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Antonio Madinaveitia y Tabuyo

Biografía

Madinaveitia y Tabuyo, Antonio. Madrid, 1890 – Ciudad de México (México), 1974. Químico y farmacéutico.

Hijo de médico guipuzcoano y con cuatro hermanos, estudió enseñanza secundaria en el instituto del Cardenal Cisneros, graduándose de bachiller en 1906.

Cinco años después se licenció en Farmacia por la Facultad de Farmacia de la Universidad de Barcelona, doctorándose en 1913 por la Facultad de Farmacia de la Universidad de Madrid con la tesis doctoral Los fermentos oxidantes. Fue pensionado por la Junta para la Ampliación de Estudios para trabajar con Richard Willstätter, judío alemán ganador del Premio Nobel de Química en 1915. Con él estudió en Zúrich y Berlín, desde donde publicó una breve comunicación sobre el estudio de las grasas, así como algunos trabajos sobre el estudio de la técnica de hidrogenación catalítica, recién introducida en los laboratorios químicos.

De vuelta a España, y antes de ser catedrático de Química Orgánica en la Facultad de Farmacia de la Universidad de Madrid, Madinaveitia trabajó en el laboratorio de Química Biológica de José Rodríguez Carracido. Química Orgánica y Química Biológica eran disciplinas afines, de difícil separación en el período señalado. Las cátedras de Química Orgánica estaban dotadas en las Facultades de Farmacia y de Ciencias desde la reforma universitaria de mediados del siglo XIX; por su parte, la primera cátedra de Química Biológica se creó en 1886 para la Facultad de Farmacia de Madrid, con carácter multidisciplinar, pues atendía a los doctorados de Farmacia, Medicina y Química. Fruto de la colaboración con Rodríguez Carracido son los trabajos dedicados a la síntesis de compuestos de posible actividad farmacológica y la iniciación a la química de productos naturales.

Compaginó estas colaboraciones con la dirección del Laboratorio de Química de la Residencia de Estudiantes de Madrid, establecido a partir de 1916 y sede de una intensa actividad científica. Allí estuvo “el Transatlántico”, sobrenombre del pabellón de los laboratorios, destinados a la enseñanza de diferentes disciplinas experimentales de interés para los estudiantes de Ciencias, Medicina o Farmacia. Al frente de los mismos se colocaron destacadas figuras de la ciencia del momento, como Juan Negrín, Pío del Río Hortega, Luis Calandre, Paulino Suárez, José Ranedo, Antonio de Zulueta y Rafael Méndez Martínez.

Tras más de una década de trabajo junto a Rodríguez Carracido y al frente del Laboratorio de Química de la Residencia de Estudiantes, Antonio Madinaveitia Tabuyo ganó la cátedra de Química Orgánica de la Facultad de Farmacia de Madrid en 1926. Como flamante catedrático, fue el encargado de pronunciar el discurso inaugural del curso académico 1927-1928 de la Universidad Central, que dedicó a la enseñanza de la Química Orgánica en España, pues, según sus propias palabras, aprovechaba la oportunidad que le brindaba la ceremonia de apertura del curso académico, momento en que la Universidad entraba en contacto directo con el país, para “exponer las dificultades con que tropezamos en la enseñanza [para lo cual] expondré algunos problemas relacionados con la enseñanza de la Química orgánica por serme los más conocidos; tendrán seguramente muchos puntos de contacto con los que se presentan en la enseñanza de otras ciencias experimentales”.

Madinaveitia hizo un lúcido análisis de la situación universitaria española, muy lejana a lo que él había tenido oportunidad de comprobar en sus estancias en el extranjero. La falta de presupuestos económicos destinados a la dotación de laboratorios experimentales en la Universidad, unida a una incorrecta formación del alumnado, hacían del panorama español un erial científico que, sólo en los últimos años, se había intentado paliar.

Pese a las reformas planteadas por los científicos españoles durante las primeras décadas del siglo XX, aún quedaba mucha tarea por hacer, fundamentalmente, porque se necesitaba que la Universidad se involucrase de forma directa en esta incipiente labor de renovación.

Fue en esta época, en 1928, cuando Madinaveitia comenzó sus estudios sobre la plumbagina, que había sido descrita un siglo antes por el farmacéutico Dulong, aunque no fue capaz de cristalizarla.

Esta tarea ocupó a Madinaveitia y a sus alumnos hasta 1934, cuando se publicaron algunos trabajos que fueron reconocidos a nivel mundial.

Madinaveitia compaginó, a partir de 1932, su actividad docente con la dirección del Laboratorio de Química Orgánica del recién nacido Instituto Nacional de Física y Química. En 1924 visitaba Europa una comisión de la Internacional Education Board (Fundación Rockefeller) con el propósito de financiar tareas distinguidas de producción intelectual europea. En España la intención fue la de conocer al prestigioso grupo español cuyos trabajos histórico-filológicos eran reconocidos internacionalmente, pero, al ver la destacada labor realizada por el Laboratorio de Investigaciones Físicas, pese a la escasez de espacio y medios, decidió recomendar una donación al Estado español para que este grupo de investigadores dispusiera de los instrumentos y locales que su esfuerzo merecía. Con tal motivo, la Fundación Rockefeller libró 420.000 dólares.

El 2 de febrero de 1932 se inauguró oficialmente un soberbio edificio, funcional y vanguardista, donde se albergaría, desde ese mismo momento, el Instituto Nacional de Física y Química, nueva denominación del hasta entonces Laboratorio de Investigaciones Físicas.

Quedó organizado en seis secciones: Electricidad y Magnetismo, dirigida por Blas Cabrera; Rayos Roentgen, dirigida por Julio Palacios; Espectroscopía, dirigida por Miguel Ángel Catalán; Química-Física, dirigida por Enrique Moles; Química Orgánica, dirigida por Antonio Madinaveitia; y Electroquímica, dirigida por Julio Guzmán. La sección de Madinaveitia contó con cuatro becarios y diez colaboradores.

Como remate de esta época brillante en la química española, de la que Madinaveitia fue un representante destacado, la primavera de 1934 fue testigo de la celebración, en Madrid, del IX Congreso Internacional de Química Pura y Aplicada, primero que se celebraba después de la Guerra Europea. Mil doscientos congresistas, procedentes de treinta países de tres continentes, y doscientos setenta y cuatro trabajos publicados, de los cuales noventa y seis eran españoles, fueron las cifras de un Congreso realizado gracias a las extraordinarias capacidades organizadoras del profesor Enrique Moles, químico de gran fama internacional y figura cumbre de la Química Inorgánica española, a cuyo talento y rigor se debe la creación de numerosos datos atómicos. Fue tal el éxito del Congreso que la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC) le eligió vicepresidente del Comité.

La actividad de Antonio Madinaveitia, al igual que la de todos sus colegas científicos, se vio paralizada y, finalmente, cercenada con la Guerra Civil y posterior dictadura de Franco, que dio al traste con la labor desarrollada durante tres décadas y que había supuesto la reincorporación de España al panorama internacional de la ciencia.

Todos los hermanos Madinaveitia abandonaron España a través del País Vasco, origen de la gran familia Madinaveitia, con sus mujeres e hijos, excepto José, que ya estaba en París. En palabras de Asunción, hija de Antonio, el tránsito a Francia fue penoso para la gran mayoría. Afortunadamente, a la familia Madinaveitia le unía una gran amistad con el entonces rector de la Universidad de la Sorbona. Enterado éste de las vicisitudes, no dudó un minuto en alojarles durante los dos meses de verano en el hotel que solía alquilar todos los años en la costa atlántica. Tras este tiempo, dieron el salto a México.

Al llegar a México como exiliado en 1939, Antonio Madinaveitia desplegó ideas muy originales que fueron de gran provecho para el país, tal y como cuenta su antiguo discípulo Francisco Giral, exiliado como él. Decidió no ocuparse de su labor personal, por lo que abandonó la investigación y la publicación, y se dedicó a la doble labor de explotar los recursos naturales del país y formar a jóvenes mexicanos para la investigación superior. Allí, pese al exilio forzado, Antonio Madinaveitia encontró un gran aliciente en el prometedor futuro académico que se le ofrecía en México. Así lo expresó en las palabras que manuscribió en un álbum dedicado al presidente Lázaro Cárdenas en diciembre de 1940, con motivo del término de su mandato presidencial.

Su actividad académica mexicana despegó tan sólo dos años después de su llegada, cuando, en 1941, se creaba en la Universidad Autónoma de México, con fondos provenientes de la Casa de España y del Banco de México, el Instituto de Química. Esta nueva institución venía a llenar el vacío de investigación química que existió durante muchos años, a la vez que llenó el vacío sentido por muchos de los exiliados españoles, formados en esta disciplina. El primer director del Instituto fue Antonio Madinaveitia, máxima figura de la química exiliada española.

El Instituto de Química fue uno de los primeros centros de investigación que se fundaron en la Universidad, gracias a la estrecha colaboración existente entre Madinaveitia y el entonces director de la Escuela de Química, Fernando Orozco. La primera generación de doctores formados por Madinaveitia ha sido la impulsora de la investigación química de alto nivel en México.

Madinaveitia encontró en suelo mexicano el caldo de cultivo apropiado para llevar a cabo sus ideales pedagógicos. Ya en su discurso inaugural de 1927 manifestaba el interés que mostraban los países iberoamericanos por desarrollar las enseñanzas químicas, circunstancia que no observaba en su España natal.

Un año antes de fundarse este Instituto, Antonio Madinaveitia había sido invitado por el Rectorado de la Universidad Michoacana para impartir un curso en la nueva Universidad de Primavera Vasco de Quiroga, nacida a imagen y semejanza de la malograda Universidad de Verano Marcelino Menéndez Pelayo española.

El primer programa de la Vasco de Quiroga, denominado “El siglo XX”, estuvo orientado a hacer una revisión de diversos aspectos científicos, tecnológicos y culturales, caracterizados por las crisis ocasionadas por las grandes confrontaciones bélicas de las cuatro primeras décadas del siglo XX. El temario de los cursos correspondientes a 1940 quedó organizado en dos bloques: uno correspondiente a la “teoría” y otro a los “hechos”. Tanto en este primer programa, como en los que tuvieron lugar en años posteriores, participaron intelectuales mexicanos al lado de los españoles exiliados en México. Entre ellos, figuraba Madinaveitia, encargado de impartir un curso que, bajo el título de “La Nueva Química”, quedaba enmarcado en el bloque correspondiente a la “teoría”.

Las lecciones del curso dieron lugar a un libro que fue publicado en 1942 en las ediciones encuadernables de El Nacional.

Fiel a sus ideales, Antonio Madinaveitia fue asesor químico de la compañía privada organizada por Antonio Sacristán para financiar la creación de nuevas industrias, entre otras, la gran fábrica de álcalis Sosa Texcoco, en la que el otrora catedrático de Química Orgánica desplegó una fecunda actividad para producir sosa, carbonato y bicarbonato de sodio a partir del fondo salino del lago Texcoco, en las afueras de Ciudad de México. El fondo del lago está constituido por un sesquicarbonato sódico llamado tequesquite, que requiere gran habilidad técnica y muchos conocimientos científicos para un buen resultado. Ambas circunstancias concurrían en Madinaveitia, que desarrolló una moderna tecnología del tequesquite, utilizada por la empresa Sosa Texcoco desde sus orígenes, en 1942.

Sobre su legado, una vez superados los primeros años de exilio, Antonio Madinaveitia se dedicó a formar generaciones de químicos mexicanos. Los primeros doctores fueron Alberto Sandoval Landázuri, que sustituyó al maestro en la dirección del Instituto de Química; Jesús Romo, uno de los más originales químicos mexicanos, cuya brillante carrera se vio truncada por su temprano fallecimiento; y José F. Herrán, que fue director de la Facultad de Química y creador de la División de Estudios Superiores.

Tal y como había manifestado, recién llegado a México, decidió no volver a publicar nada y se mantuvo fiel a su palabra. Ni siquiera consintió poner su nombre en las publicaciones de sus primeros alumnos, aunque se le convenció para que revisase las de algunos de ellos. Su firma sólo apareció en el ya mencionado curso michoacano sobre la Nueva Química, en la traducción y prólogo de La fabricación de los alcaloides, del suizo J. Schwyzer, y en las dos biografías de su maestro alemán Richard Willstätter y su director de Madrid Blas Cabrera publicadas en la revista Ciencia.

 

Obras de ~: “Análisis de las grasas”, en Anales de la Sociedad Española de Física y Química (ASEFQ), 8 (1910), pág. 153; “Uniones dobles”, en ASEFQ, 10 (1912), pág. 381; Los fermentos oxidantes, Madrid, Imprenta Bernardo Rodríguez, 1913; “Sobre la hidrogenación catalítica por los metales muy divididos”, en ASEFQ, 11 (1913), pág. 328; con J. Rodríguez Carracido, “Determinación cuantitativa de la colesterina en la sangre”, en ASEFQ, 12 (1914), pág. 428; con J. Ranedo, “Síntesis con derivados organosodados”, en ASEFQ, 12 (1918), pág. 16; con J. Rodríguez Carracido, “Estudio químico de la salicaria”, en ASEFQ, 19 (1921), págs. 148- 151; con F. Díaz Aguirreche, “Acción catalítica y magnitud micelar”, en ASEFQ, 15 (1921), pág. 19; con I. Ribas, “Isomería de los ácidos difenilsuccínicos”, en ASEFQ, 23 (1925), págs. 96-99; La enseñanza de la química orgánica: discurso leído en la solemne inauguración del curso académico de 1927 a 1928, Madrid, Imprenta Colonial, 1927; con M. Gallego Sáez, “Estudio de la plumbagina”, en ASEFQ, 26 (1928), págs. 263- 270; con J. Sáenz de Buruaga, “Estudio de algunos derivados de las metil-naftalinas”, en ASEFQ, 27 (1929), págs. 647- 658; J. Schwyzer, La fabricación de los alcaloides, trad. de ~, México, La Casa de España, 1941; La Nueva Química, México, Ediciones Encuadernables de El Nacional, 1942; “El Profesor Richard Willstätter”, en Ciencia, 3 (1942), pág. 320; “Don Blas Cabrera Felipe”, en Ciencia, 6 (1945), pág. 241.

 

Bibl.: R. Roldán Guerrero, “Antonio Madinaveitia y Tabuyo”, en Diccionario biográfico y bibliográfico de autores farmacéuticos españoles, vol. III, Madrid, IMPHOE, 1958-1963, págs. 168-173; M. Lora-Tamayo, La investigación química española, Madrid, Alhambra, 1981; F. Giral, Ciencia española en el exilio (1939-1989), Barcelona, Anthropos, 1994, pág. 314; L. Otero Carvajal, “La destrucción de la ciencia en España. Las consecuencias del triunfo militar de la España franquista”, en Historia y Comunicación Social, 6 (2001), págs. 149-186; M. López Pérez, Notas y apuntes sobre Antonio Madinaveitia. Conversaciones con Asunción Madinaveitia en la Fundación Zubiri, Madrid, 2002 (inéd.); G. Sánchez Díaz, “Las Voces del Exilio Español en Morelia. Científicos y Humanistas en la Universidad Michoacana. 1938-1943”, en A. Sánchez Andrés y S. Figueroa Zamudio (coords.), De Madrid a México. El exilio español y su impacto sobre el pensamiento, la ciencia y el sistema educativo mexicano, Madrid, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo y Comunidad de Madrid, 2002; M. López Pérez y M. Rey Bueno, “Antonio Madinaveitia y Tabuyo (1890-1974)”, en El Ateneo, XI (2002), págs. 85-96.

 

Miguel López Pérez

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