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Rafael Facundo Texedor Díaz

Biografía

Texedor Díaz, Rafael Facundo, Rafael Tegeo o Rafael Tejeo. Caravaca de la Cruz (Murcia), 27.XI.1798 – Madrid, 3.X.1856. Pintor.

Llamado “Tegeo” o a veces también “Tejeo”, fue un artista complejo que refleja con gran claridad el eclecticismo académico de los pintores de toda una generación, a caballo entre el Neoclasicismo y el Romanticismo.

Su lenguaje depurado y preciso, con un característico dibujo, fluido, nítido y rotundo, transitó del estilo declamatorio de sus primeras obras de composición —en las que es muy perceptible la huella de la tradición clásica—, a la delicada sencillez de sus retratos burgueses, en los que alcanzó la madurez de su arte, siempre caracterizado por una exquisita sensibilidad plástica.

Se formó primero en Murcia, en la Sociedad Económica de Amigos del País, bajo la protección del marqués de San Mamés, donde estudió con el escultor de origen genovés Santiago Baglietto. Desde 1818 continuó sus estudios en la Academia de San Fernando de Madrid, donde se convirtió en el discípulo más aventajado del pintor alicantino José Aparicio (1773- 1838), aunque también estableció un determinante contacto con el paisajista italiano Fernando Brambilla (1763-1834), con quien colaboró en el proyecto de las vistas de los Reales Sitios que le había encargado Fernando VII, trabajando como su ayudante entre 1821 y 1822 en La Granja de San Ildefonso.

Siguiendo las indicaciones de sus maestros marchó a Roma a completar su formación artística a finales de 1822 o principios de 1823, permaneciendo en la ciudad durante más de cinco años. Tegeo se aproximó, en esos momentos, al maestro italiano Vincenzo Camuccini (1773-1844), uno de los artistas que capitaneaba la corriente neoclásica más conservadora de Roma, y que ejerció un extraordinario peso en la Academia de San Luca. Debió de viajar también a Florencia, donde fue discípulo de Pietro Bienvenuti (1769- 1844), artista conectado con el estilo de Camuccini.

Durante su estancia romana realizó con éxito un buen número de obras religiosas, entre las que destacan su Curación de Tobías (Caravaca de la Cruz, Cofradía de la Santa Cruz), de eco davidiano. Además, su famosa Magdalena penitente (Museo del Prado, destruida) fue exhibida durante décadas en la galería central del Museo del Prado como uno de los paradigmas de la escuela española contemporánea.

La caudalosa producción que realizó en Italia, de gran calidad, le confirió un sólido presigio artístico tanto allí como en España. A su vuelta a Madrid, en 1827, sus obras italianas le revelaron como uno de los pintores más prometedores de su generación. De hecho, su larga estancia en Italia le franqueó excepcionalmente el acceso a la Academia en 1828 como miembro de mérito. Pero antes se vió sometido a un proceso en el que debía demostrar su fidelidad a Fernando VII, para lo que tuvo que presentar testimonios favorables de que, mientras permaneció en el Real Sitio de San Ildefonso —y dado que muchos le recordaban allí como miembro de la Milicia Nacional—, había permanecido fiel al Monarca. En la Academia llegó a ejercer puestos de alta responsabilidad, como el de teniente director en 1839 y el de director honorario a partir de 1842.

Con motivo de su ingreso en la Corporación realizó una de sus primeras grandes obras, claramente influida por la escultura manierista florentina que había estudiado en su viaje, Hércules y Anteo (Madrid, Academia), de la que el Prado guarda un pequeño boceto y de la que se conoce también un importante y bello dibujo preparatorio. Sin duda fue una pintura trascendental para su carrera, puesto que se divulgó ampliamente a través del grabado.

Al ingresar en la Academia, recibió el encargo de la Secretaría de Marina de realizar varias copias de retratos de marinos ilustres, actualmente conservados en el Museo Naval. También coincidiendo con su vuelta y establecimiento en la Corte, Tegeo debió de casar con María de la Cruz Benítez. Aunque no se conoce la fecha de su matrimonio, antes de su viaje a Roma ya había retratado a gran parte de su familia y a ella misma.

El grueso de sus obras de composición, especialmente las pinturas religiosas —algunas de ellas de verdadero empeño—, mantiene sus raíces en el clasicismo del Barroco romano. Así sucede con La última comunión de san Jerónimo (Museo del Prado, depositada en Madrid, Iglesia de San Jerónimo el Real), que depende claramente de un conocido modelo de Domenichino. Fue encargada en 1829 para ocupar el altar principal del templo del mismo nombre en la capital, aunque finalmente nunca llegó a colgarse en el lugar para el que fue pintada.

La mayoría de las pinturas con las que se presentó a las exposiciones de la Academia fueron obras inspiradas argumentalmente en la Antigüedad clásica y están resueltas de acuerdo a los canónes neoclásicos en los que Tegeo se había formado desde el comienzo de su carrera, ya pasados de moda, por lo que llegó a recibir algunas críticas muy duras. Así, las pinturas más destacadas fueron las presentadas en el Liceo Artístico y Literario de Madrid, pintadas todas ellas para el infante Sebastián Gabriel (1811-1875), y que representaban asuntos como Antíloco lleva a Aquiles la noticia del reñido combate que por obtener el cuerpo de Patroclo han trabado los griegos contra los troyanos (colección particular), Diomedes, conducido por Minerva, hiere a Marte (colección particular) o la Lucha de Lapitas contra Centauros (colección particular), entre otros. Por esas mismas fechas continuó realizando importantes pinturas religiosas, algunas de las cuales también las poseyó el propio infante o Isabel II, en cuyo dormitorio colgaba una Inmaculada Concepción pintada por el artista.

Sin embargo, el éxito de Rafael Tegeo vino determinado por su extraordinaria habilidad en el arte del retrato, en el que destacó brillantemente y que le reportó su más sólido reconocimiento social, más allá de cualquier otro género. En efecto, su fina sensibilidad artística hacia el retrato, tanto en sus formatos como por la manera íntima y sencilla de captar la personalidad de los modelos, le llevó a expresarse en él con mucha mayor audacia y libertad que en otros géneros.

Acuñó una tipología de retrato burgués en la que ubica a sus modelos ante un fondo paisajístico —como sucede en Niña sentada en un paisaje (Madrid, Museo del Prado)— que le pone en conexión con retratistas andaluces de la generación romántica, como Antonio María Esquivel (1806-1857), pero con un lenguaje plástico bien diferente al de estos maestros.

Fue precisamente su protagonismo como retratista en la Corte isabelina lo que le convirtió, a finales de la década de 1840, en pintor honorario de Cámara; tras su nuevo cargo retomó su actividad como pintor de composiciones históricas, ahora ya con fines propagandísticos, como sucede con Ibrahim-el Djerbi o el Moro Santo, cuando en la tienda de la marquesa de Moya intentó asesinar a los Reyes Católicos (Madrid, Palacio Real), por el que obtuvo un gran éxito en Madrid y en París. Además, obligado por su nuevo cargo, debió asumir algunas decoraciones de techos, como La caída de Faetón, en el Palacio Real de Madrid, o las realizadas tanto en el Casino de la Reina como en el Palacio de Vista Alegre.

En 1841, con motivo del fallecimiento de su padre, debió viajar a su tierra natal para resolver la herencia.

Así, en ese año, viajó a Caravaca de la Cruz y también a Ceheguín, donde realizó algunos retratos, como los de Santos y Magdalena Cuenca. Poco tiempo después, en 1845, Tegeo renunció a su nombramiento como director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y a todos sus cargos en la institución, sin aparente razón, aunque en realidad parece consecuencia del nuevo plan de estudios que José de Madrazo estaba dispuesto a imponer.

Tegeo atendió además a otros géneros considerados menores en los ambientes académicos. Poco conocidas son sus extraordinarias habilidades en el arte del dibujo, de lo que guardan algunos ejemplos la Biblioteca Nacional y el Museo del Prado. Destacó sobre todo su dilatada actividad como paisajista, cuya habilidad había adquirido como ayudante de Brambilla, así como sus incursiones en las escenas de género y de costumbres, que reflejaban su compromiso con los ideales románticos más modernos.

 

Obras de ~: Paula Bragaña y sus hijos Manuel y José María Benítez, 1818-1820; Pedro Benítez y su hija María de la Cruz, c. 1820; Curación de Tobías, 1823; Magdalena penitente, c. 1824; María de la Cruz Benitez, 1827; Hércules y Anteo, 1828; Álvaro de Bazán, 1828; Jorge Juan y Santacilla, 1828; Frey Antonio de Valdés y Fernández Bazán, 1828; Inmaculada Concepción, 1828; La última comunión de san Jerónimo, c. 1829; La caída de Faetón, c. 1830; Ángela Tegeo, c. 1832; José María Benítez Bragaña, 1832; Los duques de San Fernando de Quiroga, c. 1833; Antíloco lleva a Aquiles la noticia del reñido combate que por obtener el cuerpo de Patroclo han trabado los griegos contra los troyanos, 1835; Diomedes, conducido por Minerva, hiere a Marte, 1835; Lucha de Lapitas contra Centauros, 1835; Diana y Acteón, 1836; El arquitecto Ayogui, 1838; La familia Barrio, c. 1839; Un bandolero contemplando la cabeza de su compañero puesta en un palo para escarmiento, en una encrucijada, 1839; La esposa de Seros Lefebre, c. 1840; Seros Lefebre, c. 1840; Magdalena de Cuenca y Rubio, 1841; Santos de Cuenca y Rubio, 1841; Niña sentada ante un paisaje, 1842; Literato, 1842; Retrato de caballero, 1845; Retrato de señora, 1845; Juan Antonio Ponzoa, 1845; Francisco de Asís de Borbón, 1846; Antonio Ríos Rosas, 1847; San Sebastián, 1848; Ibrahim-el Djerbi o el Moro Santo, cuando en la tienda de la marquesa de Moya intentó asesinar a los Reyes Católicos, 1850; Isabel II, 1853; Nuestro Señor Crucificado, 1856; Mariano Facundo Barrio García; Cleopatra; El torero Roque Miranda.

 

Bibl.: M. Ossorio y Bernard, Galería biográfica de artistas españoles del siglo xix, Madrid, Moreno y Rojas, 1883-1884 (Madrid, Giner, 1975, págs. 658-659); A. Baquero Almansa, Los profesores de bellas artes murcianos: con una introducción histórica, Murcia, Sucesores de Nogués, 1913 (Murcia, Ayuntamiento, 1980, págs. 351-358); A. Méndez Casal, “Rafael Tegeo. Su vida oficial. El pintor de retratos”, en Boletín del Museo Provincial de Bellas Artes de Murcia, n.º IV, 4 (1925) págs. 1-6; J. de Entrambasaguas, “Dos notas relativas al pintor Rafael Tegeo”, en Archivo Español de Arte (AEA), XIV, (1940-1941), pág. 69; M. Jorge Aragoneses, “Un retrato infantil de Rafael Tejeo”, en AEA, XXXVIII (1964), pág. 57; “Tegeo, Pascual y el Neoclasicismo”, en Murgetana, n.º 24 (1965), págs. 71-84; J. C. Aguilera Rabaneda, Rafael Tegeo (1798-1856), un pintor en la encrucijada, Murcia, El Jardinico, 1999.

 

Carlos González Navarro

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