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Isidro González Velázquez Tolosa

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Biografía

González Velázquez Tolosa, Isidro. Madrid, 15.V.1765 – 7.XII.1840. Arquitecto, grabador.

Isidro Velázquez —como solía firmar en sus proyectos— perteneció a una célebre familia de artistas que destacaron en el ambiente cortesano y académico español desde comienzos del siglo XVIII hasta la primera mitad del XIX. Era el segundo hijo de Antonio González Velázquez, pintor de Cámara de Carlos III, y de Manuela Tolosa y Aviñón, y sobrino de Luis y Alejandro González Velázquez, ambos pintores, profesión a la que este último añadía la de arquitecto. Aunque también sus hermanos Cástor y Zacarías se decantaron por la especialidad del padre, que había sido discípulo de Corrado Giaquinto en Roma (1746-1752), Isidro abrazó, sin embargo, la de arquitectura a partir de las primeras enseñanzas que recibió en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando; a fin de aprovechar sus grandes dotes como dibujante, su padre había tratado de orientarle hacia la pintura desde que cumplió los ocho años de edad, pero advirtiendo su inclinación, favoreció que continuara formándose bajo la tutela del arquitecto Juan de Villanueva. Durante los años siguientes Velázquez permaneció en el taller del autor del Museo del Prado, efectuando rápidos progresos en su carrera; en 1778 se presentó al Concurso General de Premios de la Academia, y aunque en esta ocasión no obtuvo ninguna mención, en 1781 consiguió una Medalla de Oro de una onza al ganar el Primer Premio de 2.ª Clase por la arquitectura.

Villanueva siempre lo consideró su mejor discípulo, y por ello lo empleó como principal delineante en las obras que dirigía en el Real Sitio de Aranjuez. En 1791 Velázquez comenzó a realizar los ejercicios necesarios para recibir el título de académico de mérito de San Fernando, ejecutando la prueba “de repente” acerca de una catedral, pero sus obligaciones con Villanueva, y la concesión de una pensión del monarca Carlos IV para viajar a Roma con objeto de estudiar sus antigüedades no le permitieron completarlos. La intercesión de su maestro ante el rey Borbón fue fundamental para que Velázquez tuviera la posibilidad de partir a Italia, ya que como alumno no había destacado excesivamente en los exámenes y concursos de la Academia, y además del premio de 1781 únicamente había ganado algunas ayudas de costa mensuales.

El arquitecto madrileño residió en la capital pontificia entre 1791 y 1796. De este período se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid numerosos planos que llevó a cabo de los monumentos antiguos, y algunas reconstrucciones gráficas de la apariencia ideal de su arquitectura en época romana; entre esos dibujos se pueden citar los del templo de Antonino y Faustina en el Foro, de la tumba de Cecilia Metella en la Vía Appia, del arco de Constantino, del Coliseo, del templo de Neptuno en Paestum, o del templo de Vesta de Tívoli. En esta localidad ejecutó, además, vistas de la cascada que tanto atraía por entonces a turistas y pintores, y un estudio del pórtico dórico del santuario de Hércules Vencedor, cuyos planos levantaban también contemporáneamente dos de sus compañeros de pensión, Silvestre Pérez y Evaristo del Castillo. Como pensionado real disfrutó de mayor libertad que los otros arquitectos españoles presentes en Roma a finales del siglo XVIII subvencionados por la Academia, y que, por lo tanto, se hallaban sujetos a las instrucciones dictadas desde Madrid, y al envío anual de obras que demostraran sus progresos artísticos.

En 1794 visitó el sur de Italia, deteniéndose a examinar las poblaciones antiguas en las que se centraban las preocupaciones arquitectónicas y arqueológicas del momento, es decir, Pompeya y la ciudad griega de Paestum. A lo largo de su estancia Velázquez reunió una importante colección de vaciados en yeso de la decoración de diversos monumentos que expidió paulatinamente a su maestro, y que éste utilizó como inspiración en su proyecto del Museo del Prado, lugar donde precisamente en 1840 se depositó dicha colección.

Además de con los pensionados españoles que se formaban en la capital pontificia, Velázquez se relacionó con diferentes personajes que formaban parte del ambiente cultural romano, como el embajador ante la Santa Sede José Nicolás de Azara, el exjesuita Pedro José Márquez, el arquitecto inglés Charles H. Tatham, el literato Leandro Fernández de Moratín, el erudito francés Petit-Radel o el arquitecto de la Academia de Bellas Artes de San Luca Rafael Stern.

De regreso a España todavía tuvo ocasión de visitar el norte de Italia y admirar las edificaciones antiguas de la ciudad francesa de Nîmes y, de nuevo instalado en Madrid, prosiguió ayudando a Villanueva en las obras desplegadas en las propiedades reales. En 1799 el rey Carlos IV ordenó a la Academia que le dispensara el grado de arquitecto de mérito sin tener que verificar los ejercicios habituales, que la corporación le había prescrito apenas llegado de Roma, a pesar de los dibujos que Velázquez presentó como prueba del provecho de su pensión. Ésta sería sólo una más de las mercedes con que la Monarquía agració al arquitecto a lo largo de su vida. En 1804 fue nombrado teniente de arquitecto mayor de los Reales Palacios, Sitios Reales y Casas de Campo —y comisario de Guerra—, cargo que desempeñó hasta 1814, si bien en los primeros años de siglo ya había intervenido en la restauración de la Casita del Labrador de Aranjuez, para la que trazó una fachada adornada con esculturas de yeso de gusto italiano (1803).

Tras la salida de la Familia Real hacia Bayona en mayo de 1808, Velázquez permaneció todavía en Madrid hasta 1810 a causa de la enfermedad de su esposa, María Antonia Rovira, y el nacimiento de su hija Mariana; su intención de pasar a Cádiz se vio frustrada por la negativa del gobernador de Alicante de concederle pasaporte para desplazarse allí hasta que acreditara su patriotismo, por lo cual marchó junto con su familia a Palma de Mallorca (1811). Debido a que desde 1808 no percibía ninguna remuneración, a su llegada a la capital isleña escribió al Monarca a través de los secretarios de las Cortes de Cádiz, a fin de que le abonase el salario de los últimos tres años, o que le compensase encomendándole la dirección de obras en cualquiera de las regiones libres del control francés. No tardó Velázquez en superar la situación de penuria en que se encontraba, ya que pronto obtuvo el puesto de director de la Academia de Palma de Mallorca —en la que introdujo una sala de arquitectura—, ciudad que lo acogió como miembro en su Sociedad Económica, y de la que además era su arquitecto principal. Entre los trabajos llevados a cabo en la isla figuran su planificación del paseo del Borne (1813) y la edificación de una vivienda en el paseo de los Olmos de Mallorca y, asimismo, proyectó un Consulado del Mar para la ciudad, amén de sendas iglesias en Manacor y Lluchmayor. En estas fechas entró en contacto con la arquitectura medieval al medir y delinear los planos de los edificios góticos de la lonja y la catedral, que le merecieron tanto aprecio como para comparar ambos monumentos mallorquines con los más bellos producidos por el arte griego y romano.

Con el regreso de Fernando VII a Madrid Isidro Velázquez se volvió a poner al servicio de la Corte y en 1814 y 1815 obtuvo respectivamente el destino de arquitecto mayor de Palacio, vacante tras el fallecimiento de su maestro Juan de Villanueva en 1811, y los honores de Intendente de Provincia. Por deseo real, en 1817 Velázquez asumió la dirección de las obras de la plaza de Oriente, espacio ocupado entonces por un desangelado solar surgido en el reinado de José I Bonaparte después de la demolición de las casas y los conventos que se alzaban en él. El proyecto fernandino comprendía igualmente la erección de un nuevo teatro que sustituyera al de los Caños, cuyo derribo se aprobó ese mismo año. Isidro Velázquez ideó una plaza semicircular abierta hacia el Palacio Real con el teatro en su sector opuesto, comunicando ambas edificaciones mediante un pórtico de columnas dóricas, mientras que en los extremos ubicó dos templetes rematados con una cúpula. La continua suspensión de los trabajos y los problemas económicos terminaron arruinando el proyecto de Velázquez, lo cual le provocó una gran frustración, puesto que estimaba que la plaza de Oriente le habría proporcionado idéntica fama que a Villanueva el Museo del Prado.

No fue éste el único de sus planes que, una vez empezado, quedaba inconcluso, porque en 1819 se ponía en marcha la construcción de una columna colosal dedicada a Fernando VII en el jardín del Buen Retiro, paralizándose las obras al año siguiente a consecuencia de la poca adecuación del carácter del monumento con la sensibilidad política del Trienio Constitucional. Sin embargo, sí llevaba a término en el citado Real Sitio el embarcadero para la reina María Isabel de Braganza, que ocupaba el espacio del actual monumento a Alfonso XII, y la peculiar fuente egipcia (1819) asomada hacia el estanque, en cuya decoración se distinguían diversos elementos propios de la moda egiptizante decimonónica, como el canopo con cabeza humana inspirado en el hallado en la villa Adriana de Tívoli o la copia de la estatua del joven Antinoo aparecida en el mismo lugar. En estos años varias de las propuestas arquitectónicas de Velázquez empleaban formas extraídas del arte constructivo del antiguo Egipto —que ya ensayó en el paseo del Borne de Palma de Mallorca—, referente habitual en la arquitectura conmemorativa y funeraria europea. De 1819 data el catafalco que erigió en la madrileña iglesia de San Francisco el Grande en ocasión de las exequias de María Isabel de Braganza, cuyo ornamento principal consistía en un obelisco, motivo que repetiría, aunque dotándole de menor protagonismo, en la ceremonia fúnebre de María Josefa Amalia de Sajonia celebrada en el mismo templo (1829). También en 1819 la función sacra ofrecida en la iglesia de San Ignacio de Roma a la consorte de Fernando VII contaba con un aparato funerario diseñado por este arquitecto. En 1822 un obelisco proyectado por Velázquez fue el escogido por la Academia de San Fernando en un concurso organizado por el Gobierno liberal, con objeto de que se construyese un monumento en el Campo de la Lealtad que recordase a los fallecidos en Madrid durante el levantamiento del Dos de Mayo de 1808. Para este concurso, en el que entre otros artistas participó también Francisco de Goya, Velázquez ideó otras dos construcciones piramidales en las que se combinaba el lenguaje neoclásico con un programa iconográfico muy patriótico que ensalzaba el comportamiento heroico de la nación; una se rechazó por su excesivo coste, mientras que la segunda quedó fuera de concurso por no presentarla dentro del plazo de tiempo estipulado. A pesar de que la intención de hacer esta obra conmemorativa se anunció inmediatamente después del final de la guerra, en 1814, las dificultades económicas provocaron no sólo que hasta 1821 no se retomara el proyecto, sino que hubiese que esperar a 1840 para ver inaugurado el obelisco del Dos de Mayo.

Según progresaba en su carrera profesional, Velázquez se hizo acreedor de importantes distinciones con las que se reconocían todos sus méritos: en 1819 la Real Sociedad Económica de Toledo le nombró socio, antecediéndose unos pocos meses a su admisión en la Academia de Bellas Artes de San Luca como miembro honorario, título que Fernando VII solicitó a la institución italiana para su arquitecto mayor, y que asimismo se le concedió al monarca Borbón. En 1825 fue la Academia de San Carlos de Valencia la que lo recompensó designándolo académico, año en el que asimismo se convertía en director general de la Academia de San Fernando, función que desempeñó hasta 1828.

A lo largo de la década de 1820 y principios de la siguiente desplegó una amplia actividad en El Pardo y demás Reales Sitios, además de en torno al propio palacio de la plaza de Oriente, donde construyó un cuartel de Caballería (en 1824 dibujó los planos), y un puente sobre el Manzanares para comunicar el edificio de Sacchetti con la Casa de Campo (el puente del Rey); tampoco dejó de lado comisiones encargadas por particulares, como las reformas en el palacio de Liria, residencia del duque de Alba, y en la villa del duque de Arcos, o el cenotafio erigido al marqués de San Simón. En El Pardo el discípulo de Villanueva amplió el teatrillo neoclásico del palacio (1826), y un año después continuó la reconstrucción de la iglesia empezada por su maestro tras su destrucción en el incendio de 1806, añadiéndole un paso elevado que enlazaba el palacio con su tribuna; igualmente introdujo algunas modificaciones de poca entidad en los jardines (1829-1831), y en 1833 finalizó la capilla del Cristo del convento de los capuchinos. También de naturaleza religiosa era la edificación que Fernando VII le ordenó levantar en La Isabela, población creada por el soberano cerca de los Baños de Sacedón (Guadalajara), que carecía de una parroquia, y que a pesar de ser proyectada por Velázquez en 1826, no tuvo existencia fuera de sus planos. Todas estas actividades las combinó con sus trabajos en el palacio de La Granja de San Ildefonso, en Segovia, pero sobre todo con los que dirigió en Aranjuez, en cuyos jardines del Príncipe y de la Isleta realizó las fuentes de Ceres, de Narciso y Apolo, y de Hércules y Anteo, restaurando la de Venus, rehizo el templete chinesco de Villanueva (1826), arruinado en la Guerra de la Independencia, e instaló sendos puentes sobre el Tajo (uno de madera, y el otro colgado). Tanto aquí como en otros puntos, el arquitecto madrileño efectuó además diversas obras relativas a la conducción de las aguas, entre las que destacan las del Canal Real, alimentado por el río Manzanares. Antes de cesar como arquitecto mayor, en 1831 aún diseñó los planos del Colegio de Medicina y Cirugía de San Carlos, edificio que concluyó Tiburcio Pérez Cuervo, transformando ligeramente el proyecto de aquél.

Después de su jubilación en 1835, Isidro Velázquez vivió su vejez en compañía de su segunda esposa, María Teresa Díaz Jiménez. Hasta 1840 continuó haciendo lo que mejor sabía, dibujar, y rebasados los setenta años de edad ejecutó algunas de sus acuarelas más perfectas, basándose en apuntes de monumentos antiguos de Italia que tomó en su juventud, e incluso en 1839 expuso en el Liceo Artístico y Literario varias de ellas. Pese a haber alcanzado importantes cargos cortesanos y académicos, haber sido nombrado caballero de la Orden de Carlos III, y distinguido con la Cruz de la Orden de Isabel la Católica, en sus últimos años de vida sintió, amargado, que no dejaba ninguna obra arquitectónica digna de mérito; su pesimismo final se manifestó en una misiva fechada en 1836, y dirigida a uno de sus alumnos aventajados, el arquitecto Aníbal Álvarez: “Yo, en el día, como jubilado, y que me estoy metido en un rincón, no valgo para nada, ni nadie cuenta conmigo”. Así se expresaba en el último testimonio que dejó uno de los más emblemáticos artistas del neoclasicismo español, retratado por otros grandes artistas, como Francisco de Goya, Vicente López y Federico de Madrazo.

 

Obras de ~: Restauración de la Casita del Labrador, Aranjuez, 1803; Planificación del paseo del Borne, Palma de Mallorca, 1813; Vivienda en el paseo de los Olmos, Mallorca, c. 1813; Dirección de las obras de la plaza de Oriente, Madrid, 1817; Proyecto de columna colosal de Fernando VII, jardín del Buen Retiro, Madrid, 1819; Embarcadero para la reina María Isabel de Braganza y fuente egipcia, Buen Retiro, Madrid, 1819; Catafalco para María Isabel de Braganza erigido en la iglesia de San Francisco el Grande, Madrid, 1819; Obelisco del Dos de Mayo de 1808, Madrid, 1822; Cuartel de Caballería, plaza de Oriente, Madrid, 1824; Puente del Rey, Madrid, c. 1824; Reformas en el palacio de Liria, Madrid, c. 1825; Reformas en la villa del duque de Arcos, Madrid, c. 1825; Ampliación del teatrillo neoclásico del palacio de El Pardo, Madrid, 1826; Reconstrucción de la iglesia, El Pardo, 1827; Finalización de la capilla del Cristo del convento de los capuchinos, El Pardo, 1833.

 

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Jorge García Sánchez