Hijo de García Torres, sargento mayor del presidio o plaza militar de Puerto Rico, y de Constanza de Vivero (y Vargas Zapata y Ponce de León), nació en San Juan en 1615. A diferencia de sus hermanos varones, García y Alfonso, que siguieron la profesión del padre (las armas), abrazó el estado eclesiástico, en el que también se medraba. Sus hermanos ascendieron muy jóvenes a capitanes. Diego se fue a Salamanca, a perfeccionar la carrera de Letras, en el ramo de Derecho. En los libros de matrícula de la Universidad de Salamanca hay una partida que “retrata” a Diego según el uso y costumbre: “Don Diego de Torres Vargas, natural de Puerto Rico, de 10 años, moreno y menudo de rostro, nariz afilada, pasó a cánones el 13 de agosto de 1635”.

En aquellas calendas no era flaca aventura la de ir de Puerto Rico a Salamanca a estudiar. Diego se graduó de bachiller. El prestigio de su familia —el padre había muerto de un arcabuzazo que recibió en la defensa de San Juan contra el ataque de los holandeses en 1625— y las orlas de bachiller obtenidas por Diego, movieron al obispo Juan Alonso de Solís, salmantino, y al Cabildo eclesiástico, a recomendarlo al Consejo de Indias, para la concesión de una prebenda (20 de marzo de 1639; Archivo General de Indias [AGI], Santo Domingo, leg. 172, fols. 804r.- 807v.), gracia que le fue concedida. Diego no continuó en Salamanca; se puso en camino para Sevilla, donde embarcó rumbo a Puerto Rico. Aquí tomó posesión de la prebenda, y fue creciendo y mereciendo en el seno del Cabildo, saltando puestos en el escalafón hasta obtener el puesto de deán y convertirse en la figura de más prestigio en la clerecía y en las letras. [...]