Hurtado de Mendoza, Juan. Salamanca, c. 1460 – Madrid, 16.IV.1525. Religioso, dominico (OP), teólogo, reformador, prior.
Estudió en la Universidad de Salamanca bajo la dirección de su tío, que era maestresala.
Participó en la conquista de Granada, tocándole tierras en la repartición de las Alpujarras. Enseñó Retórica en la Corte de los Reyes Católicos, que le confiaron algunas misiones diplomáticas, y así acompañó al conde de Rivadeo a negociar el matrimonio del príncipe Juan con Margarita de Austria.
Ingresó en la Orden de Predicadores en 1493, en el convento de Piedrahíta, donde en 1495 el Capítulo de la Congregación le nombró profesor de Gramática, al mismo tiempo que seguía el curso de Lógica. En 1496 fue destinado al convento de San Esteban de Salamanca, donde comentó las Sentencias a partir de 1500, hasta que en 1502 el Capítulo de su Congregación le nombró profesor de Teología y regente del convento de Santo Tomás de Ávila, otorgándole, al mismo tiempo, el título de predicador general para este convento. Regresó a Salamanca en 1506 como maestro de estudiantes, y en 1515 recibió el título de maestro en Teología.
Ya desde el noviciado comenzó a manifestar una tendencia a la austeridad extrema, pasando muchos días con sólo verduras y disciplinas frecuentes. Dice su biógrafo y discípulo Juan de Robles “que al principio de su vida religiosa le sucedía estar durante seis horas continuas abstraído en la contemplación de los misterios de la Encarnación y vida de Jesucristo”.
Después de entrar en la Orden, se mostró entusiasmado con las ideas de Savonarola y comenzó a reclamar una observancia radical de la pobreza, entrando en contacto con la hermana María de Santo Domingo, llamada “la Beata de Piedrahíta”, una terciaria dominicana, nacida en Aldeanueva hacia 1486, que afirmaba entrar en éxtasis y presenciar fenómenos prodigiosos, a la que defendió cuando se le abrió proceso, pero sus entusiasmos reformadores provocaron un cisma entre los dominicos españoles, y entonces Hurtado se apartó del movimiento.
Cuando Manuel I de Portugal decidió la reforma de la Orden de Predicadores en su reino, Pedro Hurtado se hallaba en Sevilla y fue encargado por Cayetano del proyecto (28 de febrero de 1513), con el título de vicario general y la misión de reformar los conventos que tuvieran necesidad de ello y de unificar a todos los dominicos portugueses bajo un régimen de observancia. Con esta misión pasó varios meses en Portugal, visitando numerosos conventos y tomando parte en el Capítulo Provincial del 3 de mayo de 1513, que determinó la introducción de la reforma en todos los conventos, pero, debido a la resistencia pasiva de muchos de los frailes, se determinó a regresar a España.
Poco después, en 1515, fue nombrado regente del studium generale erigido en el convento de Ávila, y en 1517 fue elegido prior de Salamanca, donde una vez que se comprobó que las agitaciones de “la Beata” se habían apaciguado, decidió reemprender en 1519 su proyecto de “ultrarreforma”. La primera de sus fundaciones fue precisamente en la villa natal del maestre general, Talavera de la Reina, donde el canónigo Alonso de Encinas le cedió la iglesia de San Ginés, con un jardín contiguo, en julio de 1520, para instalar una comunidad que se mantuviera exclusivamente de limosnas. Y aproximadamente por la misma época su discípulo Pedro de Arconada fundó en el mismo estilo el convento de Nuestra Señora de Mombeltrán. Ambas fundaciones fueron aprobadas por el Capítulo Provincial de Salamanca de 1522. En aquel mismo Capítulo fue elegido prior del convento de Salamanca, cargo que ocupó hasta su muerte.
Durante las Comunidades, muchos dominicos de origen español se mostraron favorables al movimiento comunero, pero Hurtado alentó a los imperiales a mantener los derechos del Soberano, aunque siempre que le fue posible intentó evitar el derramamiento de sangre, como sucedió en Toledo con los defensores del Alcázar. Con todo, no retrocedía ante los horrores de la guerra, y, cuando los franceses invadieron Navarra, persuadió al Consejo a hacerles frente.
Siguieron los conventos de Atocha (Madrid), Ocaña, San Sebastián, Villaescusa de Haro y Aranda, y pronto su movimiento arraigó, no sólo en los conventos de su fundación, sino que comenzó a extenderse por toda la provincia. Sus discípulos mantuvieron con el mayor cariño lo que habían aprendido de su maestro: el rigor en la pobreza, la asiduidad en la oración, el estudio y el celo en la predicación, y, aparte de las excursiones misionales que emprendían por algunas comarcas faltas de doctrina, todos los domingos y fiestas iban por los pueblos vecinos como lo habían visto hacer a Hurtado.
La austeridad y la dureza practicada en los conventos de su fundación hizo que el prestigio de Hurtado creciera hasta el punto de que Carlos V le ofreció varias veces el Arzobispado de Granada y una vez el de Toledo, designándole además para ser su confesor, aunque a todo rehusó.
Tenía Hurtado cualidades que le asemejaban grandemente a Savonarola, haciendo sobremanera eficaz su apostolado, tanto dentro como fuera del claustro. Su elocuencia era arrebatadora, y cuando predicaba a los estudiantes salmantinos éstos corrían a solicitar el hábito en San Esteban, siendo entre sesenta y setenta los que entraron allí durante su gobierno. Sin embargo, las semejanzas que pudieran encontrarse entre el iluminismo y la reforma de Hurtado son más aparentes que reales, pues la vida austera, la disciplina, el estudio, la oración y el apostolado constituyen el alma del movimiento dominicano. En cuanto a Erasmo, con quien también se le ha comparado, sería anacrónico hablar de relaciones entre su programa y el de Hurtado, y aunque existen coincidencias, como no podía ser menos tratando ambos temas de la Reforma, dentro del ideal de piedad ilustrado por una cultura superior, la obra de Hurtado representa el polo opuesto a la de Erasmo, y más si se tiene en cuenta su carácter eminentemente práctico frente al teoricismo del filósofo flamenco.
Después de predicar en Madrid ante la Corte sobre la muerte, con sorpresa de todos, pues esperaban la explicación del Evangelio del día, que era del Domingo de Ramos, cayó gravemente enfermo, y, aunque los médicos daban seguridades de recuperación, él desde el principio afirmó con decisión que pronto moriría. Era la Semana Santa de 1525 y la madrugada del sábado, habiendo pedido que le dejasen solo, prorrumpió en dulce llanto, en medio del cual expiró.
Bibl.: H. del Castillo, Historia General de Santo Domingo y su Orden de Predicadores, Valladolid, 1592-1621, II parte, lib. 2, caps. 24-30, fols. 195v.-211r.; R. Aubert (dir.), Dictionnaire d’Histoire et de Géographie Ecclesiastiques, Paris, Letouzey et Ané, 1912-1971, fasc. 144, cols. 427-430; J. Cuervo, Historiadores del Convento de San Esteban de Salamanca, vol. II, Salamanca, Imprenta Católica Salmanticense, 1914, págs. 520-562; V. Beltrán de Heredia, Historia de la Reforma en la provincia de España (1450-1550), Roma, Instituto Storico Domenicano, 1939, págs. 147-183; Las corrientes de Espiritualidad entre los dominicos de Castilla durante la primera mitad del siglo xvi, Salamanca, Convento de San Esteban, 1941, págs. 17-30; C. Palomo, “Hurtado de Mendoza, Juan”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de la Historia Eclesiástica de España, vol. II, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, pág. 1113.
Ana Belén Sánchez Prieto