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Leonor López de Córdoba

Biografía

López de Córdoba, Leonor. Calatayud (Zaragoza), 1362-1363 – Córdoba, c. 1430. Privada de Catalina de Lancaster y escritora.

La trayectoria biográfica de Leonor López de Córdoba y su producción literaria, sus Memorias, se enmarcan en el cuadro de un episodio decisivo en la historia de la Castilla bajomedieval: la guerra civil entre Pedro I y Enrique de Trastámara, y sus consecuencias tanto políticas como sociales.

Leonor López de Córdoba nació a finales de 1362 o inicios de 1363. Tanto por vía materna como paterna, el linaje de Leonor pertenecía a la más alta alcurnia nobiliaria: su madre, fallecida poco después de su nacimiento, era sobrina del rey Alfonso XI de Castilla, y su padre fue Martín López de Córdoba, personaje de enorme importancia política y militar de este período y descendiente de la casa de Aguilar. Martín López ya en 1360 aparece como una figura ascendente en el favor del rey Pedro I: al parecer, Leonor tuvo como madrinas de su bautizo a las hijas de este Rey. En 1365 el padre de Leonor es nombrado maestre de Alcántara, y en noviembre de ese mismo año fue enviado por el Rey a Inglaterra con la misión de impedir el apoyo del monarca Eduardo III a Enrique de Trastámara, en su último y definitivo asalto al poder, que se inició en 1366. Tras la sorprendente victoria de las tropas petristas en la batalla de Nájera en abril de 1367, Martín López de Córdoba formó ya indiscutiblemente parte del reducido grupo de nobles con verdadero poder en la Corte de Pedro I. Muy pronto la guerra empezó a decantarse del lado del pretendiente Trastámara. Martín López de Córdoba, ya maestre de Calatrava, tuvo a su cargo la plaza de Carmona, y con ocasión de los hechos de Montiel, en marzo de 1369, se dirigió hacia allí con ochocientos caballos y gran número de ballesteros. Las noticias que le comunicaron la muerte de Pedro I hicieron que regresara a Carmona, plaza que, junto con Zamora, se convirtió en el último baluarte de la resistencia petrista. En Carmona se encontraba Leonor en compañía de sus cuñados, uno de sus hermanos y dos hijas del Monarca. Martín López de Córdoba, tras resistir un largo asedio, rindió finalmente la ciudad en 1370. Por lo que se sabe, el ya nuevo rey Enrique II tuvo que recurrir a un falso juramento para conseguir tal rendición; en su nombre, Fernando Osórez, nuevo maestre de Santiago, se comprometió a respetar la vida de los dirigentes sitiados. Martín López de Córdoba entregó Carmona y fue inmediatamente ejecutado; toda su familia, incluida la propia Leonor —que, a pesar de ser todavía una niña, había sido ya casada por razones políticas y económicas con Ruy Gutiérrez de Hinestrosa—, fue encarcelada en las Atarazanas de Sevilla.

En una fecha no determinada con exactitud, imprecisión que ha dado lugar a diferentes interpretaciones sobre la intención última de sus Memorias, Leonor López de Córdoba elaboró ante un notario público un documento que contiene el relato de los primeros años de su vida y que se detenía de forma abrupta en torno a los años 1396 o 1400-1401. Por esta interrupción (¿intencionada?, ¿fortuita?), no se encuentra referencia alguna a la etapa más notoria en la biografía de Leonor: aquella en la que se convirtió en “privada” de la reina Catalina de Lancaster, nieta de Pedro I e hija de Constanza de Castilla, con quien Leonor había compartido los difíciles días de Carmona. A la sazón, Catalina, como viuda de Enrique III, asumió, durante la minoría de edad de Juan II de Castilla, la regencia, época en la que se dijo que la Reina había entregado su voluntad a Leonor (criticada por historiadores como Pérez de Guzmán). Por lo demás, resulta obvio que la autora, como don Juan Manuel, buscaba establecer una versión de su yo a través de la literatura, explicar mediante lo ya sucedido las circunstancias de su presente, y tal vez apoyar sus aspiraciones personales futuras. Durante su relato, hizo especial hincapié en el linaje noble de su familia, se presentó como víctima de traiciones y envidias, y hizo gala de una constante y supersticiosa religiosidad (Leonor repite continuamente el número de veces que entonaba sus rezos).

En el comienzo de su “escriptura” (Ayerbe-Chaux, 1977: 16), también llamada “relación” o “memorias”, Leonor López de Córdoba reivindicaba la figura de su padre, Martín López (a través de quien se hallaba emparentada con don Juan Manuel). Refirió, asimismo, la historia de su matrimonio con Ruy Gutiérrez de Hinestrosa y su estancia en Carmona junto a su marido, heredero de numerosas riquezas y posesiones. Sería ésta una época feliz en la existencia de Leonor, finalizada de forma dramática con la victoria de Enrique de Trastámara en la guerra civil y con la ejecución de su padre y su propio confinamiento. La narración incluye escenas cuya existencia se pueden poner en entredicho, como el supuesto diálogo sostenido por Martín López de Córdoba con Bertrand du Guesclin (jefe de las tropas mercenarias francesas que tan decisivamente apoyaron a Enrique II), a quien reprochaba su traición, que contraponía a su propio sentido de la lealtad. Leonor describe las calamidades padecidas durante su estancia en prisión a lo largo de casi diez años, durante los cuales hubo de contemplar de cerca los estragos que provocaban el hambre, los hierros que les encadenaban y la peste; y llorar la muerte de sus familiares más próximos, como la de su hermano Lope, quien no recibió siquiera la gracia de un entierro honroso, y la de sus cuñados, a quienes arrebataron sus últimas propiedades (los collares de oro). Leonor se encontró entonces en una situación de absoluto desamparo. De los que fueron hechos prisioneros en Carmona, sólo ella y su marido sobrevivieron a esta década de penurias.

El testamento de Enrique II incluía una disposición que ponía en libertad a los cautivos, y Leonor y su esposo acometieron entonces la tarea de intentar recuperar lo perdido. Mientras éste se esforzó inútilmente en recobrar los bienes que le habían sido enajenados como consecuencia de la guerra, Leonor vivió junto a su tía María García Carrillo, quien fue, como toda la rama materna de la familia de Leonor, partidaria de los Trastámara durante la guerra civil, adscripción ideológica seguramente motivada por las severas medidas que el rey Pedro I había tomado contra miembros de este linaje. La autora relata cómo la magnífica relación entre tía y sobrina provocó la animadversión de sus criadas y el recelo de sus primas, y cómo Leonor se vio arrinconada con el único consuelo de la religión. Así, “con ayuda de la Virgen” (Ayerbe-Chaux, 1977: 30), Leonor fue poco a poco consiguiendo recuperar su condición social. Echando mano del modelo narrativo más a propósito para sus intenciones autoriales, el hagiográfico, cuenta cómo consiguió tener su propia casa gracias a las indicaciones que la Virgen le dio en un sueño.

En sus memorias relata también que tras un robo en la judería adoptó a un niño huérfano judío para educarlo en la religión cristiana. Para Leonor existía una relación directa entre esta buena acción y la casi inmediata recompensa divina, concretada en una etapa favorable y de relativa bonanza económica. Sin embargo, un nuevo repunte de la temida peste (en 1396 o 1400-1401) llevó de nuevo a Leonor a pedir refugio a su tía en sus posesiones de Santaella, donde se inició el enfrentamiento con sus primas. La peste terminó por afectar al niño judío, y como consecuencia de sus atenciones al enfermo fallecieron varios criados y el hijo mayor de Leonor, Juan Fernández de Hinestrosa. Tras las defunciones de su padre y de su hermano, fue ésta la tercera muerte trágica que afectó vivamente a Leonor López de Córdoba. Además, la muerte de su hermano y de su hijo compartieron circunstancias semejantes: ambos tenían la misma edad y agonizando suplicaron inútilmente que se les dejara morir en paz. Tras el fallecimiento de su hijo, no cesó el odio de sus primas, y Leonor refiere cómo se vio finalmente obligada a abandonar la casa de Santaella y se retiró a sus posesiones de Córdoba. Aquí da fin a su escritura, que acaba repentinamente con un lacónico “y asi Vineme á mis casas á Córdoba” (Ayerbe-Chaux, 1977: 25).

La existencia de diferentes opiniones acerca de la exacta cronología del texto obliga a considerar los sucesos posteriores de la vida de Leonor. Por ejemplo, no se sabe si, al margen de otras intenciones menos pragmáticas, y considerando la corta extensión de su testimonio vital escrito, la motivación última de la redacción de sus memorias fue la de lograr hacerse con un puesto en el círculo de Catalina (recordándole los favores que su padre había hecho a su madre Constanza), o bien recuperar su influencia en la Corte después de que la regente la hubiera alejado de ella. En cualquier caso, es conocido que, al menos en 1396, su situación había mejorado sustancialmente, como lo demuestra el hecho de que en tal fecha recibiera de Enrique III y Catalina de Lancaster la concesión de dos “almonas” o jabonerías en Córdoba. Su ascenso en la Corte se vio entonces facilitado por la política de reivindicación de los petristas llevada a cabo por Catalina, nieta de Pedro I, y su situación fue mejorando hasta llegar a una posición de verdadero privilegio durante la minoría de edad de Juan II. Poco después, en 1409, Leonor López de Córdoba aparece enfrentada al infante Fernando de Antequera, futuro rey de la Corona de Aragón. Éste consiguió que Leonor fuera enviada por Catalina a Córdoba, desde donde siguió conservando una gran influencia en la Corte, como lo demuestra el hecho de que en 1410 el propio Fernando tuviera que recurrir a sus buenos oficios diplomáticos para lograr de la regente fondos para la guerra en la frontera de Granada.

Sin embargo, poco a poco el influyente papel de Leonor en la Corte de Catalina de Lancaster iba a ser ocupado por Inés de Torres, a quien la propia Leonor había facilitado el acceso al círculo más próximo de la regente. Entonces Leonor trató de recuperar su posición de privilegio, y para ello concertó una entrevista con el infante Fernando en la ciudad de Cuenca. La regente impidió que el infante la recibiera y la amenazó con ser quemada viva, obligando a Leonor a regresar a Córdoba, según parece a instancias de la citada Inés de Torres: en dicha ciudad permaneció Leonor hasta su muerte, acaecida hacia 1430. No contenta, no obstante, con esto, la Reina castigó el atrevimiento de su antigua privada en los familiares de Leonor, a los que expulsó de su casa. Ninguno de estos hechos figura en sus Memorias, quizás porque la autora ordenó sus recuerdos cuando aún nada de esto había sucedido.

Por su singularidad, las Memorias suponen un destacado ejemplo del género autobiográfico y aportan una novedosa mirada centrada en lo más inmediato y próximo de su contexto, elementos que no aparecen en las crónicas oficiales. El contenido de esta relación se plantea, por voluntad de su autora, bien organizado, aunque con espontáneas interrupciones y saltos atrás en el pasado. El hilo unificador es la justificación de una serie de decisiones vitales y la explicación de una situación que a la voz narrativa le parece injusta. Por otro lado, también se ha querido ver en estas Memorias un intento de superar la perplejidad causada por una existencia plagada de tribulaciones en una época en la que el inmovilismo estamental, el origen nobiliario y el designio divino parecían garantizar el disfrute de una posición privilegiada. Otros críticos han entendido el texto como un intento de tranquilizar la atormentada conciencia de la autora, demostrándose a sí misma que ha obrado en todo con corrección, o de apoyar el proceso de beatificación del hermano mayor —a quien llama al comienzo de su obra “San Álvaro” (Ayerbe-Chaux, 1977: 16)—, presentando su vida como una suerte de hagiografía.

Formalmente, se cumple la convención autobiográfica de exigencia explícita de correspondencia entre lo relatado y la realidad, pacto que Leonor estableció jurando por la cruz “en que Yo adoro, como todo esto que aqui es escrito, es verdad que lo vi, y pasó por mi” (Ayerbe-Chaux, 1977: 16). Hay, en efecto, una preocupación constante por los hechos relatados que deja en un segundo plano la forma en que éstos se presentan: en este sentido, la crítica ha señalado la falta de pulimiento retórico de esta escritura (en la que abundan las repeticiones), debido quizás a su origen como dictado oral. En este sentido, contrasta la forma notarial de la parte introductoria (seguramente debida al escribano a quien dictaba Leonor) con el torrente de palabras y de sentimientos que seguidamente desarrolla el cuerpo del texto. Por otra parte, ni el léxico ni los elementos retóricos presentan una variedad significativa en las memorias, que, no obstante, muestran una gran solidez estructural.

El documento que contiene estas Memorias estaba destinado a ser depositado en el momento de la muerte de Leonor en el monasterio de San Pedro de Córdoba, donde ella misma habría de ser sepultada. Pero el original está perdido y hoy en día se conserva sólo la copia manuscrita existente en la Biblioteca Colombina, de comienzos del siglo xviii, integrada en un volumen facticio con otros documentos; se sabe, no obstante, de la existencia de otra copia de 1733, hoy perdida, que fue editada por el marqués de Fuensanta del Valle en 1883. Las Memorias, que hasta 1971, fecha en que se reivindicó su importancia, habían quedado, tal vez por su carácter supuestamente inconcluso, en un segundo plano para la historiografía literaria (interesaban sobre todo sus datos históricos), son ahora consideradas como el primer discurso narrativo surgido de una conciencia femenina, y la primera muestra de autobiografía castellana, con lo que se adelanta el nacimiento de este género, comúnmente atribuido al Renacimiento, al siglo xv.

 

Obras de ~: Memorias de Leonor López de Córdoba, c. 1400, ms. 63-9-73 de la Biblioteca Colombina (fols. 195r.-203r.); ed. de J. M. Montoto, “Reflexiones sobre un documento antiguo”, en El Ateneo de Sevilla, 16 (1875), págs. 209-214; ed. de A. de Castro, “Memorias de una dama del siglo xiv y xv (de 1362 a 1412)”, en La España Moderna, 163 y 164 (1902), págs. 116- 146; ed. de R. Ayerbe-Chaux, “Las Memorias de doña Leonor López de Córdoba”, en Journal of Hispanic Philology, 2 (1977), págs. 11-33; ed. de L. Vozzo Mendia, Leonor López de Córdoba, Parma, Pratiche, 1992; [ms. perdido de 1733], ed. de M. de Fuensanta del Valle, Colección de documentos inéditos para la historia de España, 81, Madrid, Imprenta de Miguel Ginesta, 1883, págs. 33-44; ed. de T. Ramírez de Arellano, en Colección de documentos inéditos o raros para la historia de Córdoba, I, Córdoba, 1885, págs. 150-164.

 

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Rebeca Sanmartín Bastida

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