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José de Gardoqui y Paino Valladares

Biografía

Gardoqui y Paino Valladares, José de. Cádiz, 1807 – 1857. Médico, profesor de Física Médica y clínico.

Inició sus estudios en el Colegio de Cirugía de Cádiz, en el que obtuvo el grado de bachiller en Filosofía en 1829. Tras el cierre del centro gaditano, marchó a París y se formó junto a August François Chomel (1788-1858), el sucesor de René-Théophile Hyacinthe Laënnec (1781-1826) en la cátedra parisina de Clínica desde 1827, y en el servicio asistencial de aquél en el hospital de La Charité. Se doctoró en París en 1832 con una memoria titulada Propositions de médicine.

De regreso a España desarrolló toda su labor docente en su ciudad natal. Fue catedrático de Física Experimental (1833) y de Matemáticas (1840) en el colegio de San Felipe Neri, y en la Facultad de Ciencias Médicas gaditana de Física y Mineralogía (desde junio de 1844, año de su fundación a partir del colegio de Cirugía), de Física y Química Médicas (1849) y, finalmente, de Física y Química de Aplicación a las Ciencias Médicas (desde 1855).

José de Gardoqui es, junto a Manuel José de Porto, eminentemente anatomopatólogo, y Antonio Gracia Álvarez, clínico, al igual que Gardoqui, una de las figuras más notables de medicina anatomoclínica gaditana de los años centrales del siglo xix. Estos médicos son los continuadores, pues, de la obra de Javier Laso de la Vega y la Sociedad Médico-Quirúrgica de Cádiz, médico a quien López Piñero señala como introductor del paradigma lesional en nuestro país (López Piñero, 1962 y 1975). La Sociedad editó una revista, el Periódico de la Sociedad, que entre 1820 y 1824 fue una de las más novedosas publicaciones médicas de su tiempo.

De sus escritos conviene recordar, especialmente, los consagrados a la clínica, pues en ellos Gardoqui se mostró original y fiel seguidor de la generación de médicos franceses que integraron la escuela de La Charité, es decir, de su maestro Chomel, así como de Louis, Jean-Baptiste Bouillaud (1796-1881) y Gabriel Andral (1797-1876).

Dos textos de 1835 constituyen, precisamente, lo más acabado doctrinalmente del pensamiento anatomoclínico de este autor: Tratado de las enfermedades de los órganos que componen el aparato respiratorio, impreso en dos volúmenes en Cádiz en 1835 y 1839, con casi quinientas páginas en total, y Memoria sobre la pericarditis aguda, que como artículo se editó en Gaceta Médica de Madrid en el primero de los años citados.

En su estudio sobre la pericarditis precisamente presenta un caso clínico que había sido estudiado por su maestro parisino, Chomel, en el Hotel-Dieu galo en 1832 A diferencia de otros clínicos, como Félix Miquel, Gardoqui distingue claramente entre carditis y pericarditis.

En el segundo caso, el miocardio está sano e íntegro, mientras que en el primero, el pericardio muestra claras señales lesionales. El líquido que se almacena en el pericardio puede ser de color y cantidad variables, incluso puede llegar a ser purulento. En todos los casos por él estudiados el pronóstico es siempre mortal. Dentro de las limitaciones terapéuticas, Gardoqui propone sangría y sanguijuelas a nivel local, además de una dieta muy estricta.

Como señalara Rafael Peset Reig hace años (1963), el Tratado de Gardoqui es un libro concebido desde la semiología, es decir, sobre la búsqueda de la lesión a través de los signos clínicos y sobre la anatomía patológica, que establece el correlato entre la lesión y el signo. Es, pues, un texto anatomoclínico de alta calidad doctrinal. Para López Piñero (1975), “fue sin duda uno de los mejores libros españoles de medicina interna de la primera mitad del siglo xix”. Doctrinalmente este tratado está muy influido por Chomel y los médicos franceses antes mencionados, es decir, la escuela francesa de los años treinta y cuarenta de la centuria decimonónica. La influencia de Louis es manifiesta en Gardoqui, que recurre habitualmente a la estadística, para sustentar acciones en la patología, en la clínica y en la terapéutica. A través de sus páginas Gardoqui analiza diversas enfermedades de dichos órganos, como el asma, cuyo diagnóstico establece por medio de la auscultación. Presta también atención a la tos, que diferencia entre convulsiva o coqueluche y nerviosa. En ambas formas la anatomía patológica no ha mostrado signos específicos. La primera la considera contagiosa, y para la cual estima que las sanguijuelas tras la oreja son un remedio eficaz. La tos nerviosa es, en opinión de Gardoqui, de causa psíquica.

En este caso considera que la electricidad y el magnetismo pueden ser eficaces como tratamiento. Como alteraciones de la secreción natural de la mucosa de los bronquios estima la hemoptisis, la broncorrea y los cálculos bronquiales. En la primera establece una clara relación con la tuberculosis pulmonar y cree una vez más, que las sanguijuelas y las sangrías son los remedios más adecuados ante esta patología.

La bronquitis aguda responde a una variedad causal muy amplia. Su correcto diagnóstico es auscultatorio, y ante ella la percusión y el cuadro sintomático poco pueden ayudar. En las bronquitis crónicas hay alteración del calibre bronquial y la auscultación es incluso más importante que en la aguda para determinar claramente su diagnóstico. La misma utilidad concede al fonendoscopio de René-Théophile-Hyacinthe Laënnec para el diagnóstico del enfisema pulmonar.

Considera que la tos y la disnea son síntomas patognomónicos de esta enfermedad. En la neumonía aguda la inflamación se ubica en las vesículas pulmonares.

Frente a Laënnec y Chomel, Gardoqui estima que la neumonía crónica es una entidad relativamente frecuente cuando se asocia a otras enfermedades. El hidrotórax es siempre secundario a otro proceso, por lo que lo considera más un síntoma que una especie morbosa. Por el contrario, el neumotórax es de causa traumática, generalmente unilateral, y siempre de pronóstico grave.

Otras alteraciones pulmonares son merecedoras de la atención de este médico gaditano, como la pleuritis, en la que distingue diferentes formas anatómicas, clínicas y según su localización; el cáncer de pulmón, cuyo cuadro silente hace que su diagnóstico sea muchas veces en la sala de autopsias; el edema de pulmón, de variada etiología y en el que la sangría o los medicamentos purgantes se han mostrado realmente eficaces. El absceso de pulmón es, para Gardoqui, siempre metastático. Otros cuadros estudiados son la melanosis pulmonar, la apoplejía pulmonar o pneumorragia y las concreciones calculosas del pulmón.

Todos ellos son imposibles de diagnosticar en vida del enfermo y la percusión o auscultación poco pueden aportar.

 

Obras de ~: Propositions de médicine, Paris, Imprenta Didot Jeune, 1832; “Memoria sobre la pericarditis aguda”, en Gaceta Médica de Madrid, 2 (1835), págs. 1-6; Tratado de enfermedades de los órganos que componen el aparato respiratorio, Cádiz, Librería de Feros, 1835-1839, 2 vols.; “Caso de tartamudez, tratado según el método de Mr. Jourdan”, en Revista de Ciencias Médicas, 2 (1844), págs. 4 y 5; Lecciones de física médica dadas en la Facultad de Cádiz, redactadas y publicadas por Manuel Losela Rodríguez, Cádiz, Imprenta, Librería y Litografía de la Sociedad de la Revista Médica, a cargo de Vicente Caruana, 1845; Programa de las lecciones de Física y Química médicas: para el curso escolástico de 1847 a 1848, Cádiz, Imprenta, Librería y Litografía de la Revista Médica a cargo de Vicente Caruana [1847].

 

Bibl.: J. M.ª López Piñero, “Javier Laso de la Vega y la introducción del Método Anatomoclínico en España”, en Boletín de la Sociedad Española de Historia de la Medicina, 2 (1962); R. Peset Reig, “La patología cardiorrespiratoria en la primera mitad del siglo xix español”, en Archivo Iberoamericano de Historia de la Medicina y de la Antropología Médica, 15 (1963), págs. 165-262; J. M.ª López Piñero, “La Escuela de Cádiz y la introducción en España de la medicina anatomoclínica”, en VV. AA., Actas del IV Congreso Nacional de Historia de la Medicina, vol. I, Granada, Secretariado de Publicaciones de la Universidad, 1975, págs. 239-248; J. M.ª López Pìñero, Th. F. Click, V. Navarro Brotons y E. Portela Marco, Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, vol. I, Barcelona, Península, 1983, págs. 388 y 389; J. L. Barona, “El cultivo de la Fisiología humana en las instituciones españolas del siglo xix”, en Asclepio, 37 (1985), págs. 183-208.

 

Guillermo Olagüe de Ros