Álvarez de Toledo, Gutierre. Señor de Alba de Tormes. Toledo, c. 1376 – Talavera de la Reina (Toledo), 4.III.1446. Obispo de Palencia, arzobispo de Sevilla y arzobispo de Toledo.
De la noble familia de los Álvarez de Toledo, fue hijo del magnate Fernán Álvarez de Toledo, mariscal de Castilla y segundo señor de Valdecorneja, y de su esposa, Leonor Fernández de Ayala. Con el apellido de Gómez de Toledo, que utilizó desde su traslado de Palencia a Sevilla (1429), ha sido confundido con otros homónimos, a saber, con su tío, el cardenal obispo de Palencia, fallecido en 1391, y con el obispo de Oviedo fundador del Colegio de Pan y Carbón de Salamanca, fallecido hacia 1389. Alude a él como que “más pareçía caballero que prelado”, lo que coincide con rasgos coincidentes como su trayectoria vital de gran implicación en la vida política y en los asuntos seculares de su tiempo.
Cursó los estudios de Derecho Canónico en la Universidad de Salamanca, apareciendo con el título de doctor en decretos por primera vez en un documento pontificio de 1407. Hizo una rápida carrera eclesiástica, pues hacia 1393, con solo dieciséis años, ya ostentaba la dignidad de arcediano de Guadalajara, que era una de las principales en la iglesia de Toledo. Su primo, el cronista Fernán Pérez de Guzmán, lo describe como persona de gran corazón, osado y atrevido, muy desenvuelto en sus maneras, más caballero que prelado y de formas ásperas en el trato con los demás, mientras que Alfonso Álvarez de Villasandino lo califica como “lindo hidalgo”. Sus dotes intelectuales y su ambición le permitieron aspirar a los altos puestos de la Iglesia y el Estado.
Elegido de manera irregular arzobispo de Toledo por el cabildo, a la muerte de Pedro Tenorio en 1399, la elección quedó invalidada a instancias del obispo de Sigüenza, Juan Serrano, principal consejero eclesiástico de Enrique III por entonces. Esto fue el origen de una enemistad entre ambos que acabaría dando lugar a una conspiración de Gutierre para acabar con la vida de su oponente, que moriría envenenado hallándose en la corte real en Sevilla, el 24 de febrero de 1402. Gracias a la conservación de la extensa y minuciosa pesquisa judicial instruida a instancias del rey en los meses inmediatos al crimen, la trama se conoce con todo detalle, dando por resultado la culpabilidad de Gutierre, que se habría valido de la colaboración de varios criados para envenenar al prelado segontino. Por ello fue encarcelado, primero en las Atarazanas de Sevilla, mientras permaneció el rey en la ciudad, ordenando luego su traslado al monasterio de Guadalupe, donde permanecería encadenado bajo prisión rigurosa, según testimonio del propio Gutierre, comprometiéndose Enrique III a no permitir que saliese de su encierro mientras él viviese, lo que no fue mucho por la temprana muerte del monarca, algo más de cuatro años después.
Apenas fallecido el rey castellano, don Gutierre fue excarcelado de Guadalupe y viajó a la corte pontificia de Benedicto XIII, entonces en Marsella, donde, el 4 de julio de 1407, obtuvo su sentencia absolutoria, tras lo que también conseguiría diversos beneficios del papa. Tras regresar a Castilla con la absolución, se incorporó al séquito del regente, el infante don Fernando. Sin embargo, la acusación, en este caso infundada, de estar implicado en un nuevo intento de envenenamiento, en este caso contra del regente, hizo que abandonase su círculo íntimo al perder la confianza del infante.
Con al advenimiento del reinado de Juan II cambió su suerte. Habiendo sido suspendido Gonzalo de Zúñiga del ejercicio episcopal en su diócesis de Plasencia, Gutierre como gran letrado, de acuerdo con el Papa y el Rey, fue nombrado administrador en dicha diócesis. Cuando tomó posesión de la administración de Plasencia se produjeron disturbios entre los partidarios y los adversarios del obispo depuesto, acompañados de heridas, muertes, y robos en lugares sagrados. No tardó en levantarse en torno a estos incidentes un debate que desembocó en una causa que fue llevada a los tribunales romanos. Se nombró después otro administrador y Gutierre fue ascendido por el Rey a miembro del Consejo Real y a referendario y relator (1419). Su ascenso fue imparable, pero efímero.
Tomó parte en las banderías que enfrentaron a los nobles y eclesiásticos del reino de Castilla durante la minoría de Juan II, las cuales se acentuaron más a la muerte de la reina Catalina de Lancaster. Tras el golpe de Tordesillas el 14 de julio de 1420, instigado por el infante don Enrique de Aragón y sus aliados, tuvo una intervención destacada en el Auto de Ávila celebrado a comienzos de agosto en que, bajo apariencia de reunión de cortes, se llevó a cabo la legitimación del mencionado golpe, siendo confiado a don Gutierre el que, mediante un discurso de planteamiento moral y teológico, argumentase la justificación de este acto de fuerza.
Las consecuencias de su administración en Plasencia lo llevaron a ser designado embajador del Rey ante el Papa para gestionar asuntos oficiales del reino. Sus poderes fueron revocados antes de que llegara a Roma, no obstante lo cual, él procedió a intervenir en algunos asuntos. Este viaje tuvo lugar el año 1420 y, aunque fue nombrado otro embajador del Rey, Gutierre quedó en Roma varios años más por propia voluntad para apoyar su propia causa, al mismo tiempo que granjeaba amigos para sus ascensos en la carrera eclesiástica. Sucesivas bulas papales pusieron fin al conflicto de Plasencia y en ellas aparece cómo Gutierre incurrió en algunas responsabilidades, como la expoliación irregular de beneficios de algunos clérigos que se habían mantenido fieles al obispo depuesto. La liquidación del asunto concluyó de una forma salomónica. Zúñiga, reconciliado con el Papa, fue premiado con la diócesis de Jaén. Gutierre, por su parte, fue provisto en un primer momento con la de Cartagena, la cual, al parecer, no le agradaba y fue así retrasando la toma de posesión, hasta que en 1423 se le concedió la iglesia de Palencia. Estos y otros nombramientos desagradaron profundamente a Juan II, de modo que al regresar Gutierre a Castilla entre el Rey y el flamante obispo de Palencia se mantuvieron unas relaciones extremadamente frías.
Incorporado de lleno a las tensiones políticas propias de las relaciones entre los infantes de Aragón y un Juan II bajo el control de su privado don Álvaro de Luna, colaboró con estos últimos entre 1429 y 1430, llevando incluso a cabo una embajada del rey de Castilla ante Alfonso V de Aragón. Cuando por orden de Juan II se llevó a cabo la expropiación de los señoríos de Juan de Navarra en Castilla, a don Gutierre se le concedió el señorío de Alba de Tormes el 17 de marzo de 1430, lo que, ya con su sobrino Fernán, se convertiría en condado de Alba y, finalmente, por otorgamiento de Enrique IV de 1472, el título de conde trocó en duque de Alba en favor del mencionado sobrino de Gutierre.
Sin embargo, sus relaciones con el privado real fueron bastante inestables. Habiendo participado en la batalla de la Higueruela, su incumplimiento, junto con otros nobles de las órdenes de despliegue ordenadas por el condestable, abrió una profunda enemistad entre ambos, lo que hizo que don Álvaro, el 7 de marzo de 1432, lo mandase tener preso durante cerca de ocho meses, primero en la fortaleza de Tiedra y luego en la de Mucientes. Puesto en libertad, hubo que gestionar el levantamiento de las censuras en que había incurrido el monarca por aquel acto anticanónico, promovido por su privado. Después de intentar incorporarse a la corte real, no sintiéndose bien acogido, se retiró a su posesión de Torrejón de Velasco, lo que no fue obstáculo para que se le confirmase su señorío sobre Alba de Tormes el 18 de septiembre de 1434, así como que el rey y su privado respaldasen su pretensión de convertirse en arzobispo de Sevilla frente a las aspiraciones de Pedro de Castilla, obispo de Osma y tío del rey, obteniendo el nombramiento pontificio por bula de 15 de mayo de 1439.
Este ascenso no mermó la hostilidad de Gutierre para con el condestable, pues, incorporado al bando de los infantes de Aragón, estuvo entre los que promovieron la expulsión de don Álvaro de la Corte y su consiguiente confinamiento en sus tierras de Valdeiglesias por un período de seis años y de alejarle de la Corte. Vacante entretanto la sede toledana, Gutierre tuvo por fin la oportunidad con que había soñado durante toda su vida: ascender a Toledo, de donde era natural y para la que había sido propuesto hacía más de cuarenta años. A pesar de haber ya un candidato oficial por parte del Rey, Gutierre consiguió la anulación, postulándose para el cargo frente a otros contendientes. Gracias a la correspondencia entre el sobrino de don Gutierre, Fernán, y sus procuradores en Roma, el arcediano de Sevilla, Pedro de Piedrahita, y el bachiller Alfonso de Paradinas, sabemos hasta qué punto llegaba el empeño del linaje de los Álvarez de Toledo en conseguir la mitra toledana y las ingentes cantidades de dinero que dedicaron a la empresa hasta alcanzar, al menos, una suma que debió exceder de los 20.000 ducados, según se indica en una carta, expidiéndose la bula pontificia a favor de Gutierre en octubre de 1443, tras veinte meses de auténtica subasta del cargo entre los distintos candidatos, algunos muy destacados miembros de la nobleza castellana.
Gutierre tuvo un pontificado muy breve en Toledo, de sólo cuatro años, en que no se conocen realizaciones pastorales en Toledo, como tampoco en Sevilla. Todavía con sesenta y nueve años participaría con su sobrino en la batalla de Olmedo del 19 de mayo de 1445, asegurando las fuerzas de los Álvarez de Toledo la retaguardia junto al pendón real. Este sería el último acto en que se constata su presencia, muriendo al año siguiente.
Bibl.: J. F. Rivera, Los arzobispos de Toledo en la Baja Edad Media, Toledo, Diputación Provincial, 1969, págs.117-118; J. C. Gómez-Menor, “Álvarez de Toledo, Gutierre”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. I, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 55-56; V. Beltrán de Heredia, Cartulario de la universidad de Salamanca, vol. I, Salamanca, Universidad, 1970, págs. 300-309; J. M. Nieto Soria, Iglesia y génesis del estado moderno en Castilla 1369-1480, Madrid, Universidad Complutense, 1993; S. Cousemacker, “Juan Serrano, un évêque assassiné”, en M. Aurell y A. García de la Borbolla (eds.), La imagen del obispo hispano en la Edad Media, Pamplona, Eunsa, 2004, págs. 167-250; J. M. Nieto Soria, “Dinero y política en torno a una vacante episcopal: la provisión de Toledo en 1442”, en Escritos dedicados a José María Fernández Catón, León, Centro de Estudios e Investigación San Isidoro, 2004, págs. 1059-1071; J. M. Nieto Soria, Un crimen en la corte. Caída y ascenso de Gutierre Álvarez de Toledo. Señor de Alba (1376-1446), Madrid, Sílex, 2006.
Ramón Gonzálvez Ruiz y José Manuel Nieto Soria