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Al-Mu'tamid ibn Abbad

Biografía

Al-Muctamid ibn cAbbād. Abū l-Qāsim Muḥammad b. cAbbād b. Muḥammad b. Ismācīl b. cAbbād. Beja (Portugal), 431 H./noviembre-diciembre 1039 C. – Āgmāt (Marruecos), 488 H./13 octubre 1095 C. Rey de la taifa de Sevilla (461 H./1069 C. – 484 H./1091 C.), y sobresaliente poeta.

Cuarto y último miembro de la dinastía de los cAbbādíes o Banū cAbbād, que rigieron la taifa de Sevilla desde 1023, tomando su denominación del “apellido” del Cadí Ismail Ibn cAbbād (muerto en 1024). Eran los cAbbādíes de abolengo árabe yemení, de la tribu de Lajm; su antepasado cAṭṭāf llegó a al-Andalus en 743. La atractiva personalidad del rey poeta es unánimemente encomiada por las fuentes textuales, redactadas por literatos y secretarios, sabedores del espléndido mecenazgo de este rey sevillano, que dignificó su categoría adoptando el sobrenombre pseudo-califal de al-Muctamid (calà Allāh) (“el Sustentado (en Dios)”); usó además los títulos de al-Ẓāfir bi-ḥawl Allāh (“el Victorioso por la potestad de Dios”), al-Mu’ayyad bi-(naṣr) Allāh (“el Sostenido por (la ayuda) de Dios”). Colaboró en el gobierno de su padre y antecesor, cAbbād al-Muctaḍid, y en su nombre fue valí de Silves y Santa María del Algarbe (la actual Faro), desde 444 o 445 H./1052-1053 C. Fue nombrado heredero por su padre, desde 1063, que le destacó así sobre sus muy numerosos hermanos. Le hizo venir entonces de Silves, para que residiera en Sevilla, otorgándole el título de ḥāŷib o chambelán, además de designarle heredero, en lugar de Ismācīl, otro de sus hijos al que al-Muctaḍid acababa de ejecutar por rebelión. A la muerte de al-Muctaḍid, el 27 de febrero de 1069, al-Muctamid accedió a su propio reinado, en Sevilla, la capital de su taifa.

Era ya entonces, antes de alcanzar la treintena, un hombre muy culto y apasionado por la poesía. En su gobierno de Silves había sido su mano derecha Ibn cAmmār, oriundo de una alquería próxima, hábil poeta y ambicioso personaje que acabó traicionándole; juntos conocieron allí a la esclava Rumaykiyya, con la que casó al-Muctamid, dándole el nombre de Ictimād, derivado del de Muctamid, y el título de “Gran Señora” (al-Sayyida al-kubrà), que sobresalió en aquel escenario lírico, cruzado también por la tragedia, y del que pronto se apoderó la leyenda. La intensa aureola poética de la corte sevillana se traspasó a varios de sus protagonistas, empezando por el mismo rey al-Muctamid y por Rumaykiyya, llegando incluso a la literatura española medieval, como muestra el relato titulado “De lo que contesçio al rey Abenabet de Seuilla con Ramayquia, su muger” que es el Exemplo XXX del Libro de los enxienplos del conde Lucanor et de Patronio de don Juan Manuel, pero llegando también a la literatura contemporánea, como muestra un relato novelado de Claudio Sánchez Albornoz sobre Ben Ammar, el famoso poeta y visir de al-Muctamid, y la recreación de Blas Infante, en su “exposición dramática del reinado del Príncipe Abul-Kasim Mohamed Ibn Abbad-el Billah” [sic], titulada: Motamid, último rey de Sevilla, que fue significativamente editada en Sevilla en 1983, proclamado “año del andalucismo histórico”.

Rigió el extenso territorio logrado por su padre al-Muctaḍid, a través de una política de expansiones (por las taifas de Mértola, Niebla, Huelva, Santa María del Algarbe, Silves, Algeciras, Ronda, Morón, Carmona y Arcos), en algunas de cuyas campañas, y ya desde los 13 años, había colaborado el propio al-Muctamid, fracasando sin embargo en tomar Málaga, en 1065. A su vez, al-Muctamid amplió su taifa, y por fin logró tomar la codiciada Córdoba, aprovechando la llamada de socorro que le hizo el soberano cordobés Ibn Ŷahwar, y así en 461 H./1070 las tropas de al-Muctamid le proclamaron en la antigua capital del Califato, para cuyo gobierno nombró a su hijo el hāŷib cAbbād Sirāŷ al-Dawla, secundado por los caídes Muḥammad ibn Martīn y Jalaf ibn Naŷāḥ; pero en 1075 Sevilla perdió Córdoba, pues allí alzose, a favor de al-Ma’mūn de Toledo, el caíd de un castillo cordobés, Ḥakam ibn Ukkāša, muriendo en el intento de atajarle el hijo de al-Muctamid. Muerto al-Ma’mūn, el rey sevillano recuperó Córdoba, en 1076-1077 o en 1078, y allá volvió a colocar a otro hijo, esta vez a al-Fatḥ, que morirá defendiéndola frente a los Almorávides, en marzo de 1091.

Por de pronto, recuperada Córdoba, y ante la incapacidad del rey toledano al-Qādiral-Muctamid le fue ganando territorio, entre el Guadalquivir y el Guadiana, por las actuales Ciudad Real e incluso Cuenca. Además, por iniciativa quizás de su todavía amigo y visir Ibn cAmmār, al-Muctamid acabó ocupando también Murcia, y la dominó intermitentemente, acuñando allí incluso moneda a su nombre. La taifa de Sevilla alcanza su cima en estos años '70 del siglo XI. Viene acuñando moneda desde el año 1043-1044, y no dejará de hacerlo hasta 1085-1086, pero sobre todo destaca, junto con la taifa de Zaragoza y con las Ḥammūdíes, en emitir algunas series de buen oro, frente a las más pobres monedas de otros lugares, o a las series interrumpidas o a la no emisión, incluso, de algunas taifas.

Los cAbbādíes, y sobre todo al-Muctamid, embellecen Sevilla con varias construcciones, y sobre todo con palacios, para expresar su boato y sus pujos soberanos. Estos palacios taifas sevillanos fueron rehechos por los siguientes dominadores de Sevilla, y sobre todo por los Almohades, que sobre ellos alzaron sus propios espacios palatinos, en su sevillana capital de al-Andalus. De estos alcázares de al-Muctamid queda el recuerdo de sus halagüeñas denominaciones: dentro de las murallas se alzaron “el Alcázar bendito” (al-qaṣr al-mubārak) y “las Pléyades” (al-turāya), y extramuros “el Alcázar brillante” (al-qaṣr al-zāhī), “el radiante” (al-zāhir), y “el único” (al-waḥīd), sobre todo; de ellos nos quedan también menciones literarias, como los versos elogiosos con que los ensalzó el visir Ibn Zaydūn, los versos nostálgicos del mismo al-Muctamid tras haberlos perdido, y los plañideros del vate cortesano Ibn al-Labbāna, cuando su rey abandonaba Sevilla para siempre:

Lloraba ‘el Alcázar bendito’, / mientras al-Muctamid partía en exilio. / Lloraba, pues se iban gacelas y leones. / Lloraba el ‘Alcázar de las Pléyades’, / ¡Ay, si Dios conservara sus fulgores!... / Sollozan los alcázares ‘Único’ y ‘Brillante’, / mientras el Guadalquivir y el Aljarafe / soportan aquella ignominia patente.”

“El Alcázar bendito” constituyó el núcleo sobre el que se desarrollará el actual Alcázar de Sevilla, y dentro de él son muy escasos los rastros del que fuera palacio de al-Muctamid. “El radiante”, en el Aljarafe, fue arruinado por los asaltantes almorávides, y luego el Califa almohade al-Manṣūr, alzaría allí, a finales del siglo XII, sus aposentos magníficos denominados de Aznalfarache. Junto a la representación arquitectónica, la dinastía taifa de Sevilla procuró también mantener a su alrededor y con su generoso mecenazgo una lucida corte literaria, para elogiar sus actuaciones, cantar su legitimación e iluminar sus figuras. Fue la mejor corte poética del siglo XI, y una de las mejores de todo el tiempo de al-Andalus. Pero no todo es luminoso, cuando avanza la década de los ochenta de aquel siglo: se enquistan las querellas agónicas entre taifas, y sobre todo Sevilla ha de sufrir el conflicto empecinado, ahora, contra el rey cAbd Allāh de Granada, que encabeza el partido “beréber”, y que en sus Memorias expresa claramente la hostilidad entre él y al-Muctamid de Sevilla, instigados por Alfonso VI, que en 1080 ayudó al rey sevillano en su frustrado intento de anexionarse Granada.

La presión cristiana sobre las taifas arreciaba, mientras el rey sevillano intentaba librarse de las parias; esto llevó al rey castellano Alfonso VI a algarear el Aljarafe y a tener incluso sitiada Sevilla durante tres días, quizás hasta asomarse incluso, retador, por la punta de Tarifa, en 1084 o 1085. Sobrevino luego el golpe, terrible para los andalusíes, de la conquista de Toledo por el rey castellano, en mayo de 1085. Los principales reyes de taifas, y entre ellos al-Muctamid, decidieron pedir ayuda al emir almorávide Yūsuf ibn Tāšufīn, en situación que una crónica del siglo XIV, al-Ḥulal al-mawšiyya del granadino Ibn Simāk, sin ocultar el fondo real de lo ocurrido, recrea así: “Estando a solas [al-Muctamid] con su hijo y presunto heredero Abū l-Ḥasan cUbayd Allāh al-Rašīd, le dijo: ‘Ubayd Allāh, somos extraños en este al-Andalus, entre un mar tenebroso y un enemigo malvado, no tenemos quien nos valga y ayude sino Dios, ensalzado sea, pues nuestros compañeros y vecinos, los [otros] reyes de al-Andalus, de nada nos sirven, ni ayuda ni defensa ninguna puede esperarse de ellos…. Ahí tienes a ese maldito Alfonso [VI], que ha cogido Toledo de manos de Ibn ī-l-Nūn, [cuya familia] lo tenía desde hacía setenta y siete años, trocándose en morada de infieles, y ahora torna su cabeza hacia nosotros, y, si nos asedia con sus tropas, no se partirá hasta tomar Sevilla. Por esto, nos parece conveniente enviar una embajada a este sahariano [emir almorávide] rey del Magreb, invitándole a venir a defendernos de ese perro maldito, pues nosotros solos no podemos. Nuestras parias se han desperdiciado, nuestros soldados desaparecido y nos odian tanto las clases poderosas como el vulgo’. Al-RašĪd le respondió: ‘Padre, ¿vas a introducir a introducir contra nosotros, en nuestro al-Andalus, a quien robe nuestro reino y nos disperse?’. Y [al-Muctamid] contestó: ‘Hijo mío, por Dios que no ha de oírse decir de mí, jamás, que yo convertí al-Andalus en morada de infieles ni se la dejé a los cristianos, para que no se me maldiga desde los almimbares del Islam, como ocurre con otros. Por Dios, prefiero cuidar camellos [en África] que cerdos [en Castilla]”.

Entre las varias delegaciones que acudieron al Magreb, entonces, en busca de auxilio, conocemos la formada por el cadí de Badajoz, Abū Isḥāq ibn l-Muqāna; por el cadí de Granada, Abū Ŷacfar al-Qulaycī; por el cadí de Córdoba, cUbayd Allāh ibn Adham; por el visir sevillano Ibn Zaydūn, y quizás por el secretario Ibn al-Qaṣīra. La crónica recién citada de Ibn Simāk ha pergeñado las misivas cruzadas entre al-Muctamid y otros protagonistas del momento, alrededor de todos estos acontecimientos. Este algo mayor protagonismo sevillano, en sus relaciones con los Almorávides, tenía sobre todo por motivo la extensión de esta taifa por el litoral y los puertos frente al Estrecho, desde los cuales habían incluso colaborado con la nueva dinastía magrebí en tomar Ceuta, en 1083 o 1084, aunque las fuentes discrepen en fijar la amplitud de este apoyo, mencionando algunas el envío de una sola gran nave, enviada por al-Muctamid a comerciar con Tánger, y prestada al emir almorávide, mientras que Ibn Jaldūn, en su “Historia”, refiere cómo el puerto ceutí fue hostigado por la escuadra sevillana.

El emir almorávide, Yūsuf ibn Tāšufīn, solicitó de al-Muctamid Algeciras, para cruzar e instalarse allí con su ejército, al que se unieron de forma destacada los reyes de las taifas de Granada, Almería, Sevilla y Badajoz, con tropas, y avanzaron, encontrándose frente a Alfonso VI al norte de Badajoz, en la batalla de Sagrajas o Zallāqa, el viernes 12 raŷab 479 H./23 de octubre de 1086. al-Muctamid de Sevilla recibió la primera acometida castellana, y ya flaqueaba cuando fue auxiliado por magrebíes al mando de Dāwūd ibn cĀ’iša. La contracarga almorávide, dirigida por el propio emir Yūsuf, decidió la victoria, según expresó él mismo, alborozado, en carta conservada, al soberano Zīrí (otro Ṣinhāŷa como él) de Ifrīqiya, la otra gran potencia magrebí extendida por el actual Túnez, dándole su interesantísima interpretación del evento, pero sobre todo justificando su intervención en al-Andalus, que de tal modo podía influir en la situación internacional. La carta acaba explicando cómo Yūsuf volvió a Sevilla “capital de al-Muctamid, y allí pasamos unos días, marchándonos de su lado y despidiéndonos de él, pero no con adiós definitivo”. Ganada la batalla, volvió Yūsuf ibn Tāšufīn al Magreb, pero dejó algunos soldados a al-Muctamid; éste los usó en disensiones internas, pues atacó a Ibn Rašīq de Murcia, reticente en reconocerle por soberano; pero un contingente cristiano les salió al paso, y derrotó. La incapacidad política, militar y económica de los andalusíes, entonces, se manifestó además en que algunas taifas, entre ellas Sevilla, volvieron a tratar con Alfonso VI, que ahora atacaba a al-Muctamid por la zona de Aledo.

Así que, en 1089, regresó el emir almorávide, aunque esta vez fracasó en recuperar aquel castillo de Aledo, por culpa principal de las disensiones entre los reyes de taifas. Enseguida, Yūsuf ibn Tāšufīn decidió acabar con aquella situación, apoderándose de las taifas, y empezando por la de Granada, en septiembre de 1090; un mes después los Almorávides tomaron Málaga: sus respectivos reyes, que eran Ṣinhāŷa como los Almorávides, fueron desterrados al Magreb, adonde regresó también el emir almorávide, dejando a su sobrino Sīr b. Abī Bakr al frente de sus nuevos territorios y de los siguientes proyectos de conquista. Pronto le llegó su turno a las tierras de la taifa de Sevilla. Los Almorávides comenzaron por apoderarse de Tarifa, en diciembre de 1090, y, a las órdenes del caíd Sīr ibn Abī Bakr avasallaron la cuenca del Guadalquivir, para comenzar el asedio de Sevilla desde mayo de 1091; al cabo, Sīr entró por la fuerza, tras haber mantenido tratos con algunos sevillanos; pero como dice el emir cAbd Allāh en sus Memorias (cAbd Allāh, 1980: 170): “no se respetó la inviolabilidad de los hogares, por la violencia incontenible de las tropas [almorávides] que habían soportado tanta resistencia [sevillana] alrededor de su rey. Sir estaba tan impresionado del ardor [de los sevillanos] en los combates, que exclamaba: “¡Si hubiese atacado una ciudad cristiana, no hubiese hallado tanta resistencia!”.

El 7 o el 9 de septiembre de 1091 C. /20 o 22 raŷab 484 H., ocuparon Sevilla los Almorávides, apresando a al-Muctamid y a su mermada familia, pues parte de sus hijos había caído o caería luchando, allí o en otras plazas, frente a los magrebíes. Yūsuf ibn Tāšufīn, tras consultar con los alfaquíes, como siempre, decidió desterrar al norte de África al rey de Sevilla, con sus más próximos allegados. Recluido en Āgmāt, cerca de Marrakech, murió este rey poeta, cuatro años después de perder Sevilla. El visir y polígrafo granadino Ibn al-Jaṭīb visitó el sepulcro de al-Muctamid tres siglos después, y sobre la prueba sufrida por el rey sevillano dejó escrito, según tradujo E. García Gómez, en su artículo sobre “El supuesto sepulcro de Muctamid de Sevilla en Agmāt”: “se le desterró, encadenado, desposeído de poder y privado de reino, tras ocurrirle tragedias […] establecióse en Āgmāt, ganando su sustento del trabajo de rueca de sus hijas. Calamidades de todos sabidas ocurriéronle, que oírlas lleva a despreciar otros reveses de fortuna y cualquier suceso. En Āgmāt murió su querida esposa [Rumaykiyya], por cuyo duelo, como también en epitafio de sí mismo, sobre sus votos por reunirse prontamente con ella, evocando su primer encuentro, su vida y los reveses padecidos, compuso versos que el corazón conmueven, el alma parten y consuelan de las pérdidas que en el mundo se sufren”.

En al-Andalus, al-Muctamid se rodeó de literatos, especialmente de poetas, a los que recompensaba espléndidamente, por ejemplo con 3.000 dirhemes al poeta cAbd al-Jalīl al-Mursī. A Sevilla acudían de todas partes, también de Sicilia, y allí brillaron, entre muchos otros: Ibn Zaydūn (muerto en 1070), nombrado visir, como su hijo Abū Bakr ibn Zaydūn (desde 1085 a 1091), que sustituyó en el cargo al gran poeta Ibn cAmmār de Silves, cuyas intensas relaciones con al-Muctamid terminaron en profundo odio y en la muerte violenta del poeta a manos del rey, en 1086. El cronista al-Marrākušī señaló, con cierta ironía, que al-Muctamid de Sevilla sólo a los literatos nombraba visires. Compuso al-Muctamid numerosas y admiradas poesías clásicas y moaxajas, que fueron reunidas en un Dīwān, no conservado directamente, aunque sus versos y también los de su padre al-Muctaḍid fueron incluidos en el manuscrito del Dīwān de Ibn Zaydūn, como también sus poesías fueron recogidas por numerosas antologías y varias fuentes, hoy día editadas, traducidas, estudiadas y gustadas; a partir de todo ello se han publicado sus poemas modernamente de forma conjunta. Cultivó los géneros poéticos habituales, destacando sus panegíricos y su capacidad descriptiva, pero más sentimental que sensual sus poemas amorosos son en general medianos. En los cuarenta poemas que compuso en su exilio, supo pulsar las emociones, a la vez que amplía una de sus características formales más interesantes, como es su capacidad constructiva de la casida, con versos entre sí más conectados que lo que suele darse en la poesía árabe clásica.


Obras de ~: Dīwān [de poesías], (ed. de Ḥ. cAbd al-Maŷīd y A. A. Badawī, rev. Ṭ. Ḥusayn, El Cairo, Dār al-kutub al-miṣriyya, 1951; reimpr. 1992; ed. de R. Souissi, Túnez, 1975; trad. de M. J. Hagerty, al-Muctamid: Poesía, Barcelona, 1979; trad. de M. J. Rubiera, al-Muctamid ibn cAbbād. Antología bilingüe, Madrid, Instituto Hispano-Árabe de Cultura, 1982); Poesía completa del Rey de Sevilla Al-Mutamid, por M. J. Hagerty, Málaga, Comares, 2008.


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María Jesús Viguera Molins

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