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Sofía Troubetzkoï y Moussine Pouschkine

Biografía

Troubetzkoï y Moussine Pouschkine, Sofía. Condesa y duquesa de Morny. Marquesa de Alcañices y duquesa de Sesto. San Petersburgo (Rusia), 25.III.1838 – París (Francia), 9.VIII.1896. Dama, noble.

Hija del príncipe Sergio Vassilievitch Troubetzkoï (1814-1859), casado con Catalina Petrovna Moussine Pouschkine. Los contemporáneos proclaman el origen imperial de Sofía como hija del zar Nicolás I. Nacida el mismo año del enlace de sus padres, el 5 de abril según el calendario gregoriano, Catalina pidió al Emperador marchar con la niña a París, pues temía que su marido quisiera apoderarse de Sofía. Entre la buena sociedad francesa fue bien acogida, haciéndose pasar por familiar del poeta Pouschkine, quien había fallecido en duelo en 1837. Sofía no tenía nueve años aún cuando abandonó París para marchar a Rusia donde la hicieron entrar en Smolny, famoso pensionado donde estudiaban las hijas de la nobleza que aspiraban a ser damas de la Emperatriz, y en el que Sofía pasó nueve años, convirtiéndose en una verdadera rusa. Gracias a su tía la condesa María Worontzow entró en el Palacio de Invierno como aspirante a “frelina” poco antes de la muerte del zar Nicolás I en marzo de 1855, al que Sofía lloró como a un padre y siempre recordó con veneración.

Con motivo de la coronación del nuevo zar Alejandro II, el 26 de agosto (2 de septiembre según el calendario gregoriano) de 1856 en la Catedral de la Ascensión del Kremlin (Moscú), llegaron numerosos embajadores, entre ellos, representando a Francia, el conde Augusto de Morny, presidente del Congreso de Diputados y, lo que era menos conocido, hermanastro de Napoleón III por ser también hijo de la reina Hortensia. La condesa Worontzow presentó a Sofia al embajador, que no tardó cuatro semanas en pedirle matrimonio, pese a tener veintiséis años más. La boda tuvo lugar el 7 de enero (19 de enero, según el calendario gregoriano) de 1857 en el palacio de la princesa Kotchoubey. Después de firmar junto al príncipe Alejandro Gorstchakoff, gran amigo de Morny, un tratado comercial y marítimo (14 de julio de 1857) los condes de Morny abandonaron Rusia. Al llegar a París el 4 de julio, Morny tomó posesión del nuevo hotel de la Presidencia, el Palacio de Lassay, donde Sofía residió durante ocho años. Ella no quiso presentarse en la Corte antes de dar a luz a su primogénita, María (19 de enero de 1858). Su relación con la emperatriz Eugenia fue siempre distante y fría. También le molestaba la etiqueta que la Emperatriz había implantado, así como las recepciones a los diputados, que Morny cuidaba mucho. Su marido creó una ciudad junto al río Tulle y ella diseñó el paseo marítimo y quiso tener una casa en Deauville para el verano. Sofía tuvo cuatro hijos y un aborto, sufrió las infidelidades de su marido, al que perdió de una pancreatitis, y a su muerte encontró su fortuna diezmada, viéndose obligada a vender alhajas y cuadros, así como muebles y esculturas.

Casó en segundas nupcias con José María Osorio y Silva, duque de Sesto y marqués de Alcañices, de cuarenta y tres años, quien fuera novio de la emperatriz Eugenia y poseedor de una gran fortuna. Sofía se convirtió al catolicismo, casándose en Vitoria el 4 de abril de 1868; ese mismo año, en septiembre, Isabel II era destronada y con sus hijos se refugiaba en París, donde “Pepe Alcañices” se convirtió en paladín, buscándole acomodo e invitándola a veranear en Deauville con su familia. Sofía secundó a su marido en todo, y apoyó la restauración del joven Alfonso al trono de España, por el momento, ocupado por Amadeo I y su esposa María Victoria del Pozzo recién llegada a Madrid. La casa de Sofía se convirtió en el cuartel de los alfonsinos y ella, que en Francia aborrecía la política, se convirtió en la figura central en pro de la Restauración; regalaba flores de lis, ayudó a Cánovas del Castillo en su secretaría y sobre todo invitó sin parar, acogiendo con simpatía a las esposas de los militares, con la idea de atraerlas a la causa. En cambio, sin conocerse, detestó a la duquesa de la Torre a quien llama “la regente” y “la cubana”, mientras que ésta la bautizó “la tísica” y la “moscovita”.

Amadeo I y su familia regresaron a Italia y la República —que no llegó a durar un año— se implantó en España. Mientras, algunos políticos desearon formar parte de las huestes alfonsinas, como Romero Robledo (el creador de la “Partida de la Porra”) y Felipe Ducazcal (el actor de “Rebelión de las Mantillas”). El 2 de enero de 1874 se abrieron las Cortes, el general Pavía y Rodríguez de Alburquerque las disolvió y, como no quiso ser “poder”, pidió al general Serrano, duque de la Torre, que fuese el presidente, según algunos “consolidando la República Unitaria” y comenzando una fase dictatorial. Poco después, los carlistas sitiaban con sus fuerzas los altos de Bilbao, cayendo muchos soldados liberales. Sofía y sus amigas no dejaron de obtener fondos para socorrer a las tropas. Entre los heridos, se encontraba el teniente general Fernando Primo de Rivera. La marquesa de Alcañices acompañó al general y a su esposa, de quien era muy amiga, durante la convalecencia del herido. Al llegar el verano, Sofía abrió su casa de Deauville a la reina destronada y a sus hijas; el príncipe Alfonso se encontraba de viaje por Europa antes de entrar en la academia inglesa de Sandhurst. Sofía, bien aleccionada por Cánovas, trató de que Isabel II fuera consciente de que la restauración debía de producirse a favor de don Alfonso, en contra de los informes de “su camarilla”. Es conocido que la marquesa influyó en la Reina para que confirmase a Cánovas del Castillo como su representante.

Desde ese verano Cánovas del Castillo trabajaba en el manifiesto que querían publicar con motivo del cumpleaños de don Alfonso. Don Antonio solía redactar el borrador en su casa y tras el almuerzo lo solían discutir en el palacio de Alcañices, y como Cánovas tenía una letra difícil, Sofía iba copiando los párrafos que se habían seleccionado y que ella misma luego ponía en orden. Según Melchor Fernández Almagro, Sofía hizo la traducción para la versión francesa que copió dos veces para enviar una en una sombrerera a su pariente la princesa Troubetzkoï para que llegase a manos del zar Alejandro II y otra dentro de una anguila de mazapán de Toledo que regaló al canciller Gortschakoff, quien era sumamente goloso. Cuando las potencias europeas discutían la proclamación de Alfonso XII fue una gran sorpresa que Rusia, que siempre había apoyado la causa carlista, fuese de las primeras naciones en reconocer la Monarquía Liberal de España. “Mi tía, en un papel finísimo de seda, lo copió dos veces para que llegase a manos del príncipe y lo firmase”, escribe Benalúa. El manifiesto tiene el sabor romántico de una carta íntima por su presentación y se editó en París en la Imprenta Glaire.

Cuando el Rey fue proclamado en Sagunto por Martínez Campos y los hermanos Dabán el 29 de diciembre de 1874, fue necesario convencer a Cánovas del Castillo y a Primo de Rivera, que era capitán general de Madrid, de que lo admitieran, y los marqueses de Alcañices emprendieron con suerte la labor y lo lograron. Cuando Alfonso XII entró en Madrid, al pasar junto al palacio de Alcañices, saludó a Sofía con el ros en la mano y antes de salir para el frente de Navarra fue a visitarla, el 18 de enero de 1875, agradeciéndole cuanto había hecho por la Restauración, añadiendo que “ya reconocía los primeros compases de la Marcha Real”.

En adelante, la marquesa de Alcañices se vio alejada del mundo de la Restauración. Sofía no comprendió la actitud generosa de Cánovas del Castillo hacia la duquesa de la Torre y lo sintió como una afrenta personal. Los veinte últimos años de su vida fueron tristes y estuvieron ensombrecidos por el suicidio de su primogénita, los disgustos de Missy, la muerte de Alfonso XII, los negocios fantásticos de Carlos, que siempre perdía, la venta del palacio de Madrid, etc., así como por los libros en que la criticaban bajo otros nombres: Le Nabab de A. Daudet y Pequeñeces del padre Coloma. Debido a que era una fumadora empedernida, padeció un enfisema pulmonar que en pocos meses acabó con su vida.

 

Bibl.: A. de Sagrera, Una rusa en España. Sofía duquesa de Sesto, pról. de G. Anes, Madrid, Espasa Calpe, 1990.

 

Ana de Sagrera

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