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Antonio Dávila y Zúñiga

Biografía

Dávila y Zúñiga, Antonio. ?, 1590 – 1650. Marqués de Mirabel (III). Embajador, presidente del Consejo de Órdenes, consejero del Consejo de Guerra y del Consejo de Estado.

Tercer hijo del marqués de Las Navas, nació en 1590, y por su matrimonio recibió el título de marqués de Mirabel. Antonio Dávila y Zúñiga fue comendador de la Orden de Calatrava y comendador de Daimiel. Su trayectoria político-administrativa resulta muy completa, pues figuran entre su nómina puestos de servicio de gran confianza en la Corte de Felipe III y Felipe IV. A los oficios de mayordomo de Felipe III, gentilhombre de Cámara de Felipe IV y mayordomo mayor del cardenal infante don Fernando, sumó los de embajador, consejero de Estado y Guerra y llegó a alcanzar en 1627 el puesto de presidente del Consejo de Órdenes.

En 1620 fue nombrado embajador de Felipe III en la Francia de Luis XIII. Uno de sus antecesores en el cargo, Íñigo de Cárdenas, había firmado en París, con poder del Monarca español, los enlaces matrimoniales recíprocos del príncipe Felipe, futuro Felipe IV, con la princesa Isabel de Borbón, hija mayor de Enrique IV de Francia y de María de Médicis, y de Luis XIII con Ana de Austria, la primogénita de Felipe III y Margarita de Austria. Las celebradas nupcias habían tenido lugar el 9 de noviembre de 1615, en la línea fronteriza demarcada por el Bidasoa, con el intercambio de princesas, todo ello precedido de un gran despliegue protocolario. Al marqués de Mirabel correspondía la misión de mantener los matrimonios franco-españoles y activar la política hispanófila de María de Médicis, madre del Rey.

Durante los doce años de su embajada en Francia, entre 1620 y 1632, el marqués de Mirabel se adaptó a las circunstancias de la cambiante política internacional europea. Las tensiones en los territorios italianos generaban continua desconfianza en las relaciones hispanofrancesas, como lo demostraban numerosos incidentes. Saluzzo, en 1598, y Monferrato, en 1613, habían abierto el camino a sucesos como el de Venecia en 1618. La favorable situación de los españoles en Italia empezó a cambiar, como pudo evidenciarse por las tensiones hispano-francesas ocasionadas con motivo del paso alpino de la Valtelina, en 1620 y 1626.

Desde su embajada en París trató de entorpecer las intenciones del cardenal Richelieu de reorganizar el mapa de Europa a costa de la Monarquía católica y que por entonces ya predecían la posible ruptura de hostilidades con Francia. Los despachos emitidos durante estos años por el Consejo de Estado a los virreyes de Nápoles, Cataluña, Valencia y Aragón, tenían el objeto de prevenirles ante cualquier agresión militar francesa. Dávila intervino en el tratado de Monzón, firmado el 5 de marzo de 1626, aunque fuera Rui Gómez de Silva quien asistió con poderes a la conclusión de las paces por los asuntos de la Valtelina.

El de Mirabel también trató de fomentar las disensiones entre los miembros de la Familia Real y alentar las ambiciones del hermano del Rey, Gastón de Orleans, y de la nobleza con objeto de evitar el engrandecimiento del cardenal Richelieu, aspecto en el que fracasó.

En 1624 abandonaba ocasionalmente París para ser designado consejero de Guerra, formando parte de la nueva Administración gestada por Olivares. De nuevo en Francia, vivió muy de cerca la intervención española en la guerra de Mantua, en 1628, y la firma del tratado franco-sueco de Bärwalde, en 1631, que venía a materializar la amenaza geopolítica del país galo para España. En 1632, después de su viaje a Flandes, una de sus constantes preocupaciones, le fue prohibida su entrada en Francia por el mismo Richelieu, en un momento de especial significado en las relaciones francoespañolas. Sin embargo, lejos de sentirse intimidado, el marqués de Mirabel se acogió a sus inmunidades diplomáticas y defendió sus prerrogativas de paso por Francia hasta que recibió licencia de España para retirarse. No se debe olvidar que las décadas de 1620 y 1630 fueron muy prolijas en la publicación de obras referentes al oficio de embajador, como se había puesto de manifiesto en El embaxador, del conde de la Roca, o en L’ambasciatore, de Bragaccia.

Sus años de servicio en los consejos de la Monarquía (consejero de Guerra en 1624 y consejero de Estado, en 1634 y 1635) y en el cuerpo diplomático (embajador en Francia entre 1621 y 1624) coincidieron con un período convulso de la política europea. España se implicaba en la Guerra de los Treinta Años, reanudando, además, su lucha en el frente del norte contra los holandeses y los ingleses. La expiración en 1621, de la Tregua de los Doce Años, enfrentó nuevamente a dos territorios que habían aprovechado los años de paz para reorganizarse. Sin embargo, los holandeses se habían extendido en los dominios ultramarinos hispanolusos y se erigían por entonces en una potencia marítima europea. En 1625, Carlos I Estuardo declaraba la guerra a España y, aunque el carácter de ésta fue más bien episódico, sirvió para desestabilizar el juego de equilibrios mantenidos hasta entonces.

Hacia 1628, la mayor parte de los conflictos ofrecían un panorama generalizado y España luchaba desde el mar del Norte y el Báltico a Italia, y desde Alemania hasta Brasil y el océano Índico.

En 1635, cuando Francia declaraba oficialmente la guerra a España, Antonio Dávila y Zúñiga, en pago a los numerosos servicios prestados a Felipe IV, era nombrado miembro del Consejo de Estado. En 1650, cuando la Europa salida de Westfalia empezaba a ser una realidad, fallecía el marqués de Mirabel retirado de toda la actividad política.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Biográfico de España, Portugal e Iberoamérica, II, 598, pág. 189; Archivo Histórico Nacional, Estado, legs. 674, 732 y 3457.

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Porfirio Sanz Camañes

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