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Francisco Llano de la Encomienda

Biografía

Llano de la Encomienda, Francisco. Ceuta, 17.IX.1879 – Ciudad de México, 31.XII.1963. General de brigada del Ejército, Medalla Militar individual.

Hijo de Francisco Llano Viudel, comandante de Infantería, y de Dolores Encomienda Martínez. El 26 de agosto de 1898 ingresó por oposición en la Academia de Infantería de Toledo, ciudad donde residían sus padres, en una nutrida promoción (409 alumnos) de la que también formaban parte Luis Orgaz Yoldi y Adolfo Prada Vaquero. Estaba a punto de cumplir veintiún años, edad muy elevada para lo que era habitual en la época. Sin embargo, dos ascensos por méritos de guerra, obtenidos en las campañas de Marruecos, le convertirían en general cuando la mayoría de sus compañeros continuaban siendo comandantes.

Debido a las numerosas bajas sufridas en la escala de oficiales en Cuba y Filipinas, solo cursó tres semestres lectivos en la Academia, siendo promovido a segundo teniente el 5 de abril de 1900 y destinado al Batallón de Cazadores de Canarias, de guarnición en la isla de La Palma. Al año siguiente marchó a Castellón de la Plana, por haber sido trasladado al Regimiento de Infantería Otumba n.º 49, y poco después a Valencia, al Regimiento de Infantería Mallorca n.º 13. Allí permaneció tres años, hasta que en 1904 le correspondió el ascenso a primer teniente y regresó a Castellón. Cinco años después, en 1909, marchó por primera vez a África, al haber solicitado destino en su ciudad natal, en el Regimiento de Infantería Serrallo n.º 69. En febrero de 1910 pasó a mandar una compañía de las Milicias Voluntarias de Ceuta, siendo la primera vez que tuvo bajo sus órdenes soldados de origen marroquí, y a finales de ese año contrajo matrimonio con Isabel Palmer Arizo.

En abril de 1911 ascendió a capitán por antigüedad y fue destinado al Batallón de Cazadores de Cataluña n.º 1, por entonces destacado en Melilla, aunque se le envió a Jerez de la Frontera para hacerse cargo de la compañía encargada de recibir y enviar a su unidad a los nuevos contingentes de reclutas. En junio, debido al hostigamiento de las cabilas, volvió a Melilla y se incorporó al dispositivo encargado de defenderla. En agosto solicitó voluntariamente integrarse en las entonces llamadas Fuerzas Regulares Indígenas de Melilla, fundadas y mandadas por el teniente coronel Berenguer, hecho que marcó indeleblemente su futura trayectoria profesional. Al frente de la 1.ª Compañía, en la que tenía bajo sus órdenes al teniente Mola, intervino brillantemente en la denominada campaña del Kert, librada contra el caudillo rifeño Sidi Mohamed El Mizzian a lo largo del otoño de aquel año, y en la progresiva ocupación militar del recién instaurado Protectorado durante 1912, acciones que le valieron su primera cruz de María Cristina, entonces la mayor condecoración al valor tras la laureada de San Fernando.

En junio de 1913, los Regulares de Melilla se trasladaron por mar a Ceuta para hacer frente a la rebelión encabezada por El Raisuni, cuyas partidas hostigaban los aledaños de Tetuán, capital del flamante Protectorado. Siempre bajo las órdenes de Berenguer, su compañía se distinguió en las operaciones emprendidas a lo largo de aquel año, lo que le valió el ascenso a comandante por méritos de guerra, siendo nombrado en diciembre jefe del Campamento Principal de Tetuán, su primer destino militar de cierta importancia.

Sin embargo, en enero de 1914 el ya general Berenguer decidió que se incorporara a su brigada, para lo cual le concedió el mando de una de las unidades que la integraban: el I Batallón del Regimiento de Infantería Mallorca n.º 13, al que ya había pertenecido siendo teniente, con el que intervino en diversos combates en el área de influencia de Tetuán, recompensados con otra cruz de María Cristina.

En marzo de 1915, a consecuencia de una enfermedad contraída por la insalubridad de la zona de operaciones, solicitó la excedencia y regresó a la península, fijando su residencia en Castellón de la Plana. En diciembre se le concedió el mando del Batallón de Reserva de Castellón n.º 46, cargo que llevaba aparejado el de delegado del capitán general de la III Región Militar ante la Comisión Mixta de Reclutamiento de la provincia y el de vocal de la Junta Provincial de Sanidad de la misma. En febrero de 1917, volvió al servicio activos en el Regimiento de Infantería Tetuán n.º 45, de guarnición en la citada ciudad, donde permaneció hasta que le correspondió el ascenso por antigüedad a teniente coronel a finales de 1919, lo que ocasionó su traslado a Pamplona, al Regimiento de Infantería Constitución n.º 29, del que pasó al de la Princesa n.º 4, de guarnición en Alicante, en julio de 1921.

En agosto, debido al desastre de Annual, el Princesa embarcó hacia Melilla y quedó integrado en la columna del general Sanjurjo, con la que intervino en diversas operaciones para reconquistar la zona de influencia de la asediada ciudad. En octubre, su columna recuperó Monte Arruit, donde asistió a la macabra ceremonia de identificar e inhumar los putrefactos cadáveres de los cientos de soldados allí masacrados por las huestes de Abd-el-Krim. En noviembre resultó herido grave en el combate de Igueriben, siendo evacuado al Hospital Militar de Málaga y posteriormente al de Alicante. En enero de 1922, la gravedad de sus heridas aconsejó su traslado a Madrid, al Hospital Central de la Cruz Roja. Una vez totalmente recuperado, se reincorporó a Melilla a primeros de mayo de 1922 y, al frente de su batallón, participó en las operaciones que se desarrollaron en aquella zona hasta que, en junio de 1923, se hizo cargo del mando de la Mehala Jalifiana de Tafersit n.º 5, con la que protegió el desembarco de Afrau para socorrer la asediada posición de Tifaurín. Los relevantes méritos acreditados en este ciclo de operaciones fueron recompensados con la concesión de la Medalla Militar individual en 1924 y con el ascenso a coronel por méritos de guerra en julio de 1925, lo que le impediría intervenir en el desembarco de Alhucemas por verse obligado a regresar a la península en situación de disponible forzoso.

Mientras se culminaba con éxito la total ocupación y pacificación del Protectorado y algunos de sus antiguos compañeros, como Franco o Mola, eran promovidos al generalato, el coronel Llano se limitó a cumplir rutinarios servicios de guarnición, primero en Lérida, al mando del Regimiento de Infantería La Albuera n.º 26 desde finales de 1925 hasta 1929, y a continuación en Castellón, al mando del Regimiento en el que ya había estado de comandante: el Tetuán n.º 45. Allí, el 25 de abril de 1931, prometió por su honor ser leal a la recién proclamada República, obedecer sus leyes y defenderla con las armas, promesa a la que se mantuvo leal en julio de 1936. Poco después, en junio de 1931, el ministro de la Guerra, Manuel Azaña, le confió el mando del Regimiento de Infantería n.º 20, cargo que aparejaba el de gobernador militar de la provincia de Huesca, y en noviembre, al haber sido declarado apto para el ascenso a general, se trasladó a Madrid para realizar el preceptivo curso preparatorio en la Escuela Superior de Guerra.

Finalizado este en diciembre, fue promovido a general de brigada en enero de 1932 y regresó a Huesca para mandar la X Brigada de Infantería, conservando el puesto de comandante militar de la provincia, denominación que Azaña dio a los antiguos gobernadores militares. La revisión de los ascensos por méritos concedidos por Primo de Rivera favoreció notablemente su carrera, al tiempo que perjudicaba la de otros africanistas, cuestión que los enemistó con el régimen republicano y que influiría en su posicionamiento en 1936. Llano, que era en 1932 el penúltimo de los generales de brigada de Infantería, pasó a ocupar el número 14 en 1933, adelantando incluso a Franco, que era el primero del escalafón.

En octubre de este año, nada más ganar las elecciones la derecha, el gobierno de Martínez Barrio dispuso su trasladó a Valencia para que se hiciera cargo del mando de la V Brigada de Infantería. En 1934, el Ministerio de Justicia le autorizó a apellidarse Llano de la Encomienda. También comenzó entonces a intentar granjearse el apoyo del entorno de José María Gil Robles, aceptando presidir el acto organizado por el partido Derecha Regional Valenciana, liderado por el diputado Luis Lucia Lucia, vicepresidente de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), en homenaje al comandante Rafael Domínguez Arevalo, asesinado en Gerona durante la Revolución de Octubre. Hipotéticamente, su acercamiento a la CEDA pudo deberse a haber trascendido su pertenencia a la Masonería. Sin embargo, esta actitud no le reportó beneficio alguno e incluso perdió puestos en el escalafón a causa de la anulación del citado decreto de revisión de ascensos por el ministro de la Guerra Diego Hidalgo.

El triunfo de la coalición electoral del Frente Popular en febrero de 1936 tuvo un importante efecto colateral en su carrera profesional. Azaña, nombrado presidente del gobierno, pretendió neutralizar el potencial peligro que representaba Franco, que ocupaba el cargo de jefe del Estado Mayor Central, y lo envió a Canarias. El ministro de la Guerra, general Masquelet, decidió situar en tan importante puesto a un militar declaradamente apolítico y optó por el general José Sánchez-Ocaña, jefe de la División Orgánica de Cataluña, y para cubrir este puesto echó mano de Llano, todavía general de brigada, pero en cuyo disciplinado comportamiento confiaba plenamente. A consecuencia de todo ello, este se vería inopinadamente situado en el ojo del huracán en julio de 1936.

A partir de ese momento, un grupo de generales comenzó a tejer la vasta conspiración cívico-militar contra lo que ellos denominaban gobierno del Frente Popular, cuya dirección asumió en abril el general Mola desde Pamplona ante la falta de eficacia demostrada por sus compañeros. En los planes de Mola, Barcelona era clave por su posición geográfica y por el potencial industrial de Cataluña. Por ello, instó sin éxito al general Llano, su antiguo capitán, a que se uniera a la trama golpista. Ante su negativa, terminó confiando la sublevación de la capital catalana al general Goded, pese a que, aparte de no ser el mando orgánico de la IV División, por lo que muchos oficiales se resistirían a obedecerle, desempeñaba el cargo de comandante militar de Baleares. De otra parte, las Fuerzas de Orden Público, unos 4.000 hombres bien armados y adiestrados, dependían del gobierno de la Generalitat y escapaban del control de los militares.

Este cúmulo de circunstancias terminaría abortando el golpe en Barcelona, en cuyo desarrollo y desenlace Llano desempeñó un papel bastante desairado. En los días previos, quitó importancia a lo que sucedía, pese a estar perfectamente informado a través del capitán Federico Escofet, comisario general de Orden Público de la Generalitat; el 18 de julio, incluso después de que Mola le telefonease para que declarara el estado de guerra, se opuso a arrestar a los abiertamente declarados en rebeldía, como le ordenó tajantemente Casares Quiroga, todavía ministro de la Guerra, y el 19, se desmoronó e incluso sufrió un infarto cuando sus propios subordinados le confinaron en un despacho del palacio de Capitanía a la llegada de Goded. El golpe no triunfó en Barcelona porque la Guardia Civil, se enfrentó sin fisuras a las tropas sacadas de los cuarteles. Su indecisa actitud le costó el puesto y el general Castelló, ministro de la Guerra del gobierno de Giral, le dejó disponible en Barcelona, donde testificó en contra de Goded en el consejo de guerra convocado en agosto, que culminó con su condena a muerte y ejecución.

En noviembre, tras la constitución del Ejército Popular de la República, Largo Caballero le confió el mando del Ejército del Norte, del que dependían los 100.000 efectivos desplegados en Asturias, Cantabria y Vizcaya, zona totalmente aislada del resto del territorio leal a la República. Sin recibir instrucción alguna, pues su nombramiento coincidió con el ataque de Franco a Madrid y la marcha del gobierno a Valencia, se trasladó a Bilbao por vía aérea en el momento en que el comandante Francisco Ciutat, jefe interino de aquel Ejército, intentaba infructuosamente recuperar Vitoria. Las Cortes acababan de aprobar el Estatuto de Autonomía del País Vasco y el recién elegido lehendakari, José Antonio Aguirre, se consideraba el jefe natural de las fuerzas que guarnecían Vizcaya, por lo que enseguida surgió un conflicto de competencias entre él y Llano, que hizo crisis en enero de 1937, momento en que este último se vio obligado a trasladar su cuartel general a Santander y a inhibirse del mando del Cuerpo de Ejército vasco. No obstante, cuando las tropas de Mola irrumpieron en Vizcaya a finales de marzo, Aguirre acudió a él y regresó a Bilbao al frente de una división del Cuerpo de Ejército de Cantabria. El insuficiente refuerzo no impidió la pérdida de Vizcaya y en julio Indalecio Prieto, ministro de Defensa del gobierno de Negrín, le sustituyó por el general Gámir y puso a su cargo la Inspección General de Infantería, un cometido estrictamente burocrático que desempeñó hasta el final de la guerra sin moverse apenas de su oficina de Valencia.

Al finalizar la guerra, embarcó hacia Francia, donde residió algunos meses antes de instalarse definitivamente en México, donde Indalecio Prieto le confió la presidencia de la Financiera Industrial de Ayuda, S. A. (FIASA), empresa dependiente de la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE). La tensa pugna entre la JARE y el Servicio de Emigración de los Republicanos Españoles (SERE), que lideraba Negrín, casi le costó la vida en 1942, al ser herido grave en el cuello por unos pistoleros de la Federación Anarquista Ibérica (FAI), al servicio del SERE, que intentaban robar los fondos depositados en FIASA.

En 1945, el general Hernández Saravia, ministro de Defensa del gobierno republicano en el exilio, convencido de que la victoria aliada pondría término al régimen franquista, le puso al frente de la Comisión Organizadora de las Fuerzas Militares de Tierra, Mar y Aire, una mera entelequia, constituida por un pequeño Estado Mayor, a la que se asignó la tarea de censar a los exiliados desperdigados por América y pulsar su disponibilidad para cuando el gobierno republicano recuperase el poder en España. En 1947, al constatar que los aliados no iban a intervenir en los asuntos españoles, Llano abandonó la Comisión y renunció para siempre a intervenir en cuestiones políticas.

Desde entonces y hasta el momento de su muerte el día de Fin de Año de 1963, continuó afincado en la Ciudad de México, dedicado a participar en tertulias y presidir homenajes, banquetes y entierros. La trágica muerte de su hijo mayor, Francisco, durante la Guerra Civil tal vez se viese compensada al contemplar la fulgurante trayectoria de su otro hijo, Luis de Llano Palmer, pionero de la televisión mexicana, cuyo Canal 13 llegó a dirigir, labor continuada por sus nietos: Luis y Julia Isabel de Llano Macedo, el primero un popular productor de películas, telenovelas y series televisivas, y la segunda, más conocida como Julissa, actriz de telenovelas y cantante de rock.

 

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F. Puell de la Villa