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Daniel González Ruiz

Biografía

González Ruiz, Daniel. Cervera del Río Alhama (La Rioja), 16.II.1893 – Logroño (La Rioja), 27.VI.1969. Escultor.

Nacido en el seno de una familia numerosa, dedicada a trabajos artesanales propios de la localidad rural en la que vivían, el buen oficio de su padre motivó su traslado a Santander y Vitoria, donde comenzó el aprendizaje artístico de Daniel en 1909. Por esas fechas, la capital alavesa era un lugar idóneo para iniciarse en el mundo del arte. Desde 1907 estaban en marcha las obras de la catedral nueva, abriéndose, dos años después, el Taller de Escultura en el que se llevará a cabo la abundante decoración del edificio. Vinculado a la Escuela de Artes, los dos centros ofrecían un tipo de formación integral, gracias a lo cual Daniel adquirió, durante los cinco años que estuvo estudiando y trabajando en ellos, un solvente dominio de la vertiente más técnica de la escultura y premios importantes por su incipiente maestría. Igualmente, tuvo oportunidad de conocer, a través de los diferentes estilos de sus maestros y profesores Lorenzo Fernández de Viana, Juan Minguell, Tomás Bergara o Ignacio Díaz Olano (1860-1936), la variedad de tendencias en las que se expresaban las artes.

En 1914, la catedral paralizó sus obras, cerrándose el taller, desapareciendo, prácticamente, la actividad artística en la ciudad, circunstancia que Daniel aprovechó para viajar a París. La estancia, fue breve, apenas la primavera de aquel año, pues el estallido de la Primera Guerra Mundial provocó su inmediato regreso a España, abriéndose aquí su trayectoria profesional. El primer período, estuvo claramente condicionado por la duración de la guerra, consiguiendo, mediante una serie de contratos, encargos y creaciones personales, abordar todos los géneros escultóricos representativos del momento. La plástica ornamental de edificios singulares, como el palacio de Telecomunicaciones de Madrid o el Casino de Biarritz; la escultura de escala monumental para la fachada del Banco de España en Bilbao, mediante cariátides y alegorías; junto a pequeñas piezas de arte sacro para la catedral de Burgos, centraron su actividad. Colaborador del estudio de Moisés Huerta (1881-1962), con taller en Bilbao y en el palacio Bendaña de Vitoria, en estos ámbitos realizó esculturas de carácter más íntimo, fundamentalmente retratos de familiares y amigos, entre los que destacan el Retrato de su madre, del pintor Teodoro Dublang, del violinista Cánepa y algunos desnudos femeninos. Todos ellos configuran su primer conjunto de trabajos, llevados a cabo mediante un lenguaje versátil, evocador del clasicismo griego, la vitalidad de Auguste Rodin (1840-1917) o la estilización modernista. Obras que, cumplidos los veinticinco años, avalaban su condición de escultor, planteándose entonces seguir su carrera en la escena parisina, participando en su universo vanguardista y bohemio, radicalmente distinto al ambiente académico español.

Instalado en París en 1918, en el taller del escultor y orfebre Francisco Durrio (1876-1940), situado en el n.º 1 de impasse Girardon, comenzó para él un período crucial, presidido por el difícil, casi heroico, objetivo de abrirse camino en el medio más exigente y competitivo del mundo. Durante estos años, la dedicación fue intensa y exclusiva, compaginando, en principio, la ayuda en el taller de Durrio, con el aprendizaje del arte nuevo, dado a conocer a través del reconocimiento de los últimos pintores consagrados, Paul Cézanne (1839-1906), Henri Matisse (1869-1954) y las primeras exposiciones de los jóvenes cubistas, futuristas o abstractos, cuya principal figura era Pablo Picasso (1881-1973). Un aprendizaje hecho en solitario, consolidado mediante la participación en la vida de Montmartre, en sus tertulias, muestras artísticas, trabajos, viajes, en los que en ocasiones coincidió con Ignacio Zuloaga, Manolo Hugué, Pedro Creixams, Artigas y Pablo Gargallo. Tiempo, en definitiva marcado por una obsesión primordial, la de crear obra propia. Pasados siete años, el decano de la crítica francesa, miembro de la Academia Goncourt, Gustave Geffroy escribió un elogioso artículo, calificando los bustos del editor de libros de lujo Frédéric Grégoire y del tenor de la Ópera de París, Campagnola, de auténticas obras maestras. Eran sus primeros retratos conocidos en París, a los que vinieron pronto a sumarse los del anticuario Ferro y la célebre actriz Jane Renouardt, poniendo todos ellos de manifiesto, junto a su Autorretrato, La Italiana o Cabeza en terracota, una personalidad estilística claramente definida.

Determinada por el armonioso y sereno equilibrio entre valores plásticos y narrativos, su comprensión de los maestros modernos y la revisión de los modelos históricos, ahora preferentes, caso del arte egipcio y africano, le habían servido para liberarse de la supremacía del parecido, concediendo a la escultura mayor dimensión experimental. Situándose su estilo en la tendencia marcadamente renovadora que, sin perder el anclaje referencial, ofrecía interpretaciones esquemáticas y abstractas del mundo figurativo. Estilo, en definitiva común al de la mayoría de los artistas que formaban la Escuela de París.

Relacionada con el mecenazgo de las elites profesionales, con su necesidad de ostentar y difundir el sentido del lujo, la suntuosidad reservada hasta entonces a exclusivas minorías, la carrera de Daniel avanzaba en contacto con estos escenarios y con planteamientos de índole estrictamente estética, surgiendo, de este modo, toda una serie de piezas que pusieron de manifiesto su imaginación creativa. Mujer sentada, Dos amigas, Arrogancia tienen en común el desnudo femenino presentándolo mediante volúmenes cerrados, estáticos o potentes masas, plenas de dinámica energía, en las que parece llevar a sus últimas consecuencias las posibilidades del modelado, dejando sin pulir las superficies de texturas densas y accidentadas.

Por otra parte, su capacidad, para transformar en hechos escultóricos cuestiones intangibles, relativas a la condición femenina o conceptos marcadamente ornamentales, cristalizó en el conjunto de bajorrelieves en madera, encargados por las sederías Perrier para decorar la residencia familiar. Cabeza de muchacha con flor, Desnudo de espaldas, Niños tumbados, formaban parte de la serie Perrier, expresiva del lirismo y depuración formal de cierto art décò de cuya faceta más rítmica y lineal es exponente el bajorrelieve La Danza, esculpido para la fachada de un teatro en Tánger. Algunas de estas piezas habían merecido estudios previos, apuntes que, junto a otro amplio número de dibujos, recogió bajo el título Ideas, escultura arquitectónica. Pensados para adaptar la escultura al funcionalismo del Estilo Internacional, ofrecían diferentes propuestas decorativas, entre las que no eludía argumentos tradicionales, Las tres gracias, Odaliscas, Toiletes, Maternidades, reveladoras de su admiración por el arte negro, el expresionismo alemán y por sistemas compositivos cubistas o constructivistas.

Su pasión por el dibujo le llevó a utilizarlo, no sólo como herramienta de diseño, sino como principal vehículo expresivo en carbones, acuarelas, óleos, demostrando una capacidad extraordinaria para captar la figura humana, los ambientes cotidianos y el paisaje. La refinada sensualidad de la modelo Mimí, frente al abierto naturalismo de Mujer tumbada, las vistas de Montmartre, crónica visual, sentimental, de los lugares en los que se desenvolvió su vida, el estudio de Durrio, los desolados bulevares de La Büte, el mítico Bateau-Lavoir, poseen una calidad similar a sus paisajes. En ellos, parece recorrer caminos muy diferentes, de la mesura clásica de sus arboledas, a la exhuberancia barroca de los bosques, del misterio romántico a la claridad geométrica en los Árboles, singularizados en visiones de sorprendente fuerza y pureza formal.

A partir de 1927, comenzó a exponer con regularidad en las Galeries Charles-Auguste Girard y en el Salon des Indépendents, haciéndose eco la prensa francesa y española. Aunque llevaba residiendo casi una década en París, visitaba a menudo a su familia y amigos, pasando temporadas de descanso en Logroño y Vitoria, donde su carrera se seguía con interés.

Prueba de ello es el encargo llevado a cabo por la Diputación de Logroño para realizar los bustos de Gonzalo de Berceo y Marqués de la Ensenada, destinados a representar a La Rioja en la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929. Para hacerlos, pasó unos meses en España, se documentó a conciencia sobre los personajes, entusiasmándose por la poesía de Berceo, profundizando en las condiciones políticas de Ensenada y decidió hacer los bustos en su pueblo natal. En Cervera del Río Alhama el médico Juan Manuel Zapatero le ofreció la Casilla del Huerto para que le sirviera de taller y diferentes vecinos posaron como modelos, hasta alcanzar una caracterización certera y ajustada de dos personalidades emblemáticas de la historia de su tierra. Durante esta larga estancia se relacionó con círculos artísticos e intelectuales de Madrid, acudió al homenaje a los hermanos Álvarez Quintero con su versión de La Seria, en Vitoria estrechó vínculos con el grupo editor de la revista El pájaro azul, la empresa Fournier le encargó su símbolo identificativo para la Exposición Internacional de Barcelona y algunos retratos que compuso en el estudio de la calle Dato, n.º 53. Finalmente, esta fructífera temporada se cerró con la exposición celebrada en Logroño, durante el mes de abril de 1930, organizada por el Ateneo Riojano.

Daniel contaba con un repertorio amplio y variado de obras y, prácticamente, de forma simultánea al certamen de Logroño, organizó su primera muestra individual en París, inaugurada en marzo de 1931 en el Atelier Perrier. Llamaron poderosamente la atención de la crítica francesa sus maquetas de monumentos y proyectos de mausoleos, reseñados también en Madrid por Gil Fillol. Se trataba de una nueva e interesante vertiente de su trabajo, en la que conectaba con el pensamiento de su tiempo, concediendo a las obras sentido utópico y función social. De tal manera que los monumentos a La raza ibérica, La paz y La lengua castellana estaban destinados a conmemorar inquietudes de época o ideales de mayor universalidad.

Destacados por su originalidad, requisito conscientemente buscado por la vanguardia, llevó a cabo en los dos últimos una perfecta traducción plástica de las ideas, estableciendo claras correspondencias simbólicas y relaciones empáticas entre forma y contenido.

Utilizando el predominio de líneas horizontales para significar la paz y, un motivo muy apreciado por el imaginario cultural de entonces, la mariposa, para sugerir el proceso de transformación y difusión de la lengua española. De forma muy similar procedió en los mausoleos terminados en el cementerio de Logroño entre 1932 y 1933 para las familias Cadarso y Martínez-Bujanda Marauri. Genuinos ejemplos de vánitas contemporáneo, el sepulcro es en ellos símbolo de eternidad o alegoría del tránsito entre diferentes maneras de existencia.

El arranque de esta nueva década coincidía con el de su madurez profesional y personal. En ella, disfrutó de la plena consolidación de su carrera e inicios de su éxito y conoció a Ernestina Negueruela, joven maestra muy interesada en el mundo del arte, con quien contrajo matrimonio en 1933, fruto del cual nació su única hija, Berta González Negueruela. Mantuvo el estudio en París, en el n.º 13 rue du Mont Cenis, pero pasó la mayor parte del tiempo en España con su familia, integrándose en un panorama artístico cada vez más avanzado y tutelado por el patronazgo institucional.

En 1934 su maqueta de monumento a la amistad entre España y México quedó seleccionada, junto a las de Ángel Ferrant y Pérez Comendador, ganó el concurso promovido por la Caja de Ahorros de Vitoria para realizar la estatua-imagen de la entidad y dos años después participó en la convocatoria abierta por el Estado para la figura alegórica de la República.

El retrato seguía siendo una fuente segura de trabajo que cultivó en los bustos del barítono Seveilhac, del alto financiero Sylvain Schnerb, de los niños Miguel Ángel Zapatero, Ángel Cadarso, Dos hermanas, de las jóvenes Isabel y Carlota Tetamanci, llevados a cabo con notable virtuosismo y variedad de registros.

Pero el bienestar con el que se había abierto el período se vio ensombrecido por dos hechos que marcaron su vida y la de la familia, por una parte la Guerra Civil, y, por otra, coincidiendo en el tiempo, la aparición de la enfermedad de Párkinson que progresivamente le impidió trabajar. Tenía cuarenta y tres años y consiguió seguir esculpiendo cuatro o cinco años más, en 1939 terminó El Ahorro, su última gran figura, hecha en talla directa en piedra negra de Calatorao, rotunda en sus volúmenes, representativa en sus formas de un justo acuerdo entre tradición y modernidad. Fue expuesta ese mismo verano en Vitoria, acompañada de otras esculturas, maquetas y dibujos.

Al finalizar la guerra, Ernestina volvió a ejercer como maestra de la escuela pública, viviendo en distintas localidades de Guadalajara y Navarra. A pesar de resultarle difícil, Daniel esbozó esculturas, dibujó monumentos, ganando en 1943 el concurso patrocinado por el Ayuntamiento de la ciudad, optando en esta ocasión por subordinar la concepción de monumento al entorno, presidido por edificios herrerianos.

Unos años más tarde, en 1947 el director general de Bellas Artes, marqués de Lozoya, compró para el Estado su Autorretrato, reconociendo con este gesto el prestigio del escultor y su trayectoria, irremediablemente concluida. Sin embargo, la atracción que sentía por el arte seguía viva, leía todo lo que podía, coleccionaba noticias y fotografías, siguiendo adelante unos años más gracias al cariño y dedicación de la familia. En 1960 regresaron a Logroño, teniendo lugar en 1964 una amplia muestra de su escultura en la sala de exposiciones de la Caja de Ahorros.

Fue su última actividad artística, pues el 27 de junio de 1969 falleció en su casa de Marqués de la Ensenada, a los setenta y seis años, inaugurándose el 18 de septiembre la Exposición-homenaje promovida por el Museo Provincial y el “Grupo 8”. En 1985 fue seleccionado para formar parte de la exposición Escultura española 1900-1936, celebrada en los palacios del Retiro de Madrid bajo el patrocinio del Ministerio de Cultura, un año después el Gobierno de La Rioja le dedicó una Exposición antológica con motivo de la inauguración del Museo de Calahorra, otorgándole en 1990 la Medalla de La Rioja, organizando bajo la dirección de Cultural Rioja, en 1991, la exposición Daniel González 1893-1969 en la Sala Amós Salvador. En 2001 la Fundación Cultural Mafre Vida expuso en Madrid sus dibujos e incluyó parte de sus esculturas en la muestra titulada Un nuevo ideal figurativo, participando en 2004 en la exposición Rodin y la revolución de la escultura. De Camille Claudel a Giacometti.

La obra de Daniel González forma parte del patrimonio artístico español, pudiendo contemplarse en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, dándose noticias de ella en los más recientes ensayos e historias dedicadas al arte contemporáneo.

 

Obras de ~: Cánepa, 1916; Desnudo femenino, c. 1925; Frederic Gregoire, 1925; Italiana, 1925; Figura sentada, 1925- 1931; Autorretrato, 1926; Cabeza en terracota, 1926; Arrogancia, 1926; Dos hermanas, 1927-1931; Gonzalo de Berceo, 1929; Marqués de la Ensenada, 1929; Monumento a la lengua Castellana, 1930 (1992); Desnudo de espaldas, 1931; Cabeza de muchacha con flor, 1931; Mausoleo familia Cadarso, cementerio de Logroño 1932; Mausoleo familia Martínez-Bujanda Marauri, cementerio de Logroño, 1933; El Ahorro, 1939.

Dibujos. Autorretrato; Desnudo de mujer tumbada; Mimí; Mujer con manto; Mujer con guitarra; Maternidad con dos niños; Maternidad; Árbol.

 

Bibl.: A. Rubio Dalmati, Daniel, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 1979; L. Cerrillo Rubio, “Escultura de los siglos xix-xx en La Rioja”, en J. García Prado (dir.), Historia de La Rioja, Logroño, Caja de Ahorros, 1983, págs. 340-347; “El escultor Daniel González (1893-1969)”, en Cuadernos de Investigación. Historia, X (1984), págs. 207-216; M. T. Sánchez Trujillano, “La obra de Daniel en el Museo de La Rioja”, en Museos, 3 (1984); J. Gállego Serrano, “Madrid de Gala”, en Ínsula, 464/465 (1985); J. Alix Trueba, Escultura española, 1900-1936, Madrid, Ministerio de Cultura, 1985; L. Cerrillo Rubio, El escultor Daniel González, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 1988; I. Gil-Díez, Las artes plásticas en La Rioja (1939-1980), Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 1990; J. Alix Trueba, Daniel González (1893-1969), Logroño, Cultural Rioja, 1991; V. Bozal, Pintura y escultura españolas del siglo xx (1900-1939), Madrid, Espasa Calpe, 1992; J. Pérez Rojas, Art Décò en España, Madrid, Cátedra, 1992; J. M. Zapatero, Memoranza del escultor Daniel (1893-1969), Logroño, Universidad de La Rioja, 1994; J. L. Labandíbar, El arte en La Rioja, 1950-1985, Logroño, Gobierno de La Rioja, 1994; J. M. Bonet, Diccionario de las vanguardias en España, Madrid, Alianza, 1995; L. Cerrillo Rubio, “Escenarios de una nueva cosmogonía artística: Montmartre visto por Daniel González”, en Investigación humanística y científica en La Rioja, Logroño, Instituto de Estudios Riojanos, 2000, págs. 341- 355; J. Alix Trueba, Daniel González. Dibujos de un escultor, Madrid, Fundación Cultural Mafre Vida, 2001; Rodin y la revolución de la escultura. De Camilla Claudel a Giacometti, Barcelona, Fundación “La Caixa”, 2004; L. Cerrillo Rubio, “El nuevo siglo y el arte de vanguardia”, en Historia del Arte en La Rioja, Logroño, Caja Rioja, 2006.

 

Lourdes Cerrillo Rubio