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Enrique Dávila y Guzmán

Biografía

Dávila y Guzmán, Enrique. Marqués de Povar (I). Ávila, c. 1570 – Madrid, 1.XI.1630. Virrey de Valencia, presidente del Consejo de Órdenes.

Hijo segundo de Pedro Dávila y Córdoba (II marqués de Las Navas) y de Jerónima Enríquez de Guzmán.

Señor de las villas de Cubas y Griñón y caballero de la Orden de Alcántara, de la que llegó a ser clavero. Casó con Catalina de Ribera, hija del marqués de Malpica. Su carrera al servicio de la Corona española se desarrolló sobre todo durante los reinados de Felipe III y Felipe IV, en plena implantación y afianzamiento del régimen del valimiento. Había entrado en la Corte en la época de Felipe II: sentó plaza como gentilhombre de boca de la casa de Borgoña en 1585, y ascendió a gentilhombre de la Cámara en 1593; asistió personalmente al Rey Prudente en sus últimos momentos. Bajo Felipe III y la privanza del duque de Lerma, en el complejo juego de adhesiones y oposición al valido, fue asociado más de una vez a los grupos opuestos a Lerma. Pero su carrera política y su ascenso nobiliario avanzaron sustancialmente, en lo que pudo beneficiarse de su parentesco con Gómez Dávila, II marqués de Velada y mayordomo mayor del Rey. En 1600 desempeñó una breve embajada en Flandes, cerca de los archiduques Alberto e Isabel. Tiempo después fue nombrado capitán de la Guardia española. El 16 de febrero de 1612 obtuvo el título de marqués de Povar, lo que suponía la culminación de sus aspiraciones aristocráticas y el establecimiento de una casa nobiliaria propia.

Alcanzó, además, un notable grado de familiaridad con el Monarca, pues participaba en las partidas de naipes en que intervenía Felipe III y a las que era muy aficionado. Se cuenta que, en una sola, noche Enrique Dávila le ganó al soberano una suma más que exagerada. La caída de Lerma y el final del reinado de Felipe III no supusieron la interrupción de su carrera.

Antes al contrario, pues bajo Felipe IV, y a la sombra del conde-duque de Olivares, alcanzó sus más altos cargos en la máquina político-institucional de la Monarquía hispánica. En 1622, cuando a los cargos mencionados añadió el de capitán de una compañía de las guardas de Castilla y el de consejero de Guerra, fue nombrado virrey de Valencia.

Aunque el nuevo cargo implicaba el alejamiento de la Corte, Povar encontró en Valencia ocasiones de demostrar su lealtad al nuevo régimen. Hizo su entrada en la ciudad del Turia el 5 de diciembre de 1622.

Llegó a su nuevo destino acompañado de tres de sus hijos, que tuvo la desgracia de ver morir poco después en Valencia. Durante los primeros tiempos del virreinato, sus disposiciones no se alejaban demasiado de las de sus predecesores, pues se ocupó de asuntos como el comercio de la seda, el funcionamiento de los tribunales o el grave endeudamiento nobiliario. Incluso proyectó una imagen de buenas relaciones con las autoridades de la ciudad y del reino con su participación en las solemnes festividades que se celebraron en Valencia en 1623 por la promulgación de la bula Sanctissimus Dominus Noster sobre la Inmaculada Concepción, que efectuó Gregorio XV. Pero no tardó en abordar problemas más preocupantes, como el deterioro del clima social del reino, debido al desarrollo del bandidaje y el bandolerismo, así como la agitación religiosa a causa de las tentativas de beatificación de Francisco Jerónimo Simó, a la que se oponía el arzobispo Isidoro Aliaga. Pese a roces con las autoridades del reino, plasmados por ejemplo en un intento de arrestar al justicia criminal de Valencia en octubre de 1625, su cargo fue renovado por un segundo trienio, en el cual su misión principal se relacionó estrechamente con los planes de Olivares para reformar el gobierno de la Monarquía. En 1625 se planeó y ordenó la recaudación en la Corona de Aragón de un “donativo voluntario” que siguiera las mismas pautas del recientemente recaudado en la Corona de Castilla, y que sirviera para auxiliar en los crecientes gastos militares de la Monarquía. Povar recibió instrucciones, dadas a 10 de mayo de 1625, en las que, a fin de propiciar la recogida de fondos, se le aconsejaba encarecer los muchos esfuerzos desplegados por la Corona en defensa de la fe católica y en las numerosas empresas militares en que estaba comprometida. Asimismo se le ordenaba actuar en estrecha correspondencia con los gobernadores del reino y que no dejase de aludir a los precedentes, especialmente el cuantioso donativo de 1602. Se le recomendaba tomar ejemplo de lo hecho por los corregidores castellanos para recaudar el donativo en aquella Corona y, finalmente, se le ordenaba llevar un registro minucioso de todo lo concerniente al servicio. Povar propuso que, a fin de aliviar el Real Patrimonio valenciano, lo procedente del donativo se dedicase a “las cosas forçosas de la defensa deste reyno”, con lo cual esperaba favorecer la recaudación.

El rey, previo dictamen favorable del Consejo de Aragón, dio su asentamiento, pero, aun así, la recogida del donativo fue enormemente incierta. Este proyecto era la antesala de la presentación en Valencia del gran plan de Olivares: la Unión de Armas. Ésta en principio, fue propuesta a fines de 1625 a los estamentos del reino, fuera de Cortes. Pese a los esfuerzos de Povar y, sobre todo, de Francisco de Castellví, del Consejo de Aragón, que había viajado especialmente a Valencia, los estamentos contestaron que el plan no podía aprobarse fuera de Cortes. Éstas se convocaron de inmediato y se celebraron en Monzón en 1626, en un clima de recelos y tensiones. Aunque el proyecto militar de Olivares no fue aprobado como tal, las Cortes valencianas concedieron un servicio inusitado, que, de hecho, fue el mayor de toda la época foral. Mientras las Cortes deliberaban, Povar asistía en Valencia a un paulatino deterioro del clima político.

El 3 de diciembre de 1625, cuando juraba su segundo trienio como virrey de Valencia, aparecieron los primeros pasquines y panfletos contra la política regia, considerada contraria a los intereses y fueros valencianos. Diversos episodios de protesta, como la distribución de escritos satíricos, la repetida rotura de los cristales del palacio real de Valencia, o la circulación de caricaturas del Rey y de Olivares, salpicaron el año de 1626, oscureciendo el segundo trienio de Povar en el virreinato.

En 1627 volvió a la Corte y al año siguiente fue nombrado presidente del Consejo de Órdenes. Como no pocos virreyes valencianos de la centuria, pasó de Valencia a un cargo más lucrativo y prestigioso. Era su recompensa por mantener el orden en el reino durante las difíciles negociaciones de la Unión de Armas.

Ahora bien, aunque la presidencia del Consejo de Órdenes era clave para la concesión de los apetecidos hábitos y encomiendas, su relevancia política era escasa. Pese a la corta duración de su presidencia, Dávila elaboró unas instrucciones para Juan de Chaves y Mendoza, que, con título de gobernador, le reemplazó en la dirección del Consejo: además de instruirle sobre el significado del cargo, de los caballeros y capítulos generales, le recomendaba el mayor celo a la hora de vigilar las concesiones de hábitos, sin hacer caso de las recomendaciones de “validos, presidentes y otros señores”, pues “nunca los hábitos fueron de más estimación que ahora son moneda que corre entre todos; debe mirar mucho el presidente no bajar esta moneda”.

 

Bibl.: V. Castañeda Alcover, Coses evengudes en la ciutat y regne de València. Dietario de mosén Juan Porcar, capellán de San Martín (1589-1629), Madrid, Cuerpo Facultativo de Archiveros, Bibliotecarios y Arqueólogos, 1934, págs. 99-100 y 120; J. Mateu Ibars, Los virreyes de Valencia. Fuentes para su estudio, Valencia, Ayuntamiento, 1963, págs. 241-242; D. de Lario Martínez, Cortes del reinado de Felipe IV, I. Cortes Valencianas de 1626, Valencia, Universidad, 1973; J. Casey, El reino de Valencia en el siglo xvii, Madrid, Siglo XXI, 1983, págs. 202 y 209; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española, 1521-1812, Madrid, Consejo de Estado, 1984, pág. 362; D. de Lario Martínez, El comte-duc d’Olivares i el regne de València, València, Tres i Quatre, 1986, págs. 39-60 y 169- 172; E. Postigo Castellanos, Honor y privilegio en la Corona de Castilla. El Consejo de las Órdenes y los caballeros de hábito en el siglo xvii, Soria, Junta de Castilla y León, 1988, págs. 67-86; J. H. Elliott, El conde-duque de Olivares, Barcelona, Crítica, 1990; S. García Martínez, Valencia bajo Carlos II. Bandolerismo, reivindicaciones agrarias y servicios a la monarquía, Villena, Ayuntamiento, 1991, págs. 141-145; A. Feros, El duque de Lerma. Realeza y privanza en la España de Felipe III, Madrid, Marcial Pons, 2002; S. Martínez Hernández, El marqués de Velada y la corte en los reinados de Felipe II y Felipe III. Nobleza cortesana y cultura política en la España del Siglo de Oro, Salamanca, Junta de Castilla y León, 2004, págs. 184, 199, 329, 441-442, 450, 500, 538, 554; J. Martínez Millán y S. Fernández Conti, La monarquía de Felipe II. La casa del rey, vol. II, Madrid, Fundación Mapfre Tavera, 2005, pág. 131.

 

Juan Francisco Pardo Molero

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