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Luis María Cistué y Martínez de Ximen-Pérez

Biografía

Cistué y Martínez de Ximen‑Pérez, Luis María de. El niño de azul, III Barón de la Menglana. Madrid, 3.VII.1788 – Zaragoza, 11.III.1842. Doctor en ambos Derechos, magistrado, militar, político y académico.

Su vida fue de 54 años, pues nació Madrid el 3 de julio de 1788 (bautizado el 20 de julio en la parroquia de San Sebastián de Madrid) y falleció Zaragoza el 11 de marzo de 1842. En ella se pueden distinguir dos claras etapas, divididas por la Guerra de la Independencia, si bien en la segunda (1814-1842) se podrían subdividir varios periodos, en función de los cambios políticos, dada su ideología liberal, aunque supo alternar el desempeño de sus empleos de magistrado y general, sin mayores persecuciones, escogiendo oportunamente el ostracismo en los periodos absolutistas del reinado de Fernando VII.

Pertenecía a un linaje de infanzones aragoneses. Fue hijo de José de Cistué y Coll (Estadilla, 1725 – Zaragoza, 1808), II barón de la Menglana, doctor en cánones y catedrático de la Universidad Sertoriana de Huesca, fiscal de Quito y de Guatemala, alcalde del Crimen de México, oidor de México, fiscal y camarista del Consejo de Indias. Noble de Aragón desde el 15 de febrero de 1767 y señor de las casas solariegas de Estadilla, Fonz y Monzón, José se casó el 23 de diciembre de 1782 en el Palacio Real de Madrid, a los 57 años, con María Josefa Martínez y Manrique de Lara, treinta un año más joven (había sido bautizada en la parroquia de Santa María de Cervera, en Cataluña, el 27 de abril de 1756), una de las camaristas de la entonces princesa de Asturias, María Luisa de Parma, cuyo abuelo materno, según los documentos testamentarios, el mariscal de campo, Diego Manrique y Ozio (nacido en la parroquia de Santa Cruz de Nájera, a 24 de octubre de 1668), había pasado gran parte de su vida en Italia (casado con doña Josefa Alverro en Ceuta a 27 de enero de 1711). Sus abuelos paternos fueron Francisco Antonio Atilano de Cistué y Ejea, señor de Estadilla y natural de esa población, y Rosa Coll y Chía, del pueblo de Calasanz, donde se habían casado el 8 de diciembre de 1717. Sus bisabuelos paternos fueron José Cistué y Puyuelo, de Estadilla, y Antonia de Ejea y Ejea, de Fonz, donde habían contraído matrimonio el 7 de octubre de 1680. Sus bisabuelos maternos fueron Nicolás Coll y Viverón, de Calasanz, y Gerónima Chía y Balasanz, de Capella, donde se habían casado el 8 de septiembre de 1680.

El niño de azul tuvo, al menos, los siguientes hermanos, todos bautizados en la parroquia de San Sebastián de Madrid: María Amalia (bautizada el 29 de enero de 1784), Francisco (bautizado el 14 de febrero de 1799) y José María (nacido en Madrid el 16 de febrero de 1793 y muerto en Mieres el 19 de septiembre de 1855), quien fue casi exclusivamente militar. Defensor de Zaragoza durante los asedios napoleónicos (1808 y 1809), más tarde se casó con la hermana del marqués de Campo Sagrado. José María fue nombrado comendador de la Orden de Isabel la Católica en 1839, cuando era coronel del regimiento de Infantería de la Reina en línea. Fue nombrado comandante general de Oviedo y Alicante, y, después, mariscal de campo de infantería (17 de julio de 1847), Gran Cruz de San Hermenegildo (1847) hasta alcanzar la capitanía general de Extremadura (1855). Fue académico de honor de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza, desde el 11 de diciembre de 1835.

Luis María recibió una primera educación (1788-1802) en los ambientes cortesanos madrileños, donde su padre era consejero de Indias, hasta que se jubiló en 1802 y retornó con su familia a Zaragoza. En estos años su padre alcanzó el cenit de su carrera judicial, pues el 26 de octubre de 1787 ascendió al grado de miembro del Consejo y de la Cámara de Indias. En 1797, además, entró a formar parte de la Real Junta de Comercio, Moneda y Minas. Fue jubilado con el salario completo el 25 de septiembre de 1802, a los 77 años de edad, pero con la salud quebrantada, falleciendo en Zaragoza el 1 de enero de 1808.

No se sabe hasta qué punto influyó en la aplicación y buena educación de los hijos del consejero de Indias, el jesuita y gran pedagogo Lorenzo Hervás y Panduro, amigo y protegido por el magistrado. Se conservan treinta cartas de José Cistué dirigidas al jesuita Lorenzo Hervás y Panduro, entre 1799 y 1801, aunque, desafortunadamente no se mantienen las respuestas y consejos de Hervás a un adolescente Luis María, de unos doce años. Llama la atención la gran extensión de las cartas que Cistué le dirigía a Hervás, bastante más amplia que las de los otros corresponsales y mecenas, lo que las convierte en las más importantes desde el punto de vista intelectual, y presupone un diálogo del más alto nivel histórico-cultural. En todas ellas hay alusiones a la familia de Cistué. La primera carta conservada de éste a Hervás, todavía de paso en Barcelona y fechada en Madrid el 3 de febrero de 1799, concluye: “Mi mujer da a vuestra merced finísimos recados. Desea conocerle y tratarle. Ambos repetimos a vuestra merced nuestros verdaderos afectos”. En otra carta de junio de 1799, sin fecha, José invita a Hervás a pasar el verano en Barajas con su familia: “Mi mujer agradece infinito la fina memoria de Vd. Y, debiendo acompañarme a Barajas con toda mi familia, tendré el gusto de que todos sus individuos le ofrezcan [a Hervás] allí sus respetos”. En la carta fechada en Madrid el 18 de octubre de 1799, insiste: “Reciba mis recados de mi mujer, que también desea conocerle, y hubiera tenido mil gustos en que hubiera venido vuestra merced a Barajas. Me encarga se lo diga así, […] Toda esta casa es de vuestra merced. Aquella [la mujer] le saluda con el mejor afecto”. El 20 de diciembre de 1799 alude a “Mi mujer y los tres niños”, y en la fechada en Madrid, el 1 de abril de 1800, cuando Hervás estaba hastiado del desierto cultural de su pueblo Horcajo de Santiago y estaba pensando en retornar a Roma, Cistué parece sugerirle la posibilidad de que el jesuita se quedase en España como preceptor de sus hijos, como lo había hecho el verano anterior, cuando estuvo orientando a Tomasito Bernad, hijo del consejero de Castilla del mismo nombre: “Mi mujer está buena. Estima las expresiones de vuestra merced y le da finísimos recados. Es tan apasionada que esta noche, […] me dijo que escribiera a vuestra merced que si piensa en volverse a Roma, han de proporcionar el verse, porque no quiere se ausente vuestra merced sin conocerle. Mis niños tienen tal cual talento, pero quisiera a su lado un mentor como vuestra merced”. En la última carta conservada de José Cistué, fechada en Madrid el 25 de noviembre de 1800, concluye: “Mi mujer estima mucho las expresiones de vuestra merced. Le repite finos recados”.

Hombre de gran cultura, Luis María fue alumno de las escuelas de Matemáticas, Agricultura y Economía Política de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, culminando con el doctorado en ambos derechos por la Universidad de Huesca (9 de octubre de 1807), que incorporaba en la Facultad de Leyes de Zaragoza el día 17 del mismo mes y año. La Gaceta de Madrid del 30 de junio de 1807 publicaba la noticia de que los días 6, 7 y 8 de abril se habían realizado los exámenes en la cátedra de Economía Civil y Comercio de la Real sociedad Económica Aragonesa, bajo la dirección de su profesor el doctor D. Benito José de Ribera, y que en ellos el socio don Luis María de Cistué había disertado sobre qué clase de personas pueden reputarse producentes en una nación. Como hecho sorprendente y anecdótico fue creado caballero de la Cruz de Carlos III a los cuatro años (23 de enero de 1793), si bien con anterioridad habían ingresado su padre, José de Cistué y Coll, y su tío, don Pedro de Cistué y Coll en el 1782 y 1789. El Niño de Azul siempre estuvo muy ligado a las tareas reformistas y educativas de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País: socio sin contribución (3 de mayo de 1805), socio de mérito literario (12 de noviembre de 1813), vicecensor y director (1836).

Llegada la Guerra de la Independencia, su vida sufrió un cambio radical, girando de la esfera jurídica a la militar, iniciando una brillante carrera en la milicia, aunque a partir del Trienio Liberal la compatibilizó con la forense. Defensor de Zaragoza durante los asedios napoleónicos (1808 y 1809), acudiendo al llamamiento de Palafox lo mismo que su hermano José María, el Niño de azul se presentó en Zaragoza en mayo de 1808 y fue nombrado teniente del primer Tercio, con el que asistió a la batalla de las Puertas y a la acción de Épila, consiguiendo rápidos ascensos: capitán (1 de julio de 1808); ayudante de campo del general Francisco Rebolledo de Palafox y Melzi (1808). En el segundo sitio, por ausencia del general Palafox, quedó agregado al Estado Mayor y concurrió, con notorio denuedo, a la defensa del coso y plaza de la Magdalena en Zaragoza, en cuyo último puesto, el 4 de febrero de 1809, resultó herido gravemente por un casco de granada que le valió el ascenso a teniente coronel, a expensas de no pocos padecimientos y achaques que le duraron toda la vida. Tiempo andando, fue agraciado por la Junta Central con el grado de coronel, cuya antigüedad debía contarse desde 9 de marzo 1809 (lo mismo que a su hermano José María). Enfermo, herido y prisionero, logró fugarse en Zaragoza y llegar a su casa de Fonz, donde no se le dio tiempo para convalecer, pues nombrado comandante de los somatenes organizados en los pueblos ribereños del Cinca para guardar los vados de este río, sostuvo varios reñidos combates con los franceses, maniobrando en combinación con las fuerzas de Baget, Perena y Renovales (1809), es decir, en las tierras originarias de su familia, cuyo patrimonio sufrió duras pérdidas a manos de los franceses. Continuó la Guerra, siempre a expensas propias, a pesar de tener todas sus rentas confiscadas por el enemigo. Afecto al Estado Mayor del VII Ejército, fue nombrado ayudante de campo de su general en jefe Gabriel Mendizábal, y desempeñando este cargo obtuvo el mando de cuatro compañías de guipuzcoanos, al frente de las cuales puso bloqueo a la villa y castillo de Guetaria, obligando a los franceses a desalojar dicha plaza, de cuyo gobierno quedó encargado en junio de 1813. Al terminar la guerra era comandante militar de Valladolid.

Finalizada la guerra y ascendido el 30 de abril de 1815 a brigadier de infantería, sin goce de sueldo, fijó su residencia en Zaragoza, dedicándose a sus aficiones jurídico-literarias y al cuidado de su vasto patrimonio, harto necesitado de restauración después de los desastres de 1809, en que los franceses saquearon y quemaron sus casas de Fonz y Monzón, perdiendo en ellas todo su mobiliario, ganados de labor y gran cantidad de frutos de todas clases, cuyos daños ascendieron a más de 17.000 pesos fuertes, según información jurídica, sin contar el producto de las haciendas, secuestradas durante cuatro años en castigo del notorio patriotismo de su dueño.

Llegado el Trienio Liberal, el Niño de azul abandonaba la carrera militar y volvía al mundo jurídico. Por R. O. de 6 de mayo de 1821, fue nombrado coronel del regimiento provincial de Soria y comandante militar de esta provincia, cuyos cargos desempeñó con acierto en aquellos difíciles tiempos, y fue entonces cuando comenzó a percibir el sueldo correspondiente a su categoría militar. Haciendo valer su condición de abogado del Real Colegio de Zaragoza, fue autorizado por Real Disposición de 24 de mayo de 1822 a residir en dicha ciudad y ejercer en ella la abogacía, como paso previo para ingresar en la magistratura con todos los requisitos legales. Cumplida esa formalidad, fue nombrado oidor de la Real Audiencia de Valencia el 24 de agosto de dicho año, dándose el caso verdaderamente excepcional, y acaso único, de un brigadier de ejército fallando pleitos civiles con plena competencia y legal autoridad, comenta admirado Mario de la Sala Valdés. Cistué fue de los pocos magistrados de aquel tribunal (refugiado en Alicante) que permaneció en su puesto cuando la capital del reino fue ocupada por los realistas en 1823. Se le declaró cesante en virtud del decreto dado por Fernando VII en el Puerto de Santa María, en octubre de 1823.

El general y magistrado aragonés permaneció apartado de la vida pública durante la “Década Ominosa”. Pero como otros muchos, reclamó su reingreso en la administra­ción tras la muerte de Fernando VII. En 1834 solicitaba se le nombrase para ocupar una plaza togada en la Audiencia de Aragón o de Cataluña. En su defecto, pedía se le nombrase para alguno de los nuevos cargos de subdelegado de Fomento. En 1835 fue readmitido en la magistratura. Con el retorno del constitucionalismo acumuló cargos y honores, tanto civiles como militares: rector de la Universidad de Zaragoza en virtud de propuesta unánime del Claustro, poniendo de relieve, una vez más, el dualismo de carreras y aptitudes de Cistué (Decreto de la Reina Gobernadora del 19 de noviembre de 1835). En 1836 reanudó su servicio militar con el ascenso a mariscal de campo y el cargo de 2º cabo del distrito de Aragón, por Reales Decretos de 29 de agosto de dicho año. Duró poco tiempo en este complicado cargo (que traía aparejada la interinidad del gobierno militar y político de Aragón por ausencia del propietario D. Evaristo San Miguel, general en jefe del ejército del Centro), pues, alegando falta de fuerzas físicas, se creyó obligado a solicitar su cuartel, que obtuvo en 18 de diciembre del referido año.

Ciertamente, a partir de la Guerra de la Independencia el Niño de azul fue un liberal convencido, como se desprende de su activa participación en la Primera Guerra Carlista (1833-1840). La duda es si fue radical, como parece mostrar en su actuación en el asalto que el jefe carlista Cabañero hizo de Zaragoza el 5 de marzo de 1838 y posterior asesinato del general Juan Bautista Esteller, a quien el barón de la Menglana, nombrado capitán general interino de Aragón y jefe político interino de Zaragoza (6 de marzo de 1838), no supo proteger y, sobre todo, no quiso perseguir a los culpables. Hasta sus más favorables biógrafos tienen sus dudas, como Mario de la Sala Valdés: “El conflicto era grande; la tranquilidad pública reclamaba que una autoridad vigilante y prestigiosa se encargase del mando, para impedir nuevos ataques exteriores y sujetar las malas pasiones internas, y el noble Barón de la Menglana tuvo que sobreponerse a sus achaques y abandonar el lecho para encargarse de la capitanía general: en ella desplegó tanta prudencia y habilidad, que consiguió devolver la paz moral a Zaragoza, si bien se censuró que no castigase con mano dura a los asesinos, cosa más fácil de pedir que de ejecutar en aquellos momentos, por falta de la guarnición militar necesaria para imponerse”. Pasadas estas circunstancias, Cistué volvió a obtener su cuartel y en esta situación falleció en Zaragoza en el año 1842. Sus restos descansan en el cementerio de Torrero.

Resumiendo, desde la muerte de Fernando VII, Cistué se encuadró claramente en el bando liberal, participando activamente durante toda la primera Guerra Carlista, de tal manera que Mario de la Sala afirmó que “en Zaragoza lo habría sido todo menos arzobispo”, indicando la fuerte influencia del Niño de azul en la capital maña. Socialmente se le reconocieron ampliamente sus méritos, pues, dejando aparte la aludida concesión de la Cruz de la Orden de Carlos III en su infancia, tuvo la gran cruz de San Hermenegildo, las dos cruces y los dos escudos de los Sitios de Zaragoza, las cruces de los Ejércitos II y VII y la Cruz del 5 de marzo de 1838 de Zaragoza (alusión a la citada derrota que sufrieron ese día los carlistas en su intento de apoderarse de la capital maña, efemérides muy celebradas todavía hoy). Además de estas distinciones militares, era académico correspondiente de la Real de la Historia (11 de febrero de 1820), de la Real de Bellas Artes de San Carlos de Valencia, de la de Bellas Artes de San Fernando y de la Nacional de Ciencias. En Zaragoza, además de los honores recibidos en la Real Sociedad Económica Aragonesa, fue elegido académico de honor de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza (fundada por la Económica Aragonesa) el 2 de marzo de 1806; después fue el XIII presidente de dicha Academia desde 1836 hasta el 25 de noviembre de 1838 y vicepresidente de 1841 a 1842.

El Niño de azul se casó dos veces. La primera en Utiel, el 12 de octubre de 1812, con María del Carmen Barruchi y Hore (bautizada en la parroquia de San Sebastián de Madrid el 10 de junio de 1793), con quien tuvo, al menos, dos hijos: María Josefa Cistué y Barruchi (bautizada en la parroquia del Pilar de Zaragoza el 23 de noviembre de 1813) y Luis María de Cistué y Barruchi, IV barón de la Menglana, quien fue el sucesor en el título nobiliario y, habiéndose licenciado en Leyes por la Universidad de Zaragoza (31 de mayo de 1841) y siguiendo la tradición familiar, fue socio de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País (9 de abril de 1847) y académico de honor de la Academia de San Luis (11 de marzo de 1842) y vicepresidente en 1844. Los Cistué continuaron durante el siglo XIX su conocida política matrimonial con familias infanzonas de las tierras del Cinca. El primogénito de Luis María Cistué se casó con Carlota Escudero y Azara, perteneciente también a la pequeña nobleza del este de Aragón. Era hija de Teótimo Escudero Coll, originario de la población de Azara, que fue catedrático de la universidad de Cervera, y que, tras servir ininterrumpidamente a todas las administraciones desde 1808, entró a formar parte del Tribunal Supremo en 1834. El nieto de Luis María Cistué y de Teótimo Escudero, llamado también Teótimo, heredó el título de barón de la Menglana en 1883.

Luis María siempre fue respetado por todo tipo de gobiernos por su patriotismo (salvo el periodo del ostracismo sufrido durante la Década Ominosa), ya fuese contra los franceses o contra los carlistas. Gozó de toda clase de prestigios y simpatías, conquistadas por las nobles prendas de bondad, ilustración y cortesía que le adornaban, como subrayan los contemporáneos. Desde la perspectiva actual, como subraya Pere Molas, la familia del niño azul puede considerarse un ejemplo del papel de la nobleza tradicional y de los servidores de la administración absolutista ante el advenimiento del liberalismo. Como otros muchos linajes de la nobleza media, los Cistué adoptaron no una posición de rechazo, sino de adaptación, y en el caso de Luis María Cistué, de franca adhesión a los nuevos postulados políticos liberales.

Pero si Luis María (el niño azul), como su padre el magistrado don José, han pasado a la historia es por su afición al arte de la pintura, puesta de manifiesto por el hecho de que José Cistué fue nombrado académico de honor de la Real Academia de San Luis de Zaragoza el 2 de junio de 1793 y su hijo, El niño de azul, fue admitido en la misma Academia zaragozana como académico de honor el 2 de marzo de 1806, ocupando la presidencia y la vicepresidencia de la misma al final de su vida. Igual que su padre, Luis María también fue retratado por Goya en un óleo sobre lienzo de 125 × 90 cm en 1791. Una de las especialidades de Goya eran los retratos infantiles; este de Luis María de Cistué es un magnífico ejemplo de la facilidad del pintor para representar niños de la manera más naturalista posible. Se ve a Luis María junto a un tranquilo perrillo, vistiendo un traje de terciopelo verde adornado con cuello y puños de encaje y banda rosa a la cintura. Completa su atuendo con unos zapatos azulados con llamativo lazo. El rostro del pequeño llama la atención con sus sonrosados mofletes y sus despiertos ojos azules, remarcado por los rubios cabellos que caen sobre sus hombros. El pintor quiere deslumbrar con esta obra por lo que aplica calidades táctiles a las telas, apreciándose la diferencia entre el terciopelo y la seda, a través de una pincelada minuciosa y preciosista. En conjunto es uno de los mejores retratos infantiles de Goya. Por descendencia perteneció a Teótimo Cistué y Escudero, Barón de la Menglana. En 2009 Pierre Bergé lo donó al Museo del Louvre.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Estado (Carlos III), expediente 130, pruebas de José de Cistué; Archivo Histórico Provincial de Huesca, Universidad Sertoriana, U-48 (Libro de grados mayores, 1797-1807); Biblioteca Nacional de España (BNE), Correspondencia de José Cistué a Lorenzo Hervás, en Hervás, Cartas, ms. 22996, ff. 188-234 (treinta cartas del fiscal del Consejo de Indias Cistué a Lorenzo Hervás, fechadas en Madrid o Barajas entre el 18 de julio de 1799 y el 25 de noviembre de 1800); F. Casamayor, Años políticos e históricos de las cosas particulares ocurridas en la Imperial ciudad de Zaragoza. Años 1782-1833, 37 vols. ms. en Biblioteca Universitaria de Zaragoza (BUZ).

M. de la Sala Valdés y García Sala, Obelisco histórico en honor de los heroicos defensores de Zaragoza (1808-1809), Zaragoza, 1908, págs. 275-277; Mª. R. Jiménez Jiménez, “Zaragoza, 5 de marzo de 1838 (un episodio de la primera guerra carlista)”, en Cuadernos de investigación: Geografía e historia, t. 4, fasc. 2 (1978), págs. 109-118; El municipio de Zaragoza durante la regencia de María Cristina de Nápoles (1833-1840), Zaragoza, Institución Fernando el católico, 1979, págs. 234-267; V. de Cadenas y Vicent, Extracto de los expedientes de la Orden de Carlos 3.º 1771-1847, t. III, Madrid, Hidalguía, 1981, pág. 113; P. Molas Ribalta, “La familia del niño de azul”, en N. González (ed.), Una Historia Abierta, Barcelona, Universidad, 1998, págs. 73-76; J. P. de Quinto y de los Ríos, Relación general de señores académicos de la Real de Nobles y Bellas Artes de San Luis de Zaragoza (1792-2004), Zaragoza, 2004, págs. 131-132; V. Pomaréde, “Un portrait d’ enfant de Goya pour le Louvre”, en Le revue des musées de France. Revue du Luvre, 3 (2009), págs. 16-18; Mª. de la P. Cantero Paños y C. Garcés Manau, “Las pinturas del teatro de la Universidad de Huesca (1768-1819)”, en Argensola, Revista de ciencias sociales del instituto de estudios altoaragoneses, 123 (2013), págs. 184-190.

 

Antonio Astorgano Abajo

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