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Beata Ilduara Eriz

Biografía

Eriz, Ilduara. ¿Portomarín? (Lugo), c. 886 – Vilanova (Orense), c. 958. Noble, condesa, beata, fundadora del monasterio de Celanova.

Hija de Ero y Adosinda, gozó de amplia proyección social en la Galicia del siglo x. Su padre fue conde en el territorio de Lugo a fines del siglo ix. El matrimonio con Gutier Menéndez, a principios del siglo x, la vinculó con uno de los grupos aristocráticos con más peso en el reino leonés. El matrimonio reside durante algún tiempo en Salas, en las cercanías de Porto. Allí nace el primero de sus hijos, Rosendo; vendrán luego cuatro más: Munio, Froila, Adosinda y Ermesinda. Trasladada la familia al territorio de la actual Galicia, los paisajes que le fueron más familiares se localizan en torno a Portomarín, donde el matrimonio tenía una residencia, y, sobre todo, en Vilanova, actual Vilanova dos Infantes, cerca de Celanova, donde estuvo su residencia principal. Allí discurrió la parte principal de la vida de Ilduara. Fue en el entorno inmediato de su casa de Vilanova, donde, ya viuda y junto con su hijo Rosendo, fundó y construyó, entre los años 936 y 942, el monasterio de Celanova, convertido enseguida en un centro monástico de primera importancia en la Galicia de la segunda mitad del siglo x. Y, allí también, junto a su casa, en el monasterio de Santa María, cuya fundación ella misma había impulsado, pasó los últimos años de su vida.

Ilduara desarrolla una significativa actividad en diferentes ámbitos sociales. Los condicionamientos generales y las circunstancias concretas facilitaron esa actuación sobresaliente. A lo largo del siglo x, pervive un marco normativo, el creado por las leyes hispanovisigodas, que ofrece posibilidades amplias a la actuación femenina en el entorno social. Piénsese en un sistema hereditario que propicia el reparto igualitario de los bienes entre hijos e hijas y hace que las mujeres mantengan una capacidad de disposición sobre sus bienes equiparada a la de los hombres. Del lado de los cánones eclesiásticos, no se ha producido aún el severo control del contrato matrimonial que, en los siglos posteriores, acarreará la supeditación de la mujer al varón; por otra parte, la pervivencia de los monasterios con comunidades dúplices ofrece a las mujeres posibilidades de integración en la vida religiosa notablemente diferentes a las de la rígida separación y clausura posterior. El conjunto de este cuadro normativo refleja y propicia una organización de la familia caracterizada por la estructura cognaticia, la bilinealidad de las transmisiones y la horizontalidad de las relaciones. Esta indistinción entre el hombre y la mujer en el sistema de parentesco hace que se llegue a la alianza matrimonial en una situación, desde el punto de vista de la aportación de bienes a la sociedad conyugal, de igualdad de condiciones. La relación matrimonial se entiende como unión placentera y amorosa, tal como atestiguan expresivas manifestaciones al respecto en los documentos de la época. Los sentimientos del marido hacia la esposa se expresan como una atracción, que, siendo del pensamiento y de los sentidos, intelectual y física, no sólo no es en sí misma mala, sino que, al igual que todo lo que proviene de la buena voluntad, es de inspiración divina. Más adelante en la Edad Media, el marco familiar tenderá a convertirse para las mujeres, como consecuencia de la instalación de los linajes agnaticios y de la sacramentalización del matrimonio, en un marco progresivamente dominante y constrictor, donde las soluciones económicas y las prescripciones religiosas estarán por encima del amor.

Entre las circunstancias concretas que explican que Ilduara tuviera una actuación sobresaliente en la sociedad de su época, ha de tenerse en cuenta, en primer lugar, el aprovechamiento de las posibilidades que se le ofrecieron de adquirir una formación intelectual, en un siglo décimo abierto a las relaciones con el mundo islámico y a los contactos en el seno de la cristiandad latina. Sobre la base del aprendizaje de la lectura y la escritura y del acceso consiguiente al contenido de los libros que se sabe que ella misma o su hijo Rosendo poseyeron, los encuentros con la Corte regia, las entrevistas frecuentes con clérigos y nobles, los relatos de viajeros y mercaderes, le permitieron desarrollar una concepción del mundo cuya riqueza estaba por encima de la media de sus contemporáneos y que puede apreciarse también en la sensibilidad refinada y el gusto por la calidad de vida que demuestran la riqueza y belleza de los objetos de uso cotidiano de que estuvo rodeada. La capilla dedicada a san Miguel, que formaba parte del conjunto arquitectónico inicial del monasterio de Celanova, es, en nuestros días, expresivo testimonio de la belleza de las construcciones del siglo x, del cuidado que se puso en el aspecto exterior e interior de los edificios.

Condicionamientos generales y circunstancias concretas facilitaron que Ilduara accediese a un nivel de preparación y formación que hicieron posible la estrecha colaboración con su marido Gutier y, sobre todo, con sus hijos Rosendo y Froila en múltiples aspectos de la proyección extradoméstica que van, desde la organización del espacio hasta la actividad religiosa pasando por los ámbitos económicos y político. La participación de Ilduara estuvo muy lejos de ser meramente pasiva en la constitución de los dos apoyos esenciales —el patrimonio y el poder— en el que se fundamentó el rango social de su familia. Desempeña un papel muy significativo en la creación y evolución del patrimonio en el que se sostuvo el grupo de filiación integrado por ella misma, su marido y sus hijos. En el momento de la constitución de la sociedad conyugal, aporta la parte que le había correspondido en la herencia del grupo familiar al que ella misma pertenecía, las arras concedidas por Gutier y la dote entregada por su padre. De acuerdo con las normas de la lex gotica, mantuvo la capacidad de disposición sobre este importante conjunto de bienes. La dispersión en el espacio y la inestabilidad son características de los conjuntos patrimoniales de los aristócratas que han de entenderse como consecuencia de la fragmentación ocasionada por los repartos sucesorios y por la recomposición resultante de las uniones matrimoniales. Todo ello se va compensando con la participación en un sistema de poder que no ha adoptado, por el momento, las fórmulas feudales. En el año 942, Ramiro II concede a Froila, bajo la tutela de su madre Ilduara, una serie de condados y decanías. La función tutorial significa un reconocimiento del prestigio y de la confianza que suscita Ilduara, viuda ya del conde Gutier, tanto porque Froila es una persona adulta que ha contraído ya matrimonio por ese tiempo, como porque el Rey concedente está viviendo tiempos de crisis política.

Es en el ámbito religioso donde Ilduara tiene una actividad más significativa; su formación cultural y sus rentas elevadas posibilitaron acciones importantes en relación con la vida monástica de su tiempo. Desde el punto de vista de la organización monástica, es preciso subrayar un aspecto que no ha sido suficientemente destacado. La ruptura con la tradición que se pone de manifiesto en la inexistencia de comunidades dúplices en los monasterios directamente vinculados a Ilduara y a su hijo Rosendo. Desde el punto de vista de la historia de las mujeres, tienen un interés especial las comunidades dúplices presididas o copresididas por una abadesa; son un síntoma significativo del papel que las mujeres tienen en los siglos ix y x. Los clérigos carolingios alzaron la voz contra estas comunidades dúplices; en su modelo monástico, que pretendía el regreso a la pureza de los orígenes, introdujeron la idea de que las mujeres, poseedoras de mentes inestables, eran el sexo débil. A partir de estas ideas, su participación en la vida cenobítica debía cambiar de manera radical. La estricta clausura, la gestión de los bienes encomendada a personas de fuera, y la austeridad de vida eran los rasgos dominantes de la nueva manera de entender el monaquismo femenino, en la que la ocultación del rostro en la iglesia y el evitar todo contacto con los hombres venían a subrayar el drástico apartamiento de los sexos. Por otra parte, los clérigos de los siglos ix y x, subrayando la virtud de la humildad, impidieron que las mujeres se acercaran al altar, les prohibieron que, aun siendo monjas, tocaran los ornamentos sagrados y no les permitieron, aunque fueran muy inteligentes e instruidas, enseñar a los hombres. La reducción de la actividad de las mujeres en la Iglesia era el primer paso de la reducción de su actividad en la sociedad que se anunciaba en el horizonte.

La relación de Rosendo con el monaquismo carolingio posterior a la reforma de Benito Aniano y los pasos dados en la benedictización son cosa bien probada. En el mismo contexto pueden entenderse las críticas específicas contra los monasterios dúplices que se hacen desde el grupo familiar de Ilduara; en la documentación de Celanova, hay datos que indican que, en ese medio, progresa la imagen de la mujer inestable y débil. Las actuaciones en los cenobios de Santa María de Loio y Santa Comba de Bande son presentados como expresión de que la relación entre mujeres y hombres está en la raíz de todos los males. La reforma debe, por tanto, asentarse en su estricta separación. Con toda seguridad, la mentalidad que revelan los textos de Celanova demuestra, en San Rosendo y en su entorno, el influjo de los aires de intransigencia que, a propósito de la condición femenina, están llegando a todos los rincones de Occidente. Un nuevo testimonio bien significativo: Ilduara participó directa y activamente en la fundación del monasterio de Celanova; pero no pudo integrarse en él durante su vida. Al final de sus días, ya viuda, para acceder a la vida monástica, recurre al modelo ensayado en Loio y Portomarín. Y, además del monasterio de los hombres de Celanova, muy cerca de él, pero diferente y totalmente separado, funda el monasterio de mujeres de Santa María de Vilanova, al que se acoge. En Celanova, entrará sólo después de muerta. Frente a otras mujeres contemporáneas y familiares suyas como Paterna —cofundadora con su marido Hermenegildo del monasterio dúplice de Sobrado— y Guntroda —abadesa del monasterio también dúplice de San Martiño de Pazó—, que viven la religiosidad amparadas en una tradición que les permite actuaciones independientes y un modo de hacer comparativamente equilibrado frente a los hombres. Ilduara acepta, condicionada por el ambiente intelectual en que se mueve, las innovaciones que, en el seno de la Iglesia, anuncian la mujer de la época feudal. Al hacerlo, eligió el camino que en su tiempo tenía futuro; pero, desde el punto de vista de la historia de las mujeres, ese camino iniciaba una etapa de regresión.

Ilduara, entendida como expresión de la mujer aristócrata del siglo x, refleja una imagen social de notable riqueza. Es la que corresponde a una sociedad cuya organización viene de los siglos anteriores y no es aún la de los siglos pleno-medievales. Entre las dos situaciones, los cambios que están en marcha son la manifestación de una larga etapa social, que se desarrolla entre el impacto de Roma sobre las sociedades indígenas y la plena articulación del feudalismo.

 

Bibl.: E. Sáez, “Los ascendientes de San Rosendo”, en Hispania, 8 (1948), págs. 3-76 y 179-233; R. García, “Ilduara Eriz, madre de San Rosendo”, en Boletín de la Comisión de Monumentos Históricos y Artísticos de Lugo, 6 (1958-1959), págs. 217-232; J. Vives, “Ilduara”, en Q. Aldea Vaquero, J. Vives Gatell y T. Marín Martínez (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 1189; M. R . García Álvarez, Gutier e Ilduara, padres de san Rosendo, Orense, Publicaciones del Instituto “Ramiro Otero Pedrayo”, 1977; M. C. Pallarés, Ilduara, una aristócrata del siglo x, Sada (La Coruña), Ediciós do Castro, Publicacións do Seminario de Estudos Galegos, 1998 (col. Galicia medieval Estudios, vol. 4) (2.ª ed. rev. y ampl., 2004); “Eriz, Ilduara”, en C. Martínez, R. Pastor, M. J. Pascua y S. Tavera (dirs.), Mujeres en la Historia de España. Enciclopedia biográfica, Barcelona, Planeta, 2000, págs. 115-118; M.ª del C. Pallarés y E. Portela, Ilduara, una aristócrata del siglo x, Sada (La Coruña), Edición do Castro, 2004.

 

María del Carmen Pallarés Méndez

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