Ayuda

Melchor Francisco Jiménez Brea

Biografía

Jiménez Brea, Melchor Francisco. Francisco de San José. Mondéjar (Guadalajara), 1654 – Ocopa (Perú), 26.XI.1736. Benemérito franciscano (OFM), fundador del convento de Ocopa.

Sus padres, Juan Jiménez y Ana de Brea, al bautizarlo, le pusieron los nombres de Melchor y Francisco.

En su juventud siguió por algunos años la carrera de las Letras, pasando en Flandes a los tercios españoles, donde prestó sus servicios durante seis años. Vuelto a España, vistió el hábito franciscano en la recolección de San Julián, extramuros de la villa de Ágreda (Soria). Al profesar tomó el nombre de Francisco de San José; después de terminar los estudios eclesiásticos, fue ordenado de sacerdote. Hacia el año 1691 se embarcó con otros religiosos, rumbo a México, donde fue destinado al colegio de misioneros de Santa Cruz de Querétaro, donde permaneció durante dos años predicando con celo incansable, logrando numerosas conversiones, reformando las costumbres y adquiriendo fama de santo entre aquellos pueblos. A una orden del guardián, partió gozoso a la conversión de los lacandones en compañía de otros religiosos, entre los que se contaba el venerable Antonio Margil, apóstol de Centroamérica. Hallándose todos ellos en un pueblo de los indios choles, se sortearon las regiones a las que cada uno debía dirigirse y a nuestro padre Francisco de San José le cupo en suerte ir a las conversiones de Talamanca (Costa Rica), con el padre Pablo Rebullida; pero antes de separarse, pasaron todos juntos a Guatemala, donde fundaron un colegio de misiones (1694).

En Guatemala estuvo el padre Francisco de San José poco más de dos meses, predicando casi diariamente en las calles, plazas e iglesias. De allí emprendió el viaje a los talamancas con el padre Rebullida, donde ambos se dedicaron de lleno al ministerio de las misiones, logrando a fuerza de oraciones y fatigas la reducción de aquellos habitantes. Luego extendió su celo apostólico a los térrabas, a los borucas y otros pueblos. Después penetraron entre los crueles changüenes, donde les recibieron a flechazos, salvándose de una muerte segura. Con todo, no se amilanó el padre Francisco de San José y continuó su apostolado en medio de aquellas gentes, atacado de fiebres y con las piernas llenas de llagas, hasta que tuvo la dicha de ver a los indígenas convertidos al cristianismo. Las mismas penalidades tuvo que experimentar con los tojas, que también le acometieron a lanzadas. En noviembre de 1697 el fraile apostólico se hizo conducir en camilla a Guatemala para curarse de sus muchos achaques y llagas. Sin sanar del todo se dirigió a diversos pueblos de fieles a predicar misiones hasta el año 1699, en que regresó de nuevo a las conversiones de talamancas, changüenes y tojas. En 1700 se hallaba cubierto de llagas, pero siguió impertérrito recorriendo las conversiones, extendiéndose su apostolado por las costas de Panamá y parte de Cartagena.

El año 1708 llegó a Lima con el cargo de vicecomisario de misiones que le confirió el padre Francisco Estévez, comisario y prefecto de propaganda fide en toda la Nueva España y en el Perú. En Lima recorrió con el crucifijo en la mano las plazas y calles, predicando a las muchedumbres, invitándolas a la penitencia, de tal modo que lo consideraban como un segundo san Francisco Solano. Emprendió una gira apostólica desde Callao hasta Ayacucho y Cuzco, haciendo en todas partes mucho fruto en las almas. En el año 1709 penetró por Tarma con el fin de restaurar las misiones de Chanchamayo, que se habían perdido a causa del levantamiento de los indios que dieron muerte a los misioneros; logrando reducir con amor y paciencia a los amueshas y campas, fundando los pueblos (en realidad restaurándolos) de Quimiri y Cerro de la Sal. A fines de 1711 intentó restablecer las misiones de los panataguas, de la cuenca del Huallaga, pero viendo que era imposible, por entonces, penetró al Pozuzo, donde fundó misión, y dejándola en buen pie, bajó a Lima para gestionar la apertura de las misiones del Pangoa. Subió a Jauja, desde donde salió la expedición, con tan feliz resultado que el 18 de julio de 1713 se bendijo e inauguró la iglesia de la nueva reducción de Santa Cruz de Sonomoro. Grande fue la actividad desplegada por el padre Francisco de San José en la restauración y en la conversión de las nuevas misiones, visitándolas como pastor vigilante, infundiendo aliento a sus compañeros, multiplicando sus viajes a Lima en demanda de limosnas y de nuevos operarios, según las necesidades.

En uno de sus viajes tuvo conocimiento del lugar denominado Ocopa, situado en una hermosa rinconada del valle de Jauja, catequizado principalmente por los franciscanos, desde la ciudad de Concepción.

Lo juzgó muy a propósito el padre Francisco de San José para llevar a cabo el proyecto, que hacía tanto tiempo acariciaba, de fundar un colegio o convento de misioneros. Hechas las gestiones convenientes, el 31 de octubre de 1724 la provincia de los Doce Apóstoles hizo cesión de la capillita y dos celdas de Ocopa al padre comisario de misiones, el cual tomó posesión oficial de dicho lugar para las misiones el 19 de abril de 1725. Así, humildemente, comenzó el que habría de ser después famoso convento de Ocopa. Siendo el local insuficiente para el fin que se pretendía, comenzó inmediatamente a dar los pasos necesarios para emprender la construcción de un convento más capaz. Desde entonces, además de los desvelos que reclamaba el gobierno de las misiones, tenía el fundador de Ocopa que soportar el peso de la fundación del convento, al frente de cuya fábrica estaba el mismo venerable anciano, ansioso de ver cuanto antes coronados sus esfuerzos, y afanoso de elevar aquel convento a la categoría de colegio de misioneros de propaganda fide; hizo la solicitud conveniente, enviando a España a un religioso para que agenciara la obtención de dicho título. Pero no logró ver, en sus días mortales, tan feliz acontecimiento, pues sólo en 1758 se logró alcanzar la categoría de colegio apostólico; en cambio, sí logró ver llegar a Ocopa en 1734 a los primeros misioneros pedidos para las misiones.

Este mismo año de 1734, cuando contaba ochenta años de edad, hizo renuncia de los cargos de comisario y viceprefecto de las misiones, para no pensar más que en su propia santificación. A pesar de lo avanzado de su edad, era de suma ejemplaridad verlo cumplir con exactitud las obligaciones conventuales, al mismo tiempo que atendía a la fábrica del convento. Después de veintiocho años de actividad en Perú, el lunes 26 de noviembre de 1736 murió a la edad de ochenta y dos años en el convento de Ocopa, fundado por él. El padre José de San Antonio le administró antes de morir los últimos sacramentos, y dijo de él que su cuerpo se mantuvo flexible hasta el día de su entierro que fue cuatro días después de su muerte; que le mudó tres hábitos, uno de los cuales lo repartió entre la multitud de gente que concurrió a su entierro, para consuelo de todos los que le amaban por sus virtudes y le veneraban como a santo. Por la excelencia de sus virtudes, por la fama de santidad y por los favores obrados por el venerable padre Francisco de San José se inició en Lima la causa de su beatificación, ignorándose los motivos por los que se suspendió. Sus restos mortales descansan en la capilla de la Misericordia del convento de Ocopa. Escribió varios informes y numerosas cartas.

 

Bibl.: P. González de Agüeros (OFM), Descripción historial de Chiloé, Madrid, Imprenta de Benito Cano, 1791; M. A. Fuentes, Biblioteca Peruana, t. I. Skinner-Henry: Voyages au Perou (1791-1794) par les PP. Manuel Sobreviela et Narciso Girbal, Paris, 1809; A. Raimondi, El Perú, t. II, Lima, Imprenta del Estado, 1874, págs. 416- 430; J. T. Medina, La imprenta en Lima, e Historia de la literatura colonial de Chile, Santiago de Chile, Imprenta de la Librería del Mercurio, 1878; C. Busquets, Oración fúnebre pronunciada en las honras solemnes en sufragio del alma del reverendo padre Pío Sarobe, Jauja, 1910; B. Izaguirre (OFM) (ed.), Biografías de los padres Leonardo Cortés, Pío Sarobe y Juan Zulaica, Barcelona, 1915; Historia de las misiones franciscanas del Perú, t. II, Lima, 1922-1929; H. Unanue y M. Sobrevuela, Historia de las misiones de Cajamarquilla y reducción de las de Manoa, Madrid, 1963; J. M. Lienhart, El Perú, tierra de santos, Lima, 1964; J. Heras, Libro de incorporaciones de Ocopa, Lima, San Antonio, 1970; J. Amich (OFM), Historia de las misiones del convento de Ocopa, Lima, Editorial Milla Batres, 1975.

 

Julián Heras Díez, OFM

Relación con otros personajes del DBE

Biografías que citan a este personaje

Personajes citados en esta biografía

Personajes similares