Silva Mendoza y Sandoval, Gregorio María Domingo. Duque del Infantado (IX). Pastrana (Guadalajara), 24.IV.1649 – Madrid, 15.VIII.1693. Alcaide perpetuo de Zorita, de Simancas y de Tordesillas, caballero y comendador mayor de Castilla de la orden de Santiago, gentilhombre de Cámara, montero mayor y sumiller de corps, capitán de los hombres de armas de las guardas de Castilla, caballero del Toisón de Oro y Grande de España.
Hijo de Rodrigo de Silva, duque de Pastrana, de Estremera y Francavilla (en el reino de Nápoles), y de Catalina de Mendoza y Sandoval, duquesa del Infantado y de Lerma, marquesa de Santillana y del Cenete.
En su persona se fundieron los mayorazgos de Silva y Mendoza, en virtud de la política de alianza diseñada por su bisabuela materna, Ana de Mendoza, VI duquesa del Infantado, y su abuela paterna, Leonor de Guzmán, viuda del III duque de Pastrana.
Ambas mujeres concertaron los matrimonios de Rodrigo de Mendoza, duque del Infantado por cesión del título por su abuela, con María de Silva, y el del hermano de ésta, Rodrigo de Silva, duque de Pastrana, con Catalina de Mendoza, hermana del duque del Infantado. La doble boda, celebrada en 1630, tenía la intención clara, como se había explicitado en las capitulaciones, de provocar, en tiempos venideros, la unión de las dos casas ducales, en realidad ramas de un mismo tronco, pues si los Infantado venían ostentando desde fines del xv, la jefatura de los Mendoza, el ducado de Pastrana, cabeza de los Silva, había comenzado su andadura con el matrimonio de Ruy Gómez de Silva con Ana de Mendoza y de la Cerda, hija del conde de Mélito y descendiente del cardenal Pedro González de Mendoza, duque del Infantado. La muerte del VII duque del Infantado sin hijos en 1657 posibilitó que los títulos familiares pasaran a su hermana, y de ésta recaerían en su primogénito Gregorio de Silva y Mendoza.
Conde de Saldaña por ser heredero del Infantado desde 1657, Gregorio de Silva y Mendoza pasó su infancia y juventud entre Pastrana, en cuyo palacio residían sus padres, y Madrid. En 1665, los duques del Infantado y Pastrana negociaron su matrimonio con María de Haro y Guzmán, hija del fallecido marqués del Carpio, duque de Montoro, conde-duque de Olivares y marqués de Heliche, que había sido privado de Felipe IV. Las capitulaciones previeron que, en caso de recaer en la novia o sus descendientes las Casas del Carpio y Olivares, éstas no se unirían a los mayorazgos de Silva y Mendoza. Como dote del matrimonio y cambio de aceptar esta cláusula de renuncia, Gregorio de Silva y Mendoza recibió, en 1666, el hábito de Santiago y posteriormente la encomienda mayor de Castilla de dicha Orden, honores con los que aparece representado en el retrato de Carreño Miranda que se encuentra hoy en el Museo Nacional del Prado. En el lienzo se ve a un caballero de largos cabellos vestido de negro, que ostenta con orgullo la cruz santiaguesa y la venera labrada en cabujón sobre su pecho, en el momento en que un criado le calza las espuelas mientras un palafrenero sujeta las riendas del corcel. En 1668 fue nombrado capitán de la compañía de los hombres de armas de las guardas de Castilla. En 1674 fue designado montero mayor y gentilhombre de la cámara cuando Carlos II accedió a la mayoría de edad, mientras que su padre, el IV duque de Pastrana, entraba en el Consejo de Estado.
Al año siguiente, al morir su padre, heredó el mayorazgo de Silva y sus títulos. En 1677 estuvo entre los cinco grandes que acompañaron a Carlos II y don Juan José de Austria a la jornada de Aragón. Poco tiempo después se le encomendó la entrega de las joyas nupciales a María Luisa de Orleans, que iba a contraer matrimonio con Carlos II. Por ello se trasladó a París como embajador extraordinario del Rey Católico en 1679, acompañado por sus hermanos Gaspar y José. Esta misión le ocasionó cuantiosos gastos, que lastraron aún más su patrimonio, supervisado por el Consejo de Hacienda para atender a los acreedores. Por fin, en 1686, al fallecer su madre, Catalina de Mendoza, se convirtió en IX duque del Infantado y se consumó la unión de las cabezas de los Silva y los Mendoza. Se daba la circunstancia de que tan gran concentración de títulos —Gregorio de Silva y Mendoza pasaba a ser cinco veces duque—, Grandezas de España y patrimonio señorial, estaba aquejada de una hacienda quebrada y no disfrutaba en la escena político-cortesana más que de un papel secundario. Bien es cierto que el duque entró en el Consejo de Estado en 1691 y que fue nombrado sumiller de corps, pero con estos cargos no aumentó su peso en el complejo teatro del poder en la década final del siglo xvii. Murió dos años más tarde.
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Adolfo Carrasco Martínez