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García de Haro Sotomayor y Guzmán

Biografía

Haro Sotomayor y Guzmán, García de. Conde de Castrillo (II). Córdoba, 1585 – Madrid, XII.1670. Jurista y hombre de Estado.

Hijo de Luis Méndez de Haro y de Beatriz Sotomayor Haro, IV marqueses del Carpio, nobles cordobeses con poco patrimonio pero con fuertes vínculos familiares con la familia Guzmán, a la que pertenecía el conde-duque de Olivares. Al ser un hijo segundón, su educación se orientó a las Letras y al Derecho, permaneciendo varios años en la Universidad de Salamanca, donde fue colegial hasta alcanzar la licenciatura en Leyes. En los años siguientes fue catedrático de Clementinas y rector por dos veces en dicha Universidad, y considerado desde entonces un jurista prestigioso.

García de Haro fue II conde de Castrillo consorte, ya que dicho título no pertenecía a su familia, sino a la de su mujer, María de Avellaneda Enríquez de Portocarrero, nieta, heredera y sucesora de Bernardino de Avellaneda Delgadillo, Caballero de Calatrava, gentilhombre, virrey de Navarra, consejero de Estado, asistente de Sevilla, y capitán general de las galeras de España, quien fue, por tanto, el I conde de Castrillo por concesión de Felipe III en 1629.

La carrera política de García de Haro cobra significación en el contexto de sus relaciones familiares con la familia Guzmán: su hermano Diego López de Haro estaba casado con Francisca de Guzmán, una de las hermanas del conde-duque de Olivares. García era por la misma razón cuñado del conde de Monterrey (Manuel de Fonseca y Zúñiga) casado con Leonor de Guzmán, otra de las hermanas del conde-duque, y tenía la misma relación con el marqués de Alcañices, montero real de Felipe IV, que se había casado con Inés de Guzmán, la tercera hermana del conde-duque.

Aparece citado en muchas ocasiones como “García de Haro Avellaneda” o “García Avellaneda Haro” (por ser María de Avellaneda, la II condesa titular de Castrillo, su esposa.

Durante la época del conde-duque de Olivares fue considerado persona de estricta confianza del Monarca y del valido hasta el punto de que en los últimos consejos de Estado celebrados antes de la destitución del conde-duque siempre estuvo presente, evidenciando su total fidelidad.

En el terreno patrimonial, fue desde 1639 señor de la villa de Villalba de Duero, que ese mismo año había obtenido al privilegio de villazgo. En 1661, 1666 y 1669 adquirió también los derechos de alcabalas de varios pueblos de la misma zona, ya que en 1656 había hecho lo mismo su esposa, adquiriendo tanto las alcabalas como las tercias, en calidad de sucesora del mayorazgo de su abuelo Bernardino de Avellaneda.

También fue patrono de diversos establecimientos religiosos, tales como el monasterio de San Jerónimo de Guijosa.

Desde 1618 ocupó cargos de gran responsabilidad en distintos órganos de la Monarquía, sin que quepa descartar en los mismos la iniciativa de su sobrino Luis Méndez de Haro, hijo de Diego López de Haro, V marqués del Carpio, primogénito de la familia. Entre los cargos de García, hermano menor, destaca el de oidor de la Chancillería de Valladolid (1619); el de consejero de Castilla (1624) y de Cámara (1625); el de presidente del Consejo de Hacienda interino, y el de presidente del Consejo de Indias en un primer y breve período. Fue consejero de Estado desde 1629. En 1632 fue presidente de las Cortes de Castilla y también presidente del Consejo de Indias desde 1635 hasta 1665 en que fue sustituido por Medina de Las Torres. Asumió funciones y responsabilidades de diversa índole que le encomendó el conde-duque, y como recompensa fue nombrado mayordomo mayor en 1640, cargo que había quedado vacante por muerte del duque de Alba. También fue regente del reino en varias ocasiones por ausencia de Felipe IV. Fue designado virrey de Nápoles en 1653 obteniendo el nombramiento para dicho cargo por iniciativa de su sobrino Luis Méndez de Haro con el que tuvo una total sintonía, manteniéndose en dicho cargo hasta 1659, hasta que le sucedió el conde de Peñaranda. Los embajadores extranjeros lo valoraron como un político competente.

Por tales razones, García de Haro no sólo fue considerado como uno de los personajes más importantes de la Monarquía del siglo xvii, sino que a su vez tanto durante el valimiento del conde-duque, como después, consiguió asociar a su persona a una serie de personajes secundarios, que luego igualmente fueron promovidos por él a otros cargos y destinos importantes, como es el caso de Miguel de Salamanca, que llegó incluso a ser presidente del Consejo de Hacienda y al cual se le responsabilizaría finalmente del catastrófico estado de la hacienda pública en el reinado de Felipe IV.

En los últimos años del reinado, García ocupó el cargo de presidente del Consejo de Castilla, y le correspondió participar activamente en los acontecimientos ocurridos a finales de su reinado. Junto con Luis de Haro, Monterrey y Oñate fue, por tanto, uno de los personajes más importantes de la época llegando a ejercer en los momentos anteriores a la muerte de Felipe IV una especie de “duumvirato” de asesores regios compartiendo el poder con Medina de las Torres.

Fallecido Felipe IV siguió representando un papel trascendente en el ámbito político, ya que en el acto del otorgamiento del testamento regio, fue el conde de Castrillo quien suscribió materialmente el documento por imposibilidad física del Monarca; fue además uno de los siete testigos del indicado testamento, y en las cláusulas del mismo, se encuentra su nombramiento para dos cargos fundamentales, el de miembro del Consejo de Tutores, previsto para la hipótesis del fallecimiento del Rey con hijos menores de edad, como finalmente ocurriría, y el de miembro de la Junta de Gobierno de la minoridad regia, en la que intervino como presidente del Consejo de Castilla, que era considerada la personalidad de mayor relevancia pública después del Monarca.

Durante la minoridad de Carlos II, el conde de Castrillo mantuvo una excelente relación con Mariana de Austria y una clara enemistad frente a Juan José de Austria. En su calidad de presidente de la Junta de Gobierno de la minoridad de Carlos II estuvo incorporado a la misma desde su constitución hasta 1668, año en que abandonó el cargo, considerando erróneamente que Mariana de Austria lo recompensaría con la Grandeza de España, honor que había suplicado reiteradamente durante la vida de Felipe IV y que sólo se le concedió finalmente con carácter vitalicio, es decir, sólo durante su vida, lo que él consideró una afrenta. La concesión de la Grandeza al conde de Castrillo la había decidido Felipe IV en 1664 mediante una Real Cédula de carácter reservado, en la que se ocultó el deseo regio de que tal merced fuera únicamente personal y vitalicia.

Cuando se produce su retirada de la vida política, el conde de Castrillo era ya octogenario y había decaído sensiblemente su anterior influencia. Falleció el mismo año de su retirada del mundo de la política y el gobierno.

 

Bibl.: R. Fanshaw, Original letters of his Excellency Sir Richard Fanshaw, during his embassies in Spain and Portugal, Londres, Abel Roper, 1701, pág. 27; E. H. Clarendon, Histoire de la rebelion, et des guerres civiles d’Angleterre, depuis 1641 jusqu’an retablissement du Roi Charles II, La Haye, 1704; M. Novoa, Memorias de Matías de Novoa, ayuda de Cámara de Felipe IV, Madrid, Miguel Ginesta, 1875 (Col. de Documentos Inéditos para la Historia de España, vols. 60- 61); G. Zaldumbide, Fr. Gaspar de de Villarroel, Puebla (México), J. M. Cajica, 1960; P. L. Williams, “Philip III and the restoration of Spanish Government”, en The English historical Review, 88 (1973), págs. 751-769; P. Sanz Abad, Historia de Aranda de Duero, Aranda de Duero, Diputación Provincial, 1975; F. Barrios Pintado, El consejo de Estado de la monarquía española, Madrid, Consejo de Estado, 1984, págs. 367-368; G. Maura Gamazo, duque de Maura, Vida y reinado de Carlos II, Madrid, Aguilar, 1990, págs. 38, 73, 76, 94 y 148; R. Kagan, Pleitos y pleiteantes en Castilla, 1500-1700, Valladolid, Consejería de Cultura y Turismo, 1991, págs. 127-132; J. H. Elliot, El Conde-Duque de Olivares, Barcelona, Crítica, 2004, págs. 171, 468, 614, 293, 522-689 y 703-726; J. Palos Peñarroya, “Un escenario italiano para los gobernantes españoles. El nuevo palacio de los virreyes de Nápoles (1599-1653)”, en Revista de Historia Moderna (Universidad Complutense), n.º 30 (2005), págs. 125 y ss.

 

María del Carmen Sevilla González

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