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Juan de Castro y de Pinós

Biografía

Castro y de Pinós, Juan de. Valencia, 22.III.1431 – Roma (Italia), 29.IX.1506. Obispo de Agrigento y cardenal.

Miembro de una familia de la nobleza catalana, oriunda de Ribagorza, que permaneció fiel a Juan II durante la guerra civil (1462-1472). Joan era hijo de Pere Galceran de Castre-Pinós i de Tramacet y Blanca de So, emparentando con los Borja a través de los Fenollet desde que Roderic-Gil de Borja —bisabuelo de Alejandro VI— casara con Francesca de Fenollet (M. Batllori). Comparece por primera vez en los documentos como clérigo de la diócesis de Elna (Gerona), caballero de San Juan de Jerusalén y familiar del vicecanciller Rodrigo de Borja en el momento en que fue nombrado obispo de Agrigento (19 de febrero de 1479), sede sufragánea de Palermo (Sicilia).

En 1481 su nombre aparece en la lista de familiaris et continuis comensaliis que el vicecanciller presentó a Sixto IV pidiendo la concesión de ciertos beneficios para sus protegidos. Mientras tanto el rey Fernando comenzó a pedirle algún favor —como el nombramiento de Juan Estanya como abad del monasterio de Poblet— hasta que en 1484 las relaciones se torcieron.

El motivo era que Juan de Castro, con la ayuda del cardenal Borja, se había apropiado del monasterio benedictino de San Pedro de Roda perteneciente al Patronato Real, que el rey pensaba entregar a fray Paulo de la Cavallería para facilitar su paso a la Observancia.

Fernando exigió a ambos eclesiásticos que renunciaran al monasterio bajo amenaza de secuestrar los bienes del obispado de Agrigento (15 de noviembre de 1486), pero el pleito se alargó y Castre acabó haciéndose con la encomienda del monasterio entre 1494 y 1499 (J. L. Villanueva).

En agosto de 1484 el prelado asistió al cónclave que eligió a Inocencio VIII, interviniendo como custodio ex Hispanis junto con el embajador de los reyes y el obispo de Monreal Joan de Borja y Navarro. Es posible que durante este tiempo realizase algún viaje a Agrigento pues en 1491 se le ha reconocido presidiendo el parlamento siciliano. Nada más subir al pontificado Alejandro VI requirió sus servicios nombrándole prefecto del Castel Sant’Angelo, y encargándole a fines de 1493 la defensa de la ciudad tras su partida hacia Viterbo huyendo de la peste. Cuando las tropas francesas de Carlos VIII se aprestaban a invadir Italia le se encuentra de nuevo al frente de Sant’Angelo, desde donde informaba al papa de la escasez de piezas de artillería y le proponía la devolución de los “pasavotantes” que anteriormente se habían llevado a Civitavecchia. En otra carta posterior le ponía al corriente de las obras que Antonio de Sangallo estaba llevando a cabo en la puerta de la fortaleza de acuerdo con los diseños que le había mandado el papa (25 de noviembre de 1493). No hubo tiempo para culminar las obras, pues Carlos VIII entró en Roma el 31 de diciembre poniendo sitio a la fortaleza defendida por las tropas pontificias y una guarnición española de cuatrocientos infantes al mando de Garcilaso de la Vega, embajador de los Reyes Católicos en Roma.

Junto al monasterio de San Pedro de Rodas, Castre logró hacerse con la encomienda del priorato de Santa María de Besalú (1494), cuyas rentas percibía a través de su procurador Pedro Renón y contra las maniobras de ciertos miembros de la nobleza. El 19 de febrero de 1496 Alejandro VI recompensó sus servicios nombrándole cardenal prefecto con el título de Santa Prisca “por su consejo, humanidad y honestidad” (ob consilium, humanitatem, innocentiamque, según reza su epitafio), aunque en su elección también pesara el rebrote de nepotismo pontificio suscitado por la “calatta” francesa. El nuevo cardenal intensificó entonceslos vínculos con los soberanos y con sus connacionales instalados en Roma, pues aquel mismo año de 1496 desempeñó el oficio de protector o gobernador de la iglesia-hospital de los catalanes en Roma —con sede en San Nicolás de cathalans.

Hasta su elección cardenalicia, el monarca aragonés se había limitado a pedir al obispo de Agrigento que facilitase el paso a la observancia de San Pedro de Roda (31 de julio de 1493), y que no obstaculizase la visita que estaba realizando en su diócesis el obispo metropolitano de Palermo (30 de abril de 1495). Después se intensificaron más las relaciones.

En julio de 1498 el rey le escribió para que hiciese desistir a su familiar Juan de Monsay de sus pretensiones sobre una canonjía en la iglesia de Balaguer; al mes siguiente le ponía al corriente de las obras del monasterio de San Pietro in Montorio que estaba levantando sobre la colina del Giannicolo (17 de agosto de 1498); y el 30 de septiembre le rogó que solicitara al papa la renovación de la facultad concedida por Inocencio VIII para mejorar la cura pastoral del lugar del Espinar (Segovia). El arzobispo Jiménez de Cisneros también recurrió a él para que apoyara los asuntos que debía tramitar en la Curia su agente, Fernando de Herrera, recibiendo como contestación una amable carta del cardenal redactada en catalán “per millor mostrar nostras offertas son de bon animo” (4 de octubre de 1499). Las palabras no eran gratuitas pues los reyes estaban preocupados por el apoyo que Castre dispensaba a la abadesa Violante de Moncada, principal obstáculo en la reforma del monasterio de Pedralbes. El 12 de marzo de 1500 Fernando prohibió al cardenal entrometerse en el asunto, y un año después le informó de algunas cosas tocantes a la abadesa y a las monjas del monasterio sin lograr que cambiase de actitud.

En esta época el embajador veneciano describía al cardenal como un hombre “vero e dabbem, e cattolico gentiluomo, ma è povero” (28 de septiembre de 1500), dato confirmado por los 2.000 ducados anuales que percibía en 1500-1501 y le situaban entre los cardenales más pobres. Además de las rentas de Agrigento, Castro recibía los dineros que le proporcionaba la sede de Schleswig (6 de noviembre de 1499) —que administró hasta el 29 de julio de 1502—, la encomienda del monasterium Novi Campi (14 de octubre de 1500) —en la diócesis de San Severino— y en fecha incierta las abadías cistercienses de Fossanova (Priverno) y Santa María de Gubino (Génova).

Su inscripción sepulcral resalta sus virtudes y afirma que vivió con integridad sus diez años de cardenalato, lo que contrasta con la vida de otros cardenales amigos suyos, como Bartolomé Martí, de quien fue testamentario tras su fallecimiento (25 de marzo de 1500).

En Roma participó en numerosas celebraciones litúrgicas en la basílica de San Pedro, la capilla Sixtina o en la iglesia de la Minerva. Acompañó al papa en sus visitas a Santa María la Mayor o en su viaje a Nepi en septiembre de 1499, y asistió al bautizo de Rodrigo, hijo de Lucrecia Borja (11 de diciembre de 1499). Sin embargo, su salud empezó a empeorar tres años después a causa de la quiragra (enfermedad de gota en las manos) que le impidió celebrar la misa en la fiesta de san Juan Evangelista (27 de diciembre de 1502).

A pesar de las divergencias comentadas, Fernando le estimaba y le contó entre sus candidatos en el cónclave que siguió al fallecimiento de Alejandro VI. Curiosamente César Borja también le prestó su apoyo en esta ocasión exhortando a los cardenales españoles a que concentrasen sus votos sobre su persona. En la elección del día 21, el cardenal de Agrigento llegó a reunir trece votos, frente a los catorce que obtuvieron Bernardino de Carvajal y Oliviero Caraza, pero al final la elección recayó en Giuliano della Rovere que tomaría el nombre de Julio II. Nada más ser elegido, el nuevo pontífice apoyó la candidatura de Juan de Castro para la provisión de Malta contra el parecer del rey, que esperaba poner a un hombre de confianza “en aquella isla que esta tan cerca de los infieles y ser como es importante para nuestro estado” (30 de abril de 1504). Fernando exigió al cardenal la resignación del obispado, “e si luego no lo face —escribía a su embajador— él verá por la obra cuánto nos desirve e enoja en ello”. El asunto no se había resuelto cuando —tras el fallecimiento de Isabel— Castre negoció con el rey una capitulación con otros doce cardenales en la que, a cambio de la liberación de César Borja, se comprometía a favorecer los asuntos del monarca, apoyar a su candidato en el futuro cónclave y garantizar la fidelidad del duque. Frustrada esta iniciativa las relaciones se enfriaron, de manera que el rey tuvo que volver a insistir el 29 de abril de 1507 para que el cardenal abandonase su pretensión sobre Malta, sin percatarse de que Juan de Castro había fallecido hacía siete meses. Sus restos reposan en la iglesia de Santa María del Popolo en un bello sepulcro atribuido a Francesco da Sangallo (il Margota), colocado originalmente en el frontal interno de la fachada y trasladado después a la capilla della Rovere. Era el mejor homenaje a este cardenal que destacó por sulealtad, honestidad y sencillez, reflejadas en su correspondencia, en su discreta labor en la Curia y en la bella inscripción que decora su sepulcro.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional (Madrid), Universidades, leg. 757, fol. 179r.

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Álvaro Fernández de Córdoba

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