Gilij, Felipe Salvador. Legogne, Perugia (Italia), 27.VII.1721 – Roma (Italia), 10.III.1789. Jesuita (SI) expulso, misionero, etnógrafo y escritor.
Había hecho dos años de Filosofía en el colegio romano (Universidad Gregoriana desde 1873), y uno de sus profesores había sido el teólogo jesuita padre Juan Bautista Faure (Roma, 1702-Viterbo, 1779) antes de entrar en la Compañía de Jesús el 27 de agosto de 1740 en Roma. Destinado al Nuevo Reino de Granada, el 25 de abril de 1741, siendo aún novicio de primer año, fue a Sevilla, donde acabó su noviciado y prosiguió sus estudios de Filosofía en el colegio de San Hermenegildo. Atravesó el Atlántico en la expedición del padre José Gumilla (Cárcer, Valencia, 1686-Los Llanos, Venezuela, 1750) que se hizo a la vela en Cádiz en el navío francés San Rafael el 19 de enero de 1743. En la Universidad Javeriana estudió los cuatro años que componían el currículo de Teología, donde después fue profesor de los jóvenes jesuitas que se preparaban para iniciar los estudios de Filosofía y Teología. Recibió la ordenación sacerdotal en 1748 de manos del arzobispo Pedro de Azúa en Santafé de Bogotá (Colombia) e hizo los últimos votos el 28 de marzo de 1756 en Los Llanos (Orinoco, Venezuela). Misionó dieciocho años en el Orinoco, donde fundó (1749) la misión San Luis de la Encaramada, entre los ríos Orinoco y Guaya, para los indios tamanacos, a los que se añadieron maipures, abaricotos y parecas. Asimismo, fue superior de las misiones (1761-1765), siendo el primer escritor de las gramáticas y de los vocabularios de las lenguas de esos pueblos (Hervás). Llegó a La Encaramada el 1 de marzo de 1749. Tres etapas creemos descubrir en su biografía orinoquense. La inicial (1749-1756) que diera la impresión de haber sido bastante sedentaria; la de movilización por el gran río Orinoco (1756-1767); y la intermedia que estaría definida por su superiorato de la misión (1761-1765).
En La Guayra fue designado superior, en 1767, por la muerte del titular P. Francisco Riberos.
Donís Ríos subraya que Gilij es uno de los más destacados jesuitas que contribuyó al poblamiento y evangelización de la Venezuela Profunda (los territorios de los ríos Casanare, Meta y Orinoco), suerte de territorios interiores extensos no explorados, donde trabajaron intensamente a partir de la segunda mitad del siglo XVII. La nueva política misional impulsada por la corona española descansó sobre la base de un sistema mixto de empresa evangelizadora y escolta de soldados mediante las llamadas “entradas”, con el objetivo fundamental de recoger a los indígenas dispersos por la amplia geografía de las provincias y reducirlos a poblado, en una, si se quiere, forma de sustitución de la conquista guerrera por la espiritual. La corona delegó en el misionero la colonización de esos espacios, sustituyendo el religioso al gobierno civil. Prosperaron entonces los pueblos de resguardo de indígenas y los hatos de comunidad, asistidos por la fuerza militar. El rey patrocinó directamente las iniciativas misioneras y los religiosos se afanaron para que sus misiones quedaran bajo la égida del Patronato.
La natural y ansiada expansión de la Compañía en suelo venezolano, buscando la Orinoquia y las regiones norte y sur del Meta, se vio entrabada por los gravísimos problemas inherentes a las distancias y los formidables accidentes geográficos que median entre las hoy repúblicas de Colombia y Venezuela; y por la dependencia impuesta por el centralismo de las autoridades del Nuevo Reino de Granada, tanto civiles como jesuíticas. Además de misionar y fundar varios pueblos, dejó una útil labor geográfica y cartográfica realizada, en la que también participaron destacados ignacianos, como Matías de Tapia, Juan Capuel, José Gumilla, Bernardo Rotella, Manuel Román, Agustín de Vega y Felipe Salvador Gilij, el más conocido de todos. Estos jesuitas dieron a conocer por vez primera la provincia de Guayana desde un punto de vista científico y al Orinoco como la arteria vital que daría vida a toda la unidad territorial de sus vertientes.
No tiene nada de extraño que los misioneros jesuitas intercambiaran sus experiencias y conocimientos, producto de sus largos años en el Orinoco y que acordaran plasmarlas en el papel. Román regresó en 1745 de su viaje por el río Negro a través del Casiquiare y su descubrimiento lo reflejó Rotella en su mapa. Los dos amigos sumaron información ofrecida por los indígenas, por los portugueses y, por supuesto, la correspondiente a la cartografía jesuita previa a 1744. Según Dionis Ríos, Román aportó información del Alto Orinoco, del río Negro y deCasiquiare. La correspondiente a los Llanos del Casanare y Meta, hasta Santa Fe, pudo provenir de fuentes documentales y cartográficas de la Compañía. Rotella, por su parte, fijó la región del lago Parima, el nacimiento del Orinoco y los ríos Mazaruni, Cuyuni y Esequibo, más los afluentes del Amazonas, por su margen izquierda, desde el río Negro hasta la desembocadura de aquél en el Atlántico. La mayor parte de la información recogida - la más abundante - provino de los indígenas.
Gilij y sus correligionarios dejaron una nueva perspectiva económico-misionera cuyo centro de gravedad estaría en Santo Tomé de Guayana y en Trinidad. Aportaron ideas fundamentales de la geografía de Venezuela, particularmente de la Orinoquia, que influyeron poderosamente en el célebre Tratado de Límites Hispano-Luso de 1750. Sin duda, la moderna cartografía del Orinoco comienza con Manuel Román, la ratifica su amigo Bernardo Rotella y luego la propia Corona española a través de la Expedición de Límites.
Al efectuarse la expulsión de los jesuitas por decreto (que le fue intimado el 3 de julio de 1767 en San Luis de la Encaramada) de Carlos III, Gilij dejó en dicha misión cinco manuscritos (Gramática de la lengua tamanaca, Vocabulario tamanaco-español, Gramática de la lengua maipure, Vocabulario maipure-español y una Colección de doctrinas cristianas y sermones morales en las lenguas tamanaca y maipure), según Hervás.
Regresó a Italia y a fines de 1768 vivía en el colegio de Macerata como encargado de la espiritualidad de la institución educativa. El 29 de enero de 1769 se le nombró rector del colegio de Monte Santo de Potenza. El 25 de diciembre de 1770 asumió el rectorado del colegio de Orvieto, cargo en el que permaneció hasta la extinción de la Compañía de Jesús por el breve Dominus ac Redemptor de Clemente XIV (agosto de 1773). Gilij contaba cincuenta y dos años de edad y a finales de ese mismo año 1773 se radicó en Roma, donde se dedicó casi exclusivamente a escribir hasta el fin de su vida, y desde allí colaboró, asimismo, con las obras lingüísticas de Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809). Es uno de los ex jesuitas cuyos escritos y amistad más influyeron en las investigaciones lingüísticas del abate español, a quien personalmente le procuró noticias sobre las lenguas del reino de Nueva Granada y le buscó colaboradores para otras lenguas de la América Meridional, según se deduce de unas cartas a Hervás desde Roma, fechadas el 25 de marzo y 3 de abril de 1784 y 20 de marzo de 1785.
Fuera de su labor en las misiones venezolanas, su aporte más significativo, alabado por los hermanos von Humboldt, fue la clasificación de las lenguas del Orinoco, de las que dominó tres matrices y varios dialectos, y la redacción de las desaparecidas gramáticas, diccionarios, narraciones y poesías de las lenguas tamanaca y maipure. Su obra más destacada, sin embargo, es su Saggio di Storia Americana (Roma, 1780-1784), obra importante en la historia social, cultural y lingüística de América del Sur, cuyos cuatro tomos tienen los siguientes subtítulos: Della storia geografica e naturale della provincia dell’ Orinoco, De’ costumi degli orinochesi, Della religione e delle lingue degli orinochesi e di altri americani y Stato presente di Terra-Ferma. El Saggio se compone evidentemente de dos partes: la primera —la fundamental— trata sobre la Orinoquia, y la segunda sobre Tierra Firme, que podríamos catalogarla de apéndice dentro de la Orinoquia. Gilij encuadra su historia circunscrita a las naciones misionadas por los jesuitas. Según Hervás: “La experiencia adquirida por el autor misionero, que fue muchos años en aquellas provincias, el amable candor, justa crítica, claridad y orden con que procede, le han merecido los títulos de instruido, desapasionado, veraz y metódico, con que le honran los sabios de Italia. Sin adular, celebra lo mucho bueno y grandioso que la nación española ha obrado y obra en las Indias”. Ciertamente, Gilij hizo gestiones para su publicación en febrero de 1784, pero fracasaron, a pesar de lo que escribe Hervás en 1789: “Esta Historia, según me ha dicho el autor, se traduce en español y se reimprime con nuevas ilustraciones y correcciones” (Idea dell’Universo, vol. II, pág. 245, nota 1). Inmediatamente hubo intentos fracasados de publicarla traducida en España, e incluso la Gaceta de Barcelona de 26 de marzo de 1785 anuncia su venta.
Cuando falleció fue sepultado en la iglesia del Gesù y su amigo Hervás dejó este retrato: “El señor Gilij fue varón insigne en doctrina y virtud. No obstante, de haber estado dieciocho años tratando siempre con naciones bárbaras, en su llegada a Italia, mostró en las ciencias sagradas y físicas un conocimiento tan grande como si las hubiera estado enseñando todo el tiempo de su apostolado. En este no perdonó trabajo ni fatiga por convertir al cristianismo las naciones gentiles, de las que con amor tierno se acordaba en su vejez con deseo de reveerlas. En Italia vivió con el mayor retiro y meditación santa, lección y escritura de las obras que publicó, y de algunos manuscritos hallados después de su muerte”. Ciertamente la estructura intelectual de Gilij se había configurado, parte en Europa y parte en América. Su sólida formación clásica, adquirida en Italia, no le abandonó en ningún momento, de manera que la temática americanista del Saggio está empapada de los aromas grecolatinos.
Se podría afirmar que, en conjunto, ninguno de sus antecesores gozó de las singulares coyunturas que envolvieron la biografía de Gilij para legar el mejor aporte jesuítico al estudio de los hombres que habitaron el Orinoco. El misionero italiano escribe como testigo presencial del auge que vivió el gran río venezolano al mediar el XVIII (1749-1767); después de haber conocido y convivido con los actores históricos de esa época, ya fuera por sus tareas de superior de la misión (1761-1765), ya por sus conexiones con los miembros de la Expedición de Límites, ya por las interminables horas de estudio, observación y análisis que conllevó su vida solitaria en la reducción de San Luis de la Encaramada. Además, entre la redacción del Saggio y sus experiencias misionales se interpone aproximadamente una amplia década, espacio importante para la sedimentación de tantos hechos históricos que le tocó vivir.
La figura de Gilij con su Saggio di Storia Americana apunta a un nacionalismo emergente en la provincia del Nuevo Reino de Granada en el área de la geo-historia. Escritor más conocido en la literatura científica europea de finales del siglo XVIII, quien además supo convocar los conocimientos de muchos de sus compañeros de misión, algunos todavía inéditos, como Antonio Salillas, Roque Lubián, Joaquín Subías y Antonio Julián.
En resumen, para comprender la vida y la obra de Gilij hay que tener en cuenta dos criterios permanentes en su espíritu: su posición proespañola, a pesar del papel pernicioso que jugaron las autoridades madrileñas en su vida y en el destino de la Compañía de Jesús; y la actitud conciliatoria e ilustrada que asume en el aparente conflicto entre religión y ciencia.
Obras de ~: Saggio di Storia Americana ossia storia naturale, civile e sacra dei Regni e delle provincie Spagnuole di Terraferma nell’America meridionale, Roma, 1780-1784, 4 vols.; Novena dell’apostolo dell’Indie San Francesco Saverio, composta in lingua spagnuola dal P. Francesco Garzia, tradotta ora di nuovo in italiano da un divoto del medesimo santo, Fuligno, Tomassini, 1787 (anónima); Ensayo de Historia Americana, Caracas, Fuentes para la Historia Colonial de Venezuela, Academia Nacional de la Historia, 1965 (trad. A. Tovar; 2.ª ed. 1987; 3.ª ed., Caracas, Petróleos de Venezuela, 1992); Dissertatio de martirum ossibus repertis prope Castellum Legoniae (inéd.); Sulla lapida di Papacqua in vicinanza di Legogne (inéd.).
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Antonio Astorgano Abajo