IBN PAQ¤DA, BaÊya ben Yosef. ¿Zaragoza?, c. 1040 – ?, c. 1110. Teólogo, filósofo, juez y asceta.
A pesar de la gran aceptación de la que gozó Ben Paqñda —también llamado Abñ Isʪq— no sólo en círculos intelectuales, sino también entre el pueblo común, es uno de los autores hispano-judíos del que menos datos biográficos se conocen. Ni sus más grandes estudiosos han podido determinar ni siquiera algunas pocas referencias a su vida. Su popular obra, como señala G. Vajda, ha eclipsado totalmente a su autor. Aunque se le suele citar como Ibn Paqñda, el término Ibn fue empleado en el árabe de la cultura y lengua en que vivió.
Aunque durante mucho tiempo se ha dudado acerca del lugar de nacimiento de este autor, pensándose que era originario de Córdoba, hoy existen diversas razones que permiten avalar que nació en Zaragoza. En primer lugar, la afirmación de un autor posterior que sostiene que el nombre Paqñda está atestiguado sólo entre los judíos del norte de España. En segundo lugar, que el nombre de BaÊya era propio del territorio aragonés, en donde existieron seis o siete personajes con ese nombre. Pero es un testimonio más antiguo el que definitivamente señala la ciudad de Zaragoza como su lugar de origen. Se trata del traductor de la obra de Ben Paqñda del árabe al hebreo, Yĕhudah ben Tibbon, quien habría escrito lo siguiente: “Este libro de la ley de la obligación de los corazones lo compuso el sabio juez R. BaÊyah bar Yosef ben Paqñda de Zaragoza”. También se ha insistido en que esta obra refleja gran parte del conocimiento filosófico que circulaba en las comunidades judía y musulmana de la ciudad de Zaragoza, regida por los Banñ Hñd, ciudad en la que existía un animado ambiente cultural, donde existían varios filósofos y donde algunos pensadores judíos leían a Aristóteles, como señala el historiador árabe Sªÿid al-AndalusÌ, y donde existía un ambiente de tolerancia intelectual favorable al desarrollo de los intercambios culturales. Fue aquí donde se introdujo el sistema neoplatónico de las Epístolas de los Hermanos de la Pureza (filósofos ismaelíes orientales), obras que dejaron su impronta en el pensamiento de varios autores zaragozanos, perceptible también en la obra de Ben Paqñda, quien pudo leerlas tras su introducción en Zaragoza hacia el año 1065.
Se ha discutido también sobre la forma de su nombre, BaÊya, que es la que se ha impuesto en Europa. Vajda piensa que sería más correcto escribir BaÊyé, nombre corriente entre los judíos orientales. Otros hacen derivar BaÊya de Abñ YaÊyà.
Se sabe que fue dayyªn, juez de un tribunal rabínico de la comunidad judía, en cuyo oficio parece que antepuso la interioridad de la Ley, que nace del corazón, a su literalidad, que no es más que letra externa carente de sentido. Se sabe también que fue designado con los títulos de ha-zaqén, el anciano, quizá para subrayar su longevidad llena de sabiduría, prudencia y vida santa, y ha-Êasid, el piadoso o el moralista, de acuerdo con el interés primordial mostrado en su obra. De él se ha escrito que fue un hombre de alma enérgica, de vida noble y pura, que sólo precisaba de circunstancias favorables para provocar una revolución religiosa. Y ésta no fue sino su teología moral, que tuvo una gran relevancia dentro del judaísmo. Parece que tenía una gran elocuencia y que disponía de una brillante imaginación. Se ha afirmado, pero sin que pueda confirmarse, que vivía del comercio.
Su época de esplendor personal puede centrarse en torno al año 1080, en que debió escribir algunas de las composiciones que se le atribuyen. Algunos estudiosos han afirmado que en su obra hay una clara influencia del pensamiento del teólogo musulmán oriental Algazel (m. 1111). Sin embargo, las obras de éste no se difundieron antes de 1100, con lo que es muy difícil que hubiera existido tal influencia. No es posible, como ya afirmó Vajda, establecer una comparación directa entre las obras de BaÊya ben Paqñda y las de Algazel, existiendo sólo semejanzas de léxico pero no analogías de orden interno.
Se le ha atribuido una obra titulada MaÿªnÌ al-nafs (“Los sentidos del alma”), que fue traducida al hebreo con el título Tora ha-nefeë, de influencia platónica y neoplatónica, en la que se intenta armonizar la sabiduría de los antiguos filósofos con la sabiduría tradicional de los textos religiosos judíos. Hoy está demostrado que este escrito no es una obra de Ben Paqñda, sino de un autor desconocido de finales del siglo XI y comienzos del siglo XII. También se le han atribuido varias poesías.
La única obra por la que ha pasado a la historia del pensamiento judío es la que escribió en árabe con el título Kitªb al-hidªya ilª farª’i¼ al-qulñb (“Libro de la dirección de los deberes de los corazones”), que fue traducida al hebreo por Yĕhudah ben Tibbon, como ya se ha indicado antes, con el título Sefer Êobot ha-lěbabot (“Los deberes de los corazones”), que es el título con el que se suele conocer la obra. Es una especie de tratado de moral espiritual, de carácter práctico, religioso y ascético, en el que su autor describe las obligaciones religiosas externas, que divide en racionales y tradicionales y cuya ejecución corresponde a los miembros del cuerpo, y las creencias y actitudes del corazón o deberes interiores, con frecuencia olvidados por aquellos otros.
En ella, Ben Paqñda resuelve el problema de la oposición entre fe y razón, al afirmar que ambas son necesarias, puesto que la fe sola es insuficiente sin la ayuda de la razón; ésta a su vez no puede alcanzar por sí sola la verdad de Dios. La conclusión a la que llega es que fe o ley y razón se presentan como los principios de educación del hombre; la razón parece tener la primacía, pero la Ley y la Tradición son necesarias para que el hombre pueda cumplir sus obligaciones hacia Dios. Ben Paqñda trata de mostrar la conveniencia entre revelación y razón, esforzándose por equilibrar el papel de ambos elementos en la vida del hombre. Su concepción de la razón es muy cercana a la de los muÿtazilíes musulmanes.
La obra está dividida en diez capítulos, cuyos encabezados son los siguientes: 1) sobre la unidad de Dios; 2) sobre la contemplación de sus creaturas; 3) sobre la obediencia en el servicio divino; 4) sobre el abandono de Dios; 5) sobre la sinceridad en el obrar sólo por Dios; 6) sobre la humildad; 7) sobre la conversión a Dios por el arrepentimiento; 8) sobre la cuenta que el hombre ha de tomar a su alma; 9) sobre la ascesis y cuál nos es más conveniente; 10) sobre el amor de Dios.
En su Prefacio o Introducción afirma un lugar común en la literatura mística y filosófica islámica: la donación que Dios ha hecho al hombre de la ciencia, tomando este término en su sentido más amplio, como el conjunto del saber humano: “El don más noble con que ha regalado Dios a los seres racionales, después de haberles dotado de discernimiento y comprensión, es la ciencia, la cual es vida para los corazones de los hombres y lámpara para sus entendimientos, sirviéndoles éste de guía para tener satisfecho al Señor”. Esta ciencia, que abarca la totalidad del saber humano, es triple: la física, la matemática y la teología. Las dos primeras se ocupan de lo que es útil para la vida práctica; la última sirve para adquirir los conocimientos religiosos sin procurar ventajas mundanas: “La ciencia se divide en tres clases. La primera es la ciencia natural, la cual trata del conocimiento de las cualidades naturales de los cuerpos y de sus accidentes. La segunda es la ciencia matemática, es decir, la aritmética, la geometría, la astronomía y la ciencia de la composición de las melodías, o sea, la música. La tercera es la teología, que versa sobre Dios, sobre su Libro y sobre el resto de las cosas inteligibles, tales como el alma, el entendimiento y las personas espirituales. El sentido de estas clases de ciencia, de acuerdo con la índole propia de cada una, es que todas ellas constituyen puertas que Dios ha abierto a los seres inteligentes para que, por su medio, logren entender tanto la religión como las cosas de este mundo. Pero mientras algunas ciencias se relacionan más especialmente con la religión, otras ser refieren más en particular a la utilidad mundana. Las que se relacionan de modo específico al provecho terreno constituyen las ciencias más bajas y son, concretamente, la ciencia que trata de las cualidades naturales y accidentes de los cuerpos y la ciencia intermedia, a saber, las matemáticas. Esas dos ciencias nos enseñan, de modo general, los secretos de este mundo y la utilidad y provecho que nosotros podamos sacar de él; pues nos indican la clase de acciones y los tipos de técnicas que debemos usar con vistas a las cosas que son necesarias para el cuerpo y a los distintos provechos que queremos obtener del mundo. La ciencia que específicamente se relaciona con la religión es la más sublime de todas. Se trata de la teología. Con ella a lo que estamos obligados es a buscar la comprensión de la religión, estándonos totalmente prohibido el que pretendamos conseguir provechos mundanos”. La teología se ocupa de Dios y de las substancias espirituales, intelecto y alma y tiene, pues, un campo de aplicación más amplio que el de la ciencia de la religión, que se aplica solamente a la Escritura y a la Tradición.
La ciencia de la religión se divide en dos partes: la de los deberes de los miembros corpóreos, que es una ciencia exterior, y la de los deberes de los corazones, que es una ciencia interior u oculta. En ambas interviene la razón, a la que valora muy positivamente como don dado por Dios al hombre: “Las puertas que abrió Dios para que el hombre accediera al conocimiento de la religión y de su Ley son tres. La primera es la razón, exenta de todo mal. La segunda es el Libro verdadero de Dios, revelado al Profeta. Y la tercera, las Tradiciones transmitidas oralmente por nuestros antepasados, tomadas de los Profetas. Nuestro maestro Saÿadia comentó todo esto hace tiempo de manera suficiente”. Razón, revelación y tradición van unidas, siendo necesarias las tres para que el hombre fundamente su conducta moral y para que descubra a Dios y sus obligaciones hacia Él. La razón es la que certifica la veracidad de la revelación: “Respecto a la grandeza de la bondad de Dios para con nosotros por habernos dado la razón y el discernimiento con que nos distinguió del resto de las especies de seres vivientes, no se nos oculta su gran utilidad para gobernar nuestros cuerpos y para organizar nuestros movimientos, salvo en el caso de aquellos que han perdido la razón por algún daño que les ha sobrevenido a su cerebro. Las ventajas que se derivan de la razón son muy abundantes. En efecto, con ella podemos demostrar que tenemos un Creador, Sabio, Único, Señor Inmutable, Uno, Eterno, Poderoso; que no le envuelve ni el tiempo ni lugar alguno; que está por encima de las cualidades creadas y más allá de la mente de cualquier ser; que es Misericordioso, Noble, Liberal; y que nada se puede comparar con Él, ni Él puede ser comparado con nada… Por la razón también se nos confirma nuestra fe en el Libro verdadero de Dios, por el que se reveló a su Enviado, el cual nos indicó cómo es Dios”.
No se pueden determinar tampoco los autores que pudieron influir en Ben Paqñda, pero sí está claro que no dependen de un solo texto o de un solo autor. Él mimo dice que no ha tenido predecesores en la literatura judía, pero no puede formularse ninguna respuesta a la cuestión de la influencia que haya podido sufrir. Hay huellas del pensamiento ascético y místico islámico y del hermetismo, pero también lo hay de la propia tradición judía. También se ha señalado la presencia del pensamiento expuesto en las Epístolas de los Ijwªn al-Safª’, especialmente en el capítulo primero. Ben Paqñda señala como guía de la vida ética el sentimiento religioso interno, proclamando así la primacía de los deberes de los corazones, del alma. Se trata de una posición ética que abre la vía a la teología ascética en el judaísmo español, una teología que intentaba superar el ritualismo anquilosado para vivificar la vida religiosa. Y en eso se funda su originalidad e independencia ante el influjo que pudo haber recibido.
La proyección de su pensamiento fue tal que desde comienzos del siglo XVII fue traducido a todas las lenguas habladas en las comunidades judías: español, portugués, italiano, judeo-alemán, judeo-árabe, ladino, latín e inglés. Este pensamiento ha sido comparado con el del espiritualista cristiano Tomás de Kempis. Fue, además, un pensamiento que no levantó sospechas ni suspicacias en ningún momento de su historia, precisamente por su tendencia ascética y su propósito de enaltecer la moral práctica.
Obras de ~: Libro de la dirección de los deberes de los corazones, s. l., c. 1080-1090; Kitªb al-Êidªya ila farª’id al-qulñb des Bachja Ibn Josef Ibn Paquda aus andalusien im arabischen Urtext zum ersten Male nach der Oxforder und Pariser Handschrift sowie den Petersburger Fragmenten, ed. de A. S. Yahuda, Leiden, Brill, 1912; Sefer obot ha-lěbabot, ed. del texto hebreo trad. por Yěhudah ibn Tibbón, Nápoles, 1489.
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Rafael Ramón Guerrero