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Pelayo de Oviedo

Biografía

Oviedo, Pelayo de. ?, 1060-1070 – Oviedo (Asturias), 28.I.1143. Obispo de Oviedo e historiador.

El obispo Pelayo de Oviedo ocupa un lugar privilegiado en la Edad Media asturiana y española por diversos motivos. En primer lugar, su extensa labor de reorganización y reforma en la diócesis de Oviedo le otorga un destacado protagonismo en la historia eclesiástica del siglo XII. Pero además Pelayo de Oviedo destacó en el cultivo de las letras: promovió en el archivo de la sede episcopal ovetense un proceso de reorganización del que saldría una de las joyas bibliográficas del siglo xii, el célebre Liber Testamentorum de la Catedral de Oviedo. En su elaboración procedió a la adaptación de los viejos títulos de propiedad catedralicios a los nuevos estilos de redacción documental, cayendo en ocasiones en la falsificación de los antiguos privilegios para incrementar el poder de su diócesis. En fin, junto a su obra documental destaca la elaboración de numerosos trabajos de índole histórica tampoco exentos de polémica: por un lado su fama de falsificador de documentos se ha extendido a las obras históricas que salieron de su pluma, pero al mismo tiempo sus escritos históricos son el inevitable canal de transmisión de buena parte de las fuentes cronísticas de los primeros siglos de la Edad Media del noroeste peninsular.

Se sabe poco sobre el origen personal de Pelayo de Oviedo. Su acceso al episcopado en los últimos años del siglo xi y su notable longevidad permiten suponer que habría nacido entre los años 1060 y 1070. De sus raíces familiares, sin embargo, se ignora todo: por su buen conocimiento de la geografía asturiana se ha querido vincular su nacimiento a esta región; también se ha pensado en León, porque al final de su vida Pelayo dispuso de ciertas propiedades familiares en este territorio. En cualquier caso ningún dato firme asegura el lugar de su nacimiento, y se desconoce su origen familiar.

Tampoco se conocen bien los primeros pasos de su carrera eclesiástica, pero ciertos indicios apuntan a una primera formación en el Monasterio de Sahagún, uno de los centros de la reforma eclesiástica del siglo xii, donde pudo haberse familiarizado con algunas de las novedades en la elaboración de documentos que más tarde incorporaría a la práctica cotidiana de la Catedral ovetense. Quizá en 1096 se encontraba ya en Oviedo, redactando documentos al servicio de la Catedral, y tal vez por entonces, como notario del obispo Martín, había iniciado la elaboración de la primera parte del Liber Testamentorum. Es este libro una colección de los títulos de propiedad más valiosos para la sede episcopal ovetense de aquel tiempo, pero también un esquema de su historia y un experimento de actualización de antiguos documentos que en algunos casos se desliza a la falsificación. En fin, el Liber, cuya elaboración no se concluiría hasta la tercera década del siglo xii, es también una destacada obra de arte.

La importante labor de recopilación y refacción de documentos iniciada entonces por Pelayo se interrumpió por su elevación a la dignidad episcopal. Fue consagrado como obispo de Oviedo en las inmediaciones del año 1100: algunas noticias fechan su consagración en 1098, pero la supervivencia del obispo Martín hasta 1101 complica la aceptación de este dato, ya que en esa época no era habitual la figura de obispo auxiliar que a veces se le ha asignado en estos años. En todo caso la fecha de 1098 no puede descartarse por completo, ya que los problemas de la sede ovetense indujeron en aquel tiempo frecuentes desplazamientos de su clerecía a Roma, que a su vez pudieron conducir a la consagración de Pelayo como obispo encargado de la resolución de los problemas cotidianos de la diócesis.

En cualquier caso, Pelayo inició entonces una larga etapa como obispo, cargo en el que permaneció hasta el año 1130. Fue este un período en el que las diócesis del reino castellano-leonés experimentaron enormes cambios: la recuperación de los contactos con el Papado tras siglos de vida autónoma conllevó un complejo proceso de adaptación de la Iglesia hispana a los esquemas romanos. En ese contexto, la diócesis de Oviedo se enfrentaba al problema añadido de ser una creación tardía, fruto de las circunstancias de la reconquista en la etapa del Reino de Asturias. Por ese motivo las primeras décadas del siglo xii constituyen una etapa de trascendental importancia en la configuración y organización interna de la sede ovetense.

El primer problema al que debió enfrentarse Pelayo como obispo era el de la extensión territorial de su diócesis. El regreso a la dependencia de Roma implicó la recuperación de la geografía diocesana de la Antigüedad tardía; esto planteó graves dificultades a la sede ovetense, cuyo rango diocesano databa de la época de la Monarquía asturiana. En consecuencia, el siglo xii estuvo marcado por una larga serie de enfrentamientos y acuerdos con las diócesis limítrofes; el primero de ellos tuvo lugar hacia 1101, cuando Pelayo tomó posesión del territorio de las Asturias de Santillana, que fueron sustraídas a la dependencia de la sede episcopal burgalesa.

Además de la acción efectiva sobre el terreno, Pelayo de Oviedo puso en juego todas las herramientas intelectuales que le debía ofrecer la rica biblioteca catedralicia ovetense. En ella pudo haber conocido el texto de un antiguo reparto de territorios eclesiásticos, la hitación de Wamba, y sobre este texto aplicó su capacidad para reescribir la historia, adaptándola a las urgentes necesidades de la diócesis de Oviedo. Al mismo fin concurre el llamativo texto que sirve de pórtico al Liber Testamentorum, donde se cuenta la hipotética fundación de la sede episcopal de Lucus Asturum en el siglo iv, que siglos después habría sido trasladada a Oviedo. Los problemas de la Iglesia ovetense de las primeras décadas del siglo xii fueron el motor que impulsó las manipulaciones más flagrantes de la obra histórica de Pelayo de Oviedo, llevándole a crear un complejo mito de orígenes sazonado de actas conciliares y documentos que se vienen considerando falsos.

Junto a la cuestión de los límites territoriales, Pelayo también hubo de afrontar la grave cuestión de la independencia de su Iglesia. En el campo de la jerarquía eclesiástica la sede primada de Toledo aspiraba a someter a Oviedo como sufragánea, pero en 1105 el obispo Pelayo obtuvo del papa Pascual II el privilegio de exención, o sea, la facultad de depender directamente de Roma sin estar sometido a ninguna archidiócesis. Pero el asunto de la independencia afectaba también a las relaciones con la sociedad civil, y don Pelayo protagonizó en ese sentido una política de cuño netamente gregoriano, en el sentido de liberarse de toda servidumbre con respecto a los laicos, principalmente la aristocracia local. Así, en 1104 ganó en pleito al conde Fernando Díaz el dominio de ciertos monasterios que estaban enclavados en el atrio de la Catedral de San Salvador de Oviedo. Dos años más tarde obtuvo del rey Alfonso VI otro privilegio por el que los hombres y los bienes que dependían de la Iglesia ovetense gozarían en lo sucesivo de un estatuto jurídico particular.

La clara delimitación de las competencias de la sede episcopal ovetense llevaba a una reestructuración del clero catedralicio, y de nuevo en este ámbito Pelayo de Oviedo supo mostrarse como un decidido transformador. En el transcurso de su episcopado se separaron las propiedades y la administración de los bienes de obispo y Cabildo catedralicio, que en los siglos anteriores venían conformando una unidad. Así, los canónigos de San Salvador pasaron a disponer de un patrimonio propio que gestionaron independientemente, y el obispo se reservó en exclusiva la explotación de sus propiedades y la autoridad sobre el clero de la diócesis. En consecuencia, fueron instituyéndose y dotándose nuevas dignidades en la jerarquía diocesana, y el papel del obispo en la vida religiosa de la región iba a hacerse notar de manera creciente, por ejemplo en su activo protagonismo en la consagración de nuevos templos monásticos y parroquiales: Pelayo figura expresamente en las lápidas y documentos que recuerdan la consagración de Santo Adriano de Tuñón (1108), San Juan Bautista de Corias (1113) y Santa Eulalia de Doriga (1121).

Todas estas reformas internas se coronaron con un vasto programa de edificaciones en la sede de San Salvador, de la que por desgracia se han conservado muy escasos restos, y con una activa política de promoción del tesoro de reliquias custodiado en la Cámara Santa. En la época de más intenso desarrollo del fenómeno peregrinatorio hacia Santiago de Compostela, Pelayo de Oviedo también promocionó la romería a las reliquias de San Salvador, que en su época fueron adornadas con un denso tejido de leyendas que se extendieron por toda la Cristiandad.

La dignidad episcopal convertía a sus poderosos titulares en interlocutores de reyes y nobles, y Pelayo de Oviedo presenta en este sentido una trayectoria de luces y sombras. Fueron inmejorables sus relaciones con Alfonso VI, de quien ganó varios privilegios y donaciones para su Iglesia, y al que dedicó párrafos extremadamente elogiosos en su obra histórica. Son también cordiales sus relaciones con la reina Urraca (1109-1126); como era habitual entre los monarcas de la época, Urraca también hizo llegar su dadivosidad a la diócesis de don Pelayo. Como contrapartida, el obispo de Oviedo supo socorrer a la Reina en algunos momentos de dificultad política y económica. En fin, las relaciones de don Pelayo con el rey Alfonso VII (1126-1157) comenzaron cordiales: el obispo de Oviedo rindió tributo al nuevo Monarca como el resto de los prelados del reino, pero pocos años más tarde el propio Rey habría de tener un papel significativo en la deposición del obispo Pelayo.

Por lo que se refiere a sus relaciones con la nobleza, don Pelayo mantuvo lazos de distinto signo con los aristócratas enclavados en el territorio de su diócesis. Se enfrentó en pleito al conde Fernando Díaz para arrebatarle algunas propiedades eclesiásticas, pero luego mantuvo buenas relaciones con otros magnates; fue el caso de Gonzalo Peláez, gobernador del centro de Asturias desde la segunda década del siglo xii, y del conde Suero Vermúdez, que por los mismos años extendía su autoridad al occidente de Asturias y a ciertos sectores de la montaña leonesa, territorios todos ellos pertenecientes a la diócesis de Oviedo.

No se conoce con precisión por qué don Pelayo dejó la dignidad episcopal hacia 1130, pero cabe la posibilidad de que el conde Suero Vermúdez haya estado envuelto en el problema. En 1122 Suero Vermúdez y su esposa donaron su rico Monasterio de San Salvador de Cornellana a los monjes de Cluny, pero seis años más tarde pretendieron revocar aquella voluntad y suscribieron un nuevo documento por el que ofrecían Cornellana a la Catedral de Oviedo. La mala fama de don Pelayo ha llevado a pensar en este documento como una nueva falsificación, pero otros testimonios demuestran que los cluniacenses fueron efectivamente expulsados del Monasterio asturiano. Sólo pudieron regresar tras el Concilio de Carrión (1130), en el que los monjes franceses reivindicaron la propiedad legítimamente ganada; y es llamativo que por esta misma época Pelayo abandonase la dignidad episcopal, y que probablemente fuera expulsado en el transcurso del mismo concilio. En su lugar accedió al cargo un individuo llamado Alfonso, desconocido en su origen pero indudablemente apoyado por el Monarca, que resistió durante más de una década la condena papal a su elección como prelado. Una segunda hipótesis es que don Pelayo fuese expulsado por el Monarca por temor a sus cordiales relaciones con Gonzalo Peláez, que pocos años más tarde encabezó una larga serie de rebeliones contra la autoridad real, pero tampoco es posible probar este extremo.

Lo cierto es que a partir de 1130 Pelayo ya no ejercía como obispo de Oviedo. Se ignora su destino en estos años y se especula con su retiro a algún monasterio o bien su permanencia en Oviedo como uno más de sus canónigos, pero nada está probado. Cuando el obispo Alfonso desapareció en 1142, volvió a surgir fugazmente don Pelayo y actuó de nuevo como obispo algunos meses, entre ese año y el siguiente. Pero de nuevo fue reemplazado en el cargo, y ahora ya definitivamente. Noticias procedentes del Archivo de la Catedral de Oviedo sitúan la fecha su muerte el 28 de enero de 1153, pero la falta de informaciones suyas en esa última década y la gran longevidad que tendría de ser cierta tal datación —superior a los noventa años— aconsejan suponer un error de copia y que el año de la muerte sea 1143. Pelayo de Oviedo había preparado su lápida sepulcral en la Catedral de San Salvador de Oviedo, pero nunca fue enterrado allí: falta en el epitafio la fecha de la muerte, que debía ser grabada tras el fallecimiento, y por el contrario se conserva la tapa de un sepulcro con la correspondiente inscripción conmemorativa en el claustro de la Colegiata de Santillana del Mar, donde debió de ser finalmente sepultado.

A lo largo de su vida Pelayo de Oviedo fue, además, autor de una extensa obra de recopilación y copia de antiguos textos históricos, a los que incorporó con frecuencia añadidos de su propia cosecha y otras composiciones totalmente originales. El obispo Pelayo pertenece al grupo de los más selectos historiadores y cronistas de su época por los amplios intereses y el alto vuelo de su obra historiográfica. Sus historias abarcan el orbe cristiano y se remontan a la Antigüedad, siempre desde la perspectiva de una historia sagrada. Recoge la erudición antigua al copiar las historias de san Isidoro, y reconstruye la historia del Reino al copiar las crónicas asturianas del siglo ix y la obra histórica del obispo Sampiro, de principios del xi. En fin, él mismo continuó la crónica de los reyes de León y Castilla del Reino hasta el año 1109, en que falleció el rey Alfonso VI.

Pelayo de Oviedo utilizó las obras históricas que copiaba con criterio similar al que empleaba en el tratamiento de los documentos de archivo: añadió noticias y datos con el objetivo claro de actualizar aquellos textos y forjar un pasado glorioso para la diócesis de Oviedo. La constatación de que algunas de esas informaciones eran fruto de su invención proporcionó al obispo una sólida fama de falsificador. Debe recordarse, sin embargo, que Pelayo no escribía con la simple intención de alcanzar la verdad; al igual que el resto de los historiadores de su tiempo, creaba representaciones del pasado, mitos de orígenes destinados a justificar y mejorar las condiciones del presente. Esa razón convierte la obra de Pelayo, también sus invenciones, en piezas de gran importancia para la comprensión del siglo xii peninsular. Con ello, el hecho de que a través suyo se hayan conservado piezas historiográficas más antiguas que de otro modo se hubiesen perdido, hacen de su obra un referente inexcusable, aunque complejo, para el conocimiento de nuestra alta Edad Media.

 

Obras de ~: B. Sánchez Alonso (ed.), Crónica del obispo don Pelayo, Madrid, Imprenta de los Sucesores de Hernando, 1924; en L. Vázquez de Parga (ed.), La división de Wamba. Contribución al estudio de la historia y geografía eclesiásticas de la Edad Media española, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1943; en J. Pérez de Urbel, Sampiro, su crónica y la monarquía leonesa en el siglo x, Madrid, CSIC, 1952; en J. Prelog, Die Chronik Alfons’III. Untersuchung und kritische Edition der vier Redaktionen, Frankfurt am Main-Bern-Cirencester, Peter D. Lang, 1980; M. G. Martínez, “La ‘historia de cuatro ciudades’ de don Pelayo, obispo de Oviedo”, en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos, 102 (1981), págs. 121-126; M. J. Sanz Fuentes (transcrip.), “Liber Testamentorum Ecclesiae Ovetensis”, en E. E. Rodríguez Díaz, M. J. Sanz Fuentes, J. Yarza Luaces y E. Fernández Vallina (eds.), Liber Testamentorum Ecclesiae Ovetensis (ed. facs.), Barcelona, M. Moleiro Editor, 1995, págs. 451-684.

 

Bibl.: A. Blázquez y Delgado de Aguilera, Elogio de don Pelayo, obispo de Oviedo e historiador de España, Madrid, Real Academia de la Historia, 1910; J. Pérez de Urbel, “Pelayo de Oviedo y Sampiro de Astorga”, en Hispania, XI (1951), págs. 387-412; M. G. Martínez, “Regesta de don Pelayo, obispo de Oviedo”, en Boletín del Instituto de Estudios Asturianos (BIEA), 18 (1964), págs. 211-248; F. J. Fernández Conde, El Libro de los Testamentos de la Catedral de Oviedo, Roma, Iglesia Nacional Española, 1971; “La obra del obispo ovetense Pelayo en la historiografía española”, en BIEA, 73 (1971), págs. 249-291; E. E. Rodríguez Díaz, M. J. Sanz Fuentes, J. Yarza Luaces y E. Fernández Vallina, Liber Testamentorum Ecclesiae Ovetensis, Barcelona, M. Moleiro Editor, 1995.

 

Miguel Calleja Puerta

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