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Joaquín Navarro Sangrán y Fernández Lizarraga

Biografía

Navarro Sangrán y Fernández Lizarraga, Joaquín. Conde de Casa-Sarriá (II). Valencia, 1769 – Madrid, 7.I.1844. Teniente general, primer director del Real Museo Militar de Madrid, a cargo del Cuerpo de Artillería, director, inspector y coronel general del Real Cuerpo de Artillería de España e Indias, gentilhombre de Cámara de Su Majestad con ejercicio, consejero nato en el Supremo de la Guerra.

Su familia tenía calidad “noble” como así lo acredita su hoja de servicios. Con once años, ingresó en Real Colegio de Artillería de Segovia como caballero cadete (26 de septiembre de 1780). Tras su paso por el colegio segoviano, fue promovido como oficial al empleo de subteniente el 9 de enero de 1786. Como otros muchos compañeros de cuerpo y de academia, Navarro recibió una educación militar ilustrada, basada en la fundamentación matemático-científica de la práctica artillera.

Desde entonces, Navarro desempeñó destinos en casi todas las campañas de la época hasta la Guerra de la Independencia. De hecho, su prolijo expediente personal contiene documentación de los Ejércitos y cuerpos en los que sirvió empezando su vida militar en Orán participando en “todas las acciones ocurridas con los moros fronterizos de Orán desde agosto de 1788 hasta septiembre de 1789”; para continuar en los bombardeos de Ceuta entre 1790 y 1791, en los que se destacó “cargando en dos ocasiones 125 fogatas en el glasis de aquella plaza, bajo el continuo fuego de fusil del enemigo por espacio de 25 días consecutivos”. Los servicios prestados en estas acciones que fueron, sin duda, su bautizo de guerra, le reportaron una pensión de 3000 reales anuales sobre encomienda que, aún en la hoja de servicios de Navarro que se cerró en 1814, no había cobrado.

En octubre de 1790 ascendió a teniente del Real Cuerpo de Artillería, y con este grado ya participó en la guerra contra la República francesa de 1793 a 1795, más concretamente “en la campaña de Rosellón de 1793, se halló en las funciones de Cornellás de Rivasaltas, del Bernet, de Perestortes; retirada de aquel campo al de Opontellás la noche del 17 de septiembre, en la batalla de Trullas del 22 del mismo; retirada de todo el Ejército al Bouleau, y en la acción del 2 de octubre, por cuya campaña obtuvo el grado de capitán de infantería”. Al año siguiente, en la campaña del Ampurdán, en 1794, intervino “en la acción del 19 de mayo, en la de Monroig, en los ataques del 17 y 20 de noviembre y retirada del Ejército a Gerona la misma noche del 20”.

De la misma forma, ya en la campaña de 1795, Navarro Sangrán participó en la acción de Báscara el 26 de mayo, en la batalla de Pontos el 14 de junio, en la que se hizo una excelente utilización de la nueva artillería ligera, a caballo, del sistema Gribeauval, con piezas que habían sido fundidas en la Maestranza de Barcelona bajo la dirección del veterano artillero Tomás de Morla; así como en los ataques y el sangriento asalto de Puigcerdá el 26 de julio, donde obtuvo el grado de teniente coronel de Infantería.

Precisamente la destacada intervención de Navarro en la guerra contra la Convención, condicionó su destino en la campaña de Portugal de 1801, como segundo ayudante general del Estado Mayor, elegido y designado por el jefe de aquel Estado Mayor victorioso en la Guerra de las Naranjas y estrecho colaborador del generalísimo Manuel Godoy, el general Morla. Este artillero se rodeó para aquella breve campaña de compañeros de cuerpo que, como Navarro, después serían integrados también por él en otros equipos militares que se formaron para desempeñar comisiones militares y técnicas de muy diferente tenor. En la campaña de Portugal participó en concreto en la “embestidura, sitio y rendición de la plaza de Campomayor, habiendo sido designado para hacer las intimaciones y acordar la capitulación de dicha plaza”, y de igual forma intervino en el reconocimiento con artillería de la plaza de Mont-Louis. Por los servicios prestados en aquella breve guerra, obtuvo el grado de coronel de Infantería.

Desde el punto de vista de su carrera militar, entre los destinos que ocupó Navarro antes de la Guerra de la Independencia, hay que destacar que en la llamada “última guerra con los ingleses”, estuvo en Ejército del Campo de Gibraltar, en clase de primer ayudante general jefe del Estado Mayor desde 15 de noviembre de 1804 hasta junio de 1808, ya iniciada la contienda como reacción a la invasión napoleónica. En el transcurso de esta guerra ascendió a brigadier en agosto de 1808 y en noviembre de 1810 a coronel del Real Cuerpo de Artillería, así como a mariscal de campo en junio de 1811, y, finalmente, a teniente general en mayo de 1815.

En su trayectoria profesional, según se acredita al consultar su expediente personal, ocupa un lugar de honor su intervención de principio a fin en la guerra contra los franceses. Ciertamente, Navarro ya estuvo en Bailén el 19 de julio de 1808: “en la campaña de Andalucía en 1808 se halló en clase de Quartel Maestre general del Ejército victorioso en la batalla de Baylen donde fue ascendido a Brigadier, y condecorado con la medalla de honor concedida al Ejército de Andalucía por aquella batalla”.

De hecho, la intervención de la artillería en la primera campaña victoriosa en campo abierto del Ejército Español, fue decisiva y artilleros como Navarro llegaron a defenderse incluso con los juegos de armas para el servicio del material. Después de esta defensa heroica, Gómez Arteche destacó que, esa misma batería, reanudó el fuego con tal acierto y eficacia que quedaron tendidos en el suelo la mitad de los coraceros imperiales. Los datos oficiales apuntan que en Bailén murieron unos dos mil franceses (incluidos los generales Dupré y Gobert) y hubo unos tres mil heridos, entre los que se encontraba el propio general Dupont, pero la hoja de servicios de Navarro Sangrán confirma que entre todos aquellos prisioneros de Bailén había veintidós generales de división y de brigada, 632 oficiales y 18.242 hombres de tropa.

Continuó combatiendo contra los invasores en la “batalla del Ebro del mismo año de 1808” —según aparece en su expediente personal—, donde se halló en el cañoneo de Logroño el 26 octubre, y ataque que sostuvo la escolta del cuartel general contra una emboscada de enemigos sobre la marcha desde Logroño a Calahorra; en la batalla de Tudela el 22 noviembre y en la retirada del Ejército del Centro hasta Sigüenza.

Con posterioridad destacó también por su intervención en el Sitio de la Real Isla de León en 1810, destinado en la Junta General Militar encargada del plan de defensa de aquellas líneas. Un año después, en la campaña de Extremadura de 1811, Navarro, como brigadier de servicio en la plana mayor del quinto ejército, participó en el sitio de Badajoz, en la batalla de Albuera el 16 de mayo, donde fue ascendido a mariscal de campo, y en la retirada del Quinto Ejército a Portugal.

En la campaña de 1812, Sangrán (por este apellido se le conoce en el Arma de Artillería), ya como general jefe del Estado Mayor del Cuarto Ejército en la Serranía de Ronda, intervino en la acción de Alora el 14 de abril, y en la de Campillos, el 22 abril. Después, en la última fase de la guerra, su actividad sería vertiginosa e intensa como se constata en un párrafo de su hoja de servicios en la que se lee que participó “en la defensa de la Isla de León como Comandante General de Artillería del mismo cuarto ejército, y levantando el Sitio obtuvo la Comandancia general en propiedad del Cantón y líneas de la misma Isla, conservando el mando general de la Artillería del cuarto Ejército, hasta que se le confirió el mismo mando de la artillería del Ejército de reserva de Andalucía; de donde pasó a Cádiz en 1813 a desempeñar el cargo de vocal de la comisión de Constitución militar, que concluyó en Madrid en Marzo de 1814, nombrándosele Director del Real Museo Militar”.

Precisamente esta última mención recogida en el citado documento permite poner de manifiesto uno de los destinos militares mas relevantes que ostentó Navarro Sangrán, y en dos ocasiones. En 1802, por decisión de Godoy, se creó el Real Museo Militar de Madrid, canalizando así una petición reiterada de los artilleros españoles. El museo se instaló en el palacio de Monteleón, como institución de planteamientos entre dieciochescos y decimonónicos, pero de cuño borbónico e ilustrado. Aquel pequeño museo fue el punto de partida, la semilla y el tronco del futuro Museo Militar y de artillería, que se volvió a reunir sobre sus restos al finalizar la Guerra de la Independencia. La savia fundacional seguía fluyendo por el tronco de las nuevas ramas del museo, manteniendo y ampliando sus acertados criterios museísticos, a pesar del ambiente poco propicio, dominante en la posguerra.

En el desempeño de este destino militar, pero también científico, Joaquín Navarro Sangrán se manifestó como figura excepcional, marcando la impronta ilustrada, con importantes logros en sólo cuatro años. En aquella primera etapa (1803-1808) trabajaron con él —e incluso después de su marcha continuaron— oficiales meditadamente seleccionados por la cúpula artillera, en función de su capacidad y formación. Navarro, artillero, y Ordovás, oficial perteneciente al Cuerpo de Ingenieros, con un buen equipo de oficiales de reseñable talla intelectual, levantaron un gran museo con sólidas bases. Por eso, fue recuperado como director ya en la posguerra.

El Museo Militar sobrevivió a la Guerra de la Independencia, gracias a Prudencio Ventura Gómez, que entró como conserje del Colegio de Artillería de Segovia, aunque según consta en su hoja de servicios de 1832, fue oficial primero del Ministerio de Cuenta y Razón del Real Cuerpo de Artillería, con 61 años. Cuando Ventura vio partir el Colegio, se quedó en Segovia con el capellán y algunos criados cuidando de que los franceses hicieran el menor daño posible en el Alcázar, pero después pasó a Madrid y se hizo cargo de velar por la integridad de los fondos del Museo Militar.

Tras la guerra, junto a la presencia de Prudencio Ventura, cabe señalar el segundo nombramiento de Navarro Sangrán como director del Museo, por iniciativa del entonces director general del Arma, García Loygorri. A su firme pulso en la cúpula del Real Cuerpo, se debe en gran parte que los objetivos se consiguieran. Cuando Loygorri, primer Laureado de Artillería, tomó la decisión personal de nombrar a Sangrán como director del museo, puso de manifiesto que sus pretensiones con respecto a esta institución se orientaban hacia el mejor futuro posible para el museo, a favor siempre del progreso del Cuerpo de Artillería. De hecho, la intervención del director general de Artillería para que Navarro Sangrán fuera nombrado por segunda vez director del museo, fue decisiva. Dos años antes, ante la solicitud de retiro del servicio activo de Navarro por “cortedad de vista”, Loygorri investigó, conociendo que el veterano artillero había sufrido un agravio en su relevo del mando de la Artillería de la Isla de León, lo que le decidió definitivamente a pedir la baja.

En este sentido, como director general, Loygorri prefirió gestionar que se le compensara del daño moral que había sufrido, antes de prescindir de un artillero de su talla, con su instrucción y experiencia, como elocuentemente argumentaba ante el ministro de la Guerra: “Si Oficiales de Artillería como éste pudieran formarse en poco tiempo y fuesen comunes, y si yo no estuviera persuadido de que con escasa vista puede como General ser más útil que otros que la tuvieran perfecta, si al mismo tiempo no le igualasen en talento, conocimientos, virtudes y mérito, yo pudiera apoyar su retiro, mas quando conozco evidentemente que ésta será una pérdida irresarcible para el Cuerpo de mi cargo y del Ejército, debo expresar a V.S que de ningún modo conviene concederle el retiro”.

Con este panegírico que pone de manifiesto el excepcional perfil profesional de Joaquín Navarro Sangrán, así como la consideración y prestigio que tenía entre sus compañeros y jefes, Loygorri logró que desde la Secretaría del Despacho de la Guerra no se accediese a la petición de retiro, reparándosele públicamente del agravio que supuso quitarle el mando de la Artillería de la Isla de León como consecuencia de la actitud deshonrosa de su hermano, el teniente general José Navarro Sangrán, que optó por emigrar a Francia siguiendo a Godoy. Ante esto, don Joaquín agradeció la aclaración oficial sobre su reputación, en la seguridad de no haber desmerecido en lo que a él más le importaba: “el concepto de mis compañeros, mucho más apreciable para mí que todos los empleos y premios a que pudiera aspirar en la carrera...”.

De esta forma, en 1817 fue nombrado vicepresidente de la Junta Superior Facultativa del Cuerpo de Artillería, y ya oficialmente director del museo, germen del actual Museo del Ejército Español. Como reconocimiento a su impagable legado, aún hoy se conserva en el despacho del general director un retrato suyo pintado al óleo, obra de Vicente López, del que existe una copia en el salón de actos de la Academia de Artillería en Segovia, y otra en el Museo del Alcázar de Segovia. Como valoración a la continuidad y mantenimiento de los criterios museológicos y fundacionales del Museo, cabe señalar que este segundo mandato, esta segunda dirección y reunión de las colecciones en una nueva sede, ya el Palacio de Buenavista, es el importante legado que dejó Navarro al Arma y al patrimonio militar español.

También en el año 1817 se le nombró jefe del Cuarto del infante Don Francisco y en 1818 secretario de Cámara del mismo y de su esposa. Poco tiempo después, en 1820, recibió el nombramiento de capitán general de Granada, cargo al que renunció por motivos políticos y, del mismo modo, al de secretario del Despacho de Guerra.

Por otra parte, ya en 1823 como consecuencia de la invasión de los Cien Mil Hijos de San Luis, Navarro Sangrán siguió de cerca los avatares del Colegio de Artillería donde se formó, que finalmente salió de Segovia para instalarse en Badajoz, aunque poco después fue disuelto. En esos años, el Alcázar segoviano se aprovechó para albergar el nuevo Colegio General Militar, desde 1824. La necesidad de oficiales de Artillería científicamente formados era cada vez más acuciante, por ello, el director general Carlos O’Donnell solicitó perentoriamente a S. M. el restablecimiento del colegio artillero. En los primeros meses de 1829 se aprobó esta medida, y finalmente fue instalado en Alcalá de Henares, puesto que la fortaleza segoviana aún entonces seguía ocupada por el Colegio General Militar, que salió definitivamente de allí al capitular en agosto de 1837 ante las tropas del general Zaratiegui .

Fue nombrado director general de Artillería, cargo que ostentó entre 1830 y agosto de 1836. Y desde la más alta jerarquía artillera, Joaquín Navarro Sangrán, el 16 de mayo de 1830, pronunció el Discurso de Inauguración del Colegio de Artillería en Alcalá, considerado por los artilleros como una pieza magistral y emblemática de la historia del Arma, y texto en el que Navarro volcó toda su experiencia militar y su pasión por el Real Cuerpo en el que sirvió. Sin embargo, en enero de 1835 este ilustre artillero se decidió a solicitar al ministro de la Guerra que el Colegio de Artillería volviera de nuevo al Alcázar de Segovia. Las circunstancias del país entonces hicieron que no se adoptara ninguna decisión y en 1837, ante la proximidad de las tropas carlistas, el centro se trasladó a Madrid, al edificio del antiguo Seminario de Nobles.

Como director general, Navarro no llegó a ver la Academia de nuevo en su sede segoviana, aunque ya en septiembre de 1839 el entonces director general de Artillería, el teniente general Oms, en la línea mantenida por su predecesor Sangrán, volvió a solicitar al ministro de la Guerra el regreso definitivo del Colegio artillero al Alcázar por entonces ya vacío, a lo que se accedió en los últimos días de aquel mismo mes. Por fin, el 19 de noviembre de 1839, llegó el Colegio a Segovia.

En la historia de la Artillería, desde el punto de vista técnico, Joaquín Navarro Sangrán realizó aportaciones muy reseñables, especialmente en la investigación técnica de los materiales. Además de diseñar un obús de 5 largo, declarado reglamentario, se manifestó como pionero al ser el primero en realizar trabajos experimentales con un mecanismo que permitía cargar los cañones por la culata, adelantándose a lo que finalmente se terminaría imponiendo muchos años después de su muerte, la retrocarga. La investigación duró años y, de hecho, presentó varias memorias a la Junta Superior Facultativa entre 1820 y 1828 relativas a la posibilidad de cargar las piezas por la culata, que fueron rechazadas, pero mostrándose sin embargo así como un adelantado de su tiempo, un percusor de la artillería de retrocarga.

En la historia del Arma hay continuas referencias a Navarro por su diseño de un sistema de puntería único, para lo que investigó y diseñó unas alzas con el fin de mejorar la precisión del tiro y los alcances, diseñó un sistema de alzas y miras para los cañones.

El historiador de la Guerra de la Independencia, también artillero, José Gómez de Arteche, en 1847 ponderó sus trabajos en pro del progreso de los sistemas de artillería, y señalaba que Navarro había ideado “un proyecto de alza calibradora de cañones de fusil, aprobado por la Junta Superior Facultativa”, máximo órgano competencial sobre materiales.

Entre otras muchas distinciones y honores, cabe señalar que Joaquín Navarro Sangrán era caballero Gran Cruz de San Fernando, San Hermenegildo y Mérito de Nápoles; maestrante de Zaragoza; gentilhombre de Cámara de S. M. con ejercicio, miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País de Madrid. Además se le distinguió con el nombramiento del miembro honorario de la Academia de Ciencias Naturales y el de académico de número de la de Valencia.

Fue autor de numerosos escritos, entre los que destaca un prolijo Resumen histórico de la Artillería Española, que lamentablemente quedó manuscrito, siendo uno de los primeros intentos de recopilar la Historia de la Artillería Española.

 

Obras de ~: Discurso pronunciado el día 16 de mayo de 1830 en la abertura de la Real Academia de Caballeros Cadetes de Artillería en Alcalá de Henares, Madrid, Imprenta de José Amigo, 1830.

 

Bibl.: R. Salas, Memorial Histórico de la Artillería española, Madrid, 1831; J. Gómez Arteche y Moro, La Guerra de la Independencia. Historia Militar de España de 1808 a 1814, Madrid, D.G., 1868; Verdes de Montenegro, Adelantos de la Artillería, Madrid, Imprenta de la América, 1872; A. Carrasco y Sayz, Breve noticia histórica del Colegio de Artillería, 1873 (inéd.); “Apuntes sobre los sistemas y medios de instrucción del Cuerpo de Artillería”, en Memorial de Artillería (Madrid) (1887-1889); Icono-biografía del Generalato Español, Madrid, Imprenta del Cuerpo de Artillería, 1901; J. Vigón, Historia de la Artillería Española, Madrid, Instituto Jerónimo Zurita, 1947, 3 vols.; P. A. Pérez Ruiz, Biografía del Colegio Academia de Artillería de Segovia, Segovia, 1960; J. Priego López, Guerra de la Independencia. 1808-1814, Madrid, SHM, 1972; M.ª D. Herrero Fernández-Quesada, La enseñanza militar ilustrada. El Real Colegio de Artillería de Segovia, Segovia, BCA, 1990; “El Estado Mayor de Godoy y los intentos de reforma en el Ejército de Carlos IV. La Ordenanza General de 1802”, en Repercusiones de la Revolución Francesa en España. Actas del Congreso Internacional de Madrid, Madrid, 1990; Cañones y probetas en el Alcázar. Un siglo en la historia del Real Colegio 1764-1862, Segovia, 1993; “La artillería en la Guerra de la Independencia”, en Al pie de los cañones. La Artillería Española, Madrid, Ministerio de Defensa - Tabapress, 1993; Orígenes del Museo del Ejército. Aproximación histórica al primer Real Museo Militar Español, Madrid, 1996; “Artillería. Evolución histórica de los materiales”, en Aproximación a la Historia Militar de España, t. III, Madrid, Ministerio de Defensa, 2006, págs. 1127-1142.

 

María Dolores Herrero Fernández-Quesada