó a un serio conflicto de competencias con el virrey y capitán general de la frontera. Murió tempranamente, cuando se le había promovido como capitán general en Cartagena de Indias, dejando un solo hijo, Bartolomé de Oco y Artieda, que, después de una juventud agitada, terminó profesando en la Compañía de Jesús y renunciando a sus derechos. El mayorazgo y el señorío de Ciriza se vincularon entonces al convento de agustinas recoletas de Pamplona, después de una compensación económica (1658).

 

Bibl.: J. A. Escudero, Los secretarios de Estado y del despacho (1474-1724), vol. I, Madrid, Instituto de Estudios Administrativos, 1976, págs. 223-243; I. Ostolaza Elizondo, “El acceso de los navarros a la administración castellana: el caso de Tristán y de Juan de Ciriza”, en Príncipe de Viana, LXI, n.º 220 (2000), págs. 433-447; J. L. Sáenz Ruiz de Olalde, Monasterio de Agustinas Recoletas de Pamplona. Tres siglos de historia, Pamplona, Gobierno de Navarra, 2004.

 

Alfredo Floristán Imízcoz