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Miguel Fermín González de Bassecourt

Biografía

González de Bassecourt, Miguel Fermín. Miguel de Pamplona. Pamplona (Navarra), 23.IV.1719 – Madrid, 1.III.1792. Fraile capuchino (OFMCap.), obispo de Arequipa (Perú).

Fue su padre Juan González Valor, teniente general de los Ejércitos y gobernador de Pamplona y su ciudadela cuando nació Miguel Fermín, y su madre, María Francisca Catalina, de origen flamenco, descendiente del marqués de Grigny. Su padre era caballero de la Orden de Santiago y Alcántara. Su madre había sido camarera de la reina Isabel de Farnesio, y más adelante sería aya de su hija la infanta Isabel María de Borbón. Miguel, que tuvo tres hermanos y cuatro hermanas, fue bautizado el 24 de abril en la parroquia de San Saturnino, y más adelante ingresó en el colegio de la Compañía, enrolándose posteriormente en la carrera militar. El 15 de noviembre de 1733 fue armado caballero de la Orden de Calatrava, presentado por su madre, pues su padre había fallecido, y estando ya sirviendo al rey Felipe V en el Ejército del reino de Nápoles, con el grado de alférez, participando en la batalla de Bitonto (1734) y en la reconquista de Nápoles y Sicilia. En la batalla de Velletri (1744), en la que estuvo a punto de perecer el rey Carlos de Nápoles, Miguel fue herido, pero fue ascendido a coronel y agregado al regimiento de Murcia, pasando al servicio del conde de Gages, con el que participó en las campañas de Parma, Tortona y Placencia en 1745.

Pero Miguel debió de experimentar un cambio muy profundo en su interior que le llevó a dejar su prometedora carrera militar, trocándola por la milicia espiritual, pidiendo entrar en la Orden capuchina. El 19 de noviembre de 1751 aparece vistiendo el hábito en el convento de Guastalla, jurisdicción del duque de Parma. Emitidos los votos solemnes al año siguiente, comenzó los estudios teológicos en el mismo convento, bajo la dirección del padre Angélico de Sassuolo, recibiendo la ordenación sacerdotal probablemente en 1753. Luego, llevado de la fuerte impulsividad y arrojo que lo caracterizaban, se dedicó a una intensa vida de piedad, admirando a todos por su austeridad y pobreza, y deseando ardientemente trasladarse a tierras de infieles para ganar almas para Dios. Con este fin hizo un viaje a Roma, a finales de 1760, con el padre Lorenzo de Zibello, buscando el consejo del padre Pablo de Colindres, a la sazón definidor general. Parece que el padre Colindres les disuadió, ganándolos para la causa, secreta, del establecimiento de conventos de retiro, donde se viviera la Regla y Constituciones de la Orden en todo su rigor. De vuelta a la provincia consiguió el apoyo de doce religiosos, que pidieron autorización al provincial para retirarse a un convento, mientras éste se encontraba en el Capítulo General (1761), en el que fue elegido moderador supremo el padre Colindres. Mientras, el padre Miguel, valiéndose de sus influencias en la Corte, obtuvo del infante Felipe de Borbón un convento de sus estados para el fin que perseguía. Descubierto el plan, y a pesar del apoyo del general, el ministro provincial, utilizando sus influencias, consiguió la revocación de la concesión hecha por el infante y que el plan no se realizara. Después de haber comunicado todo lo sucedido al padre Colindres, el padre Miguel se presentó el 2 de enero de 1762 ante el provincial y definitorio para retirar su plan, que tantas inquietudes y discordias había producido en la provincia, y para pedir perdón por lo sucedido, aunque afirmaba haber obrado siempre con recta intención.

Se desconocen las razones de la decisión, pero el 1 de septiembre de 1773 el ministro general, padre Erhardo de Radkersburg, firmaba el decreto de incardinación del padre Miguel en la provincia de Valencia. Lo que sí es seguro que quería vivir la perfecta observancia regular, que estimaba posible en el colegio de misioneros de Monóvar, que muy probablemente había conocido durante un viaje realizado años antes para visitar a su madre, aya de María Luisa de Parma, desposada con el príncipe Carlos.

La oportunidad de realizar sus ansias misioneras llegó cuando, en 1774, el Consejo de Indias pidió al provincial de Valencia que aprontara un grupo de veinte misioneros para las misiones de Santa Marta y Riohacha (Nueva Granada-Colombia). Aunque se ofrecieron treinta y un religiosos, entre ellos el padre Miguel, sólo fueron seleccionados los veinte requeridos. El padre Miguel fue designado presidente de la expedición, siendo nombrado por el Consejo visitador de aquellas misiones. El 12 de marzo de 1775 se hicieron a la vela en el puerto de los Pasajes de San Sebastián, arribando a Riohacha el 20 de abril. Allí desplegó su actividad, consiguiendo para los misioneros los subsidios pertinentes y la fundación del hospicio de San Felipe Neri (1777), en Santafé de Bogotá, proyecto largamente acariciado por los misioneros, como refugio para los enfermos y lugar de descanso. A cambio, tenían que predicar las misiones circulares que hasta entonces habían recaído en los jesuitas. Por la oposición de los misioneros y de los superiores de la provincia, no pudo conseguir la fundación de un colegio de misioneros en Cartagena de Indias. Además, el padre Miguel visitó las poblaciones de los indios chimilas y algunas de los goajiros, ya que éstos se sublevaron. Pero la altivez de su genio impetuoso y sus modos militares hicieron que no se entendiera con el prefecto de la misión, padre Antonio de Alcoy, ni tampoco con varios misioneros, que enviaron informes a la metrópoli en contra de su labor.

En 1777 volvió a España para informar al rey Carlos III, viejo amigo, que aprobó sus informes aceptando la petición de enviar doce misioneros para el hospicio de Bogotá. Así, en 1778, regresó a la misión de Santa Marta como presidente de la expedición y procurador general de la misión y del hospicio, que dependía directamente del provincial, y con el cargo personal del Rey de visitador meramente informativo de todas las misiones capuchinas dependientes de España. Para éstas siguió pidiendo una nueva organización que las sacara de la postración en la que yacían, así como el envío de más misioneros. En 1780 regresó a España, informando al Consejo en el sentido ya señalado.

El 26 de julio de 1781, vacante el obispado de Arequipa (Perú), Carlos III lo propuso para dicha sede, poco deseada por la rebelión reciente de Tupac Amaru. En 1782 se embarcó en Lisboa, siendo consagrado obispo en Río de Janeiro el 30 de junio, llegando a Arequipa el 22 de febrero de 1783. Como obispo se distinguió por su celo en la reforma de costumbres, la meticulosidad en la realización de la visita pastoral a la diócesis y el cuidado de los monasterios de monjas. Quizá su obra más emblemática fue la fundación, en el antiguo colegio de jesuitas, de un hospicio para pobres, de ambos sexos, que dotó, en gran parte, con las rentas de la mesa episcopal, viviendo él pobremente y con gran austeridad. Probablemente algunos problemas jurisdiccionales, surgidos con la Audiencia de Lima, aceleraron la petición (10 de diciembre de 1784) del padre Miguel al Rey para que le exonerase del obispado. Con fecha 26 de mayo de 1786 se le comunicaba la Aceptación Real, embarcándose para España el 6 de diciembre de ese año.

En España se estableció en el convento de La Paciencia de Madrid, el 18 de julio de 1787, así como en el convento del Real Sitio de El Pardo. Aunque deseoso de vivir la vida capuchina siguió elevando representaciones al Rey, proponiéndose como procurador general de las misiones capuchinas de América y manifestando sus ideas sobre una nueva organización de aquéllas, así como sobre la necesidad de un cuarto voto, de ir a misiones temporalmente, que deberían hacer los religiosos al profesar, lo que aseguraría el necesario envío de misioneros. El Consejo de Indias le respondió reiteradamente, de muy buenas formas, que aquellas cuestiones podían alterar la estructura de la Orden y que eran competencia exclusiva de los ministros provinciales. El 1 de marzo de 1792, aquejado de una parálisis progresiva, moría devotamente, seguramente en el convento de El Pardo, donde había sido su voluntad que se le enterrase, ya que allí reposaban los restos de su madre.

 

Bibl.: I. de Ciáurriz, Capuchinos ilustres de la antigua provincia de Navarra y Cantabria, vol. II, Pamplona, Imprenta Viuda de Ricardo García, 1926, págs. 111-116; F. da Mareto, Missionari Cappuccini della provincia Parmense, Modena, 1942 (2.ª ed.), págs. 48-49; E. de Valencia, Necrologio histórico seráfico de los frailes menores capuchinos de la Provincia de la Preciosísima Sangre de Cristo, de Valencia 1596-1947, Valencia, 1947 (2.ª ed.), pág. 87; “Gonzalez Michael a Pamplona”, en Lexicon Capuccinum. Promptuarium Historico-Bibliographicum OFMCap (1525-1950), Roma, Bibliotheca Collegii Internationalis S. Laurentii Brundusini, 1951, col. 690; M. de Pobladura, “El establecimiento de los conventos de retiro en la Orden capuchina (1760-1790), en Collectanea Franciscana (ColFranc), 22 (1952), págs. 53-73 y 150-179; R. Ritzler y P. S efrin, Hierarchia Católica Medii et Recentioris Aevi [...], vol. VI: 1730-1799, Patavii, Typis et sumptibus domus editorialis Il Messaggero di S. Antonio, 1958, pág. 99; E. Zudaire, “Fray Miguel de Pamplona, obispo de Arequipa (1719-1792)”, en ColFranc, 40 (1970), págs. 289-364; T. de Arbeiza, Miguel de Pamplona, coronel y obispo, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1972 (Temas de Cultura Popular, 147); L. de Aspurz, “Pamplona, Miguel de”, en Q. Aldea Vaquero, T. Marín Martínez y J. Vives Gatell (dirs.), Diccionario de Historia Eclesiástica de España, vol. III, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Instituto Enrique Flórez, 1973, págs. 1877-1888; T. de Azcona, “Pamplona, Miguel de”, en Gran Enciclopedia Navarra, t. X, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1990, pág. 16.

 

José Ángel Ech everría, OFMCap.

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