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Diego Martínez

Biografía

Martínez, Diego. Ribera del Fresno (Badajoz), 2.VII.1543 – Lima (Perú), 2.IV.1626. Misionero jesuita (SI) y siervo de Dios.

Los primeros estudios que realizó en Salamanca este extremeño se los tuvo que costear gracias a su trabajo como enfermero y, sobre todo, sirviendo a otros estudiantes.

Entró dentro de la Compañía de Jesús en esa misma ciudad universitaria en octubre de 1566. Alcanzó Lima dentro de la expedición que dirigía José de Acosta. Fue enviado a la ciudad de Cuzco, donde se había establecido una de las primeras fundaciones jesuíticas, no siempre avalada por la licencia del virrey.

Desde noviembre de 1576 se le encargó la responsabilidad de la doctrina de Juli, la primera de las que atendieron los jesuitas en Indias, después de que la Compañía de Jesús debatiese cuáles habrían de ser sus trabajos en estas latitudes. El equipo estaba formado por el superior Diego de Bracamonte, Alonso Barzana y el propio Diego Martínez. Primero fue párroco de San Juan Bautista, una de las tres demarcaciones eclesiásticas de esta doctrina. Después sustituyó a Bracamonte como superior, en agosto de 1577. Se convirtió en una voz autorizada sobre el desarrollo de la doctrina, cuando escribió un prolongado informe al visitador Juan de la Plaza. Era agosto de 1578.

Desde 1580 y hasta 1586 fue “obrero de indios y españoles”, trabajo que ejerció en La Paz, en Bolivia, y en la mencionada ciudad de Cuzco. En Lima, participó en la II Congregación Provincial del Perú, un foro muy adecuado para estudiar el avance y expansión de los jesuitas en estos amplios y desconocidos territorios. Los miembros de la Compañía estudiaron la posibilidad de abrir nuevos horizontes, como ocurría con las misiones de los chiriguanos de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. Consideró el provincial Juan de Atienza que los padres Diego de Samaniego y Diego Martínez, además del hermano Juan Sánchez, eran los jesuitas adecuados para iniciarlas. Samaniego, que procedía de Potosí, ejercería de superior, mientras que Martínez y Sánchez se hallaban en la mencionada casa de Cuzco. Desde Mizque y por espacio de tres meses, fueron misioneros no solamente entre indios —en este caso los quechuas— sino también entre los españoles. En mayo de 1587, se encontraban bajo el resguardo de una ciudad de españoles, Santa Cruz, foco de irradiación de nuevas misiones.

Con la idea principal de la evangelización, percatándose de que la lengua era un instrumento que era menester conocer, estos jesuitas empezaron a aprender el chiriguano, perteneciente al grupo o familia lingüística del guaraní, así como el gorgotoqui. El conocimiento lingüístico era un primer paso, pues después era necesario elaborar los instrumentos de evangelización y catequización a través de los catecismos en las respectivas lenguas, así como las gramáticas para que otros misioneros pudiesen estudiar con prontitud y mayor facilidad lo que a ellos les había costado romper. Todos estos trabajos y su efectividad fueron reconocidos por las autoridades pertinentes, como subrayó, por ejemplo, el gobernador de Santa Cruz, Lorenzo Suárez de Figueroa, a la Audiencia de Charcas.

En 1592, el padre Martínez estuvo misionando entre los indios chiquitanos, siendo dos años después superior de la misión de Santa Cruz. Tuvo que ser, por deseo del visitador Esteban Páez inspector en las misiones que existían a finales del siglo xvi en Chuquisaca entre los chiriguanos. En el colegio de Chuquisaca ejerció el oficio de vicerrector, siendo aquél el punto de inicio de otras misiones con las que llegó hasta La Paz y Cochabamba. Tras la celebración y asistencia a la VI congregación provincial de los jesuitas en Lima, fue a ejercer este oficio de vicerrector al colegio de Cuzco. Hasta 1611, desde aquel lugar, realizó misiones populares destinadas a los indios. Su última morada fue el Colegio de San Pablo de Lima.

Su prestigio espiritual condujo a que distintos fieles acudiesen a él como director de sus conciencias, como así ocurrió con la que habría de ser Rosa de Lima. Fue de esta manera considerado, por el propio provincial de Castilla Gil González Dávila, como uno de los hombres más virtuosos con los que la Compañía contaba en Perú. Todavía en vida de este religioso, sus contemporáneos consideraban que era tan destacada la labor de Diego Martínez en las misiones de Santa Cruz, que merecía el conocimiento de un libro aparte de la historia general de los trabajos de la Compañía en Perú. La humildad de este “varón ilustre”, como se habituaba a decir en el siglo xvii dentro de la Compañía, era resaltada por el que era entonces su provincial, un sacerdote exigente como era Diego Álvarez de Paz. De manera temprana a su muerte, su vida fue plasmada por escrito, a través de las páginas que escribió el padre Juan María Freylín y que todavía no han sido publicadas, realizadas por encargo del provincial Diego de Torres Vázquez y que se haya depositado en el Archivo de la Provincia de Toledo. Sus escritos fueron aprobados en junio de 1634, mientras que la causa de beatificación se introdujo de manera temprana, aunque todavía no ha culminado.

 

Bibl.: A. de Andrade, Varones Ilvstres en santidad, letras y zelo de las almas de la Compañia de Jesvs, tomo sexto, vol. II, Madrid, por Ioseph Fernandez de Buendia, 1667, págs. 139-205; B. Alcázar, Chrono-Historia de la Provincia de Toledo, Madrid, Juan García Infanzón, 1710, págs. 311-313; Monumenta Peruana, Roma, Institutum Historicum Societatis Iesu, vols. 1-7; F. Mateos, Historia General de la Compañía de Jesús en la provincia del Perú, 1, Historia General del Colegio de Lima, Madrid, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1944; Historia General de la Compañía de Jesús en la provincia del Perú, 2. Relaciones de colegios y misiones, Madrid, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, 1944; R. Vargas Ugarte, Historia de la Compañía de Jesús en el Perú, vol. I, Burgos, 1963; E. Fernández G., “Martínez, Diego”, en Ch. N eill y J. M.ª Domínguez, Diccionario Histórico de la Compañía de Jesús, Madrid-Roma, Institutum Romanum Societatis Iesu, vol. III, Universidad Pontificia de Comillas, 2001, pág. 2523.

 

Javier Burrieza Sánchez