Villarreal de Bérriz y Sáez de Andicano, Pedro Bernardo. Mondragón (Vizcaya), 26.V.1669 – Lequeitio (Vizcaya), 19.II.1740. Ingeniero, arquitecto, empresario, autor de obra científico-técnica, caballero de la Orden de Santiago.
Nació en el seno de una familia vasca de Parientes Mayores titulares de vínculos y mayorazgos, caballeros de hábito y con presencia en la Iglesia, el Ejército y la Administración local y de la Monarquía, siendo el único hijo del matrimonio de Pedro de Villarreal y Gamboa con María Sáez de Andicano y Zelaa, ambos viudos y con descendencia al casarse en 1666. Huérfano de padre antes de cumplir un año, Pedro Bernardo heredó el mayorazgo de Bérriz en Vizcaya, correspondiendo el de Villarreal al primogénito de su padre, Sebastián de Villarreal.
Transcurrió la infancia de Pedro Bernardo en el palacete de los Andicano en Mondragón, donde recibió la primera instrucción y quedó bajo la tutela de su tío Juan de Andicano, conde de Monterrón, al fallecer su madre en 1675. A los siete años de edad pasó al Colegio de la Compañía de Jesús en Vergara, donde cursó los estudios de Gramática, que completó posteriormente con dos años de Filosofía en el Colegio de la Compañía en Pamplona. El 22 de noviembre de 1684 ingresó en la Universidad de Salamanca para cursar Cánones como colegial del Colegio Mayor del Arzobispo, y en 1685 obtuvo el grado de bachiller en Cánones. Tenía dieciséis años y ninguna vocación jurídica, prefiriendo terminar ahí su formación universitaria y regresar al País Vasco para ocupar cuanto antes la situación que le correspondía por herencia. Al cumplir los dieciocho años de edad en 1687, se emancipó al amparo del Fuero Nuevo de Vizcaya, y se incorporó activamente a la vida de Bérriz y Mondragón.
En 1689 viajó por primera vez a la Corte con el propósito de solicitar su ingreso en la Orden de Santiago y, de paso, ampliar horizontes culturales y sociales. Contaba con los buenos oficios del marqués de Villalegre, del servicio de Palacio y casado con su hermanastra Ana María de Aranguren y Andicano, y, particularmente, con el respaldo del conde de Monterrón, del Consejo de Castilla y él mismo caballero de Santiago, hombre cultivado cuya biblioteca particular contenía más de ochocientos volúmenes. En mayo de 1690 Carlos II concedió a Pedro Bernardo el hábito de la Orden de Santiago y en agosto accedió a que se le armase caballero; la profesión se verificó en abril de 1692 en el Convento de San Agustín de Mondragón, de la que era alcalde desde 1691.
El 3 de enero de 1694 contrajo matrimonio con Mariana Rosa de Bengolea Ynarra, mayorazga de Bengolea en Guizaburuaga (Vizcaya), nacida en 1673 en Lequeitio, donde era señora de la Torre Uriarte, en la que Pedro Bernardo fijó su residencia. De los nueve hijos del matrimonio, sobrevivieron cinco: Ignacio José, Pedro José, Francisco Javier, Ana María y Catalina Teresa, a los que se sumó Francisco Joaquín, el hijo natural de Villarreal de Bérriz nacido en 1691. El archivo familiar (Manso de Zúñiga) permite saber que no faltaron las comodidades ni aún los lujos en Torre Uriarte, y que Pedro Bernardo se ocupó tanto de la educación y porvenir de sus hijos como de sus intereses patrimoniales y los de su comunidad, a la vez que cultivaba el estudio de las Matemáticas por las que tenía inclinación desde la juventud, y de otras materias científicas e históricas, de política económica, geografía y navegación, en la biblioteca que, hasta los mil cuerpos (1731), fue formando con los libros, mapas e instrumentos científicos, mercurios y gacetillas, adquiridos en España, pedidos a Italia, Francia, Inglaterra y Holanda, o allegados por su hermano natural Juan Bautista de Villarreal y Gamboa.
Buen físico y matemático, Juan Bautista era miembro de la Academia de los Arcados y desde hacia 1720 hasta su fallecimiento en 1731 residente en Torre Uriarte, donde mantuvo correspondencia con los círculos intelectuales que había frecuentado durante su estancia en Italia con el duque de Medinaceli, y participó en cuantas iniciativas emprendía Pedro Bernardo, como las tertulias eruditas que celebraba en su casa con otros caballeros vascos atentos a las necesidades del país y a los temas de su tiempo.
Villarreal de Bérriz desplegó una actividad intensa a lo largo de medio siglo (Labyru), centrada efectivamente en la “administración de su cuantiosa fortuna” y el ejercicio de “los atributos de las jurisdicciones políticas anejas a sus dominios” (Areilza), que le llevaron a desempeñar los cargos de fiel regidor de la anteiglesia de Amoroto (1704-1714), representante de Lequeitio y las anteiglesias de Guizaburuaga, Amoroto y Mendeja en las Juntas Generales y Merindades del señorío de Vizcaya (1796-1722), y de regidor por la parcialidad oñacina en el Gobierno Foral del señorío (1700-1702, 1714-1716), entre otros, pero que comprende también la enseñanza de la náutica y la construcción naval y, sobre todo, “la modernización de la industria ferronera y molinera, las instalaciones de la energía hidráulica de los ríos [y] la construcción de las presas” (Areilza).
Nada más hacerse cargo de su herencia (1687) reedificó las ferrerías de Berriz e inició la repoblación de los montes del coto, y, cuando por matrimonio asumió la administración del patrimonio Uriarte- Bengolea (1694), amplió y modificó la misma Torre Uriarte, que modernizó con todos los adelantos en reformas sucesivas (1701-1706, 1707-1729), construyó de nueva planta la casa, ferrerías, molino y puente de Bengolea, y la casa de la Magdalena para la carga y quema de la vena, y reedificó las casas de Láriz, Beascoa y Guizaburuaga, todo ello conforme a sus propias trazas y planos, mientras aumentaba las inversiones familiares en montes para su explotación, llegando a cifrarse en cuatro mil los plantíos de árboles realizados en la hacienda de Bérriz y en treinta mil en la de Bengolea (1729).
Como regidor de Lequeitio (1696, 1699, 1703) Villarreal de Bérriz acometió la protección y repoblación de los montes vecinales, y también importantes obras urbanísticas y portuarias para mejorar las condiciones de salubridad y seguridad de la villa y facilitar la industria y tráfico del hierro, promoviendo posteriormente la construcción de nuevas conducciones y distribución de aguas de la localidad (1723, 1725, 1735), y la consolidación de la infraestructura portuaria (1738). El mismo interés por el bien público puso en los cargos que ocupó en la administración y gobierno del señorío, que le dieron ocasión de intervenir en asuntos tan relevantes para Vizcaya como la entrada de hierro extranjero (1700), la defensa del señorío (1704, 1718), el nuevo censo de fogueras (1704) o el retorno de las aduanas a sus lugares tradicionales (1722).
Tampoco es menor la dedicación de Pedro Bernardo a otros dos asuntos igualmente arraigados en el país: la navegación y la construcción naval, que estudió en profundidad con las obras reunidas en su biblioteca antes de enseñar náutica en Lequeitio y de diseñar y armar él ocho navíos, componiendo a tales efectos varios trabajos “científicos” relativos a los problemas de navegación y arquitectura naval, como el titulado De arquear y medir los navíos que se conserva en el archivo de Torre Uriarte. En esta experiencia y conocimiento apoyó su petición (1717) del puesto de superintendente —sin sueldo— de la costa de Cantabria, vacante por la promoción de Antonio de Gastañeta, que no llegó a obtener.
Sí consiguió (1705) el codiciado asiento con la Administración de la Monarquía para fabricar en sus ferrerías lequeitianas el armamento —balas, granadas de mano, bombardelas, trabucos, etc.— que producían las Reales Fábricas de Eugui (Navarra) y Liérganes (Cantabria), aduciendo no sólo las ventajas económicas de su oferta sino también la superioridad tecnológica de las ferrerías de Bengolea, “las mejores de todo [el] Señorío”, y su privilegiada ubicación para la obtención de la materia prima y el transporte de la mercancía.
Pero la actividad en la que hizo autoridad Villarreal de Berriz fue la de proyectista y constructor de máquinas hidráulicas y, en particular, de las presas de Ansótegui, Barroeta, Bedia, Guizaburuaga y Laisota (c. 1798-1736) en los alrededores de Lequeitio, su centro de operaciones, y con probabilidad de aún otra más en las cercanías de Liérganes (González Tascón, 1990). Las cinco presas vizcaínas, que aún pueden verse, son bien conocidas de antiguo (Labayru), y los numerosos estudios dedicados a ellas y a las máquinas coinciden en señalar las tres particularidades que distinguen la aportación de este “caballero curiosísimo y erudito” (Labayru) a la historia de la ingeniería: el carácter innovador de sus presas, la detallada explicación de los criterios del diseño y de los datos técnicos para la construcción, y el hecho de ser uno de los primeros en escribir específicamente sobre diseño y construcción de presas (García Diego, Smith).
La originalidad de Pedro Bernardo en el campo de la ingeniería hidráulica se encuentra en su ruptura con la tradición de presas de río de gravedad a favor de una estructura de arcos escarzanos y contrafuertes, que constituye la forma embrionaria de la presa moderna de arcos y contrafuertes múltiples (Smith). En este orden resulta innovadora asimismo su idea de hacer las presas con el número de arcos que determina la anchura del río, ya que si el objeto de sus construcciones es aprovechar mejor la energía hidráulica como fuerza motriz de molinos y ferrerías y para el riego de los plantíos aledaños, el diseño es fruto del estudio detenido y sobre el terreno de la orografía y la corriente del río, y de la lectura de obras especializadas de entonces y de antes (Aguila y Rada, Nordon). De ahí el acierto de sus molinos (González Tascón, 1999) y el éxito de sus presas, y que sus innovaciones representen un hito fundamental en el progreso de la industria, en especial la del hierro (Fernández Ordóñez).
Testimonio escrito y resumen de las actividades y experiencias de Villarreal de Bérriz es su obra Máquinas hydráulicas de molinos y ferrerías y govierno de los árboles y montes de Vizcaya, impresa el año 1736 en Madrid por Antonio Marín, elegido a propósito (Ruiz de Azúa) por ser el impresor de la Corte del matemático Tomás Vicente Tosca, al que Pedro Bernardo admiraba y citó junto con el jesuita y también matemático José de Zaragoza y otros autores extranjeros, en su mayoría franceses como René Antoine Reaumur, Martín Mersenne o Jacques Ozanam (Nordon).
Según hace saber en el “Prólogo”, una de las razones que le movieron a “trabajar la obrilla” es haber comprobado que no existía nada “científicamente” escrito sobre el tema, y la otra el deseo de ofrecer a sus “compaisanos” un pequeño manual (168 páginas en 8º) de observaciones e instrucciones prácticas “explicadas magistralmente” (Larramendi), que los ayudase a mejorar la explotación de sus haciendas. De hecho a ellos dedica esta obra que en 1775 han de agradecerle los Amigos del País y tan bien acogida que los seiscientos ejemplares de la edición escasearon pronto, convirtiéndose en referencia clásica del pensamiento pre-ilustrado y para la historia de la ingeniería (Larrañaga). La actualidad de su “gran importancia para la historia de la tecnología en España” (González Tascón, 1995) obedece precisamente a la claridad y precisión de Villarreal de Bérriz en la exposición de sus criterios de diseño, y el fundamento mecánico y científico de la realización técnica, que ilustra con láminas de dibujos y unas valiosas tablas de sus propios cálculos, como destacan en 1736 los censores Pedro de Fresneda y Gaspar Álvarez, jesuitas y maestros de Matemáticas ambos, y Mateo de Calabro, ingeniero jefe del Ejército y, asimismo, maestro de Matemáticas, en su carta de octubre de 1739 felicitándole por la obra (Ruiz de Azúa).
Pedro Bernardo Villarreal de Bérriz falleció en Lequeitio el 19 de febrero de 1740, dejando un notable legado patrimonial y cultural. De espíritu empirista y analítico, su figura es representativa de esa vieja hidalguía vasca tan consciente de su linaje y obligaciones sociales como apegada a los valores tradicionales del país (Manso de Zúñiga), pero que, a diferencia de la aristocracia castellana y andaluza, se dedicó sin reparos a la industria y el comercio promoviendo empresas nuevas orientadas al fomento de la economía del país (Caro Baroja, 1974). El carácter utilitario y pragmático de su obra permite situar el nombre de Villarreal de Bérriz entre los autores que, como Gerónimo de Ustáriz o Juan de Goyeneche, constituyen “los precedentes de la escuela fisiocrática [y] de la mercantilista”, que siguen luego los carlostercistas y fundadores de las Sociedades Económicas y de Amigos del País (De la Quadra Salcedo).
Obras de ~: Máquinas hydráulicas de molinos y herrerías y govierno de los Árboles y Montes de Vizcaya. Por Don Pedro Bernardo Villa-Real de Bérriz, Caballero de la Orden de Santiago. Dedicado a los Amigos Caballeros, y Propietarios del Infanzonado del muy Noble, y muy Leal Señorío de Vizcaya, y muy Noble, y muy Leal Provincia de Guipúzcoa, Madrid, Antonio Marín, 1736 (ed. facs., con “Prólogo” de J. A. García-Diego, San Sebastián, 1973).
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Guadalupe Rubio de Urquía