Luzán Martínez, José. Zaragoza, 15 o 16.XII.1710 – 21.X.1785. Pintor y profesor.
Nació en Zaragoza en el seno de una familia que ya tenía vinculación con las artes, pues su padre fue el maestro dorador e infanzón (pequeña nobleza) Juan Luzán Pinós, natural del pueblo monegrino de La Almolda (Zaragoza), y de Martina Martínez Forcada, natural de la aldea de Ardisa, en el límite de las zaragozanas Cinco Villas con la oscense Hoya de Ayerbe. El matrimonio vivió en la calleja de Rufas, en la parroquia de San Miguel de los Navarros, en cuya iglesia fue bautizado José, que fue el segundo de los cinco hijos que tuvo el matrimonio.
José Luzán recibió las primeras lecciones artísticas de su padre, a la par que cursaba las primeras letras y después, seguramente, los estudios de Gramática en las aulas de Gramática que, subvencionadas por el Ayuntamiento de Zaragoza, regentaban los jesuitas.
Dadas las buenas maneras que apuntaba el muchacho para el dibujo y la pintura, su padre le envió a las clases que en las noches de invierno se impartían en la Academia de Dibujo, regentada por el escultor Juan Ramírez Mejandre, y que estaba ubicada en su propia casa, en la calle de San Andrés. A ella concurrían a enseñar los más destacados pintores zaragozanos del momento, como Juan Zabalo, futuro suegro de Luzán, Miguel Jerónimo Lorieri, cuñado del anterior, o Pablo Félix Rabiella y Sánchez. En esa academia se enseñaba el Dibujo a partir del modelo vivo, y también se daban clases de Geometría y Perspectiva.
Sin dejar la formación artística, José Luzán entró a trabajar en 1626 como criado de honor del marqués de Coscojuela, y también conde de Fuentes desde 1728, que acababa de regresar del exilio por haber sido partidario del archiduque Carlos de Austria en la Guerra de Sucesión a la Corona de España. Ello permitió descargar a los Luzán del sustento de José, y le posibilitó un apoyo para su futura formación y carrera artística.
En 1729 se produjo la llegada desde Nápoles de la única hija del marqués y del yerno, María Francisca de Moncayo y Antonio Pignatelli, príncipe del Sacro Romano Imperio.
Venían con tres hijos; otros cinco más nacerían en Zaragoza. Algunos de ellos alcanzaron gran protagonismo en la vida política y religiosa de la segunda mitad del siglo XVIII, como Juan Joaquín Pignatelli, heredero del condado de Fuentes y embajador de España en Londres y París; frey Vicente Pignatelli, sumiller de cortina del rey Carlos III; Ramón de Pignatelli, canónigo e impulsor del Canal Imperial de Aragón; y san José de Pignatelli, restaurador de la Compañía de Jesús a comienzos del siglo xix. Allí pudo José Luzán estudiar los cuadros de la vasta colección del conde de Fuentes. Los Pignatelli, que le tenían gran afecto, decidieron enviarle a Nápoles para que se perfeccionara en el arte de la pintura con alguno de los grandes maestros de la ciudad del Vesubio.
La estancia de Luzán en Nápoles duró cinco años, entre 1730 y 1735 o 1736. Era, por entonces, la ciudad más poblada de toda Italia, con sus doscientos setenta mil habitantes, de ellos más de cien mil extranjeros.
Era la ciudad de la prisa, pero también de la ociosidad, y del gran bullicio. Sin duda, fascinó al muchacho zaragozano una urbe tan esplendorosa y vital. Los Pignatelli le sufragaron el viaje, la estancia y el aprendizaje en la academia del pintor Giuseppe Mastroleo, persona bondadosa y con grandes cualidades para enseñar, que había sido el mejor discípulo de Paolo de Matteis. Bajo su dirección fue perfeccionando Luzán su dibujo mediante la copia de diseños, bocetos y grabados, práctica didáctica que luego seguiría con sus alumnos en Zaragoza. También adquirió la cálida cromatura de la escuela napolitana tardobarroca, y estudió las abundantes obras que de Luca Giordano, Francesco Solimena, Paolo de Matteis, Francesco de Mura, y de su propio maestro Mastroleo había en las iglesias de la ciudad partenopea.
Esta estancia napolitana fue decisiva a la hora de conformar su peculiar estilo pictórico. También visitó Roma, donde le interesaron las obras de los clasicistas Andrea Sacchi y Carlo Maratta, las de Pietro da Cortona, y, especialmente, las del gaetano Sebastiano Conca y del molfetés Corrado Giaquinto.
A su regreso a Zaragoza, hacia 1735 o 1736, se encontró con que sus hermanos menores, Pedro y Juan Luzán, ya se habían incorporado a la actividad de doradores en el taller paterno, y él fue acogido de nuevo por sus protectores en su palacio del Coso zaragozano, donde tuvo estudio de pintor y dormitorio. Traía un nuevo estilo de pintura, el rococó, más luminoso, alegre y sutil que el barroco decorativo en el que estaban anclados los pintores veteranos de Zaragoza, como el anciano Francisco del Plano, su futuro suegro Zabalo, Lorieri, y Rabiella y Sánchez, y los más jovenes de su generación, como Francisco Périz, Pedro Argente o Juan Andrés Merklein. Además, aportó una enseñanza renovada de la pintura, además de dibujos, grabados y libros que trajo de Italia.
Al poco de llegar hizo retratos de los Pignatelli, obras religiosas para ellos, y una serie de cuadros de altar para la iglesia de Casetas que, lamentablemente, no se han conservado. Hacia 1740 pintó al temple la cúpula de la capilla de San Antonio de Padua en la iglesia parroquial de San Pedro de Alagón (Zaragoza).
Tuvo la oportunidad de marchar a Roma, y después a Madrid, pero ambas proposiciones las rechazó por fidelidad a sus protectores, los Pignatelli, y por no abandonar Zaragoza, donde se estaba convirtiendo en el pintor más destacado. Su fama de buen pintor llegó hasta la Corte, y el 7 de agosto de 1741, como reconocimiento de su arte, Felipe V le nombró pintor supernumerario de la Real Casa, con una gratificación por una vez de 3.700 reales de vellón. Luzán se trasladó a Madrid para jurar el cargo de manos del marqués de Monroy, mayordomo de Su Majestad.
Con tal motivo, permaneció una corta temporada, lo que le permitió tratar a los pintores de Corte, singularmente a los aragoneses Valero Iriarte, Pablo Pernícharo y José Romeo, y estudiar las pinturas de la colección real, especialmente las que estaban llegando de Italia por entonces, pintadas por Solimena, Conca, Pannini, Trevisani, Masucci, y Giaquinto, entre otros.
Se sabe que pintó durante esa estancia varios cuadros de altar y de caballete, pero nada se puede concretar.
Entonces debió de ser cuando se le hicieron proposiciones para quedarse a trabajar en Madrid, pero prefirió regresar a Zaragoza.
El 18 de febrero de 1743 se casó José Luzán con Teresa Zabalo, nacida en 1712, y que era hija del pintor y decorador Juan Zabalo; el enlace se celebró en casa de la novia, en la calle de la Verónica, perteneciente a la parroquia de San Andrés. El nuevo matrimonio se instaló en la céntrica calle del Coso, verdadera arteria principal de la ciudad, en una casa propiedad de los Zabalo, situada en la llamada Subidica de la Verónica, pero el taller lo siguió teniendo el pintor en una sala baja del palacio del conde de Fuentes, no lejos de su domicilio. Pronto vendrían los hijos, pero de los tres habidos, sólo Ignacio José (1751-1808) llegaría a adulto. Éste, después de estudiar la carrera de Leyes en la Universidad de Zaragoza y ser abogado de los Reales Consejos, desarrolló una importante carrera político-administrativa, pues fue alcalde mayor de Jaca y, después, corregidor de Fraga.
Junto a su actividad pictórica José Luzán desarrolló una gran labor en la enseñanza de la Pintura en la Academia de Dibujo que, una vez fallecido el escultor Juan Ramírez, pasó a regentar su hijo, el también destacado escultor José Ramírez de Arellano, escultor de Su Majestad desde 1740, gran amigo de Luzán y copartícipe en importantes encargos artísticos. Deseosos de mejorar la enseñanza de las artes y sabedores de la creación en 1744 de una junta preparatoria para una Real Academia de Bellas Artes en Madrid, una serie de pintores y escultores zaragozanos que formaban la denominada Junta de los Académicos del Dibujo de Zaragoza, encabezada por Luzán, enviaron en 1746 al Consejo de Castilla, por mano de José Ramírez, que por entonces trabajaba en Madrid como escultor en las obras del Palacio Real nuevo, una solicitud de creación en Zaragoza de una Academia de Bellas Artes con rango oficial. Lamentablemente, no consiguieron su objetivo, en buena parte por la actitud opositora de los magistrados de la Real Audiencia de Aragón, que en sus informes negativos defendían, tácitamente, los intereses de los gremios artísticos zaragozanos, en vez de apoyar el decidido proyecto más innovador de los artistas no agremiados.
A lo largo de la década de 1740 y comienzos de la siguiente el peculiar estilo de Luzán se manifestó ya en importantes encargos artísticos, centrados, especialmente, en grandes lienzos pintados para los muros laterales de capillas, sustitutivos de pinturas murales, según la peculiar tradición del barroco en Aragón.
Así, hay que destacar el ciclo de grandes cuadros de la vida de Santa María Magdalena (c. 1745), pintados en la capilla de la titular en la iglesia parroquial de Ricla (Zaragoza); los dos grandes lienzos laterales (1750) y las pechinas con las mujeres fuertes de la Biblia (1753-1755) de la capilla de Nuestra Señora de Zaragoza la Vieja, en la iglesia parroquial de San Miguel de los Navarros, en Zaragoza, en las que el influjo de Giaquinto a través de Antonio González Velázquez es patente; el cuadro de la Degollación de san Juan Bautista (1752) del trasaltar mayor de la iglesia de San Felipe y Santiago el Menor de Zaragoza; o la pintura al temple de la cúpula de la capilla de San Antonio de Padua (c. 1750-1755), en la basílica del Pilar.
Su manera de pintar se caracteriza por un modelado blando y delicado de las figuras, que están cubiertas por ropajes con pliegues angulosos y efectistas, resueltas con pinceladas moderadamente empastadas. La paleta cromática es amplia y variada, adscrita a la sensibilidad rococó; si bien emplea para algunas escenas fondos lisos, en verdosos, grisáceos o verdoso-amarillentos, lo más frecuente es que resuelva los rompimientos celestes con amarillos de Nápoles, ocresamarillentos y ocres claros, y con la aplicación de azules, carmines, rosáceos, amarillos, naranjas, tostados y verdes claros para los ropajes de las figuras. Con suaves juegos claroscurales, en los que la luz irisa los colores en telas y objetos, consigue Luzán unos efectos y unas sutilezas del más exquisito gusto rococó.
El 18 de septiembre de 1754 se consiguió el establecimiento por Fernando VI de la Primera Junta Preparatoria de una futura Academia de Bellas Artes en Zaragoza, integrada por nobles aragoneses y destacados miembros de la administración borbónica. Esa junta estaba presidida por frey Vicente Pignatelli, su primer consiliario, y debería preparar unos estatutos para su funcionamiento, conseguir una financiación para su sostenimiento y una sede para las clases. Pero en los años subsiguientes, los gastos siguieron siendo sufragados por Luzán, José Ramírez y los demás profesores.
Las clases se impartieron primero en unas salas bajas del palacio del conde de Fuentes y, tras la marcha de frey Vicente Pignatelli a Madrid, pasaron a la casa del marqués de Ayerbe, en la calle de la Platería.
José Luzán desarrolló una magnífica actividad como profesor de Dibujo y Pintura, y tuvo muchos discípulos, entre ellos importantes pintores aragoneses que triunfarían en Madrid. En la década de 1740 lo fueron Juan Ramírez de Arellano, hermano del escultor, que fue creado académico supernumerario (1754) por la Academia de San Fernando; y frey Vicente Pignatelli, eclesiástico y pintor aficionado, que llegó a ser consiliario y viceprotector de la Academia de San Fernando.
Francisco Bayeu y Subías, pintor de cámara desde 1767 y teniente-director (1765), director de Pintura (1788) y director general (1795) de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, sería su discípulo entre 1749 y 1753. Ya en la década de 1760 lo serían José Beratón, pintor de cámara (1792); Francisco de Goya, que alcanzó los máximos honores de director de Pintura de San Fernando (1795), pintor de cámara (1789) y primer pintor de cámara (1799) de Carlos IV, fue alumno entre 1759 y 1763; y el notabilísimo platero Antonio Martínez Barrio, creador y director de la Escuela de Platería de Madrid, a partir de 1764. Y muchos más discípulos que no alcanzaron la importancia de éstos. Todos recordaron con cariño a Luzán y reconocieron sus cualidades como docente y su liberalidad, pues, una vez adquiridas las sólidas bases del dibujo y de la pintura, les permitió ir por el camino que cada cual quiso tomar.
En 1756-1757 pintó Luzán una Dolorosa para las capuchinas de Gea de Albarracín (Teruel) y una de las obras más importantes de toda su producción, las puertas del armario del tesoro de la sacristía mayor de la Seo de Zaragoza (1757), en las que representó a San Valero, San Vicente, San Pedro Arbués y Santo Dominguito de Val en la Gloria. Por esos años realizó también una Inmaculada para la iglesia de los jesuitas de Calatayud, hoy iglesia de San Juan el Real. Son años en que el pintor zaragozano alcanzó el máximo prestigio profesional y social. En su pintura se acrecienta la blandura de formas y la vivacidad de tintas en unas pinturas religiosas con imágenes idealizadas llenas de ternura y amabilidad. Pintó entre 1760 y 1764 varias obras con la Venida de la Virgen del Pilar a Zaragoza, con las que renovó la iconografía del asunto sobrenatural, entre ellas la versión del Palacio Real de Madrid, o las dos de la Real Sociedad Económica Aragonesa.
Después hizo dos grandes lienzos para la capilla de San Jerónimo de la catedral de Huesca (1762- 1764), con escenas de la vida del santo; los cuadros de asunto franciscano-inmaculadista del presbiterio de la iglesia del santuario de Nuestra Señora de Monlora, en Luna (Zaragoza); y el lienzo del retablo de San José de Calasanz (1767), en la iglesia de las Escuelas Pías de Zaragoza, que deriva de modelos de Conca. Hacia 1765-1767 pintó también el retrato del Arzobispo don Luis García Mañero, que se conserva en el palacio arzobispal de Zaragoza. Además, el Tribunal de la Inquisición de Aragón le había nombrado revisor de pinturas deshonestas e irrisorias, y el Cabildo metropolitano cesaraugustano tasador de todas las obras artísticas que se hicieran para las catedrales de la Seo y del Pilar.
En la década de 1770 siguió enseñando en la Academia de Dibujo de Zaragoza (1771-1774 y 1778- 1779), impulsada de nuevo por una Segunda Junta Preparatoria y con los mismos fines y cometidos que la anterior, y que tampoco pudo conseguirlos tras ser rechazadas hasta siete propuestas para su mantenimiento económico. Después sería la Real Sociedad Económica Aragonesa la que impulsase las enseñanzas artísticas hasta conseguirse la creación de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis (1792), pero ya no vivió Luzán esa etapa.
En la década de 1770, el ya maduro José Luzán realizó su mejor obra pictórica, el gran lienzo del retablo mayor de la iglesia del Hospital de Convalecientes de Zaragoza, hoy sede del Hospital de Nuestra Señora de Gracia, en el que representó a Nuestra Señora con la advocación “Salus Infirmorum” (c. 1770-1775). Unos años después, ya anciano y viudo, pues su esposa había muerto en enero de 1777, pintó en torno a 1780 para la nueva iglesia parroquial de Santa Cruz de Zaragoza un medio punto sobre el testero con el Hallazgo de la santa cruz por santa Elena, y un cuadro de altar con San Gregorio Magno rechazando la tiara pontificia, en el que copió una obra del francés Carle Van Loo a partir de un grabado de P. P. Moles. En 1781 firmó y dató dos lienzos de altar para los capuchinos de Ejea de los Caballeros (Zaragoza), destacando una Inmaculada con santos, en el que se evidencia la indudable vitalidad del pintor septuagenario, que todavía, poco antes de morir, hizo unos cuadros para la iglesia del Hospitalico de Niños Huérfanos de Zaragoza (c. 1784-1785), no conservados.
La vida de José Luzán se extinguió, víctima de fiebres tercianas (palúdicas) el 21 de octubre de 1785 en el palacio de sus protectores, los Pignatelli, en el Coso zaragozano, próximo a cumplir los setenta y cinco años, y fue enterrado “ocultamente” en la iglesia parroquial de San Gil, debido, sin duda, a la grave epidemia que asolaba la ciudad.
Bibl.: A. Ansón Navarro, El pintor y profesor José Luzán Martínez (1710-1785), Zaragoza, Caja de Ahorros de la Inmaculada, 1986.
Arturo Ansón Navarro