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Carlos Morphy

Biografía

Morphy, Carlos. España, p. s. XVIII – Montevideo (Uruguay), 19.IX.1774. Gobernador del Paraguay.

No se tienen noticias de su trayectoria en España; se sabe que, a la muerte de Fulgencio Yegros de Ledesma, le sucedió en el mando de la citada provincia.

Entró en ella el 29 de septiembre de 1766, logrando la confirmación real, el 28 de junio del mismo año.

Su gobierno fue uno de los más pacíficos de la época, fruto de la puesta en marcha de las Ordenanzas para el gobierno de la Guardia y de la Guerra, vigentes a partir del 22 de enero de 1767. Sostenía Morphy que a los indios del Chaco que inquietaban a la provincia había que vencerles con sus propias armas y éstas eran las emboscadas. “El enemigo infiel es hábil en este género de guerrear —sostenía— por cuya razón es menester valerse de sus mismas trazas y en la ocasión de algún encuentro embestirles con bizarría, como lo supieron hacer los conquistadores y sus descendientes”.

Pedía que se guardara en todo la disposición de su antecesor Rafael de la Moneda, de que haya cuatro compañías para acudir al servicio de cada fuerte de la frontera. Que en cada valle, señale su sargento mayor, casa nombrada de asamblea para conseguir la reunión de los vecinos y evitar su dispersión, causa de las desgracias.

Que se practiquen por los cabos mayores de las costas las rondas para vigilar los movimientos del enemigo, particularmente en los cuartos crecientes y menguantes de “la luna, porque en estos tiempos hacen por lo regular sus entradas”. La reglamentación de las guardias de frontera, incluía el servicio de rondas que lo prefijó de presidio en presidio, divididos en “Costa Arriba”: San Miguel, San Sebastián, Castillo, Peñón, Arecutacuá hasta Itacurubi: Mainumby y Urundeyjurú que lo concluían al norte del río Tobaty en Capipomo; “Costa Abajo”: Lambaré, San Antonio, hasta el río Abay, Villeta hasta Yrebiquey y Santa Rosa donde empieza en Guarnipitán, Cumbarití y otros.

Durante el gobierno de Carlos Morphy tuvo lugar la expulsión de los jesuitas, decretada por Carlos III el 27 de febrero de 1767. Con anterioridad, en 1758 habían sido expulsados de Portugal por su primer ministro, el marqués de Pombal y desterrados de Francia por orden de Choiseul y de la Pompadour, en 1764.

El Paraguay fue presentado como un verdadero reino, independiente de los Papas y de los Reyes, floreciente emporio comercial donde los conquistados guaraníes suministraban a los jesuitas los cuantiosos recursos con que mantenían su franquicia en Europa. Por el contrario y ante las diatribas y ataques de los detractores de la Compañía de Jesús en Europa, los jesuitas presentaron al Paraguay como el edén donde se realizaba la maravillosa experiencia de las Misiones guaraníticas.

Uno de los tantos libros que corrieron durante el siglo XVIII en defensa de la obra jesuítica señalaba que “Si hay algún pueblo feliz, solamente se halla en el Paraguay”. No fueron pocos los sabios y filósofos europeos que escribieron sobre las Misiones jesuíticas, fascinados unos por sincera convicción y otros por influjo de la propaganda jesuítica. Bufon, en su Historia Natural, exaltó la organización misionera del Paraguay.

“Las Misiones —escribió— de fieras hicieron hombres, en mayor número que los ejércitos victoriosos de los príncipes, que sólo se limitaron a dominar por las armas. No de otra manera se sometieron voluntariamente los paraguayos”. El mismo Montesquieu enalteció la forma de vida de los guaraníes bajo el gobierno de lo jesuítico. “En sus pueblos —decía un autor inglés— todos trabajan para cada uno y cada uno pata todos. No necesitan vender ni comprar y sin embargo, cada uno posee cuanto necesita para sobrellevar la vida: comida, vestido, casa, instrucción para el espíritu, medicina para el cuerpo, todo lo obtienen de los bienes comunes”. Y como este apologista, fueron muchos los que presentaron al Paraguay como paradigma para la Europa desgastada por el escepticismo y el descrédito en sus instituciones.

Así como hubo muchos defensores, también aparecieron detractores que combatieron todo cuanto llevaba el sello de la Compañía de Jesús. Desde Pascal, con sus Cartas Provinciales y principalmente los jansenistas de Francia sostenían una ofensiva sin pausa a los jesuitas, reprochando su moral y su disciplina. A éstos se sumaron los filósofos de la Revolución Francesa.

Aunque la bula Unigenitus condenó a los censores en 1712 y la Corona española hizo causa común con los jesuitas, desde que la Pompadour se unió a los adversarios de los jesuitas, los ataques se volvieron más continuos y ardientes y, por otro lado, más débiles el apoyo de los gobiernos.

La “guerra guaranítica” desencadenada a causa del Tratado de 1750 aumentó el eco mundial en torno a las misiones jesuíticas. Dicho tratado español-portugués pactó a cambio de la colonia del Sacramento, ocupada por el Portugal a orillas del Río de la Plata —actual territorio uruguayo— la cesión por España de una vasta extensión del territorio misionero donde se asentaban siete pueblos jesuíticos. Los jesuitas negaron su participación en aquella contienda bélica (1753-1756) y para explicarla dejaron nacer y crecer una farsa que alcanzó gran repercusión en Europa. Fue la historia de Nicolás I, rey del Paraguay y emperador de los Mamelucos, que había dirigido a los guaraníes en su guerra contra los portugueses y españoles coaligados, con tanto arrojo y capacidad que “si se le dejaba tres o cuatro años más en robustecer sus fuerzas, era de temer que llegase a arrojar de sus tronos a todos los príncipes de Europa”, según afirmaría Rupert de Monclair, procurador general del parlamento de Acquapedente, en su libelo oficial contra los jesuitas.

El Papa, amilanado por la marea antirreligiosa que estaba ahogando a Europa, toleró las medidas que se habían tomado con anterioridad en Portugal y Francia contra la Compañía de Jesús, las cuales fueron preparando el ambiente propicio para la más resonante de todas: la expulsión de los jesuitas de España y América, decretada, como se ha dicho, por Carlos III, por obra del conde de Aranda, volteriano reconocido.

Aunque ferviente católico, el monarca español se preciaba de sus ideas liberales y se dejó convencer por aquello de que la Compañía de Jesús degradaba su autoridad formando un reino dentro del reino. Los gobernadores de Buenos Aires y de Asunción recibieron las instrucciones con el mayor sigilo, pues se temía la repetición de la resistencia contra el Tratado de 1750. Según Aguirre, la orden de expulsión empezó a tener cumplimiento en el Paraguay la noche del 29 de julio de 1778, fecha en que Carlos Morphy recibió la Real Orden. Un numeroso ejército fue movilizado para reprimir cualquier obstinación, pero los jesuitas acataron la decisión sin resistencia.

Volviendo a la actuación de Morphy con respecto a los indígenas chaqueños, cabe señalar que los mismos fueron abandonando la frontera debido a esa constante vigilancia que él mismo impuso en la zona. No obstante, tuvo que enfrentar serios problemas con los portugueses de Ygatimí; para el efecto envió hasta allá al teniente general de Curuguaty, José González Vejarano, quien en 6 de agosto de 1767 patrulló el lugar por temor a un avance paulista. Vejarano había encontrado una población portuguesa proveniente de San Pablo, noticia que comunicó al gobernador. Éste defendió la integridad del territorio español ante al general de San Pablo señalando la falta de cumplimientos de las disposiciones vigentes entonces, luego de la anulación del tratado de límites de 1750. Ygatimí pertenecía a España, por lo que le exigió el abandono de aquella población; hasta allá fue de nuevo Vejarano, pero encubrió a la población portuguesa y por ese motivo fue reemplazado en el cargo. Morphy publicó un bando el 1 de junio de 1770 sobre el perjuicio que trae a la provincia proveer de ganado a los portugueses de Ygatimí y que cualquiera que comerciara con ellos incurriría en “pena de la vida, que se le quitaría al noble pasándolo por las armas y al innoble por la horca”.

En su lucha por liberar a Ygatimí del poder lusitano, Morphy usó, al decir de Aguirre, “una moderación y política singulares” y a pesar de las intrigas de algunos políticos de Buenos Aires que pretendieron manchar su nombre, su conducta fue enteramente aprobada.

Le sucedió en el cargo el coronel de infantería y sargento mayor del presidio de Buenos Aires, Agustín Fernando de Pinedo. Dejó el Paraguay, el 7 de setiembre de 1772, viajó luego a Madrid, adonde llegó el 24 de marzo del año siguiente. Se le otorgó el grado de coronel y el gobierno de Montevideo, en cuyos límites murió de regreso el 19 de octubre de 1774.

 

Bibl.: P. Lozano, Historia de la Compañía de Jesús de la Provincia del Paraguay, Madrid, 1754-1755; A. Zinny, Historia de los Gobernadores del Paraguay 1535-1887, Buenos Aires, 1887; A. R. de Montoya, Conquista espiritual hecha por los religiosos de la Compañía de Jesús en las provincias del Paraguay, Paraná, Uruguay y Tape, Bilbao, 1892 (2.ª ed.); N. del Techo, Historia de la Provincia del Paraguay de la Compañía de Jesús, Madrid, 1897; E. Udaondo, Diccionario Biográfico Colonial Argentino, Buenos Aires, Editorial Huarpes, 1945; R. Lafuente Machain, Los Conquistadores del Río de la Plata, Buenos Aires, 1947 (2.ª ed.); J. F. Aguirre, Diario del Capitán de Fragata D. Juan Francisco Aguirre, t. II, 2.ª parte, Buenos Aires, Imprenta de la Biblioteca Nacional, 1950; E. Cardozo, El Paraguay Colonial, Buenos Aires, 1959; Historiografía Paraguaya, México, 1959; G. Furlong, Misiones y sus Pueblos de Guaraníes, Posadas, 1978 (2.ª ed.); B. Melia, El Guaraní Conquistado y Reducido. Ensayo de Etnohistoria, Asunción, Centro de Estudios Antropológicos. Universidad Católica, 1986 (Biblioteca Paraguaya de Antropología, vol. 5); A. Asttrain, Jesuitas, Guaraníes y Encomenderos, Nürnberg, Asunción, Centro de Estudios Paraguayos Antonio Guasch, Fundación Paracuaria, Missionsprokur S.J., 1995.

 

Margarita Durán Estrago