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Alonso López de Cerrato

Biografía

López de Cerrato, Alonso. Mengabril (Badajoz), ú. t. s. XV – Santiago (Guatemala), 1555. Oidor y juez de residencia en Santo Domingo, presidente de la Audiencia de los Confines.

Nació en Mengabril, que entonces era una pequeñísima aldea de Medellín, en la provincial de Badajoz. No se sabe la fecha exacta de su nacimiento, que unos sitúan en 1489 y otros en 1496. Lo cierto es que pasó a América a una edad bastante tardía, después de ocupar distintos cargos en la administración judicial castellana. De hecho, debía rondar en esos momentos los cincuenta años de edad.

En una misiva al Emperador, fechada en abril de 1545, le decía lo siguiente: “Partimos de Sanlúcar en 3 de noviembre de 1544, llegamos aquí en primero de este año, presentamos nuestras provisiones a la audiencia que en ésta residía y otro día de Reyes comenzamos (a) hacer audiencia”. Junto a él viajaba el licenciado Alonso de Grajeda, que se debía incorporar, también como oidor, a la Audiencia de Santo Domingo. Éste se convirtió en el hombre de confianza del extremeño, hasta el punto de que, cuando lo designaron presidente de la Audiencia de los Confines, la única condición que puso fue llevarse consigo, como oidor, a su amigo Grajeda, que era “hombre muy limpio y recto y merece premio”.

El primer cometido que llevaba era el de tomar el juicio de residencia al presidente saliente, el licenciado Alonso de Fuenmayor, y a continuación tomar posesión de dicho cargo. Desde ese momento, y hasta el 19 de abril de 1548, ostentó el cargo de presidente interino de la Audiencia dominicana. De acuerdo con sus instrucciones tan sólo instruyó el proceso, remitiéndolo al Consejo de Indias para que éste dictara sentencia. Alonso de Fuenmayor se marchó a España para presentar su defensa. Pero su ausencia de la isla duró poco porque, cuatro años después, en 1549, retornó como arzobispo de Santo Domingo.

Tras hacerse cargo de la Audiencia, como presidente en funciones, la primera medida que tomó fue la de aplicar las Leyes Nuevas y poner en libertad a los indios. Él mismo escribía en abril de 1545: “Pregonaronse luego las ordenanzas que se nos dieron sobre la libertad de los indios, e incontinenti, se pusieron en libertad todos los naturales de esta isla que son muy pocos”. Pese a que tan sólo sobrevivían varios centenares de naturales encomendados, hubo un “clamor general contra Cerrato” que llegó a oídos de los miembros del Consejo de Indias, por una información realizada en Sevilla, el 17 de julio de 1546. Pero las quejas eran injustificadas, porque, a la par que suprimió la encomienda y la esclavitud de los indios, defendió los intereses económicos de la isla. En 1545, escribió al Emperador explicándole la grave crisis que la isla padecía, por no extraerse apenas oro y por no haber repartimientos. Por ello, solicitaba que se eximiese a sus moradores del pago del uno por ciento de avería y se les rebajasen los impuestos sobre los azúcares y los cueros.

Asimismo, se ocupó de otros asuntos no menos delicados. Con poderes que llevaba para ello, tomó las cuentas a todos los funcionarios reales de la isla. Según Fernández de Oviedo, “hizo muchos alcances y cobró parte de ellos, y a otros dio espera para pagar lo que debían en diversos tiempos y término”. Otro asunto delicado que afrontó fue el de los negros alzados en el Bahoruco. Había varios líderes, entre ellos Diego de Campos, que con más de un centenar de negros alzados, hostigaban continuamente a los españoles y a los indios de paz, quemando los ingenios. López de Cerrato se encargó de atajar el problema, por dos vías: una, por la fuerza, mandando cuadrillas de españoles e indios. Y otra, dejando siempre abierta la vía del pacto o de la capitulación pacífica. A finales de noviembre de 1546 informaba que, aunque algunos exageraban los alzamientos negros, diciendo que había más de un millar, en realidad, no quedaban más que veinticinco o treinta.

También procuró que los religiosos vivieran con la máxima austeridad y dignidad, “porque no sirvan de mal ejemplo”. Y en este sentido, pidió al provincial de los dominicos en La Española, Álvaro Burgaleses, que velase por que los miembros de su Orden volviesen a su antigua pobreza, como habían estado desde su establecimiento en la isla.

Su actuación, sobre todo en materia de indios, fue tan criticada por la mayoría como elogiada por el padre Las Casas, quien hizo valer su influencia para que lo nombrasen presidente de la Audiencia de los Confines, en Centroamérica. Según Fernández de Oviedo, “quedó la isla Española con mucho gozo por su partida”. Cerrato, en una carta escrita al Emperador el 7 de marzo de 1548, defendió su actuación: “Algunos han informado haber yo tratado mal a los negociantes. Heme enojado alguna vez por ser la gente indómita, descomedida y atrevida, pero sin proceder a tratar mal de obra ni de palabra. Hallé esta isla con gran número de negros alzados y la dejo llana, con treinta ingenios molientes y corrientes, y cuando yo vine no molían diez, y esta ciudad muy ennoblecida y poblada, las rentas de Vuestra Majestad en buen cobro y orden, y la audiencia reformada”.

El 4 de enero de 1548 recibió poderes para residenciar a los funcionarios de los Confines y tomar posesión de su cargo de presidente de la Audiencia. Tras cumplir con su primer cometido, pidió al Emperador autorización para trasladar la sede de su Audiencia desde Gracia de Dios (actual Honduras) hasta Santiago de los Caballeros, ciudad guatemalteca fundada en 1541 por Pedro de Alvarado. Al año siguiente procedió a ello, tras recibir la correspondiente licencia real. Allí permaneció la sede de la Audiencia hasta 1563.

La drástica aplicación de las Leyes Nuevas le granjeó la enemistad del poderoso grupo de los encomenderos. Debió luchar contra infinidad de obstáculos. Cansado y desmoralizado por tantas intrigas pidió autorización para regresar a Castilla. El Emperador se la concedió, eso sí, no sin antes pasar el rutinario trámite de la residencia. El encargado fue el doctor Quesada, oidor de México.

Pese a las críticas que recibió de la elite de La Española durante su etapa al frente de la Audiencia, después de su marcha la decadencia de la isla se hizo patente. Cuando en 1554 Gonzalo Fernández de Oviedo supo que Cerrato había solicitado su retorno a España, pidió que se detuviese antes en La Española para solucionar los problemas de la isla, porque “no hallo más remedio a esta tierra”. Prueba evidente de que, pese a las críticas, su actuación al frente de la Audiencia dejó una amplia y grata huella. La muerte le sorprendió en 1555, cuando estaba a punto de acabar su juicio de residencia. Su cuerpo descansa en el convento de Santo Domingo de la ciudad de Santiago, en la actual Guatemala.

 

Bibl.: F. de Icaza, Diccionario autobiográfico de conquistadores y pobladores de Nueva España, Madrid, 1923; A. Ballesteros Beretta, Historia de España y su influencia en la historia universal, vol. IV, Barcelona, Salvat Editores, 1949; V. N avarro del Castillo, La epopeya de la raza extremeña en Indias, Granada, Gráficas Solinieve, 1978; R. Marte, Santo Domingo en los manuscritos de Juan Bautista Muñoz, Santo Domingo, Fundación García Arévalo, 1981; J. A. Calderón Quijano, Toponimia española en el Nuevo Mundo, Sevilla, Ediciones Guadalquivir, 1990; P. Hurtado, Los extremeños en América, Sevilla, Gráficas Mirte, 1992; G. Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias, Madrid, Atlas, 1992; E. Schäfer, El Consejo Real y Supremo de las Indias, Madrid, Marcial Pons, Ediciones de Historia, 2003.

 

Esteban Mira Caballos

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