Uría Nafarrondo y Fernández Guilarte, José María de. Madrid, 1750 – Bilbao (Vizcaya), 17.VIII.1791. Sacerdote y escritor.
Por parte paterna procedía de una familia originaria de Orozco que se había instalado en Bilbao a mediados del siglo xvii; del matrimonio de su abuelo Fernando Uría Nafarrondo, comerciante y repetidas veces regidor del Ayuntamiento bilbaíno, con María Antonia de Orueta, perteneciente a una familia que dio abundantes cargadores al puerto de la villa, surgiría una descendencia numerosa que continuó estableciendo lazos matrimoniales con otras tantas familias notables de la sociedad mercantil bilbaína de mediados de siglo, de forma que el apellido del biografiado se vio relacionado por vínculos de sangre con otros tan notables como los Recacoechea, Arriquíbar, Gardoqui, Palacio, Orrantia, Quintana, etc. José Hilarión, su padre, desempeñó, como otros miembros de la familia, diversos cargos de responsabilidad en el Ayuntamiento y en el gobierno del señorío, pero trasladó su residencia a Madrid para emprender allí el comercio de lanas y lencería. Una vez establecido en la capital, desarrolló sus actividades en íntima relación con la colonia vasca que se reunía en torno a la Congregación de San Ignacio, formando parte de una red de originarios de las Provincias Vascongadas a través de la cual no sólo se compartían recuerdos y vivencias comunes sino también oportunidades de negocio y estrategias empresariales.
José María nació en Madrid y emprendió la carrera eclesiástica, cursando estudios en las Universidades de Valladolid y Ávila, obteniendo un doctorado en Teología y ordenándose de sacerdote en 1769. Tras renunciar a un beneficio eclesiástico en la provincia de León —“ atendiendo que con mi patrimonio tenía superabundantemente para mi congrua sustentación, cedí el producto, renta y emolumentos de dicho beneficio a beneficio de los pobres del mismo lugar”— y siguiendo la tradición de los personajes ilustrados que podían permitírselo, emprendió una serie de viajes culturales por Francia e Italia, acompañado por su primo José Ángel de Recacoechea, para asentarse finalmente en Madrid como capellán de la Congregación de San Ignacio, un lugar privilegiado para entrar en contacto con la vida mercantil de la Corte. No obstante, sus conexiones con el comercio bilbaíno debieron de ser intensas desde su misma juventud, pues él mismo se proclamaba vizcaíno y, al dedicar su obra al Consulado y Casa de Contratación de Bilbao, se refería a ella como fruto de “las luces que yo [...] tomé del comercio de esa plaza”.
En 1778, a raíz del fallecimiento de su padre, trasladó su residencia definitivamente a Bilbao, en donde continuó con su labor de capellán, posiblemente del Consulado, y allí transcurrieron sus últimos años de vida. No cabe duda de que su procedencia de una de las familias de comerciantes más importantes de la ciudad y su parentesco con los linajes más destacados de la villa le tuvieron que facilitar una temprana introducción en las complejidades y la dinámica de la vida mercantil. Ello le permitió disfrutar de un nivel de vida más que acomodado y dejar a su fallecimiento una considerable fortuna a sus allegados. El inventario de bienes que se hizo en aquel momento incluía una casa completa en la calle Santa María, otras dos viviendas separadas en la misma calle, un terreno vacío en la Ribera y considerables inversiones en vales del Canal de Tauste. Después de responder a las obligaciones contraídas con varios particulares y familiares, resultó un saldo de más de setecientos mil reales que, siguiendo la voluntad del finado, fue entregado al cabildo eclesiástico con el objeto de crear una fundación para dotar doncellas que permaneció en activo hasta 1915.
La relevancia histórica de Uría Nafarrondo procede del significado que adquirió la publicación de su Aumento del comercio, una obra que ni siquiera es del todo original por tratarse, en buena medida, de una traducción del Traité de l’usure et des intérêts que había escrito en francés unos años antes el sacerdote de Lyon Paul Timoléon de La Forest (1769); no obstante, Uría Nafarrondo, precisamente porque añadió con libertad a la obra de éste cuanto estimó oportuno, no consideró que su trabajo se reducía al de un simple traductor.
El contexto en el que debe entenderse la edición de la obra es el de la tradicional condena eclesiástica del cobro de interés por los préstamos de dinero tomado a préstamo, figura que recibía el nombre de usura. En la elaboración de esta rígida doctrina confluían elementos muy diversos —la antigua filosofía aristotélica, una determinada visión sobre el papel social que cumplía el préstamo de dinero, la espiritualidad cristiana, las doctrinas del derecho natural y todo un aparato jurídico formal— que hicieron de la doctrina escolástica sobre el interés una fortaleza casi inexpugnable en la que se hizo muy difícil penetrar. Y aunque cuanto concernía al crédito incidía de forma decisiva en el poder relativo de las clases sociales y en la estabilidad social, el pensamiento escolástico estaba lo suficientemente estructurado como para sobrevivir los embates del mismo movimiento ilustrado. A este respecto, no debe pasar inadvertido que las obras que ponen en cuestión en Europa la pertinencia y las conclusiones del análisis escolástico son relativamente recientes (la de Maffei es de 1744, la de Turgot de 1766, etc.). La reacción española frente al pensamiento tradicional tuvo lugar con un cierto desfase, se hizo por lo general dentro del marco intelectual aceptado por el escolasticismo y, como era de esperar, se produjo con ocasión de las dificultades concretas que encontraron en la legislación civil y eclesiástica quienes deseaban comerciar en el mercado libremente con dinero prestado.
El caso de Uría Nafarrondo es paradigmático de lo que se acaba de afirmar. En primer lugar, la fecha de edición y las subsiguientes reacciones que ésta siguió provocando bajo la forma de respuestas e impugnaciones, veintiún años después de que un Decreto de Carlos III autorizara el pago de interés por el dinero tomado a préstamo por los Cinco Gremios Mayores de Madrid, significa que la figura conocida como usura, lejos de perder su carácter polémico, era aún objeto de confrontación en fechas tan tardías como 1785. En segundo lugar, el autor de ninguna forma renunció al formalismo escolástico; su recurso al modelo tradicional de exposición, construido sobre la base de argumentos escriturísticos, de autoridad, jurídicos y de razón, es un reflejo de su fidelidad al escolasticismo. Finalmente, las referencias de la obra de Uría Nafarrondo al contexto histórico y social en el que escribe pone de manifiesto que no se trataba de una polémica académica sino de un tema conflictivo con repercusiones reales en la vida social; no en vano el autor dedicó el Aumento del comercio al Consulado de Bilbao y hace repetidas alusiones a las necesidades de crédito sufridas por algunos agentes sociales de la época, como eran los comerciantes bilbaínos o los Cinco Gremios Mayores, nuevamente forzados a tomar dinero a préstamo para hacer frente a sus obligaciones.
Obras de ~: Aumento del comercio con seguridad de la conciencia, Madrid, Joaquín Ibarra, 1875.
Bibl.: J. M. Barrenechea, “Economistas vascos del siglo xviii”, en VV. AA., Historia del País Vasco (siglo xviii), Bilbao, Universidad de Deusto, 1985; J. M. Barrenechea (est. prelim., notas y ed.), Moral y economía en el siglo xviii. Antología de textos sobre la usura: Zubiaur, Calatayud, los Cinco Gremios Mayores y Uría Nafarrondo, Vitoria, Administración de la Comunidad Autónoma del País Vasco, Departamento de Justicia, Economía, Trabajo y Seguridad Social, 1995 (Col. Clásicos del Pensamiento Económico Vasco, t. II).
José Manuel Barrenechea González