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San Pedro del Barco de Ávila

Biografía

Pedro del Barco de Ávila, San. Tormellas (Ávila), c. 1080 – Barco de Ávila (Ávila), 1.XI.1155. Santo ermitaño.

Nacido a finales del siglo xi en el seno de una familia de campesinos, su existencia es conocida a través de leyendas populares y locales que adquirieron soporte escrito en los siglos xvi y xvii, como el Epílogo de las cosas dignas de memoria pertenecientes a la ilustre, muy magnífica y muy noble ciudad de Ávila, de Gonzalo de Ayora, publicado en 1519, o las Grandezas, antigüedad y nobleza del Barco de Ávila y su origen, de Luis Álvarez, que vio la luz en Madrid, en 1625.

Algunas tradiciones le consideran nacido en una casa de Barco de Ávila que hace esquina con el cementerio de la iglesia de la Asunción y que acoge, desde 1663, una capilla construida por orden del corregidor Juan Antonio Mangíbar.

Se dice que, al morir su padre, se retiró junto a su amigo, san Pascual de Barco de Ávila (nacido igualmente en Tormellas), a un bosque cercano a Barco de Ávila para llevar vida de penitente, alternando el trabajo y la oración en plegaria ininterrumpida. Apiadado por la pobreza de las gentes del lugar, desmontó un macizo montañoso, en una de cuyas cuevas habitaba, y lo transformó en una llanura apta para el cultivo, creando un espacio fértil en el que los naturales del lugar pudieran cultivar judías para su mantenimiento.

Tradicionalmente, se le atribuye la racionalización del territorio y su puesta en producción.

Este santo, repoblador y roturador de nuevas tierras ganadas a los bosques, vivía encadenado a unos grilletes y comía pan en un cuenco de madera. La tradición dice que predicaba a los pájaros y a otros animales del bosque que le rendían pleitesía, siendo sus compañeras de labor dos corzas que le ayudaban en sus trabajos. Se apiadó de una gitana que había sido prostituta y, arrepentida, deseaba ingresar en un convento de Ávila, para lo cual vendió parte de sus tierras a fin de poderla dotar. El obispo de Segovia, Pedro de Agen, le nombró canónigo de la Catedral de Segovia y le encargó, junto a Íñigo Navarrón, maestro en Teología desde 1148, el gobierno de la casa y granja de Párraces, donde se fundó un convento de canónigos regulares, bajo la advocación de Santa María, regido por la Regla de San Benito de Nursia. Allí vivió san Pedro hasta la muerte de Agen y el nombramiento de Navarrón como obispo de Coria. Regresó a Barco de Ávila en 1149 para acabar sus días como ermitaño y penitente. Un día, siendo anciano, mientras araba un campo, solicitó a un niño que le trajera agua de una fuente cercana que manó vino para saciar su sed. La fuente, llamada de San Pedro, es lugar de peregrinación para las gentes de Barco de Ávila, al igual que la que fue su choza, transformada en ermita desde 1490.

A su muerte, acaecida el 1 de noviembre de 1155, se disputaron la posesión de su cuerpo los habitantes de las villas en las que había predicado: Piedrahita, Horcajada, Segovia, Párraces, Barco de Ávila y Ávila.

Al no poder llegar a un acuerdo, cargaron a una mula ciega con el cuerpo del santo y dejaron que su voluntad determinase el lugar donde debía ser enterrado.

La mula se dirigió hacia Ávila y, al llegar a la iglesia románica consagrada a los santos Vicente, Sabina y Cristeta, situada extramuros de la ciudad, se introdujo en el interior del templo, se dirigió al brazo sur del crucero y golpeó con su pezuña en el suelo para marcar con su huella una losa de piedra y trasmitir así la voluntad divina, designando el lugar donde debían reposar sus reliquias. En la actualidad, san Pedro del Barco de Ávila posee altar y sepulcro en el brazo sur del crucero de la iglesia de San Vicente, lugar donde también se preserva la huella de la mula protegida por una reja de hierro forjado. El primer documento que confirma la titularidad de la iglesia como dedicada a los santos Vicente, Sabina, Cristeta y Pedro del Barco de Ávila data del reinado de Fernando III el Santo y se fecha en 1252, privilegio que confirmaron Alfonso X y Fernando IV en 1302.

Se le representa vestido con el hábito benedictino de color negro, barba y pelo blancos, con la cara surcada de arrugas, llevando un libro con la Regla de San Benito de Nursia e instrumentos de labranza en las manos o en los pies.

 

Bibl.: G. de Ayora, Epílogo de las cosas dignas de memoria pertenecientes a la ilustre, muy magnífica y muy noble ciudad de Ávila, Salamanca, 1519, pág. 14; L. Marineo Sículo, Opus de Rebus Hispaniae memorabilibus, Alcalá de Henares, Michael de Eguía, 1533, pág. 23; A. de Cianca, Historia de la vida, invención y milagros [...] de San Segundo, Madrid, J. Arribas, 1595; L. Ariz, Historia de las grandezas de la ciudad de Ávila, Alcalá de Henares, Luys Martinez Grande, 1607, pág. 37; L. Álvarez, Grandezas del Barco de Ávila y su origen, Madrid, Bernardino de Guzmán, 1625 (recoge el Acta de San Pedro); D. Colmenares, Historia de la insigne ciudad de Segovia [...], t. I, Segovia, Diego Díez, 1636, págs. 225-227; H. Flórez, España Sagrada, t. XIV, Madrid [Antonio Marín], 1758, pág. 35; V. de la Fuente y J. Martínez Carramolino, Las Hervencias de Ávila, Madrid, Imprenta de El Pensamiento Español, 1866; J. Martín Carramolino, Historia de Ávila, su provincia y obispado, t. I, Madrid, Juan Aguado, 1872, pág. 408; T. Moral, “Manifestaciones eremíticas en la Historia de Castilla”, en VV. AA., España Eremítica: actas de la VI Semana de Estudios Monásticos, Pamplona, Aranzandi, 1970, pág. 484; J. López Aparicio, “Pedro del Barco de Ávila”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, pág. 1952; F. Mateos, Historia del Barco de Ávila, El Barco de Ávila, Ayuntamiento, 1991, págs. 23-34; L. M.ª Lojendio y A. Rodríguez, La España Románica. Castilla 2, t. III, Madrid, Encuentro, 1992 (4.ª ed.), págs. 313-327.

 

Herbert González Zymla

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