Cárdenas, Alonso de. Señor de la Puebla del Maestre (I). Córdoba u Ocaña, c. 1423 – Llerena (Badajoz), 1.VII.1493. Último maestre de la orden de Santiago.
Natural de Córdoba, según los cronistas santiaguistas Orozco y Parra, o de Ocaña, según Rades, fue hijo de García López de Cárdenas, comendador mayor de León, y de María García Osorio. Antes de acceder al maestrazgo, su cursus honorum dentro de la orden de Santiago lo constituyó, en primer lugar, la titularidad de las encomiendas de Villoria y de Villanueva de Alcaraz —sucediendo en esta última a su hermano Gutierre de Cárdenas, muerto en la batalla de Torija—, y más adelante, desde 1450, la de la encomienda mayor de León. En ese mismo año, su padre había renunciado a ella en la persona del maestre Álvaro de Luna, y éste, a su vez, la cedía a Alonso de Cárdenas, quien, por su parte, contraía matrimonio con la sobrina del maestre, Leonor de Luna, hija natural de Rodrigo de Luna, castellán de Amposta y prior hospitalario de Castilla y León.
La primera elección de Alonso de Cárdenas como maestre santiaguista se produjo a raíz de la muerte del maestre Juan Pacheco en 1474, pero fue una elección en discordia. En efecto, dado que el fallecimiento de Pacheco se había producido en una localidad próxima a Trujillo y, por tanto, en la provincia santiaguista de León, el prior de San Marcos reivindicó para sí la iniciativa en la convocatoria capitular y elección canónica de su sucesor. Los trece y comendadores que acudieron al llamamiento prioral, decidieron entonces entregar el maestrazgo al comendador mayor de León, Alonso de Cárdenas. Al tiempo que estos hechos se producían, el prior de Uclés, en uso de la costumbre habitual, había convocado sesión capitular electiva en la sede central de la orden, y de ella salió maestre el comendador de Segura y conde de Paredes, Rodrigo Manrique. El cisma, de claras implicaciones territoriales, se mantuvo durante algún tiempo, hasta el fallecimiento de Rodrigo Manrique en noviembre de 1476, aunque no es descartable que antes se hubiera producido algún tipo de acuerdo entre ambos pretendientes.
Desde un primer momento, Alonso de Cárdenas se mostró firme partidario de la causa de Isabel la Católica en la guerra civil, y al mismo tiempo luso-castellana, con que se inicia su reinado. Nada más comenzar esa guerra, y en tanto el rey Fernando preparaba su enfrentamiento campal con las tropas portuguesas, la reina Isabel, en junio de 1475, notificaba a Cárdenas el encargo de combatir «a fuego e a sangre» haciendo una entrada en el reino vecino, para lo cual debía contar con la colaboración de cuantas ciudades y enclaves fronterizos demandara. Más adelante, su intervención en la batalla de Albuera frente a las setecientas lanzas movilizadas por el obispo de Évora sería decisiva para poner fin al conflicto en 1479.
Sin embargo, el fallecimiento de Rodrigo Manrique no había sido seguido del inmediato reconocimiento de Cárdenas como único maestre de Santiago. Entre los freires había una facción de apoyo al pretendiente antiisabelino al maestrazgo, Diego López Pacheco, marqués de Villena, y la reina, a punto de ganar la guerra, no quiso desbaratar las negociaciones conducentes a la paz con una decisión precipitada. Isabel, de hecho, se opuso a una segunda y efectiva elección del comendador mayor de León: el 14 de diciembre de 1476 un capítulo general de la orden, reunido en Uclés, entregaba, por seis años, la administración del maestrazgo al rey Fernando. Éste no hizo uso del plazo concedido, y, apenas cumplido el primer año de la administración —noviembre de 1477—, fue devuelta la dignidad al capítulo, a su prior y a los trece, quienes entonces, y con la aprobación de los reyes, no dudaron en confiar el maestrazgo a Alfonso de Cárdenas. Pero no fue ésta una compensación graciosa a la negativa del año anterior; de hecho, el comendador mayor había seguido titulándose maestre y percibiendo las correspondientes rentas del maestrazgo en la provincia de León. Sólo la voluntad negociadora de los reyes evitó una ruptura: el precio fue el reconocimiento formal de Cárdenas como maestre.
A partir de aquel momento, la lealtad del maestre hacia los Reyes Católicos quedó definitivamente consolidada, y por ella desarrolló las dos grandes actividades que caracterizaron su mandato: la normativa, emanada de los capítulos generales de Uclés-Ocaña-Corral de Almaguer de 1480-1481 y Écija de 1485, y la militar, llevada a cabo a través de las campañas reconquistadoras de la guerra de Granada.
La actividad normativa se inscribe en la ya relativamente larga trayectoria de los maestres reformadores del siglo xv, en especial Lorenzo Suárez de Figueroa y el infante Enrique. Como antes ellos, ahora el maestre Cárdenas se preocupa en el itinerante capítulo inaugurado en Ocaña en 1480 de actualizar y sistematizar los establecimientos de la orden, introduciendo las medidas correctoras que pudieran contribuir a perfeccionarlos en sintonía con la regla, que, por cierto, era también adaptada a las comunidades femeninas mediante una nueva versión entonces promulgada. Por su parte, las disposiciones disciplinarias emanadas del capítulo de Écija de 1485 constituyen todo un esfuerzo de adaptación de la normativa anterior a las nuevas circunstancias secularizadoras, llegándose a sancionar la desaparición de no pocos de los tradicionales compromisos monásticos de los freires.
Por otro lado, la actividad militar del maestre se halla vinculada fundamentalmente al gran proyecto reconquistador de los Reyes Católicos: la guerra de Granada. No deja de ser significativo que Cárdenas, en las emblemáticas Cortes de Toledo de 1480, y en su calidad de “capitán y alférez del apóstol Santiago para la guerra contra los moros”, fuera el encargado de protagonizar la ceremonia de bendición de estandartes que no mucho después guiarían a los freires en las operaciones de conquista de Granada. Su destacado papel en ella le llevó a realizar una ajustada actualización de las lanzas potencialmente movilizables por la orden en el aludido capítulo de 1480-1481. En efecto, Alonso de Cárdenas, imprescindible consejero de los reyes, se halla presente en el escenario de la guerra desde el comienzo mismo de las operaciones. Cuando, tras el pretexto que supuso la toma de Zahara por los granadinos en los últimos días de 1481, los reyes Isabel y Fernando deciden iniciar formalmente la ofensiva contra el emirato, la primera medida adoptada fue la de que el maestre de Santiago “fuese con gentes de armas a la cibdad de Écija”. A partir de aquel momento, y prácticamente durante toda la guerra, el maestre santiaguista, desde su cuartel general de Écija, quedó como responsable máximo del sector occidental de la frontera, sin duda el más activo. Desde allí, en compañía de otros nobles, contribuyó a la conquista de Alhama y a su compleja defensa, que prácticamente polarizó la atención de los acontecimientos bélicos entre 1482 y 1484. Para ello la monarquía puso a su disposición doscientas cincuenta lanzas, además de las guarniciones asentadas en cada una de las fortalezas fronterizas. Desde luego, no todas las operaciones en que intervino el maestre se vieron coronadas por el éxito. En marzo de 1483 se produjo la “rota de la Ajarquía”, en la sierra malagueña. En ella —“la mayor derrota desde Alarcos”, en opinión de Luis Suárez— Alonso de Cárdenas estuvo a punto de morir, y se perdieron, entre desaparecidos en combate y cautivos, más de treinta comendadores, incluidos entre los primeros el alférez responsable del estandarte de la milicia. En cualquier caso, era frecuente que en la organización de las cabalgadas de cierta envergadura, tan rentables cara al debilitamiento del emirato, el maestre ocupara la vanguardia.
Pero muy pronto, a partir de 1485, se plantea una nueva fase de la guerra. Las “entradas” de castigo se combinan cada vez más con asedios y ocupaciones sistemáticos. En la primavera, el maestre de Santiago tomaba la localidad de Cártama y aducía imperativos religiosos derivados de la propia naturaleza originaria de la orden para solicitar del Rey su tenencia: situada a sólo dos leguas de Málaga, resultaba esencial para garantizar su conquista. Ésta finalmente se produjo en el verano de 1487, y en efecto, la presencia del maestre y su orden se dejó sentir; de hecho, sería el primo de Alonso de Cárdenas, el comendador mayor de León, Gutierre de Cárdenas, el encargado de situar en lo más alto de la alcazaba malagueña el emblema de la cruz y el estandarte del apóstol Santiago. Esta febril actividad que el maestre despliega en la frontera occidental, y que no dejaría de producirse en la fase final de la guerra, no le impidió estar presente en otros frentes fronterizos: cuando en 1489, en el contexto final de la contienda, los Reyes Católicos decidieron organizar un inmenso ejército con destino a la conquista de Baza, el maestre de Santiago fue situado una vez más en la vanguardia comandando mil ochocientas lanzas, junto a efectivos procedentes de Écija y un puñado de espingarderos toledanos.
Y es que el maestre de Santiago era normalmente y con diferencia el caudillo cristiano que más efectivos era capaz de situar en los distintos escenarios de operaciones: en 1487, el de las decisivas campañas malagueñas, comandó mil doscientas lanzas, más que ningún otro prócer, y en 1489, sus 1.760 caballeros superaban a mucha distancia el millar corto de los movilizados por Pedro González de Mendoza, arzobispo de Toledo y Cardenal de España. No cabe duda de que el papel del maestre y de su orden constituyó una contribución decisiva a la victoria final de 1492; por ello, Fernando el Católico le concede la villa de la Puebla del Maestre y otras.
Fue el último gran servicio que el maestre prestó a los reyes. Murió en Llerena en julio de 1493 a la edad aproximada de setenta años. Inmediatamente después, la corona asumió la administración del maestrazgo, como de hecho ya había ocurrido con el de Calatrava y enseguida tendría también lugar con el de Alcántara.
Alonso de Cárdenas, de su matrimonio con Leonor de Luna, dejó una sola hija, Juana de Cárdenas, que contrajo matrimonio con Pedro de Portocarrero, señor de la villa de Moguer y de Villanueva del Fresno. Fue su única hija legítima. Tuvo, además, otros dos hijos naturales: Pedro de Cárdenas, comendador de Hornachos, y Leonor de Cárdenas.
Bibl.: F. de Rades y Andrada, Chronica de las Tres Ordenes y Cauallerias de Sanctiago, Calatraua y Alcantara, Toledo, 1572 (ed. facs. Barcelona, 1980), fols. 69-73; Marqués de Siete Iglesias, Alonso de Cárdenas, último maestre de la Orden de Santiago. Crónica inédita de dos de sus comendadores, Badajoz, Diputación Provincial de Badajoz, 1976; D. Rodríguez Blanco, “La reforma de la Orden de Santiago”, En la España Medieval, V. Estudios en memoria del profesor Sánchez Albornoz, II, n.º 9 (1986), págs. 929-960; M. A. Ladero Quesada, Castilla y la conquista del reino de Granada, Granada, Diputación Provincial, 1987; L. Suárez Fernández, Las Órdenes Militares y la guerra de Granada, Sevilla, Fundación Sevillana de Electricidad, 1992.
Carlos de Ayala Martínez