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Diego Álvarez de Paz

Biografía

Álvarez de Paz, Diego. Toledo, c. 1561 – Potosí (Bolivia), 17.I.1620. Profesor y superior jesuita (SI) escritor espiritual.

Ya era este toledano maestro de artes cuando entró en la Compañía de Jesús en su ciudad natal, en enero de 1578, tras haber “estudiado en nuestras Escuelas letras Humanas y la Philosophía”, como escribe Bartolomé de Alcázar. Su formación teológica tuvo lugar en Alcalá de Henares, destacando como discípulo de Gabriel Vázquez. Fue destinado a la provincia del Perú, integrándose en la expedición que dirigía el padre Andrés López —éste murió en Panamá, antes del final del viaje— y que culminó el padre Diego Samaniego, alcanzando Lima en junio de 1585. Empezó a leer Teología y Sagrada Escritura en el Colegio de San Pablo, entre 1586 y 1596. Uno de esos discípulos de aquellos años fue el que habría de ser después provincial de los franciscanos, fray Jerónimo de Valera. Pronto se dio cuenta de la confrontación que en su persona existía entre el activismo, que se exigía a los jesuitas en Indias, y sus tendencias contemplativas.

De hecho, poco tiempo después de su entrada en Lima, se vio tentado de regresar a España para profesar en una cartuja. Sus superiores, el provincial Juan de Atienza, así como los padres Baltasar de Piñas y José de Acosta, valoraron en gran medida la pérdida humana que eso suponía para la Compañía y contribuyeron con su dirección a la superación de esa crisis.

Posteriormente, se le encargó del gobierno, como rector, de los colegios de Quito (1597-1600), y Cuzco (1601-1603), lugar donde se encargó de la moderación de la congregación de clérigos. Con la creación de las viceprovincias de Nuevo Reino de Granada- Quito y Charcas, Diego Álvarez de Paz se hizo cargo del gobierno de esta última, correspondiéndole la jurisdicción de los territorios de la Audiencia de Charcas, es decir, La Paz, Potosí, Chuquisaca, Santa Cruz de la Sierra y Tucumán. La expansión de la compañía en la zona de Paraguay, con el establecimiento de las sucesivas reducciones, decidió la creación de una nueva provincia, independiente de la autoridad del provincial peruano. Su territorio abarcaría las tierras de Tucumán, Buenos Aires, Paraguay y Chile y sería conocida precisamente como provincia de Paraguay.

Las demarcaciones de la Audiencia de Charcas se volvieron a reintegrar a la autoridad directa del provincial residente en Lima. Álvarez de Paz, en aquellos momentos, fue el encargado de la prefectura de estudios del colegio limense de San Pablo —entre 1607 y 1608—; posteriormente, del gobierno de esta casa como rector entre 1609 y 1616. A finales de este último año fue nombrado provincial del Perú, muriendo cuatro años más tarde, mientras estaba realizando la segunda visita a la provincia, acción de gobierno que entrañaba un notable esfuerzo.

Su presencia supuso, en muchas ocasiones, una llamada de atención hacia la reflexión del método de la Compañía en Indias. En 1601, por ejemplo, se dirigía al entonces prepósito general Claudio Aquaviva, para advertirle de la necesaria moderación con la que debían actuar los misioneros jesuitas entre la población indígena, para evitar religiosos dados excesivamente al activismo —“y los letrados no se crían con el manteo al hombro y andando todo el día de una confesión en otra, sino críanse en las celdas, sobre los libros”—; olvidando la formación intelectual de predicadores y la necesidad de conseguir hombres de gobierno y de letras —“si no hay letrados, todos serán idiotas y en los ministerios háranse mil yerros”—; además de la necesidad de vida religiosa en una comunidad, pues el trabajo de misión suponía un aislamiento físico.

Como provincial se mostró, en sus informes dirigidos al general Mucio Vitelleschi, claramente realista, con un conocimiento manifiesto de la situación de la compañía en Perú y de las personas que componían la provincia. Apoyó al arzobispo de Lima, entonces Bartolomé Lobo, en su deseo de eliminar la idolatría entre los indios, para lo cual designó a nueve jesuitas que debían acompañarle en su visita. Animó al virrey del Perú, entonces Francisco de Borja, príncipe de Esquilache, para que emprendiese las obras de amurallamiento de la ciudad capitalina, con el fin de combatir la piratería. Álvarez de Paz participó en todo, incluso con el esfuerzo económico de los jesuitas. Asimismo, como provincial, inauguró el colegio de caciques del Cercado de Lima, dando los primeros pasos para la fundación del colegio de San Bernardo de Cuzco.

Detrás de ese jesuita contemplativo y de gobierno, que se vio abocado al mencionado activismo a pesar de sus reclamos, también resulta necesario descubrir al escritor espiritual, que dejó muchas obras inéditas y otras que fueron entregadas a la imprenta entre 1608 y 1618 con sucesivas ediciones hasta el siglo xx.

Según Bartolomé de Alcázar, en su Chrono-Historia de la Provincia de Toledo, pudo escribir sus primeras Meditaciones en sus días del noviciado. “Las copiaron para vso propio algunos Padres gravísimos”. Álvarez de Paz consiguió elaborar la primera síntesis de la doctrina ascética y mística durante los siglos de la Antigüedad y del Medievo, con la presencia de numerosas autoridades de más de sesenta padres de la Iglesia.

El mencionado Alcázar no dejaba de relatar sus virtudes extraordinarias y sus experiencias ascéticas.

En el primero de los volúmenes (de 1608) versó sobre la perfección de la vida espiritual, mientras que en el segundo (de 1613) glosó sobre el valor de la mortificación a través de un valorado trabajo incluido dentro del análisis de la práctica de la perfección cristiana, para culminar en el tercero (de 1618) con su obra más importante en forma de tratado sobre la oración —titulado De inquisitione pacis—. En Álvarez de Paz se aprecia la influencia notable de Antonio de Cordeses, por lo que se convierte en el primer teórico de la oración afectiva. En libros posteriores analizó la vida mística, la cual debe desarrollarse dentro de parámetros de la humildad, para culminar en la visión intuitiva de Dios, sin que por ello existieran fenómenos extraordinarios, tan habituales en la imagen de la religiosidad barroca. Su actitud recoleta, la cual era menester en la elaboración de sus libros, fue criticada mientras era rector y provincial. Sus obras ascéticas se continuaron editando, no solamente con seis volúmenes de sus obras —publicada en París entre 1875- 1876—, sino también en aquellas dedicadas en forma de meditación a la vida de Cristo y de la Virgen, ya en el siglo xx.

 

Obras de ~: De vita spirituali eiusque perfectione, Lyon, 1608; De exterminatione mali et promotione boni, Lyon, 1613; De inquisitione pacis sive Studio orationis, Lyón, 1617; Opera Iacobi Álvarez de Paz, Toletani, e Societate Jesu, 6 vols., Paris, 1875-1876; La infancia de Jesús: opúsculo seguido de otros escritos sobre la Santísima Virgen, Lérida, Imprenta Mariana, 1879; Meditaciones sobre la vida de la Santísima Virgen, Lérida, Imprenta Mariana, 1879; María, Reina de la Iglesia: meditaciones de oración afectiva, Madrid, Apostolado de la Prensa, 1953.

 

Bibl.: B. Alcázar, Chrono-Historia de la Provincia de Toledo, vol. II, Madrid, Juan García Infanzón, 1710, págs. 560-562; A. Astrain, “A la memoria del gran asceta Diego Álvarez de Paz, SI, en el tercer centenario de su muerte”, en Gregorianum, 1 (1920), págs. 394-422; E. Ugarte de Ercilla, “Tercer centenario del P. Diego Álvarez de Paz”, en Razón y Fe, 58 (1920), págs. 465-473; 59 (1921), págs. 186-197; R. Vargas Ugarte, Los jesuitas del Perú, Lima, 1941, págs. 132-134; T. G. O’Callaghan, Álvarez de Paz and the Nature of Perfect Contemplation, Roma, 1950; J. Mañe, Teología espiritual apostólica de Álvarez de Paz, Barcelona, 1965; E. López Azpitarte, La oración contemplativa. Evolución y sentido en Álvarez de Paz, SJ, Granada, 1966; Redacción, “Álvarez de Paz, Diego”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell, en Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. 1, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1972, págs. 94-95; “La influencia de Santa Teresa en las obras de Álvarez de Paz”, en Manresa, 54 (1982), págs. 25-43.

 

Javier Burrieza Sánchez

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