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Pedro de Zúñiga Palomeque y de la Cueva Cabeza de Vaca

Biografía

Zúñiga Palomeque y de la Cueva Cabeza de Vaca, Pedro de. Marqués de Flores Dávila (I). Salamanca, m. s. XVI – Madrid, 21.X.1631. Embajador, consejero de Estado y de Guerra.

Pedro de Zúñiga Palomeque y de la Cueva, hijo de Diego de Zúñiga, señor de Flores Dávila, Cisla y la Aldehuela, regidor perpetuo de Salamanca, corregidor de Toledo, y de Antonia Cabeza de Vaca y Dávila, señora de Arenillas, fue nombrado I marqués de Flores Dávila, y recibió en su nombre los títulos de señor de Castillejo, Villarrubia, Cisla y la Aldehuela. Pedro de Zúñiga, también conocido como Pedro de Toledo Zúñiga Osorio, fue caballero de la Orden de Santiago, siendo comendador de Almendralejo, en 1583, de Bienservida, en 1605, y de Corral de Almaguer, en 1609.

Su trayectoria político-administrativa es muy completa estando su nómina en puestos de servicio de gran confianza en la Corte, como los de primer caballerizo de Felipe III, guarda mayor y alcaide del castillo, monte y bosque de El Pardo y gentilhombre de Cámara. El I marqués de Flores Dávila, cuyo título recibió el 11 de enero de 1612, también desempeñó puestos destacados en la administración de la Monarquía española, tanto en el terreno político, como consejero de Estado y Guerra; diplomático, en la embajada de Inglaterra; y militar, donde consta en el puesto de general en la defensa del Rosellón.

Es, precisamente, de su estancia en la embajada inglesa de la que hay más constancia en el desempeño de su labor. Ocupó la embajada londinense en dos ocasiones. La primera entre 1605 y 1609, acreditado por Felipe III como embajador ordinario tras la firma del Tratado de Londres, en 1604, cuyas negociaciones fueron hábilmente conducidas por don Juan Fernández de Velasco, condestable de Castilla. Con su misión, debería relanzar el reciente Tratado de Londres, firmado el 28 de agosto de 1604, que contenía una serie de cláusulas precedidas de un preámbulo en el que se hacía referencia a la tradicional amistad y alianza entre ambas naciones. Posteriormente analizaba en sus treinta y cuatro capítulos los asuntos más candentes en el ámbito político, económico, religioso y militar. Además, como anejos al tratado, se publicaron algunos capítulos relativos al comercio y a la libertad de conciencia para los mercaderes ingleses que tuvieran tratos en España. Con el restablecimiento de un embajador permanente mejoró el dispositivo diplomático de la embajada, inicialmente compuesto por un reducido equipo de colaboradores entre los que destacaron: un asesor irlandés, un intérprete y un secretario de cifra, además de una decena de hombres a su servicio, entre gentilhombres y pajes. Una de las tareas más difíciles en la embajada pasaba por la reorganización del grupo pro-hispano en la Corte, casi desaparecido después de tantos años de confrontación con la Monarquía isabelina. El conocido Spanish Party, que el conde de Gondomar terminará potenciando, estaba constituido por algunos “pensionados” ingleses, habitualmente nobles, y por algunos “confidentes”, que servían de enlace transmisor sobre las distintas informaciones y rumores que circulaban por la Corte.

Estos años, fueron al mismo tiempo de entendimiento y de aproximación de posiciones anteriormente irreconciliables. Quedaban asuntos demasiado espinosos en las relaciones políticas de ambas naciones, entre ellos: la situación de los católicos en Inglaterra, sometidos a la represión puritana del Parlamento que estallaría con la conspiración de la Pólvora dirigida por Guy Fawkes; la cuestión de los irlandeses en las Islas Británicas, supuestamente apoyados por la intercesión española; el deseo inglés por reactivar el corsarismo, frenado por la paz; y la situación de los comerciantes ingleses debido a las persecuciones inquisitoriales a las que eran sometidos en España.

Con todo, la alianza anglo-española beneficiaría enormemente a ambos países. España podría obtener rédito de la estratégica situación inglesa en la costa, dominante en el Canal y en el Mar del Norte, asegurando el paso a Flandes de tropas españolas, así como del reclutamiento de tropas en el ámbito militar, mientras se preservaban los territorios españoles en las Indias de la actividad corsaria. La mejora en las relaciones hispano-inglesas tendría, también, un efecto balsámico que actuaría en contra del entendimiento, siempre peligroso, anglo-holandés. Inglaterra, por su parte, tenía razones de índole económica para replantear las relaciones con España. El incremento de las deudas de la Corona, debido a la escalada en los gastos bélicos y a ciertas extravagancias cortesanas, junto a los beneficios que los comerciantes londinenses esperaban obtener de la paz, eran razones más que suficientes para buscar el entendimiento.

En 1609, Pedro de Zúñiga fue sustituido en la embajada inglesa por Alonso de Velasco, primer conde de la Revilla, aunque no sería la última vez que don Pedro pisaría suelo inglés. Felipe III creó el título de marqués de Flores Dávila y, en premio a sus eminentes servicios, se lo concedió al de Zúñiga el 11 de enero de 1612. En julio de dicho año, don Pedro regresó a Inglaterra en misión extraordinaria asistiendo al embajador ordinario en Londres. Según sus instrucciones, debía explicar en la Corte inglesa los matrimonios reales hispano-franceses de los hijos de Felipe III, es decir, de Ana de Austria y del príncipe Felipe, futuro Felipe IV, que contrajeron nupcias con Luis XIII y con Isabel de Borbón, respectivamente. Las nupcias, a las que asistieron numerosos títulos y hombres prominentes de ambas Cortes, se celebraron el 9 de noviembre de 1615 en la línea fronteriza demarcada por el Bidasoa, con el intercambio de princesas marcado por un gran despliegue protocolario.

Por otra parte, las conexiones protestantes de Jacobo se vieron reforzadas en 1613 con el matrimonio de su hija, Isabel, con Federico el elector palatino y uno de los líderes de la Unión Evangélica Protestante. Quedaba pendiente la posible alianza matrimonial, conocida como el Spanish Match, para intentar fortalecer las relaciones anglo-españolas con el enlace entre María, la princesa española más joven, con Carlos, el príncipe de Gales, futuro rey de Inglaterra. Una situación que, tras más de una década de negociaciones dominando buena parte de la política internacional hispano-inglesa, terminaría fracasando y conduciendo a una nueva guerra en 1625.

Pedro de Zúñiga fallecía en Madrid el 21 de octubre de 1631, sin dejar sucesión en su matrimonio con Juana de Mendoza y Bazán, hija del V conde de Coruña, y dama de la reina Margarita de Austria.

 

Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Nacional, Estado, leg. 3456/1; Archivo General de Simancas, Estado, Inglaterra, legs. 843, 844, 846, 2513 y 2514 S. R. Gardiner, Prince Charles and the Spanish Marriage: 1617-1623, London, 1869; F. Fernández de Bethencourt, Historia genealógica y heráldica de la monarquía española, Casa Real y grandes de España, t. X, Madrid, Est. Tipográfico de Jaime Ratés, 1920; J. C. Salyer, “Algunos aspectos del Tratado de paz entre Inglaterra y España del año 1604”, en Simancas (Valladolid), vol. I (1950), págs. 371-382; A. J. Loomie, “The Spanish Ambassador and the Pursuivants: A letter to king Philip III, February 3, 1612”, en Catholic Historical Review, 39 (1963), págs. 203-209; C. H. Carter, The Secret Diplomacy of the Habsburgs, 1598-1625, London-New York, Columbia University Press, 1964; L. Carvajal y Mendoza, Epistolario y Poesías, Madrid, Biblioteca de Autores Españoles, 1965; C. Pérez Bustamante, “La España de Felipe III: la política interior y los problemas internacionales”, en R. Menéndez Pidal y J. M. Jover Zamora (dirs.), Historia de España, t. XXIV, Madrid, Espasa Calpe, 1979; F. Barrios Pintado, El Consejo de Estado de la Monarquía española, 1521-1812, Madrid, Consejo de Estado, 1984; C. Gómez-Centurión Jiménez, Felipe II, la empresa de Inglaterra y el comercio septentrional (1566-1609), Madrid, Nerea, 1988; J. Gastón de Torquemada, Gaceta y nuevas de la Corte de España desde el año 1600 en adelante, ed. de A. de Ceballos Escalera y Gila, Madrid, Real Academia Matritense de Heráldica y Genealogía, 1991; B. Weinreb y Ch. Hibbert, The London Encyclopedia, London, Macmillan, 1993, págs. 367-368; B. J. García García, La Pax Hispanica. Política exterior del Duque de Lerma, Leuven, University Press, 1996; E. Mogrobejo, Diccionario Hispanoamericano de Heráldica, Onomástica y Genealogía, vol. XV, Bilbao, Ed. Mogrobejo-Zabala, 1999; M. Rivero Rodríguez, Diplomacia y relaciones exteriores en la edad Moderna. De la cristiandad al sistema europeo, 1453-1794, Madrid, Alianza Editorial, 2000; J. P. Alzina, Embajadores de España en Londres. Una guía de retrartos de la Embajada de España, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 2001; S. Contarini, Estado de la Monarquía española a principios del siglo XVII (Manuscrito del siglo XVII), Málaga, Algazara, 2001; M. A. Ochoa Brun, Embajadas y embajadores en la Historia de España, Madrid, Aguilar, 2002; A. Ferós, El duque de Lerma. Realeza y privanza en la España de Felipe III, Madrid, Marcial Pons, 2002; P. S anz camañes, Diplomacia hispano-inglesa en el siglo XVII, Cuenca, Ediciones de la Universidad de Castilla-La Mancha, 2002.

 

Porfirio Sanz Camañes

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