Fernández, Urraca. ?, 1033-1037 – 1101. Infanta de Castilla y de León.
Urraca Fernández, la mayor de los cinco hijos de Fernando I (Urraca, Sancho, Elvira, Alfonso y García) y de la reina Sancha, hermana de Vermudo III, rey de León, nació según la Crónica Silense antes de que sus padres accedieran al reino de León (junio de 1038), en fecha difícil de precisar, tal vez 1033 (Menéndez Pidal) o 1036-1037 (Sánchez Candeira). La misma crónica señala que Fernando I dispuso que Urraca y Elvira, al igual que sus hermanos, fuesen educadas en las “disciplinas liberales” —el trivium y el quadrivium—, con las que el propio Rey se hallaba familiarizado. Ambas infantas, cuyos nombres figuran asociados con frecuencia en crónicas y diplomas, recibieron en herencia de sus padres el infantado o infantazgo, integrado por el patronato y las rentas de los monasterios pertenecientes al patrimonio regio, con la condición, también según expresión de la Crónica Silense, de que vivieran “sin cópula marital”. Debe rechazarse, en cambio, la noticia que recoge Rodrigo Jiménez de Rada, procedente de fuentes juglarescas, de que Urraca y Elvira heredaron respectivamente el gobierno de las ciudades de Zamora y Toro.
Se sabe que la infanta Urraca se ocupó tempranamente de la educación de su hermano Alfonso, unos ocho años más joven que ella, por quien sintió, al decir de las fuentes, un intenso afecto maternal. Luego, en la etapa que media entre el advenimiento de Alfonso al Trono leonés, a finales de 1065, y su entronización definitiva siete años más tarde en los dominios reunificados de su padre —León, Galicia y Castilla—, Urraca le brindó un sostenido apoyo frente a los otros hermanos, reyes respectivamente de Castilla y de Galicia.
Así, tras la batalla o “riepto” de Golpejera (enero de 1072), en la que el hermano predilecto fue derrotado por Sancho II de Castilla, la infanta medió ante éste para que permitiera al destronado Alfonso refugiarse en la Corte de su vasallo al Ma’mūn (al-Qªdir), taifa de Toledo. En los meses inmediatos, Urraca se opuso con decisión al programa unificador del monarca castellano; Sancho II asedió la plaza de Zamora, bastión de sus oponentes, y murió allí asesinado (octubre de 1072): un episodio que aparece en las fuentes rodeado de elementos literarios y fue, tal vez, el resultado de una conspiración urdida por el conde Pedro Ansúrez, ayo de Alfonso VI. La participación de Urraca en el magnicidio, sólo mencionada en crónicas tardías, es improbable; como inexacto es que ostentara por voluntad de su padre, como suponen esas mismas fuentes, el señorío sobre la ciudad de Zamora.
La Crónica Silense afirma expresamente que Alfonso VI, tras su restauración, recabó el asesoramiento de su hermana. Confirma ese dato la presencia de Urraca, en posición muy destacada junto a su hermano, en los primeros diplomas que Alfonso VI emitió en los meses finales de 1072, particularmente solemnes y con un contenido altamente político, como parte de una campaña destinada a la captación de voluntades a favor del restaurado Monarca, cuya posición era aún endeble, especialmente en Castilla.
Se señala también el apoyo de Urraca al despojo definitivo, de difícil justificación moral, del rey de Galicia García, el menor de los hijos de Fernando I, a quien Sancho II había depuesto en la primavera de 1072 y, a finales de ese año, recluyó Alfonso VI en el castillo de Luna, donde permaneció hasta su muerte acaecida en 1090.
La cercanía de Urraca y Alfonso ha dado pie a interpretaciones aventuradas o puramente fantásticas: así, el historiador musulmán Ibn ‘Iďārī menciona la existencia de relaciones incestuosas entre ambos, noticia que, si bien mereció crédito a Menéndez Pidal y a Levi-Provençal, es considerada legendaria por la historiografía reciente. Algún narrador tardío afirma, incluso, que ambos contrajeron matrimonio. En la línea de exaltación del vínculo entre los hermanos, el cronista Lucas de Tuy dice que Alfonso VI otorgó a Urraca el título de Reina, noticia que carece de respaldo diplomático.
María Isabel Pérez de Tudela ha señalado, como trasfondo de la participación de Urraca Fernández en eventos descollantes de su tiempo, una evidente vocación política que se documenta más allá de los momentos críticos que rodearon a la restauración de 1072. La presencia activa de la infanta en el gobierno del reino se prolongó hasta su muerte, si bien se atenuó sensiblemente a partir del advenimiento de la reina Constanza en 1080. Los datos disponibles reflejan, entre otros hechos, que Doña Urraca desempeñó un papel importante, siguiendo instrucciones de Alfonso VI, en el proceso de traslado de la sede episcopal de Oca al nuevo emplazamiento de Burgos. También figura junto al Rey, en posición eminente, en varios de los diplomas reales que documentan las principales asambleas judiciales o concilia del reinado.
La colección diplomática de doña Urraca, relativamente abundante, coincide en buena medida, en cuanto a los destinatarios, con la de su hermana la infanta Elvira, dato que refleja la cercanía de ambas y unas líneas de acción comunes. Comprende donaciones a distintos obispados (Santiago, Tuy, León y Burgos) y monasterios (Eslonza y San Isidoro de León —sobre los que Urraca ejerce singular autoridad—, Dueñas, Oña y Covarrubias). El interés de Urraca por los centros religiosos que atrajeron la atención preferente de Alfonso VI —Cluny, Sahagún y el arzobispado de Toledo— es, en cambio, puramente formal o nula.
La infanta murió probablemente en 1101, según señalan escuetamente los Anales toledanos primeros.
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Andrés Gambra Gutiérrez