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Fernando Soto Abastas

Biografía

Soto Abastas, Fernando. Francisco Javier de Villalpando. Villalpando (Zamora), 9.II.1740 – Calzada de Calatrava (Ciudad Real), 27.VIII.1797. Filósofo, predicador capuchino (OFMCap.).

Nace en Villalpando el 9 de febrero de 1740, fue bautizado en Gordoncillo ocho días más tarde con el nombre de Fernando. Es el tercer y último vástago, fruto del matrimonio de dos familias acomodadas, su padre Alejandro Martínez Arce de Soto y Quiñones, era hijo de una familia de abolengo y su madre Isabel de Abastas, procedía también de una noble familia que disfrutaba de un mayorazgo. Sus padres se habían casado cinco años antes en su villa natal donde permanecieron esos primeros años hasta que se trasladan al vecino pueblo leonés de Gordoncillo, donde Fernando recibe sus primeras letras. Él mismo recordará años más tarde que fue allí donde aprendió a leer, escribir, contar y un poco de doctrina cristiana, con rudimentos de gramática.

Hacia los doce años tiene su primer contacto con el mundo de la filosofía, al cursar los dos años de Artes. Dos años más tarde hace el examen de latinidad en la Universidad de Valladolid, donde ha quedado consignado el testimonio del catedrático testigo que le hace la entrevista el 21 de abril de 1754. La descripción es en estos términos: “examiné y aprobé para oír facultad en esta universidad a D. Fernando Soto y Abarcas, natural de Villalpando, diócesis de León, de edad de catorce años, pelo rojo, ojos algo garzos, y con una cicatriz en la frente”. Al día siguiente se incorpora a las aulas de cánones. Así, en diciembre de 1755 obtiene el grado de bachiller en cánones por la universidad vallisoletana, de donde regresa de nuevo a Gordoncillo, pues su padre se encuentra gravemente enfermo; aunque también debieron de existir otros motivos personales, en relación con su experiencia universitaria en Valladolid, que no debió de ser muy positiva.

Curiosamente el joven bachiller abandona el horizonte familiar y, cuando contaba dieciocho años pidió ingresar en los capuchinos; lo hizo en el noviciado que éstos tenían en Salamanca, el 9 de abril de 1758, y cambió su nombre de bautismo por el de Francisco Javier de Villalpando. Un año más tarde emite su profesión religiosa y automáticamente es enviado al Convento de San Antonio del Prado de Madrid para realizar sus estudios eclesiásticos, de esta manera comienza nuevamente sus estudios de Filosofía, guiado esta vez por dos sabios capuchinos ilustrados que determinarán la línea del joven capuchino. En octubre de 1762 es destinado al Convento de El Pardo, donde concluye su formación teológica.

Un año más tarde, en diciembre de 1763, recibe en aquel convento la ordenación sacerdotal y dedica todavía tres años a concluir su formación teológica, que culmina en julio de 1766 con el examen de aptitud para confesor. Un año más tarde, en mayo de 1767 oposita al puesto de maestro de estudiantes que obtiene con la máxima calificación. En la primavera de 1775 concluyó los siete años de formación prescritos para la formación de un clérigo capuchino.

Villalpando pasa al puesto de lector, en el que permanecerá sólo tres años, por dedicarse a otros ministerios.

En esta tarea docente se entretiene durante diez años, al mismo tiempo que aprovecha para completar su formación en aquellas disciplinas hacia las que sentía una especial inclinación pero que se habían quedado un tanto aparcadas, en razón de su opción de vida, por ejemplo las Matemáticas, las Ciencias Naturales, la Física y la Química. De su magisterio se aprovecharán hombres de la talla de Miguel de Santander, predicador ilustre y futuro obispo de Zaragoza, así como Francisco de Solchaga, al que le corresponderá la ardua tarea de ser general de los capuchinos en momentos muy difíciles. A él le toca vivir los incesantes cambios de métodos y libros que viven los estudiantes en aquellos años.

En estos años de su ejercicio docente, el padre Villalpando se encuentra frecuentemente en confrontación con sus hermanos de hábito por las diversas líneas de pensamiento que iban surgiendo, frente a aquellas que permanecían anquilosadas en una escolástica decadente. Entre estos conflictos tuvo especial importancia el vivido en El Pardo, acerca de la “perfecta vida común”, que llevará a tomar conciencia de la necesidad de renovación que vivían los religiosos.

El modo más apto y apropiado a este fin era el de la formación, por lo que esta crisis será la que haga que el padre Villalpando se dedique a escribir un curso de Filosofía, desde los nuevos planteamientos y que tuviera presente las nuevas visiones. Para facilitarle la labor, el general de los capuchinos Erardo de Radkersburg, que en aquellos momentos se encontraba de visita en España, le concede un estatuto especial que facilitara su trabajo. De esta manera el fraile gozaba del título de lector, como si hubiera explicado el cuatrienio necesario para gozar de dicho título, al mismo tiempo que se le permitía elegir el convento de su agrado para residencia y disponer de un amanuense que le ayudara en su tarea, ambos liberados de gran parte de las tareas de la vida conventual, amén de otras concesiones.

Con este marco el padre Villalpando fija su residencia en el Convento de San Antonio del Prado, posiblemente en razón de la biblioteca bien dotada de la que gozaba el convento, y allí permanecerá ya hasta el final de sus días; así se entrega con todas sus fuerzas a la tarea de escribir un curso entero de Filosofía y de Teología, reformando los abusos existentes en el método de autores y dando el cariz propio de la nueva realidad y las nuevas ciencias, de tal manera que diera cabida a la ciencia positiva, donde la física ocupaba un papel preponderante. Desde este momento su vida comienza a dejar de ser algo propio de la vida conventual para pasar a ser un personaje significativo en el marco docto de la nación.

En 1777 se imprimía el primer tomo de su Philosophia, ad usum Scholae y los dos siguientes aparecerían un año más tarde. En el prólogo a su primer volumen, el autor hacía notar su rechazo hacia la manera tradicional de explicar la Filosofía en las escuelas españolas, y afirmaba que el aristotelismo no era un método apropiado para hermanar la Filosofía con la ciencia nueva, no disimulaba tampoco su aversión hacia la escolástica. De esta manera, su obra no era ya simplemente un manual en manos de los estudiantes, sino que se convertía en una reflexión que podía y debía ser contestada por sus opositores y aquellos que pensaran de manera diversa. Con todo, el 30 de diciembre de 1778, su texto era declarado como oficial para el estudio de la Filosofía en la provincia capuchina de Castilla. Por su parte el Gobierno, que venía haciendo llamadas de atención en su intento de que se elaboraran buenos cursos de Filosofía y Teología, capaces de educar e ilustrar a la nación; ante la ausencia de respuesta a su llamada, el 3 de noviembre de 1779, el consejo declaraba el texto del padre Villalpando, como oficial para las seis provincias capuchinas españolas y para todos los estudios generales del reino, donde no se enseñara a través de las instituciones de Jacquier y la física por Musschenbroek.

Esta medida oficial provocó nuevamente dos bandos fuertemente enfrentados, en uno se encontraban con Villalpando aquellos que acogían con gozo la filosofía moderna, frente a los que se encontraban los capuchinos de Castilla, a quienes abanderaba su provincial y diversas universidades castellanas, entre las que sobresale la de Salamanca. Curiosamente el decreto real era cumplido en todas las provincias capuchinas españolas, menos en la de Castilla. El provincial, valiéndose de los medios a su alcance, en diciembre de 1779 constituye una comisión de lectores, todos del grupo contrario a Villalpando, para que examinaran nuevamente si la obra era apropiada para la formación de los jóvenes capuchinos. Pero la cuestión no se quedó ahí, a lo largo de 1780 la obra fue delatada a la Inquisición, quien años más tarde mandará hacer algunas correcciones. Por su parte la obra se ve favorecida por el ambiente, lo que lleva a una rápida difusión de la misma y a la tentativa de una segunda edición corregida.

Cuando Villalpando parece que abandona la escena pública, por estar debatido entre partidarios y detractores, en junio de 1782, el vicario provincial de los capuchinos de Castilla recibe una carta del ministro de Estado, en nombre del rey Carlos III, en la que se le pide su colaboración para ciertos encargos literarios por parte del soberano, que se dirigían hacia la creación de la Academia de Ciencias Naturales. No se conoce muy bien cuáles eran los méritos que le hacían digno de aquella distinción, aunque no se puede olvidar que el padre Villalpando había publicado ya un tratado de Matemáticas y era —dicho por él mismo— un enamorado de las Ciencias naturales. El mandato real suponía la liberación automática de otros ministerios para poder dedicarse totalmente al mandato real.

Esta dedicación, unida a los cargos, tensiones y preocupaciones vividos en los últimos años dieron como realidad práctica, que no acometiera la tarea de escribir el curso de Teología, al que también se había comprometido, aunque el reconocimiento público comenzaba a ser patente, en su propia familia religiosa seguía existiendo una férrea negativa a servirse de su texto filosófico.

En 1783 el Ministerio de Estado le comisiona una tarea secreta y de gran importancia, la revisión y examen de la Encyclopédie Méthodique, de Panckoucke.

En el fondo estaba la visión de diversos autores e intelectuales sobre España. Desde mediados de 1784 su servicio a la Corona se agradece por una pensión anual de 500 ducados que la Tesorería Real daba al Convento de San Antonio del Prado, para que el padre Villalpando y su ayudante no fueran tan gravosos al convento, y pudiera proveerse de lo necesario para las tareas que se le encomendasen. Unos meses más tarde, en octubre de 1784, es elegido consejero de la provincia, lo que da muestra de una evolución de las facciones en la vida de su orden religiosa, y del reconocimiento que nuevamente gozaba. Curiosamente, el trienio que estuvo desempeñando este cargo fue un período fecundo en iniciativas novedosas, entre ellas resalta la reforma de la elocuencia sagrada tanto en su estudio teórico como en su realidad práctica. Al mismo tiempo ideó la creación de un colegio de misioneros, para el que redactó incluso sus ordenaciones y publicó, como modelo, siete volúmenes de temas predicados que tituló Ensayo de oraciones sagradas; era la experiencia personal en infinidad de púlpitos entre los que se contaban diversos sitios reales y consejos.

En 1789 surgen algunas dificultades que debieron afectarle significativamente, entre ellas sobresale la reanudación del proceso inquisitorial contra su obra filosófica, que será reabierto un año más tarde. Se unía el expediente antiguo a uno nuevo que se pretendía elaborar ahora; y aunque el capuchino intentó eludirlo, incluso con recursos al Rey y a su Consejo, no sirvieron de mucho. Con la muerte del padre Ajofrín en 1789, es nombrado cronista de la provincia, tarea que desempeña hasta un año antes de su muerte, y muestra también su integración en la vida regular.

Pero su vida tendrá todavía que enfrentarse a un asunto realmente desagradable y mal intencionado, que ya había estado rozando su vida desde veinte años antes: los privilegios tanto religiosos como reales de los que gozaba. Por otra parte, la primera década del reinado de Carlos IV hubo una profunda lucha contra todo tipo de privilegios reales. En el caso del padre Villalpando el tema se hace más evidente con la muerte del que había sido su amanuense, por lo que solicita le sea asignado un nuevo ayudante. Ante la negativa del provincial, recurre a la Secretaría de Estado, quien concede nuevamente el privilegio. El asunto se convierte en una pugna entre superior y súbdito, que concluye el 26 de julio de 1795 de manera concisa y tajante, buscando una solución definitiva, de tal suerte que se pudiera dar por zanjado el tema. Así, se solicitaba averiguar cómo estaba la elaboración de las obras encomendadas a él, al mismo tiempo que se le permitía un compañero temporal a su elección. El ministro, ante esta situación toma conciencia de la tarea de elaborar los estatutos para la futura academia, para lo que ya estaban recopilados todos los estatutos de las academias de este tipo existentes en Europa. Así, después de innumerables dificultades y retrasos, Villalpando puede acometer la redacción de los estatutos de la Academia de las Ciencias, lo que supondría un respiro frente a todas las tensiones a las que se veía expuesto. De esta manera, la intención de su provincial, lejos de lograr la derogación de los privilegios de que gozaba, supuso una puerta abierta por la que encauzar todas sus fuerzas y dar sentido a sus aspiraciones, al mismo tiempo que venía a reconocer todos los privilegios que le habían sido concedidos. Así, el 6 de agosto, desde la Granja de San Ildefonso, se notifica al provincial que era del “Real agrado” que el padre Villalpando siguiese en posesión de las exenciones.

Al mismo tiempo se escribía a Villalpando, rogándole que tuviera una observancia regular ejemplar, de tal manera que no se volvieran a producir los recursos que se habían hecho contra él en diversos momentos de su vida; se le instaba además a compartir su pensión con el convento y se le hacía entrever la posibilidad de nuevos encargos, concretamente a la redacción de los estatutos de la naciente academia. Después de las pertinentes pesquisas por parte del ministro, el 29 de octubre se mandaban a Villalpando para que fuera trabajando en su elaboración.

La última batalla vendrá con la asistencia al capítulo provincial. La legislación capuchina prohibía tener voto en capítulo a aquellos que estuvieran exentos de algunos actos de comunidad. Villalpando sólo ve una posibilidad para obtener este derecho que le era negado; el recurso a una bula papal, algo que ya había logrado en el año 1787, pero que ahora se propone confirmar. Debió de valerse para tal fin de las autoridades civiles, entre las que era tenido en gran estima.

La consulta fue remitida a la curia de los capuchinos de Madrid el 18 de noviembre de 1795, pero el vicario provincial no contestó a la misma hasta el 13 de enero. Cuando el informe llegó al consejo exigiendo el bloqueo de tal privilegio, ya era demasiado tarde; al mismo tiempo, dicho informe tenía ciertos errores de forma, puesto que iba dirigido al provincial y definitorio (consejo) de los capuchinos de las dos Castillas y, de los mismos, dos se negaron a firmarlo por no encontrar motivos suficientes.

La intención de Villalpando, de cara al capítulo provincial de 1796, era recuperar un espacio apto para la renovación de la provincia y vida regular, que sus contrarios intentaban bloquear de todas las maneras posibles. El enfrentamiento más fuerte venía motivado por su interpretación de la pobreza, puesto que él no veía ningún inconveniente en que misioneros y predicadores obtuviesen por medios justos, todos los libros que fuesen necesarios y convenientes para desempeñar satisfactoriamente su ministerio, la única limitación que veía en las obras que se podían adquirir era que no se tratara de obras prohibidas o indecentes. Curiosamente y de manera contraria a lo que sus detractores deseaban, en el capítulo provincial celebrado en San Antonio del Prado el 1 de julio de 1796, Villalpando era confirmado en el oficio de cronista de la provincia, que, por otra parte implicaba un gran número de privilegios y exenciones en la vida regular.

Pero en estos momentos, la vida del ilustrado religioso se encontraba ya minada por sus muchos achaques.

En el verano de 1797 visitó por última vez las aguas de Sierra Morena, a las que se había desplazado en diversas ocasiones. De regreso a Madrid, fallece el 27 de agosto en el convento capuchino de Calzada de Calatrava, en el que se tuvo que detener debido a su delicado estado de salud.

 

Obras de ~: Philosophia ad usum Scholae FF. Minorum S. Francisci Capuccin., provinciae utriusque castellae accomodata, in tres tomos distribute, vol. I, Mattriti, 1777; Philosophia, ad usum Scholae FF. Minorum S. Francisci Capuccinorum, vols. II y III, Matriti, 1778; Tractatus praeliminaris Mathematicarum disciplinarum elementa, in usum Physicae candidatorum, Matriti, 1778; Ensayo de oraciones sagradas sobre los varios géneros que comprende la elocuencia del púlpito, vols. I y VII, Madrid, 1787; Vida del beato Bernardo de Ofida, religioso lego del Orden de Capuchinos de la provincia de la Marca, trad. de ~, Madrid, 1795; Theses depromp. ex philosophia R. P. Francisci a Villalpando, Ordinis Capuccin., quas, inter solemnis, divino Marianae Immaculationis mysterio, academica lege, consecrata, Deo, ejusque Immaculata Matre auxiliantibus, propugnandas suscipiet Isidorus Maciá et de Lleopárt [...] in Maximo Academiae Theatro pridie nonas maii ann. 1788, Cervariae lacetanorum, s. f.

 

Bibl.: M. Menéndez Pelayo, La ciencia española, vol. III, Madrid, 1880, pág. 200; B. de Carrocera, “Un capítulo de la historia de la filosofía en España: la obra filosófica del P. Francisco de Villalpando, texto oficial en la Universidades españolas”, en Estudios Franciscanos, 49 (1948), págs. 56-78 y 379-389; G. Zamora Sánchez, “F. de Villalpando (1740- 1797), OFMCap., protagonista en la introducción oficial de la filosofía moderna en la universidad española”, en Naturaleza y Gracia 22 (1975), págs. 3-41 y 191-224; L. de Aspurz, “Villalpando, Francisco de”, en Q. Aldea Vaquero, J. Vives Gatell y T. Marín Martínez (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1975, págs. 2760 y 2761; G. Zamora Sánchez, “La filosofía moderna y los capuchinos españoles en 1780. Un bicentenario olvidado”, en Collectanea Franciscana, 51 (1981), págs. 369-398; Francisco de Villalpando (1740-1797), O.F.M.Cap., introductor oficial de la filosofía moderna en España, en Salamanca, Universidad, 1982; Universidad y filosofía moderna en la España ilustrada. Labor reformista de Francisco de Villalpando (1740-1797), Salamanca, Roma, Universidad de Salamanca, Istituto Storico dei Cappuccini, 1989.

 

Miguel Anxo Pena González, OFMCap.