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Alonso de la Rea

Biografía

Rea, Alonso de la. Querétaro (México), c. 1605 – c. 1661. Religioso franciscano (OFM) e historiador Hijo de una próspera familia recién establecida en la ciudad de Querétaro, procedente, por línea materna, de Navarra; estudió gramática y retórica en Ciudad de México en el prestigiado Colegio jesuita de San Ildefonso. El 5 de noviembre de 1623 tomó el hábito franciscano en el convento de Valladolid, Michoacán.

En ese mismo convento estudió Artes y Teología. Se debió de ordenar sacerdote alrededor de 1630.

Fray Alonso formó parte de las primeras generaciones de frailes envueltos en el ambiente de consolidación de la sociedad novohispana. Desde fines del siglo XVI en la zona central de México, y desde principios del XVII en la periferia, las antiguas familias de conquistadores y primeros pobladores de la tierra empezaron a ser desplazadas por la, así llamada, sociedad criolla, emparentada con las antiguas familias, pero nacida y educada en México. En la zona de Michoacán, para la segunda década del XVII, los más importantes terratenientes, ganaderos y comerciantes eran los nacidos ya en Nueva España. Los franciscanos de la provincia de Michoacán, dentro de los que estaba Alonso de la Rea, se vieron inmersos en ese proceso de cambio social. Para la época que mencionamos, los antiguos padres venidos de España, que habían sido el fuerte soporte misionero y el grupo más numeroso de la provincia, eran ya superados por los frailes que habían tomado el hábito en Michoacán.

En 1626, según informe enviado al Comisario general para las provincias de América, de los setenta y dos sacerdotes con los que contaba la provincia sólo treinta y cinco eran peninsulares, de los cuales siete habían tomado el hábito en Michoacán, lo que hacía que únicamente veintiocho fueran frailes provenientes de las provincias de España. De éstos, cuatro ya estaban muy enfermos e imposibilitados para ejercer un trabajo pastoral.

Estos cambios en la composición social de los franciscanos de Michoacán produjeron desagradables conflictos por las discordias en las elecciones para los oficios en las que los peninsulares, por formar minoría, se sentían desplazados, mientras que los jóvenes criollos fácilmente obtenían cargos. Así tenemos el caso de Alonso de la Rea que, alrededor de los treinta años, fue nombrado guardián (superior) de Apaseo, un pueblo de indios en el que de ordinario había dos o tres frailes. El oficio era importante no tanto por el número de frailes que integraban la comunidad, sino porque daba oportunidad de participar en los capítulos provinciales en donde se elegían los principales puestos de la provincia. Este cargo, además, ofrecía la ocasión de trabajar en el cuidado pastoral de las comunidades indígenas, tarea en la que fray Alonso, como se puede ver por sus cargos subsiguientes, no se distinguiría. De hecho, hasta donde se sabe, no aprendió ninguno de los idiomas indígenas de la zona, lo que no quiere decir que los menospreciara, sino que no tuvo el tiempo para dedicarse a ellos. En 1637 el ministro provincial, Cristóbal Vaz, lo nombró cronista de la provincia. Poco después, en 1643, lo encontramos como guardián de uno de los conventos más importantes de las poblaciones españolas, Celaya, y posteriormente, 1646, como lector (profesor) de Teología y secretario provincial.

En 1649, esta ascendente carrera eclesiástica de fray Alonso llegó a su cima al ser elegido ministro provincial.

Su elección era el triunfo de los franciscanos criollos de Michoacán que no habían tenido ese cargo desde principios del siglo XVII. En medio de lo que parece fue un forcejeo por este oficio entre el grupo peninsular y el criollo, el comisario general para las provincias de América, Francisco Maldonado, expidió un decreto en 1645 en el que ordenaba que el oficio de provincial se debía alternar entre españoles y criollos y que en el capítulo provincial de 1649 se debía elegir a un criollo.

El corto provincialato de fray Alonso (1649-1651) se distinguió por el interés en las actividades pastorales de los franciscanos, muy particularmente las relacionadas con Querétaro, ciudad natal del ministro provincial. En el primer año, nos encontramos a fray Alonso visitando las misiones entre infieles que la provincia tenía en las zonas indígenas marginadas del noreste de Nueva España. Tales misiones, el capítulo general celebrado en Segovia (España) en 1621 fueron elevadas al rango de Custodia bajo el nombre de Río Verde. El mismo capítulo concedió a la Custodia autonomía de la provincia de Michoacán. Veinticuatro años después, en 1645, el capítulo general celebrado en Toledo incorporó esa custodia a la provincia de Michoacán. Fray Alonso fue de los primeros provinciales que tuvo que implementar ese decreto tomando bajo su cuidado los misioneros y conventos de esa región. Apenas electo provincial visitó las misiones de Río Verde y las surtió de ornamentos y objetos religiosos. Como señal de la importancia de esa zona elevó cuatro misiones al rango de guardianías: Valle de Maíz, Penihuan, Lagunillas y San Felipe de Jesús.

Atención igualmente destacada dio fray Alonso al trabajo pastoral en las comunidades de indígenas ya cristianizados en los estados actuales de Michoacán, Querétaro y Guanajuato. De acuerdo con un informe de 1631 hecho por el obispo Francisco de Rivera, los franciscanos administraban en esa zona treinta y un pueblos, en su mayoría indígenas. El idioma dominante era el tarasco, aunque había grupos considerables de otomíes, nahuas y algún mazahua. En 1649 fray Alonso ordenó que los conventos en donde había estudios de artes y teología hubiese por lo menos dos catedráticos que enseñaran las lenguas indígenas indispensables para la administración de los sacramentos y la predicación. Decretó, asimismo, que no se aprobara a ningún estudiante como predicador o confesor, aunque fuese muy buen teólogo, si no pasaba el examen de alguna lengua indígena. Estas disposiciones tomaron más fuerza en 1650 con el establecimiento de una Cátedra de Otomí en el Colegio de Celaya y otra de tarasco en el de Valladolid, Michoacán.

Asunto de fuertes discusiones, que se extendieron durante todo el trienio de su gobierno, fue el de la distribución de cargos en la Provincia, habida cuenta que tenían que alternarse entre criollos y peninsulares.

Pese a los cargos que le levantaron al final de su provincialato por su supuesto favoritismo al grupo criollo, fray Alonso intentó mantener un prudente equilibrio. Con miras a que los jóvenes criollos no accediesen tan fácilmente a los oficios, ordenó que para el cargo de guardián se eligiese sólo a aquellos que tuvieran por lo menos doce años de ser religiosos o que, si fueran peninsulares, habían de haber trabajado por lo menos seis años en la provincia.

En relación con su ciudad natal, Querétaro, fray Alonso puso especial atención a las construcciones franciscanas. La ciudad, fundada en la primera mitad del siglo XVI como un centro para población indígena, se había convertido, hacia mediados del XVII, en una ciudad española. El primer convento allí establecido se había transformado, en la segunda mitad del XVI, en uno de los conventos más importantes de la ciudad. El gran número de frailes hicieron que el primitivo convento resultara inadecuado. En 1638, un predecesor de fray Alonso, Cristóbal Vaz, con el generoso apoyo de un rico queretano, Antonio Echaide, emprendió la construcción de un nuevo convento. Para tiempos de fray Alonso la obra estaba suspendida por falta de recursos. Fray Alonso, aparentemente, puso empeño para conseguir los donativos restantes para finalizar la obra, con escasos resultados ya que la construcción, al final de su provincialato, continuaba sin terminar.

Mejor suerte corrió con otra construcción en la ciudad de Querétaro, el Convento de Santa Cruz que unos treinta años después adquiriría gran nombre por haberse fundado allí el primer Colegio de Propaganda Fide. Este convento había comenzado como una ermita que, con el correr del tiempo, había adquirido notoriedad por una cruz de piedra a la que se atribuía un origen milagroso en tiempo de la conquista. Siendo provincial el ya mencionado padre Vaz se empezó a construir una iglesia y convento que, para 1649, ya estaban terminados. El capítulo provincial en el que fray Alonso resultó electo, determinó poner una pequeña comunidad en ese nuevo convento. Esta decisión molestó al clero secular, quizá por el exceso de la presencia franciscana en la ciudad. El promotor fiscal del arzobispado de México mandó demoler el nuevo convento alegando que se había construido sin permiso real. El mandato, contra el que los frailes pusieron recurso, fue revisado por la Real Audiencia y finalmente por el rey Felipe IV que ordenó al obispo de Michoacán, el franciscano Marcos Ramírez de Prado, hacer una visita a la ciudad de Querétaro para hacer una indagatoria sobre este asunto. El obispo de Michoacán estuvo a favor de sus hermanos de Querétaro, con lo que se logró mantener tan importante convento.

Otro asunto relacionado también con la ciudad Querétaro fue el del Monasterio de Santa Clara, fundado en 1607 por indios y para indias. A mediados del XVII, perdido ya su carácter étnico, era uno de los más grandes y ricos de Nueva España. La estimación de fray Alonso por este monasterio nos lo indica el sermón que con motivo de la fiesta de Santa Clara predicó el 12 de agosto de 1646 y publicó ese mismo año en la Ciudad de México. En el mismo monasterio intervino en calidad de ministro provincial para poner en orden su economía que se encontraba en serios problemas.

Se nota, igualmente, su cercanía a los asuntos de su ciudad natal en el apoyó que dio a los asentamientos españoles en la vecindad de Querétaro, por ejemplo en Cadereyta, pueblo fundado hacia 1650, al que envió sacerdotes para atender a los colonos allí establecidos. Este asentamiento tuvo importancia para los franciscanos ya que abrió la puerta al gran proyecto misionero de fray Junípero Serra en el siglo XVIII.

Desde luego, la obra que ha dado más realce a fray Alonso es su Crónica de la Provincia de Michoacán.

Los franciscanos desde el siglo XVI, bien fuera por mandato de sus superiores, bien por propia afición, escribieron varias obras sobre la evangelización y sus protagonistas. La mayoría de ellas quedaron sin ser publicadas en su época y se han conocido sólo a través de recientes ediciones. En su momento, la única obra publicada fue la de Juan de Torquemada, Monarquía Indiana, que vio la luz en Sevilla en 1615. La seguiría, en orden cronológico, la Conquista espiritual de Yucatán de Bernardo Lizana publicada en Valladolid (España) en 1633. La tercera, pero por otra parte la primer crónica franciscana publicada en México, fue la de Alonso de la Rea, Crónica de la Provincia de Michoacán, impresa en Ciudad de México en 1643.

Como ya se señaló, hacia fines de 1637 fray Alonso, al ser nombrado cronista por el padre Cristóbal Vaz, recibió el encargo de escribir “la vida de los religiosos siervos de Dios y otras cosas que puedan darse a la estampa”. El empeño que puso a esta tarea fue considerable, pues año y medio más tarde, mayo de 1639, tenía ya preparada para la imprenta su Crónica. Este carácter de urgencia nos explica el plan y desarrollo de la obra, notablemente diferente a las del siglo XVI en las que los pueblos indígenas ocupan un extenso lugar; mientras que los relatos biográficos de los misioneros forman un cuerpo casi independiente emplazado al final de las crónicas (Mendieta, Torquemada).

Para La Rea, en cambio, las comunidades indígenas, aunque presentes, ocupan un lugar secundario, mientras que los relatos biográficos y hechos milagrosos ocupan gran parte de la obra.

La crónica está dividida en tres partes. La primera tiene como tema la fundación de la Provincia de Michoacán y su crecimiento mientras formó parte de la del Santo Evangelio de México (1535-1565). De los treinta y cinco capítulos que comprende esta primera parte, quince están dedicados a narrar brevemente la vida de los primeros frailes que llegaron a Michoacán.

La segunda parte trata del desarrollo de la Provincia desde que fue elevada a este rango y formó una unidad con los frailes de Jalisco (1565-1606). Aquí también el número de relatos biográficos es abundante: once de los treinta y un capítulos están dedicados a este tema. La última parte, con sus veintidós capítulos, tiene como tema principal la vida de los frailes más sobresalientes de la primera mitad del siglo XVII.

Estas narraciones biográficas son textos sencillos, que se pueden considerar dentro del género hagiográfico, caracterizado por el interés en resaltar las virtudes religiosas y los hechos más sobresalientes de los frailes misioneros. Fray Alonso tomó como fuente de estas biografías las crónicas ya publicadas, particularmente la Monarquía Indiana de Juan de Torquemada y el De Origine Seraphicae Ordinis Franciscanae, de Francisco de Gonzaga. Ambas recogen breves biografías de misioneros escritas en la segunda mitad del siglo XVI por Jerónimo de Mendieta. La Rea usó esos relatos biográficos en la primera parte de su obra. Probablemente también tuvo en sus manos la relación manuscrita de Diego Muñoz con datos sobre los primeros misioneros que trabajaron en Michoacán. Para los relatos de la segunda y tercera parte, con toda probabilidad, se sirvió de las tradiciones que conoció directamente y de información existente en el archivo provincial Historiadores y cronistas posteriores han lamentado la brevedad y a veces imprecisión de la Crónica de fray Alonso. Ciertamente, comparada con la magna obra de Juan de Torquemada (Monarquía Indiana) publicada en tres volúmenes en folio, veintiocho años antes, la de fray Alonso, con un solo volumen en cuarto de folio, podría parecer una corta introducción a la historia de la Provincia de Michoacán. Sin embargo, hay que tener en cuenta que nunca fue la intención de La Rea el hacer una obra exhaustiva. Uno se lleva la impresión de que tomó muy al pie de la letra el mandato del padre Vaz cuando, al nombrarlo cronista, le pidió escribir “la vida de los religiosos, siervos de Dios”; mandato al que hace referencia en el prólogo de su Crónica con las siguientes palabras; “No me alargo en su narración por no ser prolijo y también porque en algunas vidas de estos siervos de Dios era menester entrarme con ellos a hortelano y cocinero [...]”. Al historiador moderno, que tiene a la mano documentos y textos que fray Alonso no conoció, esta Crónica le dará muy poca información. Pero su importancia no está en los datos históricos que ofrece sino en la visión que presenta sobre las tareas evangelizadoras, visión que nace de una nueva generación de frailes nutridos en los orgullos locales de la sociedad que se está formando en Nueva España. Fray Alonso forma parte de un grupo de cronistas religiosos —franciscanos, dominicos y agustinos— que en el siglo XVII nos introducen en un nuevo estilo de narración.

Sus escritos pierden la espontaneidad de sus hermanos del siglo XVI. Con ello abren la puerta de la floreciente literatura religioso-barroca del siglo XVII.

 

Obras de ~: Chrónica de la orden de N. Seráphico P. S. Francisco, Provincia de S. Pedro y S. Pablo de Mechoacán, México, Viuda de Bernardo Calderón, 1643; Sermón que predicó en la festividad de nuestra Madre Santa Clara y del Santísimo Sacramento, teniéndole descubierto en la mano, México, Viuda de Calderón, 1646.

 

Bibl.: F. Gonzaga, De origine seraphicae religionis ejusque progressibus, de regularis observantiae institutione, forma administrationis ac legibus admirabilique ejus propagatione, Roma, 1587; J. Torquemada, Monarquía indiana de los veinte y un libros rituales y monarquía indiana, con el origen y guerras de los indios occidentales, de sus poblazones, descubrimiento, conquista, conversión y otras cosas maravillosas de la mesma tierra, Sevilla 1615 (ed. de M. León Portilla, México, Universidad Nacional Autónoma (UNAM), Instituto de Investigaciones Históricas, 1975, 3 vols.); B. Lizana, Historia de Yucatán. Devocionario de nuestra señora de Izamal y conquista espiritual, Valladolid, 1633 (ed. de F. Jiménez Villalba, Madrid, Historia 16, 1988); I. F. Espinosa, Chrónica apostólica y seráphica de todos los colegios de Propaganda Fide de esta Nueva España, México, 1746; J. Mendieta, Historia eclesiástica indiana, México, 1870; V. de P. Andrade, Ensayo Bibliográfico Mexicano del Siglo XVII, México, Imprenta del Museo Nacional, 1899; I. F. Espinosa, Crónica de la provincia franciscana de los Apóstoles San Pedro y San Pablo de Michoacán, México, 1899; J. Toribio Medina, La Imprenta en México (1539-1821), vol. II, Santiago de Chile, 1909; P. Beaumont. Crónica de Michoacán, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1932, 3 vols.; D. Muñoz, Crónica de la Provincia de San Pedro y San Pablo de Michoacán en la Nueva España, Guadalajara, Jalisco, 1951; R. López Lara, El obispado de Michoacán en el siglo XVII. Informe inédito de beneficios, pueblos y lenguas, Morelia, Michoacán, Fimax, 1973; J. C. Super, La vida en Querétaro durante la Colonia, 1531-1810, México, Fondo de Cultura Económica (FCE), 1980; M.ª C. Amerlinck de Corsi y M. Ramos Medina, Conventos de monjas. Fundaciones en el México virreinal, México, Grupo Conduméx. Ediciones del Equilibrista, 1995; F. Morales, “Ecclesiastical Writings: Historical and Hagiographical Texts”, en The Oxford Encyclopedia of Mesoamerican Cultures, vol. I, Oxford, University Press, 2001, págs. 354-359.

 

Francisco Morales Valerio

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