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Diego Camacho y Ávila

Biografía

Camacho y Ávila, Diego. Badajoz, 12.XI.1652 – Zacatecas (México), 19.X.1712. Arzobispo de Manila y de Guadalajara de México.

Hijo de Miguel Sánchez Sevillano, médico, y de María Vaca y Ávila. Doctor y catedrático en la Universidad de Salamanca, fue canónigo magistral de la catedral de Badajoz. Inocencio XI lo preconizó arzobispo de Manila y fue consagrado en Puebla de los Ángeles el 19 de agosto de 1695. Tomó posesión de la sede metropolitana el 25 de marzo de 1697. Desarrolló una intensa actividad pastoral, defendiendo la jurisdicción ordinaria frente a la pretendida exención de los religiosos, que se opusieron por todos los medios a la visita diocesana. Los clérigos llegaron a renunciar a sus ministerios pastorales en las iglesias y doctrinas por ellos administradas. La misma resistencia encontró al intentar la visita de los hospitales y de las obras pías administradas por los frailes, que se resistieron también al registro de sus propiedades, patrimonio de la Iglesia. Las controversias llegaron a las altas instancias del Consejo de Indias y a la misma Corte de Roma, dando lugar a un pleito interminable.

El mismo resultado obtuvo Camacho de su intento de visitar los hospitales y las obras pías, dependientes todas del Real Patronato y administradas por los frailes. Como pastor diocesano, desplegó una intensa actividad en defensa de la moralidad pública y de las buenas costumbres. Luchó enérgicamente contra los abusos cometidos por los doctrineros por la administración de los sacramentos y en el cuidado de los enfermos. También se mostró celoso a la hora de exigir el cumplimiento de las normas civiles en materia de espectáculos y de representaciones teatrales, prohibiendo por decreto la representación en Manila de “comedias, saraos, danzas y esquadrones de mujeres mozas de 12 a 15 años”, imponiendo, además, la censura previa de los espectáculos. En su política de promoción cultural de la población indígena, puso los cimientos de la futura Universidad de Filipinas, proponiendo la creación de cátedras de lenguas indígenas, llegando, incluso, a negar las órdenes sagradas a los que no demostrasen un conocimiento razonable de las lenguas “sangleya, tagala, pangán” y otras. Se mostró también celoso promotor del esplendor del culto divino impulsando la vida del cabildo catedralicio, cuyos Estatutos redactó, así como el libro de las ceremonias, ajustado al ritual romano.

Embelleció la catedral edificando la torre, esbelta y artística, “la única y mayor que se ha construido en los Reinos de la Nueva España y del Perú”. También construyó el coro, digno de las funciones litúrgicas, comparable con los mejores de Europa. Sus desvelos pastorales culminaron con la creación del Seminario metropolitano para la formación del clero secular.

Lo dotó de un reglamento y previno la admisión en él de colegiales procedentes de los países asiáticos, por ser Filipinas el mayor faro de la fe cristiana en todo el Oriente. Esta ambición de miras le originó malos entendidos y desconfianzas de parte del poder temporal, celoso de los atributos del Real Patronato.

Muy a su pesar, chocó también con esta institución a causa del trato digno que dispensara a monseñor Mayllard de Tourxnon, patriarca de Antioquía, enviado a China el año 1702 por Clemente XI en calidad de delegado apostólico y con la misión de solucionar el enojoso conflicto de los “ritos chinos y malabares”.

El delegado apostólico que se viera obligado a recalar en Filipinas, recibió del arzobispo de Manila el trato que correspondía a su alto rango, por lo que, acusado Camacho por el gobernador y por algunos provinciales de los frailes, despertó en la Corte las sospechas de ocultas intenciones pontificias, lesivas de los derechos del Real Patronato. El arzobispo tuvo que apurar el cáliz de una grave censura del Consejo de Indias que sobredimensionó el conflicto derivado de su comportamiento para las regalías de la Corona española. Fuera del ámbito estrictamente pastoral, Camacho se permitió hacer llegar a la Corte su oposición a “la nueva forma de comercio”, implantada el año 1702 y que el arzobispo juzgaba como antieconómica y antipolítica, sólo beneficiosa para Acapulco y México y nociva para España y Filipinas. Propuso, como alternativa, el comercio directo, vía Cádiz, que podría alargarse a China y Japón, sugiriendo a este respecto la conquista de los puertos de Malaca y de Batavia.

El año 1704, Diego Camacho fue trasladado al obispado de Guadalajara en reconocimiento de los servicios prestados durante los nueve años de su pontificado de Manila. La Cámara de Indias al presentarlo al Rey para Guadalajara fundamentaba su propuesta en el hecho de “haber sido el prelado de más grados que ha pasado a Filipinas y por lo que ha merecido en la visita de aquellas doctrinas y en la corrección de los abusos de los regulares y en la defensa del Real Patronato”.

Su único error censurable, en opinión del fiscal del Consejo de Indias, estuvo en el hecho de haberse atrevido a dirigirse directamente a Roma, saltándose el control de la Corte. El Gobierno de Guadalajara estuvo marcado por una intensa actividad pastoral, muy en línea con la desarrollada antes en Filipinas, aunque el activo arzobispo-obispo no tropezó aquí con la resistencia numantina de los regulares, remisos a aceptar su jurisdicción ordinaria en cuantos párrocos y rectores de las doctrinas. La primera providencia pastoral de Camacho fue la de remover la conciencia religiosa de sus nuevos feligreses, para lo que empezó con unas misiones generales en la misma capital, Guadalajara. Aquí la principal oposición la encontró el obispo en el cabildo catedral, renuente a aceptar la visita pastoral del prelado en lo concerniente a la elección y nombramiento de los oficios capitulares y en concreto en lo relativo a la administración de los bienes de la mesa capitular y de las obras pías, negando, de paso, el derecho del obispo a visitar la catedral.

Vencida la resistencia de los capitulares a ser visitados por el prelado, éste centró su atención en aspectos disciplinares, como la asistencia a coro, la ayuda de los prebendados al prelado en los actos pontificales y en la reforma de su vida privada, poco a tono con sus obligaciones clericales. Otro de los temas conflictivos con el cabildo derivó del problema de los adjuntos, jueces nombrados por el cabildo para asistir al prelado en los juicios relacionados con los propios capitulares, pretensión que para el obispo entrañaba el peligro de mermar o poner en tela de juicio su jurisdicción ordinaria. Aunque su pontificado en este caso no pasó de cinco años, sus realizaciones dejaron profunda huella. En este sentido hay que referirse a la fundación del Seminario de San Francisco Javier en la ciudad de Monterrey; el Colegio de Niñas de San Diego, fundado en la misma Guadalajara y que ha sobrevivido hasta nuestros tiempos, y una casa destinada a la regeneración de las mujeres extraviadas. En medio de tantas actividades y de un continuo recorrer la diócesis, la más extensa de la Nueva España, no le faltó tiempo para componer el Libro de las Ceremonias litúrgicas y los Estatutos capitulares, que mandó a la imprenta, así como una Historia y Episcopología de Guadalaxara, editada en México el año 1712, poco antes de su fallecimiento.

Murió el 19 de octubre de 1712 y quiso ser enterrado en la catedral de Guadalajara, “en la nave y bóveda última de la Iglesia Catedral, en la parte común donde se entierran los ajusticiados”. Por encargo expreso suyo, en la lápida sepulcral no se puso ningún epitafio. Su espiritualidad estuvo cimentada sobre un ascetismo recio y sobre una piedad intensa. Fue un prelado celoso y limosnero, preocupado por la elevación cultural y social de los naturales, a los que abrió las puertas del Seminario de Manila, hallándolos dignos de ocupar las prebendas eclesiásticas en Guadalajara.

Su lucha con los Regulares en Manila no fue más que una apasionada defensa de la jurisdicción ordinaria del obispo.

En la galería de arte del cabildo de Guadalajara se conserva su retrato.

 

Obras de ~: Historia y Episcopología de Guadalaxara, México, 1712.

 

Fuentes y bibl.: Biblioteca del Palacio Real (Madrid), Memorias tiernas, ms. 2411 (relación biográfica).

P. Murillo Velarde, SI, Historia de la Provincia de Filipinas de la Compañía de Jesús. II Parte, Manila, Imprenta de Don Nicolás de la Cruz Bagay, 1749, n.º 849, fol. 372; M. de la Mota Padilla, Historia de la conquista del Reino de la Nueva Galicia, México, Imprenta del Gobierno, 1870, págs. 317 y 446; M. Cuevas, Historia de la Iglesia en México, vol. III, México, Editorial Patria, 1946, pág. 88; J. I. Dávila Garibi, Serie cronológica de los Prelados que a través de los cuatro siglos ha tenido la antigua diócesis, hoy archidiócesis de Guadalajara: 1548-1948, México, Editorial Cultura, 1948, pág. 251; P. Rubio Merino, Don Diego Camacho y Ávila, Arzobispo de Manila y de Guadalajara de México, Sevilla, Imprenta GEHA, 1958.

 

Pedro Rubio Merino